El Robot Completo (27 page)

Read El Robot Completo Online

Authors: Isaac Asimov

BOOK: El Robot Completo
2.86Mb size Format: txt, pdf, ePub

Se echó a reír de una forma un tanto alocada.

—Qué magnífico blanco iba a ser la división de Robótica, ¿eh, Breckenridge? Tan sólo unos cuantos miles de hombres muertos por una bomba CT capaz de barrer setecientos cincuenta kilómetros cuadrados en un microsegundo. Pero quinientos de esos hombres iban a ser nuestros más grandes científicos. Íbamos a encontrarnos en la peculiar posición de tener que luchar en una guerra sin cerebros, o rendirnos. Creo que nos hubiéramos rendido.

—Pero eso es imposible. Lynn, ¿me oye? ¿Comprende? ¿Cómo podrían los humanoides pasar nuestros controles de seguridad? ¿Cómo podrían unirse?

—¡Sin embargo, se están uniendo! Nosotros estamos ayudándoles a hacerlo. Les estamos ordenando que lo hagan. Nuestros científicos visitan el otro lado, Breckenridge. Los visitan regularmente a Ellos. Usted mismo señaló lo extraño que era el que nadie en robótica lo hiciera. Bien, diez de esos científicos siguen todavía allí, y en su lugar, diez humanoides están convergiendo hacia Cheyenne.

—Esa es una suposición ridícula.

—Creo que es buena, Breckenridge. Pero no funcionaría a menos que nosotros supiéramos que había humanoides en Estados Unidos, de modo que pudiéramos convocar la conferencia. Es una notable coincidencia el que usted trajera la noticia de la existencia de los humanoides, y sugiriera la conferencia, y sugiriera el orden del día, y esté controlándolo todo, y sepa exactamente cuáles científicos son invitados. ¿Se ha asegurado usted de que los diez correctos han sido incluidos?

—¡Doctor Lynn! —exclamó Breckenridge, ultrajado. Se lanzó hacia delante.

—No se mueva —dijo Lynn—. Tengo conmigo un lanzarrayos. Aguardaremos simplemente a que los científicos lleguen aquí, uno por uno. Uno por uno los pasaremos por los rayos X. Uno por uno, los monitorizaremos en busca de radiactividad. Ni siquiera dos de ellos podrán unirse sin haber sido chequeados antes, y si todos los quinientos están limpios, entonces le entregaré a usted mi lanzarrayos y me rendiré. Sólo que creo que encontraremos a los diez humanoides. Siéntese, Breckenridge.

Ambos se sentaron.

—Esperaremos —dijo Lynn—. Cuando me sienta cansado, Laszlo me sustituirá. Esperaremos.

El profesor Manuel Jiménez del Instituto de Estudios Superiores de Buenos Aires estalló mientras el avión estratosférico a reacción en el que viajaba estaba a cinco kilómetros encima del Valle del Amazonas. Fue una simple explosión química, pero fue suficiente como para destruir el avión.

El doctor Herman Liebowitz del M.I.T. estalló en un monorraíl, matando a veinte personas e hiriendo a otro centenar.

De manera similar, el doctor Auguste Marin del Instituto Nucleónico de Montreal y otros siete murieron en diversas etapas de su viaje a Cheyenne.

Laszlo entró en tromba, pálido y tartamudeante, con las primeras noticias de todo ello. Habían pasado solamente dos horas desde que Lynn se había sentado allí, frente a Breckenridge, lanzarrayos en mano.

—Pensé que estaba usted loco, jefe —dijo Laszlo—, pero tenía razón. Eran humanoides. Tenían que serlo. —Se volvió para mirar con ojos llenos de odio a Breckenridge—. Sólo que fueron avisados. Él les avisó, y ahora no ha quedado ninguno intacto. Ninguno que podamos estudiar.

—¡Dios Mío! —exclamó Lynn, y en un desesperado frenesí apuntó su lanzarrayos hacia Breckenridge y disparó. El cuello del hombre de Seguridad desapareció; el torso se derrumbó; la cabeza cayó, golpeó sordamente contra el suelo, y rodó sobre sí misma.

—No lo comprendí —gimió Lynn—. Pensé que era un traidor. Nada más.

Y Laszlo permaneció inmóvil allí de pie, la boca abierta, incapaz por el momento de hablar.

—Es cierto, él les avisó —dijo Lynn tensamente—. ¿Pero cómo pudo hacerlo mientras permanecía sentado en esta silla, a menos que estuviera equipado con un radiotransmisor implantado? ¿No lo comprende? Breckenridge había estado en Moscú. El auténtico Breckenridge aún sigue allí. Oh, Dios mío, eran once.

Laszlo consiguió emitir un ronco gruñido.

—¿Por qué él no estalló?

—Estaba demorándose, supongo, para asegurarse de que los otros habían recibido su mensaje y habían resultado destruidos como correspondía. Señor, señor, cuando usted trajo las noticias y me di cuenta de la verdad, temí no poder disparar lo suficientemente rápido. Sólo Dios sabe por cuantos segundos le gané.

—Al menos —dijo Laszlo temblorosamente—, tenemos uno para estudiar. —Se inclinó y palpó con los dedos el pegajoso liquido que rezumaba de los restos del cuello del decapitado cuerpo.

No era sangre, sino aceite de máquina de gran calidad.

Imagen en un espejo

Lije Baley acababa de decidir volver a encender su pipa cuando la puerta de su despacho se abrió sin una llamada preliminar o un aviso de cualquier otra clase. Baley alzó la mirada haciendo una mueca de irritación..., y dejó caer su pipa. El hecho de que no intentara recogerla decía mucho sobre su estado mental.

—R. Daneel Olivaw... —dijo con una mezcla de excitación y desconcierto—. ¡Por todos los cielos! Eres tú, ¿verdad? 

—En efecto —dijo el alto y bronceado recién llegado, y su rostro impasible no perdió ni por un momento su expresión de calma habitual—. Lamento sorprenderle entrando sin avisar, pero la situación es delicada y hay que implicar al mínimo número de robots y seres humanos posible..., incluso en este lugar. Me complace mucho volver a verle, compañero Elijah. 

El robot alargó la mano derecha en un gesto tan completamente humano como su apariencia. Baley seguía estando tan desconcertado que se quedó inmóvil durante unos momentos contemplando aquella mano como si no entendiera qué se esperaba de él. Pero después la estrechó entre las suyas sintiendo su cálida firmeza. 

—¿Pero por qué, Daneel? Eres bienvenido aquí en cualquier momento, pero... ¿Cuál es esa situación tan delicada de la que has hablado? ¿Volvemos a tener problemas? ¿Es que la Tierra...? 

—No, compañero Elijah, no es algo que afecte a la Tierra. A primera vista la situación que he calificado de delicada es algo insignificante, y se limita a una disputa entre matemáticos; pero dio la casualidad de que nos encontrábamos a un paso de la Tierra, por decirlo así, y... 

—Entonces esa disputa tuvo lugar en una nave espacial. 

—Sí, por supuesto. Fue una disputa sin importancia, aunque los humanos implicados en ella parecieron considerarla sorprendentemente grave. 

Baley no pudo evitar una sonrisa. 

—No me extraña que los seres humanos te resulten sorprendentes. No estamos sometidos a las Tres Leyes, recuérdalo. 

—Eso es una deficiencia, por supuesto —observó gravemente R. Daneel—, y creo que en ocasiones los seres humanos son capaces de sorprender incluso a los mismos seres humanos. Puede que usted se sorprenda menos que los espaciales debido a que en la Tierra hay muchos más seres humanos que en los Mundos Exteriores. Si es así, y creo que estoy en lo cierto, podrá ayudarnos. —R. Daneel hizo una pausa, y cuando siguió hablando Baley tuvo la impresión de que lo hacía más deprisa que de costumbre—. A pesar de todo he aprendido algunas de las reglas que rigen el comportamiento humano. Por ejemplo, según los patrones de conducta humanos creo que acabo de comportarme de una forma descortés ya que no le he preguntado por su mujer y su hijo. 

—Están bien. El chico está en la escuela, y Jessie se ha metido en la política local. Bueno, ya hemos cumplido con los requisitos de la cortesía... Ahora cuéntame cómo has llegado hasta aquí. 

—Como ya le he explicado podría decirse que estábamos a un paso de la Tierra —dijo R. Daneel—, y sugerí al capitán de la nave que consultáramos con usted. 

—¿Y el capitán aceptó? 

Baley tuvo una súbita visión del altivo capitán de una nave espacial de los Mundos Exteriores dando su permiso para posarse nada menos que en la Tierra..., ¡para consultar con un terrestre! 

—Creo que se hallaba en una situación tan complicada que habría aceptado cualquier sugerencia —dijo R. Daneel—. Además yo le hablé de usted y le alabé considerablemente, aunque estoy seguro de haber dicho sólo la verdad. Acabé aceptando encargarme de las negociaciones para que ningún pasajero o miembro de la tripulación se viera obligado a tener el más mínimo contacto con ninguna de las ciudades terrestres. 

—Y para que no tuviera que hablar con ningún terrestre, naturalmente... ¿Pero qué ocurrió exactamente? 

—Entre el pasaje de la nave espacial Eta Carina había dos matemáticos que iban a Aurora para asistir a una conferencia interestelar de neurobiofísica. La disputa tuvo lugar entre esos dos matemáticos..., Alfred Barr Humboldt y Gennao Sabbat. ¿Ha oído hablar de uno de ellos o de los dos, compañero Elijah? 

—No, no he oído hablar de ninguno de los dos —replicó Baley—. No sé nada de matemáticas. Daneel, supongo que no le habrás dicho a nadie que soy un entusiasta de las matemáticas o... 

—Desde luego que no, compañero Elijah. Ya sé que nunca le han interesado, pero eso no importa porque la naturaleza exacta de las matemáticas implicadas no tiene ninguna relevancia para el asunto. 

—Bueno, entonces adelante. 

—Dado que no conoce a ninguno de los dos matemáticos, compañero Elijah, permítame decirle que el doctor Humboldt ya ha entrado en su década número veintisiete de existencia... Disculpe, ¿decía algo? 

—Nada, nada —murmuró Baley con irritación. Se había limitado a lanzar una exclamación ahogada en una reacción natural a ese nuevo recordatorio de la vida prolongadísima que era habitual entre los habitantes de los Mundos Exteriores—. ¿Y todavía sigue activo a pesar de su edad? En la Tierra un matemático de más de treinta años ya no suele... 

—La opinión unánime es que el doctor Humboldt es uno de los tres matemáticos más eminentes de la Galaxia —dijo Daneel con su voz impasible de costumbre—, y sigue en activo, naturalmente. En cuanto al doctor Sabbat es muy joven y aún no ha cumplido cincuenta años, pero ya ha conseguido una gran reputación como el talento más notable de las más oscuras ramas de las matemáticas. 

—Así que los dos son grandes matemáticos, ¿eh? —dijo Baley. Se acordó de su pipa y la recogió, pero decidió que ya no valía la pena volver a encenderla y vació la cazoleta—. ¿Qué ocurrió? ¿Se ha cometido un asesinato? ¿Uno de ellos ha matado al otro o qué? 

—Uno de esos dos hombres de gran reputación está intentando destruir la del otro. Según los valores humanos, creo que puede considerarse que eso es algo peor que el asesinato físico. 

—Sí, supongo que a veces puede considerarse que lo es... Así que uno de ellos está intentando destruir la reputación del otro, ¿eh? ¿Por qué? 

—El porqué... Ése es el punto crucial, compañero Elijah: el porqué. 

—Continúa. 

—El doctor Humboldt ha expuesto su versión de los hechos con mucha claridad. Dice que antes de subir a bordo tuvo un destello de inspiración e imaginó un nuevo método de analizar los canales neurales a través de los cambios producidos en los esquemas de absorción de las microondas en las zonas corticales locales. Su inspiración acabó dando como resultado una técnica puramente matemática de extraordinaria sutileza, pero naturalmente no puedo comprender los detalles y me resulta imposible transmitirlos de forma comprensible; y de todas formas los detalles no son importantes. El doctor Humboldt siguió pensando en su idea, ya cada hora que pasaba estaba más convencido de tener entre manos algo realmente revolucionario que convertiría en insignificantes sus logros anteriores en el terreno de las matemáticas..., y entonces se enteró de que el doctor Sabbat también estaba a bordo. 

—Ah... ¿Y trató de ponerse en contacto con él? 

—Exactamente. Los dos habían coincidido en reuniones de carácter profesional con anterioridad, y cada uno de ellos conocía la gran reputación del otro. Humboldt fue a ver a Sabbat y le expuso su idea con gran detalle. Sabbat estudió el análisis de Humboldt, y se mostró muy generoso en sus alabanzas sobre la importancia del descubrimiento y su ingeniosa elaboración matemática. Sus palabras alentaron y tranquilizaron a Humboldt, y éste preparó un informe en el que describía de forma resumida las líneas generales de su trabajo, y dos días más tarde hizo que fuera enviado por onda subetérica a Aurora y al presidente adjunto de la conferencia para que éste pudiera dejar establecida de forma oficial su prioridad y hacer los arreglos necesarios a fin de que pudiera ser discutido antes de que terminaran las sesiones... y para sorpresa suya se enteró de que Sabbat había redactado un informe prácticamente idéntico al de Humboldt que había presentado como suyo, y que se preparaba para enviarlo a Aurora mediante la onda subetérica. 

—Supongo que Humboldt se pondría furioso. 

—¡Muchísimo! 

—¿Y Sabbat? ¿Cuál es su historia? 

—Exactamente la misma que la del doctor Humboldt palabra por palabra. 

—Bien, entonces... ¿Cuál es el problema?

—Que los dos informes son tan idénticos como un objeto y su imagen en un espejo salvo por el cambio de nombres. Según Sabbat fue él quien tuvo la idea y quien consultó a Humboldt; según Humboldt fue Sabbat quien estuvo de acuerdo con su análisis y lo alabó. 

—Así que cada uno afirma que la idea es suya y que el otro se la robó, ¿eh? Bueno, no me parece que haya ningún problema... En asuntos de la erudición siempre he creído que basta con exhibir las grabaciones del proceso de investigación debidamente fechadas y autentificadas. El juicio de prioridad puede establecerse a partir de esos datos. Aunque uno de los dos presentara una falsificación podría averiguarse mediante las contradicciones internas. 

—En circunstancias normales tendría razón al afirmar que no habría ningún problema, compañero Elijah, pero hablamos de matemáticas y no de una ciencia experimental. El doctor Humboldt afirma haber elaborado mentalmente los puntos esenciales, y dice que no puso nada por escrito hasta que inició la redacción del informe..., y el doctor Sabbat dice exactamente lo mismo, por supuesto. 

—Bien, entonces hay que ser un poco más drástico y usar otro método de comprobación. Somételes a un sondeo psíquico y averiguarás cuál de los dos está mintiendo. 

R. Daneel negó lentamente con la cabeza. 

—No comprende cómo son esos hombres, compañero Elijah. Pertenecen a la intelectualidad, y son miembros de la Academia de Ciencias. Eso impide que puedan ser juzgados por su conducta profesional salvo por un jurado de sus colegas profesionales..., a menos que decidan renunciar a ese derecho, naturalmente. 

Other books

Maxwell's Grave by M.J. Trow
The Outcast by Sadie Jones
Badge of Evil by Whit Masterson
The Undoer by Melissa J. Cunningham
The Hour of the Cat by Peter Quinn
Phoenix Burning by Bryony Pearce
Lazy Days by Clay, Verna