Authors: Isaac Asimov
—Buenos días, R. Idda —dijo Baley.
—Buenos días, amo —replicó R. Idda con una voz grave que sonaba sorprendentemente humana.
—Eres el sirviente personal de Gennao Sabbat, ¿verdad?
—Así es, amo.
—¿Desde hace cuánto tiempo, muchacho?
—Desde hace veintidós años, amo.
—¿Y la reputación de tu dueño es muy valiosa para ti?
—Sí, amo.
—¿Considerarías muy importante proteger esa reputación?
—Sí, amo.
—¿Crees que proteger su reputación es tan importante como proteger su vida?
—No, amo.
—¿Crees que proteger su reputación es tan importante como proteger la reputación de otro ser humano ?
R. Idda vaciló unos momentos antes de responder.
—En situaciones semejantes hay que tomar una decisión basándose en el mérito de cada individuo, amo —dijo por fin—. No hay ninguna forma de establecer una regla general.
Baley sufrió un momento de duda. Aquellos robots espaciales hablaban de forma mucho más educada e inteligente que los modelos terrestres y Baley no estaba totalmente seguro de poder ser más listo que ellos.
—Si decidieras que la reputación de tu dueño es más importante que la de otro ser humano..., digamos que la de Alfred Barr Humboldt... ¿Mentirías para proteger la reputación de tu dueño? —preguntó por fin.
—Sí, amo, lo haría.
—¿Mentiste cuando prestaste testimonio relativo a la conducta de tu dueño en su controversia con el doctor Humboldt?
—No, amo.
—Pero si lo hiciste negarías que habías mentido a fin de que la mentira anterior no fuese descubierta, ¿verdad?
—Sí, amo.
—Bien —dijo Baley—, pasemos a otro asunto... Tu dueño es un joven matemático de gran reputación, pero es joven. Si hubiera sucumbido a la tentación y hubiera faltado a la ética en su controversia con el doctor Humboldt su reputación sufriría un cierto eclipse, desde luego, pero es joven y tendría mucho tiempo para recuperarse del golpe. Aún le quedarían muchos triunfos intelectuales por delante, y su intento de cometer un plagio acabaría siendo considerado como el típico error de un joven impulsivo y atolondrado. Sería algo que no afectaría demasiado a su futuro. En cambio si fuese el doctor Humboldt quien había sucumbido a la tentación el asunto resultaría mucho más serio. El doctor Humboldt es un anciano cuyo historial de grandes logros intelectuales abarca siglos, y hasta ahora su reputación había sido totalmente intachable..., pero todo eso quedaría olvidado a causa de este único crimen cometido en los últimos años de su existencia, y no tendría ni la más mínima oportunidad de recuperarse en el relativamente poco tiempo de vida que le queda. Habría muy pocas cosas que pudiera hacer. En el caso del doctor Humboldt eso representaría mucho más trabajo arruinado que en el de tu amo y, por lo tanto, muchas menos oportunidades de recobrar su posición anterior. Supongo que comprendes que de los dos es el doctor Humboldt quien se enfrenta a la peor situación, y que por lo tanto merece ser tratado con mayor consideración.
Hubo un silencio bastante prolongado.
—Mentí al prestar testimonio —dijo por fin R. Idda—. El trabajo pertenecía al doctor Humboldt, y mi dueño obró mal al intentar atribuirse el mérito que le correspondía a éste.
—Muy bien, muchacho —dijo Baley—. Te ordeno que no digas nada de todo esto a nadie hasta haber recibido permiso del capitán de la nave para hacerlo. Puedes irte.
La pantalla quedó vacía, y Baley dio una chupada a su pipa.
—¿Crees que el capitán habrá oído eso, Daneel ?
—Estoy seguro de ello. Aparte de nosotros es el único que tiene acceso a la conexión.
—Bien... y ahora ocupémonos del otro.
—Pero ya no es necesario, compañero Elijah. Dado lo que R. Idda acaba de confesar...
—Por supuesto que es necesario. La confesión de R. Idda no aclara nada.
—¿Nada?
—Nada en absoluto. Yo le hice ver que el doctor Humboldt se encontraba en una situación peor que la de su dueño. Naturalmente si mentía para proteger a Sabbat eso le impulsaría a decir la verdad, como de hecho afirmó estar haciendo, pero si estaba diciendo la verdad antes también le impulsaría a mentir para proteger al doctor Humboldt. Volvemos a estar ante la imagen en el espejo, y no hemos conseguido nada.
—Pero... ¿Qué vamos a conseguir interrogando a R. Preston?
—Si la imagen en el espejo fuera perfecta nada..., pero no lo es. Después de todo uno de los robots dice la verdad y otro está mintiendo, y eso crea un punto de asimetría. Veamos a R. Preston. Ah, si está lista dame la transcripción del examen de R. Idda.
El proyector volvió a entrar en funcionamiento. R. Preston le devolvió la mirada a Baley desde la pantalla. Era idéntico a R. Idda en todos los detalles salvo por algunos adornos en el pecho.
—Buenos días, R. Preston —dijo Baley manteniendo la transcripción del examen de R. Idda delante de él mientras hablaba.
—Buenos días, amo —dijo R. Preston. Su voz era idéntica a la de R. Idda.
—Eres el sirviente personal de Alfred Barr Humboldt, ¿verdad?
—Lo soy, amo.
—¿Desde hace cuánto tiempo, muchacho?
—Desde hace veintidós años, amo.
—¿Y la reputación de tu dueño es valiosa para ti?
—Sí, amo.
—¿Consideras importante el proteger esa reputación?
—Sí, amo.
—¿Crees que proteger su reputación es tan importante como proteger su vida?
—No, amo.
—¿Crees que proteger su reputación es tan importante como proteger la reputación de otro ser humano ?
R. Preston vaciló.
—En situaciones semejantes hay que tomar una decisión basándose en el mérito de cada individuo, amo —dijo por fin—. No hay ninguna forma de establecer una regla general.
—Si decidieras que la reputación de tu dueño es más importante qpe la de otro ser humano..., digamos que la de Gennao Sabbat... ¿Mentirías para proteger la reputación de tu dueño? —preguntó Baley.
—Sí, amo, lo haría.
—¿Mentiste cuando prestaste testimonio relativo a la conducta de tu dueño en su controversia con el doctor Sabbat?
—No, amo.
—Pero si lo hiciste negarías que habías mentido a fin de que la mentira anterior no fuese descubierta, ¿verdad?
—Sí, amo.
—Bien —dijo Baley—, entonces consideremos esto... Tu dueño, Alfred Barr Humboldt, es un anciano que goza de una gran reputación como matemático pero ya es muy viejo. Si hubiera sucumbido a la tentación y hubiera faltado a la ética en su controversia con el doctor Sabbat sufriría un cierto eclipse en su reputación, pero su gran edad y los siglos de grandes logros estarían a su favor y lo superaría. Su intento de cometer un plagio acabaría siendo considerado como el error de un hombre viejo y quizá enfermo que no había sabido obrar juiciosamente. En cambio, si fuera el doctor Sabbat quien hubiera sucumbido a la tentación el asunto sería mucho más serio. El doctor Sabbat es un hombre joven cuya reputación está mucho menos afianzada. En circunstancias normales tendría ante él varios siglos en los que podría acumular conocimientos y hacer grandes cosas, pero todo eso le resultaría imposible a causa de ese error de juventud. El futuro que puede perder es mucho más largo que el de tu dueño. Supongo que comprendes que de los dos es Sabbat quien se encuentra en peor situación, y que por lo tanto merece una consideración más grande.
Hubo un silencio muy prolongado.
—Mentí al prestar tes... —empezó a decir R. Preston con voz átona.
El robot no completó la frase y no dijo nada más.
—Sigue hablando, R. Preston —dijo Baley.
No obtuvo respuesta.
—Me temo que el cerebro positrónico de R. Preston ha quedado en éxtasis, compañero Elijah —dijo Daneel—. Está inutilizado.
—Bien, en tal caso por fin hemos conseguido producir una asimetría —dijo Baley—. Partiendo de ahí podremos averiguar quién es el culpable.
—¿Cómo, compañero Elijah?
—Piensa en ello. Supón que eres la persona que no ha cometido el crimen y que tu robot puede atestiguarlo. En tal caso no necesitarás hacer nada, ¿verdad? Tu robot dirá la verdad y tú quedarás al margen, pero si eres la persona que ha cometido el crimen tendrás que depender de tu robot para que te salve con una mentira. Tu situación puede llegar a ser bastante peligrosa porque aunque el robot es capaz de mentir si es necesario siempre estará más inclinado a decir la verdad que a mentir, y la mentira será menos firme e inatacable que la verdad. Para evitar tal eventualidad lo más probable es que quien haya cometido el crimen tenga que ordenar a su robot que mienta de forma que la Primera Ley quede reforzada por la Segunda Ley ..., quizá muy considerablemente.
—Eso parece razonable —dijo R. Daneel.
—Supón que tenemos dos robots, uno en cada situación. Un robot cambiaría de la verdad no reforzada a la mentira y podría hacerlo después de una cierta vacilación sin sufrir ninguna avería grave. El otro robot debería cambiar de la mentira fuertemente reforzada a la verdad, pero correría el riesgo de quemar varios canales positrónicos de su cerebro y acabar en éxtasis.
—Y puesto que eso es lo que le acaba de suceder a R. Preston...
—El doctor Humboldt es el culpable de plagio. Si transmites esto al capitán de la nave y le dices que hable con el doctor Humboldt confrontándole con esta nueva situación quizá consiga obligarle a confesar. Si es así espero que me lo digas inmediatamente.
—Lo haré, desde luego. ¿Me disculpa, compañero Elijah? Debo hablar con el capitán en privado.
—Por supuesto. Utiliza la sala de conferencias, está protegida contra interferencias.
Baley descubrió que no podía trabajar en nada durante la ausencia de R. Daneel, y permaneció sentado en un inquieto silencio. Muchas cosas dependían de que su análisis fuera correcto, y Baley era agudamente consciente de su falta de experiencia en robótica.
R. Daneel regresó al cabo de media hora..., que fue con mucho la media hora más larga de toda la vida de Baley. Intentar averiguar lo que había ocurrido por la expresión del impasible rostro del robot humanoide era imposible, naturalmente. Baley intentó que su rostro permaneciera igualmente impasible.
—¿Y bien, R. Daneel? —preguntó.
—Todo ha ocurrido tal y como usted dijo que ocurriría, compañero Elijah. El doctor Humboldt ha confesado. Dijo que contaba con que el doctor Sabbat cedería y permitiría que el doctor Humboldt se anotara su último gran triunfo científico. La crisis ha quedado resuelta, y estoy seguro de que el capitán sabrá expresarle adecuadamente su gratitud. Me ha dado permiso para decirle que admira enormemente la sutil agudeza de sus razonamientos, y creo que yo mismo estaré mejor considerado a partir de ahora por haberle sugerido que consultara con usted.
—Bien —dijo Baley. Descubrir que había acertado hizo que Baley fuera repentinamente consciente de que le temblaban las rodillas y de que tenía la frente cubierta de sudor—. Pero Daneel, por todos los cielos... No vuelvas a ponerme nunca en un compromiso semejante, ¿de acuerdo?
—Intentaré no hacerlo, compañero Elijah. Todo dependerá de la importancia de la crisis o de lo cerca que esté usted, o de cierto número de factores. Pero tengo una pregunta que hacerle...
—¿Sí?
—¿Acaso no era posible suponer que el paso de una mentira a la verdad podía resultar fácil mientras que el paso de la verdad a una mentira podía resultar difícil? Y en ese caso, ¿no era posible que el robot hubiera quedado afectado por el paso de la verdad a una mentira, y puesto que R. Preston estaba claramente afectado no se podía haber llegado a la conclusión de que el doctor Humboldt era inocente y el doctor Sabbat culpable?
—Sí, Daneel. Ese argumento era posible, pero fue el otro argumento el que resultó ser cierto. Humboldt confesó, ¿verdad?
—Sí, lo hizo. Pero dado que se trataba de una argumentación posible en ambas direcciones, compañero Elijah... ¿Cómo consiguió captar con tanta rapidez cuál era la correcta?
Baley frunció los labios durante un momento, y acabó relajándolos y dejando que se curvaran en una sonrisa.
—Porque tuve en cuenta las reacciones humanas y no las robóticas, Daneel. Sé bastante más sobre los seres humanos que sobre los robots, no lo olvides... En otras palabras, tenía cierta idea sobre cuál de los matemáticos era culpable incluso antes de interrogar a los robots. En cuanto hube provocado una respuesta asimétrica en ellos me bastó con interpretarla de forma que la culpabilidad recayera sobre quien yo creía que era el culpable. La respuesta robótica fue lo suficientemente espectacular para hacer que el culpable se desmoronase, pero es probable que mi análisis del comportamiento humano no hubiese bastado para provocar esa reacción.
—Siento curiosidad por saber cuál fue su análisis del comportamiento humano.
—¡Cielo santo, Daneel! Piensa un poco y no tendrás que hacer tantas preguntas... Aparte del asunto del verdadero y falso existe otro punto de asimetría en toda esta historia de la imagen en un espejo. Es la edad de los dos matemáticos: uno es muy viejo, y el otro es muy joven.
—Sí, naturalmente. ¿ Pero qué significa eso ?
—Examinemos el asunto. Puedo imaginarme a un hombre joven que se siente arrebatado por una idea repentina, sorprendente y revolucionaria y que decide exponérsela a un anciano al que ha considerado como un semidiós desde sus días de estudiante. No consigo imaginarme a un anciano cargado de honores y acostumbrado a los triunfos que se siente arrebatado por una idea repentina, sorprendente y revolucionaria consultando a un hombre siglos más joven que él a quien seguramente considerará como un mequetrefe..., o el término que utilicéis los espaciales. Aparte de eso si un joven tuviera la oportunidad de hacerlo, ¿ crees que intentaría robar la idea a un semidiós al que reverencia? No, me parece impensable. Por otra parte un anciano consciente de que sus dotes intelectuales han empezado a declinar bien podría aferrarse a una última oportunidad de obtener la fama y considerar que un bebé recién llegado a esa ciencia no tiene los mismos derechos que él. En pocas palabras, que Sabbat le robara la idea al doctor Humboldt no era concebible y el doctor Humboldt era culpable desde ambos ángulos.
R. Daneel pensó en lo que acababa de oír durante unos momentos y acabó ofreciendo su mano a Baley.