Authors: Isaac Asimov
Los Trópicos tenían la ciudad más nueva del mundo y en su sublime confianza juvenil recibía únicamente el nombre de "Capital City". Se extendía espléndida por las fértiles tierras altas de Nigeria, y al pie de las ventanas de Ngoma, más abajo, había vida y color, un sol ardiente y frecuentes chaparrones. El gorjeo de los pájaros multicolores era estridente y las estrellas parecían puntas de agujas brillantes en la noche oscura.
Ngoma se echó a reír. Era un hombre bello, muy negro, alto y de facciones enérgicas.
—Desde luego —dijo en un inglés bastante correcto, dando la sensación de hablar con la boca llena—, el Canal de Méjico va atrasado. ¡Qué diablos! ¡Un día u otro se terminará de todos modos, hombre!
—Todo iba bien hasta hace medio año.
Ngoma dirigió una atenta mirada a Byerley y sacando un cigarro del bolsillo mordió una punta, la escupió y encendió la otra.
—¿Es esto una investigación oficial, Byerley? ¿De qué se trata?
—Nada. Nada absolutamente. Entra dentro de mis funciones de Ordenador el ser curioso.
—Bien, si es sólo que te aburres y quieres pasar un rato..., la verdad es que andamos siempre cortos de mano de obra. Hay muchos trabajos en curso en los Trópicos. El Canal es uno de ellos...
—Pero ¿no ha predicho la Máquina la cantidad de mano de obra disponible para el Canal..., sin contar todos los demás proyectos en curso? Ngoma se puso una mano en la nuca y echó al aire unos círculos de humo azul.
—Era un poco deficiente.
—¿Es a menudo deficiente?
—No más de lo que es de esperar. No esperamos gran cosa de ella, Byerley. Le suministramos los datos. Tomamos los resultados. Hacemos lo que dice. Pero es sólo un expediente, un instrumento para economizar trabajo. Podríamos prescindir de ella, si fuese necesario. Quizá no tan bien. Quizá no tan rápidamente. Pero el final sería el mismo.
»Aquí tenemos confianza, Byerley, y éste es el secreto. ¡Confianza! Hemos ocupado nuevas tierras que llenaban miles de años esperándonos, mientras el resto del mundo ha sido destrozado por las asquerosas experiencias de la Era preatómica. No tenemos que comer lúpulo como en Oriente, no tenemos que preocuparnos de los rancios desperdicios del siglo pasado, como vosotros los Nórdicos.
»Hemos barrido la mosca tse-tsé y el mosquito anofeles, el pueblo ha visto que puede vivir al sol y le gusta. Hemos aclarado las selvas vírgenes y roturado el suelo; hemos encontrado carbón y petróleo en campos intactos y minerales sin cuento.
»Retiraos de aquí. Es lo único que pedimos al resto del mundo. Retiraos y dejadnos trabajar.
—Pero el Canal —interrumpió Byerley prosaicamente— hace seis meses que hubiera debido estar terminado. ¿Qué ha ocurrido?
—Perturbaciones obreras —dijo Ngoma, abriendo las manos. Buscó algo por entre los papeles que cubrían su mesa, pero renunció—. Tenía algo sobre esto por aquí —murmuró—, pero no importa. Una vez hubo escasez de mano de obra en Méjico por una cuestión de mujeres. No había bastantes mujeres por allí. Al parecer a nadie se le ocurrió alimentar la Máquina con datos sexuales.
Hizo una pausa para echarse a reír, encantado, y prosiguió:
—Espera un momento. Me parece que ya lo tengo... ¡Villafranca!
—¿Villafranca?
—Francisco Villafranca. Era el ingeniero encargado. Ocurrió no sé qué y hubo un corrimiento de tierras. Eso es. Eso es. No murió nadie pero el desorden fue terrible. ¡Un escándalo!
—¡Oh...!
—Hubo un error en sus cálculos. O por lo menos la Máquina lo dijo así. Le suministraron datos de Villafranca, suposiciones, y así. El material con que había empezado. Las respuestas fueron diferentes. Parece que las respuestas que Villafranca utilizó no tenían en cuenta el efecto de las fuertes lluvias en las cercanías de la brecha. O algo así. No soy ingeniero, ¿comprendes?...
»En todo caso, Villafranca armó un lío de mil diablos. Pretendió que la respuesta de la Máquina había sido diferente la primera vez. Que había seguido a la Máquina ciegamente. ¡Y dimitió! Le ofrecimos mantenerlo..., la duda era razonable, el trabajo anterior era satisfactorio, todo aquello que se dice..., en una posición subordinada, desde luego..., estábamos obligados..., los errores no pueden pasar inadvertidos..., es malo para la disciplina..., ¿Dónde estaba?
—Le ofrecisteis conservarlo.
—¡Ah, sí! Rehusó. Bien, en resumen, llevamos dos meses de retraso. ¡No es nada, qué diablos!
Byerley extendió la mano y apoyó las puntas de los dedos sobre la mesa
—¿Villafranca le echó las culpas a la Máquina, verdad?
—Pues... ¿no iba a echárselas a sí mismo, verdad? Mirémoslo serenamente; la naturaleza humana es una vieja amiga nuestra. Por otra parte, recuerdo algo más ahora... ¿Por qué diablos no podré encontrar los documentos cuando los necesito? Mi sistema de archivar no vale un pepino. Este Villafranca era miembro de una de vuestras organizaciones nórdicas. Méjico está demasiado cerca del Norte. A esto es debido en parte la perturbación.
—¿De qué organización estás hablando?
—La Sociedad Humanitaria, la llaman. Villafranca solía asistir a una conferencia anual en Nueva York. Un atajo de chiflados, pero inofensivos. No les gustan las Máquinas; dicen que destruyen la iniciativa personal. De manera que, como es natural, Villafranca echó la culpa a la Máquina... Yo no acabo de entenderlo tampoco. ¿Es que en Capital City parece que la raza humana esté siendo apartada de la iniciativa? Y Capital City siguió tendida bajo el glorioso y dorado sol; la más joven y moderna creación del "Homo Metrópolis".
La Región Europea a) Superficie: 7.000.000 kilómetros cuadrados.
b) Población: 300.000.000 de habitantes.
c) Capital: Ginebra.
La Región Europea era una anomalía bajo varios conceptos. En superficie, era con mucho la menor; ni un quinto de la superficie de la Región Tropical y ni un quinto de la población de la Región Oriental. Geográficamente, tenía cierta semejanza con la Europa de la era preatómica, ya que excluía lo que había sido la Rusia europea e Islas Británicas, mientras incluía las costas Mediterráneas de África y Asia y, en un extraño salto a través del Atlántico, Argentina, Chile y el Uruguay.
No era tampoco probable que mejorase su "status vis-a-vis" de sus demás regiones de la Tierra, excepto por el vigor que estas provincias americanas le prestaban. De todas la Regiones, era la única que mostró un franco declive de la población durante el medio siglo pasado. Sólo ella había dejado de extender seriamente sus facilidades productivas o aportar algo radicalmente nuevo a la cultura humana.
—Europa —decía madame Szegeczowska, en su medio francés—, es esencialmente un apéndice económico de la Región Nórdica. Lo sabemos, pero no nos importa.
—Y sin embargo —le hizo ver Byerley—, tienen ustedes una Máquina propia, y no están seguramente bajo una presión económica del otro lado del océano.
—¡Una Máquina! ¡Bah! —encogió sus delicados hombros y dejó que una leve sonrisa se filtrase por sus labios mientras encendía un cigarrillo con sus largos dedos—. Europa es un lugar soñoliento. Y todos nuestros hombres que no consiguen emigrar al trópico están cansados y aburridos de todo esto. Usted mismo pude ver en qué consiste la tarea de Viceordenadora. En fin, afortunadamente no es un papel difícil, y no espera gran cosa de mí. En cuanto a Máquina..., ¿qué sabe decir fuera de "Haz esto y será mejo para vosotros"? Pero ¿qué es lo mejor para nosotros? Pues es una apéndice económico de la Región Nórdica...
»¿Y esto es acaso tan terrible? No hay guerras. Vivimos en paz... y es agradable después de setecientos años de guerras. Somos viejos, mister. En nuestras fronteras tenemos las que fueron cuna de la viejas civilizaciones. Tenemos Egipto y Mesopotamia; Creta y Sicilia; Asia Menor y Grecia. Pero los tiempos antiguos no son necesariamente unos tiempos infelices. Puede hallarse fruición...
—Quizá tenga usted razón —dijo Byerley, afablemente—. Por lo menos el "tempo" de la vida no es tan intenso como en otras regiones. Es una atmósfera agradable.
—¿Verdad? Van a traer el té, mister Byerley. ¿Quiere indicarme su preferencia sobre la leche y el azúcar?... Gracias.
Tomó un sorbo de té con elegancia; después continuó:
—Es agradable. El resto de la Tierra se ha convertido en una lucha continua. Aquí encuentro un paralelo; un paralelo interesante. Hubo un tiempo en que Roma era dueña del mundo. Había adoptado la dulzura y civilización de Grecia; una Grecia que no había estado nunca unida; que se había arruinado en la guerra y estaba languideciendo en un estado de decadente ruina. Roma la unió, aportó la paz y le permitió vivir una vida de seguridad sin gloria. Se ocupó de su filosofía y de su arte, lejos del estruendo y de la agitación de la guerra. Era una especie de muerte, pero de una muerte tranquila con pequeños intervalos, unos cuatrocientos años.
—Y sin embargo —interrumpió Byerley—, Roma cayó y el sueño de opio tocó a su fin.
—No había ya bárbaros para derrumbar la civilización.
—Nosotros podemos ser nuestros propios bárbaros, Madame Szegeczowska. ¡Ah!..., quería hablarle de una cosa. Las minas de mercurio de Almadén han disminuido considerablemente de producción. ¿El mineral no debe haber disminuido más rápidamente de lo previsto, supongo? Los pequeños ojos grises de la muchacha se fijaron en Byerley.
—Los bárbaros..., la caída de la civilización..., el probable fracaso de la Máquina... El proceso de sus ideas es muy transparente, monsieur.
—¿Sí? Veo que me hubiera convenido tratar con hombres, como hasta ahora. ¿Considera usted que el asunto de Almadén es culpa de la Máquina?
—En absoluto, pero me parece que usted sí lo es. Usted es nativo de la Región Nórdica. La Oficina Central de Coordinación está en Nueva York. Y hace ya tiempo que he observado que ustedes, los nórdicos, carecen de fe en la Máquina.
—¿Nosotros?
—Hay una Sociedad Humanitaria que tiene mucha fuerza en el Norte, pero no consigue hacer adeptos en la fatigada y vieja Europa, que sólo anhela dejar tranquila a la débil Humanidad. Con toda seguridad, es usted uno de los confiados nórdicos y no uno de los cínicos del viejo continente.
—¿Tiene esto relación con Almadén?
—¡Oh, sí, creo que sí! Las minas están bajo el control de la Consolidated Cinnabar, que es con toda certeza una compañía nórdica, con la oficina central en Nikolaev. Personalmente, dudo de que el Consejo de Administración haya consultado para nada la Máquina. En la conferencia del mes pasado, dijeron que lo habían hecho, y desde luego, no tenemos ninguna prueba de lo contrario, pero no me atrevería a dar crédito a un nórdico en este asunto, sin ánimo de ofender, de ningún modo. Sin embargo, espero que todo acabará bien.
—¿En qué sentido, mi querida madame?
—Debe usted comprender que las irregularidades económicas de estos últimos meses -que, aun cuando insignificantes comparadas con las grandes tormentas del pasado, son sin embargo, perturbadoras para nuestros espíritus sedientos de paz-, han causado considerables inquietudes en la provincia española. Tengo entendido que la Consolidated Cinnabar va a vender a un grupo de españoles. Es consolador. Si somos vasallos económicos del Norte, es humillante ver el hecho proclamado con excesiva ostentación. Y se puede confiar más en nuestro pueblo para seguir los consejos de la Máquina.
—¿Entonces, cree usted que no habrá más disturbios?
—Estoy seguro de ello... En Almadén, por lo menos.
La Región Norte: a) Superficie: 27.000.000 de kilómetros cuadrados.
b) Población: 800.000.000 de habitantes.
c) Capital: Ottawa.
La Región Norte, en más de un concepto, se llevaba la supremacía.
La cosa quedaba bien de manifiesto en el mapa del las oficinas del Viceordenador de Ottawa, Hiram Mackenzie, en el cual el Polo Norte ocupaba el centro. A excepción de Europa con sus regiones escandinavas e islándicas, toda la zona americana estaba incluida en la Región Nórdica.
Vagamente, podía ser dividida en dos zonas principales. Ala izquierda del mapa se veía toda América del Norte por encima de Río Grande. A la derecha abarcaba todo lo que había sido un tiempo la Unión Soviética.
Estas dos áreas juntas representaban el poder central del planeta durante los primeros años de la Edad Atómica. Entre las dos estaba la Gran Bretaña, lengua de la región que lamía Europa. En todo lo alto del mapa, torcidas en una extraña y contorsionada forma, estaban Australia y Nueva Zelanda, también miembros de las provincias de la Región.
Todos los cambios sufridos durante los últimos decenios no habían alterado todavía el hecho de que el Norte era el gobernante económico del planeta.
Había por lo tanto, una especie de simbolismo ostentoso en el hecho de que todos los mapas que Byerley había visto, sólo el de Mackenzie mostraba toda la Tierra, como si el Norte no temiese la competencia ni necesitase favoritismo para proclamar su supremacía.
—Imposible —dijo tristemente Mackenzie, levantando su vaso de "whisky"—. Mister Byerley, no tiene usted entrenamiento técnico en robótica, según tengo entendido.
—No, no lo tengo.
—¡Humm!... Bien, es lamentable, en mi opinión, que ni Ching, ni Ngona ni Szegeczowska lo tengan tampoco. Prevalece con exceso entre los pueblos de la Tierra la opinión de que un Ordenador tiene que ser meramente un organizador capaz, de conocimientos generalizados y una persona amable. En nuestros días deberían entender en robótica también..., sin propósito de ofensa...
—No la hay. Estoy de acuerdo con usted.
—Tomo, por ejemplo, lo que ha dicho usted ya; que le preocupan las recientes pequeñas perturbaciones que se han producido en la economía mundial. No sé de quién sospecha, pero ha ocurrido ya en el pasado que el pueblo, que debería tener otra opinión, se pregunte qué ocurrirá si se alimenta la Máquina con falsos datos
—¿Y qué ocurriría, mister Mackenzie?
—Pues... —dijo el escocés moviéndose y suspirando—, todo dato recogido pasa por un complicado sistema de pantallas que comporta un control a la vez humano y mecánico, de manera que el problema no es probable que se suscite. Pero dejemos esto. Los humanos pueden equivocarse, son corruptibles, y los dispositivos mecánicos ordinarios son susceptibles de fallo mecánico.
»El punto crucial del asunto es que lo que llamamos un "dato erróneo" es incompatible con todos los demás datos conocidos. Es el único criterio que tenemos de lo exacto y lo inexacto. Es igualmente el de la Máquina. Ordénele, por ejemplo que dirija la actividad agrícola sobre la base de una temperatura media en julio, en Iowa, de 14º C. No lo aceptará. No dará respuesta. No porque tenga prejuicio alguno contra esta determinada temperatura ni pueda dejar de contestar, sino porque, a la luz de los demás datos que se le han dado a través de un cierto número de años, sabe que las probabilidades de una temperatura media de 14C. en Iowa, en julio, son prácticamente nulas. Rechaza el dato.