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Authors: Isaac Asimov

El Robot Completo (76 page)

BOOK: El Robot Completo
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El mensaje llegó vía rayos láser transmitidos por circuito cerrado, encubierto, desordenado y normalmente impenetrable, pero Bogert estaba exasperado. Sabía que sería posible descifrarlo si alguien con la suficiente capacidad tecnológica -el Gobierno por ejemplo- así se lo proponía. La única verdadera garantía de seguridad estaba en el hecho de que el Gobierno no tenía ningún motivo para intentarlo. Al menos en eso confiaba Bogert.

—Por el amor de Dios, ¿tenías que llamar? —exclamó. Madarian le ignoró por completo.

—Ha sido una inspiración —dijo—. Una verdadera genialidad, te lo digo yo.

Bogert se quedó un instante con los ojos fijos en el auricular.

—No me digas que tienes la respuesta. ¿Tan pronto? —gritó luego, incrédulo.

—¡No, no! Danos un poco de tiempo, maldita sea. Quiero decir que el asunto de la voz ha sido una inspiración. Fíjate bien, después del traslado desde el aeropuerto hasta el edificio principal de Flagstaff, descargamos a Jane y ella salió de la caja. Todos los hombres presentes dieron un paso atrás al verla. ¡Asustados! ¡Sin saber qué hacer! Si ni siquiera los científicos son capaces de comprender las leyes de la robótica, ¿qué podemos esperar del individuo medio sin ninguna formación? Durante un minuto me dije: «Todo habrá sido inútil. No hablarán. Sólo pensarán en encontrar alguna escapatoria rápida por si ella pierde el juicio y serán incapaces de pensar en otra cosa».

—Bueno, entonces, ¿adonde quieres ir a parar?

—Pues entonces ella les saludó de manera rutinaria: «Buenas tardes, caballeros. Encantada de conocerles», dijo. Y lo pronunció en hermoso contralto... Y la cosa ya estuvo hecha. Un hombre se arregló la corbata y otro se pasó los dedos por los cabellos. Lo que de verdad me sorprendió fue ver al tipo más viejo del lugar parándose realmente a comprobar si llevaba abrochada la bragueta. Ahora todos van locos tras ella. Ha bastado la voz para lograrlo. Ella ya no es un robot; es una chica.

—¿Quieres decir que están hablando con ella?

—¡Qué si están hablando con ella! Ya lo creo. Debería haberle programado entonaciones sensuales. De haberlo hecho ahora estarían intentando citarse a solas con ella. Hablando de reflejos condicionados, fíjate bien, los hombres responden a las voces. En los momentos más íntimos, ¿miran acaso? Lo importante es la voz que se oye...

—Sí, Clinton, me parece recordar. ¿Dónde está ahora Jane?

Con ellos. No quieren soltarla ni un momento.

—¡Maldita sea! Vete con ella. No la pierdas de vista, hombre.

Las llamadas de Madarian, durante su estancia de diez días en Flagstaff, se hicieron después menos frecuentes, y su entusiasmo fue decreciendo progresivamente.

Jane escuchaba atentamente, informó y de vez en cuando respondía. Seguía siendo popular. Se le permitía entrar en todas partes. Pero no se obtenían resultados visibles.

—¿Nada en absoluto? —preguntó Bogert. Madarian se puso en el acto a la defensiva.

—No puede decirse que nada en absoluto. Es imposible decir eso en el caso de un robot intuitivo. No sabemos qué puede estar ocurriendo en su interior. Esta mañana le ha preguntado a Jensen lo que había desayunado.

—¿Rossiter Jensen, el astrofísico?

—Claro, naturalmente. Luego ha resultado que esta mañana no había desayunado. Bueno, una taza de café.

—Conque Jane está aprendiendo a tener charlas intrascendentes. Eso difícilmente puede compensar el gasto...

—Oh, no seas cabezota. Nada es charla intrascendente para Jane. Lo ha preguntado porque le interesaba para algún tipo de correlación cruzada que estaba formulando en su mente.

—¿Qué puede...?

—¿Cómo voy a saberlo? Si lo supiera, yo mismo sería Jane y no la necesitaríamos a ella. Pero tiene que significar algo. Jane lleva programada una alta motivación para obtener una respuesta al problema de localizar un planeta de habitabilidad y distancia óptimas y...

—Comunícate conmigo cuando lo haya logrado y no antes. Realmente no necesito recibir una descripción paso a paso de las posibles correlaciones.

La verdad es que no esperaba que le notificaran el éxito e la misión. Con los días, fue apagándose el entusiasmo de Bogert, de modo que cuando por fin recibió la noticia, no estaba preparado. Y la recibió al final de todo.

—Esa última ocasión, cuando llegó el mensaje apoteósico de Madarian, éste le habló casi en un susurro. La exaltación había descrito un círculo completo y Madarian había caído en una reverente parsimonia.

—Lo ha logrado —dijo—. Lo ha logrado. Y lo ha conseguido cuando yo ya estaba a punto de darme por vencido. Después de haber recibido toda la información disponible y casi toda ella por duplicado o triplicado, sin decir jamás una palabra que pareciera sugerir algo... Ahora estoy en el avión, de regreso. Acabamos de despegar.

Bogert consiguió recuperar el aliento.

—No juegues conmigo, amigo. ¿Tienes la
respuesta
? Si es así, dímelo, sin rodeos.

—Ella tiene la respuesta. Me ha dado la respuesta. Me ha dado los nombres de tres estrellas situadas en un radio de ochenta años luz con entre un sesenta y un noventa por ciento de probabilidades, dice ella, de poseer un planeta habitable cada una. Al menos en un caso, la probabilidad es de 0,972. Es prácticamente seguro. Y esto es sólo el principio. Una vez de regreso, podrá exponernos la línea exacta de razonamiento que le ha permitido llegar a esta conclusión, y puedo vaticinar que toda la ciencia de la astrofísica y la cosmología quedarán...

—¿Estás seguro...?

—¿Crees que sufro alucinaciones? Tengo un testigo. El pobre tipo ha saltado más de medio metro en el aire cuando Jane ha comenzado a desgranar súbitamente la respuesta en su magnífica voz...

Y entonces se produjo el impacto del meteorito, y la consiguiente y completa destrucción del aparato dejó a Madarian y al piloto reducidos a trocitos de carne sanguinolenta y fue imposible recuperar ningún resto aprovechable de Jane.

En Norteamericana de Robots no se había visto nunca un desaliento tan profundo. Robertson intentó consolarse pensando que la misma integridad de la destrucción había encubierto totalmente las ilegalidades en que había incurrido la empresa.

Peter movía tristemente la cabeza y se lamentaba:

—Hemos perdido la mejor oportunidad que jamás ha tenido Norteamericana de Robots de lograr una imagen pública intachable; una oportunidad de superar el condenado complejo de Frankenstein. Habría sido un gran paso para los robots que uno de ellos obtuviese la solución del problema del planeta habitable, después de que otros robots ya habían contribuido a descubrir el salto espacial. Los robots nos habrían abierto la galaxia. Y si al mismo tiempo hubiéramos podido hacer avanzar los conocimientos científicos en una docena de direcciones distintas, como sin duda habríamos hecho... Oh, Cielos, es imposible calcular los beneficios que ello hubiera reportado a la especie humana, y a nosotros, naturalmente.

—Podríamos construir otras Janes, ¿no? —dijo Robertson—. ¿Aun sin Madarian?

—Desde luego que sí. Pero ¿podemos contar con que vuelva a establecerse la correlación adecuada otra vez? ¿Quién sabe cuan baja era la probabilidad de ese resultado final? ¿Y si a Madarian le hubiera favorecido por una vez la suerte de los principiantes seguida luego de una mala suerte aun más fantástica? Que un meteorito haya hecho blanco... Es simplemente increíble...

—Pudo ser... intencionado —dijo Robertson en un vacilante susurro—. Quiero decir, si no debíamos de saberlo, y si el meteorito fue un dictamen de...

Enmudeció bajo la mirada inquisitiva de Bogert.

—No habrá sido una pérdida total, espero —dijo Bogert—. Sin duda otras Janes podrán sernos útiles en algún sentido. Y podemos dotar a otros robots de voces femeninas, si eso puede contribuir a favorecer su aceptación por parte del público, aunque me pregunto qué dirán las mujeres. ¡Si sólo supiéramos qué dijo Jane-5!

—En su última llamada, Madarian dijo que había un testigo.

—Lo sé —dijo Bogert—. He estado reflexionando sobre ello. ¿Creen que no me he puesto en contacto con Flagstaff? Nadie en todo el lugar le oyó decir nada fuera de lo corriente a Jane, nada que sonase como una respuesta al problema del Planeta habitable, y desde luego cualquiera de ellos habría identificado la respuesta, caso de producirse..., o al menos había reconocido que podía ser una respuesta. ¿Creen que Madarian puede haber mentido? ¿O que se nacía vuelto loco? Tal vez intentaba cubrirse las espaldas... ¿Quiere decir que tal vez estuviera intentando salvar su reputación, fingiendo que tenía la respuesta, para luego manipular a Jane impidiéndole hablar y entonces poder decir: «Oh, lo siento, debió de ser algo accidental. ¡Oh, maldita sea!»? No puedo aceptarlo ni por un instante. Puestos en ese plan, podríamos suponer que también organizó la caída del meteorito.

—¿Qué podemos hacer, pues?

—Concentrarnos otra vez en Flagstaff —dijo Bogert abatido—. La respuesta tiene que estar allí. Tengo que profundizar más, eso es todo. Me iré allí y charlaré con un par de personas del departamento de Madarian. Tenemos que registrar ese lugar de arriba abajo y de uno a otro extremo.

—Pero, aun cuando hubiera un testigo y éste lo hubiese oído todo, ¿de qué nos serviría, si ya no tenemos a Jane para que nos explique el proceso?

—Cualquier pequeña información puede ser útil. Jane citó los nombres de las estrellas; probablemente según los números del catálogo, pues ninguna de las estrellas bautizadas tiene la menor probabilidad. Si alguien es capaz de recordar habérselo oído decir y también recuerda incluso el número del catálogo, o si lo oyó con la claridad suficiente para poder recuperarlo a través de una psicoprueba si falla el recuerdo consciente, en tal caso ya tendríamos algo. Con los resultados obtenidos al final, y los datos que se proporcionaron a Jane al principio, tal vez pudiéramos reconstruir la línea de razonamiento; tal vez lográsemos recuperar la intuición. Si lo consiguiésemos, la partida estaría salvada...

Bogert regresó al cabo de tres días, callado y totalmente deprimido. Cuando Robertson le preguntó ansioso si había conseguido algo, movió negativamente la cabeza.

—¡Nada!

—¿Nada?

—Absolutamente nada. He hablado con todos los hombres de Flagstaff, con todos los científicos, técnicos, estudiantes que tuvieron algún contacto con Jane; todos los que al menos la habían visto. No eran demasiados; debo reconocer que Madarian fue discreto en ese aspecto. Sólo dejó que la vieran quienes podían proporcionarle algún conocimiento planetológico. En conjunto, treinta y tres hombres habían visto a Jane y sólo doce de ellos habían hablado con ella a un nivel no estrictamente casual.

»Les he hecho repasar una y otra vez todo lo que dijo Jane. Lo recordaban todo muy bien. Son hombres de agudo ingenio que participaban en un experimento crucial relacionado con
su
especialidad, de modo que tenían todas las motivaciones para recordar. Y se encontraban ante un robot parlante, algo sorprendente de por sí, el cual además hablaba como una actriz de la televisión. Era imposible que lo olvidaran.

—Tal vez una psicoprueba... —sugirió Robertson.

—Si alguno de ellos tuviera la más remota idea de que algo había sucedido, lograría sonsacarle su consentimiento para realizar la prueba. Pero no tenemos la menor excusa y no podemos poner a prueba a dos docenas de hombres que se ganan la vida con su cerebro. Sinceramente, no cuente con mi colaboración para eso. Si Jane hubiera mencionado tres estrellas y hubiera dicho que poseían planetas habitables, su cerebro habría echado chispas, como tocado por un fuego de artificio. ¿Cómo podría haberlo olvidado ninguno de ellos?

—Entonces, tal vez alguno mienta —dijo Robertson sombrío—. Desea conservar la información para su propio uso, para reivindicar más adelante toda la fama.

—¿Y de qué le serviría? —dijo Bogert—. Para empezar, todos los demás especialistas saben exactamente para qué estaban allí Madarian y Jane. Y en segundo lugar, también conocen el motivo de mi visita. Si en cualquier momento futuro, alguno de los hombres que ahora trabajan en Flagstaff se descuelga de pronto con una teoría de un planeta habitable sorprendentemente nueva y distinta, pero válida, todos los demás hombres presentes en Flagstaff y todo el personal de Norteamericana de Robots sabrán en el acto que la teoría es robada. Jamás lograría hacerla pasar por suya.

—Entonces, el mismo Madarian se engañó por algún motivo.

—Tampoco veo la forma para poder creer eso. Madarian tenía una personalidad irritante..., todos los robosicólogos tienen personalidades irritantes, creo; ésa debe de ser la razón que trabajen con robots y no con seres humanos. Pero no era tonto. No
pudo
equivocarse en algo así.

—Entonces...

Pero Robertson había agotado las posibles conjeturas. Habían topado con una pared en blanco y todos se quedaron mirándose desconsolados durante algunos minutos. Finalmente Robertson volvió a cobrar vida.

—Peter...

—¿Sí?

—Consultémoslo a Susan. 

Bogert se puso rígido.

—¿Cómo?

—Que se lo consultemos a Susan. Llamémosla y pidámosle que venga.

—¿Para qué? ¿Qué puede hacer en realidad?

—No lo sé. Pero también es robosicóloga, y tal vez comprenda a Madarian mejor que todos nosotros. Además, ella... Oh, qué demonios, siempre tuvo más seso que cualquiera de nosotros.

—Tiene casi ochenta años.

—Y tú tienes setenta. ¿Qué hay con eso? Bogert suspiró. ¿Habría perdido su lengua corrosiva algo de su aspereza en esos años de retiro?

—Bueno, se lo pediré —dijo.

Susan Calvin entró en el despacho de Bogert y lanzó una lenta ojeada a su alrededor antes de fijar la mirada en el director de investigación. Había envejecido mucho desde su jubilación. Tenía los cabellos de un tenue color blanco y la cara toda arrugada. Estaba tan delgada que casi parecía transparente, y sólo sus ojos, penetrantes e inflexibles, recordaban aún a la mujer de antaño.

Bogert se adelantó con gesto cordial y le alargó la mano.

—¡Susan!

Susan Calvin la cogió entre las suyas.

—Tienes bastante buen aspecto, Peter, para ser un anciano —dijo—. En tu lugar, yo no esperaría al año que viene. Retírate ahora y da paso a los jóvenes... Y Madarian ha muerto. ¿Me has llamado para pedirme que vuelva a ocupar mi antiguo puesto? ¿Estás decidido a conservar las antiguallas hasta pasado un año de su verdadera muerte física?

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