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Authors: Isaac Asimov

El Robot Completo (75 page)

BOOK: El Robot Completo
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Y continuaron charlando un largo rato a partir de allí.

Los fondos concedidos eran bastante insuficientes, pero Madarian ya contaba con la costumbre de gastar buenos dineros una vez entregados los malos. Ante el riesgo de perder irremisiblemente doscientos millones cuando con otros cien millones podrían salvarse, no cabía duda de que se aprobaría la concesión de los cien millones adicionales.

Finalmente, Jane-1 estuvo construida y fue presentada en sociedad. Peter Bogert lo -la- examinó gravemente.

—¿Por qué esa cintura estrecha? —dijo—. Sin duda ello introduce una debilidad mecánica.

Madarian rió entre dientes.

—Oye una cosa, si vamos a llamarla Jane, no tiene sentido darle el aspecto de un Tarzán.

Bogert meneó la cabeza.

—No me gusta. Pronto la hincharás más arriba para producir el efecto de unos senos, y sería una idea nefasta. Puedo decirte exactamente qué tipo de ideas perversas se les ocurrirán a las mujeres si comienzan a pensar que los robots pueden parecerse a ellas, y tendrás que enfrentarte con una verdadera hostilidad por su parte.

—Es posible que en eso tengas razón —dijo Madarian—. Ninguna mujer quiere sentirse sustituible por algo sin ninguno de sus defectos. De acuerdo.

Jane-2 no tenía la cintura estilizada. Era un robot sombrío que raras veces se movía, y hablaba aun con menos frecuencia.

Durante su construcción, Madarian sólo había corrido muy de tarde en tarde al despacho de Bogert con alguna noticia, señal segura de que las cosas no iban muy bien. La efervescencia de Madarian en momentos de éxito resultaba arrolladora. No habría vacilado en invadir el dormitorio de Bogert a las tres de la madrugada con una noticia de última hora, incapaz de esperar a comunicársela por la mañana. De eso Bogert estaba seguro.

Ahora Madarian parecía deprimido, su habitual discurso florido se había apagado casi por completo, sus mejillas rollizas estaban como hundidas.

—No quiere hablar —dijo Bogert, con la sensación de dar en el clavo.

—Oh, hablar, sí habla. —Madarian se sentó pesadamente y comenzó a mordisquearse el labio inferior—. Al menos de vez en cuando —dijo.

Bogert se levantó y dio una vuelta alrededor del robot.

—Y cuando habla, lo que dice no tiene sentido, supongo. Bueno, pues si no habla, no es mujer, ¿no crees?

Madarian intentó esbozar una débil sonrisa y luego renunció a ello.

—El cerebro, aislado, funcionaba.

—Lo sé —dijo Bogert.

—Pero una vez ese cerebro estuvo al frente del aparato físico del robot sufrió necesariamente una modificación, como es lógico.

—Desde luego —convino Bogert, sin saber qué decir.

—Pero ha sido una modificación imprevisible y frustrante. El problema es que cuando se opera con un cálculo de incertidumbre de
n
dimensiones, las cosas son...

—¿Inciertas? —dijo Bogert. Estaba sorprendido ante su propia reacción. La inversión de la compañía ya había alcanzado dimensiones considerables y habían transcurrido casi dos años; sin embargo, los resultados, para decirlo amablemente, eran decepcionantes. Con todo, allí estaba azuzando a Madarian y divirtiéndose con todo el asunto.

Casi furtivamente, Bogert se preguntó si la ausente Susan Calvin no le estaría azuzando a él. Madarian era de una efervescencia y efusividad muy superiores a las que jamás hubiera podido llegar a manifestar Susan cuando las cosas iban bien. También era muchísimo más vulnerable en los momentos bajos, cuando las cosas no marchaban bien. Susan, en cambio, no flaqueaba precisamente en las situaciones difíciles. Madarian constituía un blanco casi perfecto como compensación por el blanco que nunca se había permitido ofrecer Susan.

Madarian no reaccionó ante el último comentario de Bogert, como tampoco habría reaccionado Susan Calvin; pero, no por desprecio, que habría sido la reacción de Susan, sino porque no lo oyó.

—El problema está en la identificación —dijo intentando explicarse—. Jane-2 está estableciendo magníficas correlaciones. Es capaz de hacer correlaciones sobre cualquier tema, pero una vez hecho esto, no sabe distinguir un resultado valioso de otro inservible. Averiguar la manera de programar un robot para que identifique una correlación significativa, cuando se ignora qué correlaciones establecerá, no es problema sencillo.

—Imagino que ya habrás pensado en la posibilidad de reducir el potencial de la conexión de diodos W-21 y hacer saltar la chispa entre los...

—No, no, no, no... —La voz de Madarian se desvaneció en un susurrante disminuendo—. No podemos hacer que vaya soltándolo todo. Se trata de lograr que identifique la correlación crucial y saque la correspondiente conclusión. Una vez conseguido esto, un robot Jane lograría intuitivamente una respuesta, ¿comprendes? Algo que nosotros no conseguiríamos excepto por un rarísimo golpe de suerte.

Tengo la impresión —dijo secamente Bogert— de que si tuvieras un robot así le harías hacer rutinariamente lo que, entre los humanos, sólo es capaz de lograr algún que otro ser genial.

Madarian asintió vigorosamente.

Exactamente, Peter. Ya lo habría dicho antes sí no hubiera temido asustar a los ejecutivos. Por favor, no lo repitas en la reunión.

—¿De verdad quieres un robot genio?

—¿Qué importancia tienen las palabras? Estoy intentando conseguir un robot con la capacidad de establecer correlaciones al azar a enormes velocidades y que posea a la vez un elevado cociente de identificación de la significación clave. Y estoy intentando traducir estas palabras a un campo positrónico de ecuaciones. Y la verdad es que creía haberlo logrado, pero no es así. Aún no.

Miró a Jane-2 con ojos de descontento y preguntó:

—¿Cuál es la mejor significación que has logrado, Jane? 

La cabeza de Jane-2 giró para mirar a Madarian, pero no emitió ni un solo sonido, y Madarian suspiró resignado:

—Ha introducido la pregunta en los bancos de correlación.

—No estoy segura —dijo al fin Jane-2 sin entonación. Era el primer sonido que pronunciaba. Madarian levantó la mirada.

—Está efectuando un proceso equivalente a la formulación de ecuaciones con soluciones indeterminadas.

—Lo suponía —dijo Bogert—. Escúchame, Madarian, ¿puedes lograr algo a partir de aquí, o lo abandonamos ahora y dejamos nuestras pérdidas en quinientos millones?

—Oh, lo conseguiré —musitó Madarian.

Jane-3 no fue la solución. Nunca llegó ni siquiera a estar activada y Madarian estaba hecho una furia.

Fue un error humano. Culpa suya, para ser totalmente exactos. Sin embargo, aunque Madarian sufrió una completa humillación, los demás mantuvieron la calma. Quien jamás haya cometido un error en las terriblemente complicadas matemáticas del cerebro positrónico puede cumplimentar el primer escrito de rectificación.

Transcurrió casi un año antes de que Jane-4 quedara terminada. Madarian volvía a rebosar de entusiasmo.

—Lo ha logrado —anunció—. Posee un elevado cociente de identificación.

Su confianza en los resultados era suficiente como para presentarla ante el Consejo de Dirección y hacerla resolver problemas. No problemas matemáticos; cualquier robot era capaz de hacerlo; sino problemas formulados en términos deliberadamente engañosos sin llegar a ser inexactos.

—La verdad es que eso no cuesta mucho —dijo luego Bogert.

—Claro que no. Es una cosa elemental para Jane-4, pero algo tenía que mostrarles, ¿no?

—¿Sabes cuánto llevamos gastado hasta el momento?

—Vamos, Peter, no me vengas con esto ahora. ¿Sabes cuánto obtendremos a cambio? Estas cosas no caen en saco roto, ya lo sabes. Por si te interesa, te diré que llevo más de tres años sufriendo por este asunto, pero al fin he conseguido desarrollar nuevas técnicas de cálculo que nos permitirán economizar más de cincuenta mil dólares con cada nuevo tipo de cerebro positrónico que diseñemos de ahora en adelante. ¿De acuerdo?

—Sí, pero...

—No me vengas con peros. Así es. Y personalmente, tengo la sensación de que el cálculo de la incertidumbre n-dimensional puede tener toda una serie de nuevas aplicaciones si tenemos la inventiva necesaria para descubrirlas, y mis robots Jane
las descubrirán
. Una vez logrado exactamente lo que busco, la nueva serie JN quedará amortizada en el plazo de cinco años, aunque tripliquemos la inversión realizada hasta ahora.

—¿Qué quieres decir con eso de «exactamente lo que buscas»? ¿Qué le pasa a Jane-4?

—Nada. Es decir, no gran cosa. Va por el buen camino, pero podría perfeccionarla, y me propongo hacerlo. Cuando la diseñé creía saber hacia dónde iba. Ahora la he puesto a prueba y ya sé hacia dónde voy. Tengo la intención de llegar hasta allí.

Jane-5 fue la respuesta. Madarian tardó más de un año en construirla y esta vez no expresó ninguna reserva; su confianza era absoluta.

Jane-5 era más baja que el robot medio, y más delgada. Sin ser una caricatura de una mujer como había sido Jane-1, lograba producir una impresión de feminidad aun sin poseer ni un solo rasgo claramente femenino.

—Es su manera de tenerse en pie —dijo Bogert. Sus brazos colgaban grácilmente y, por alguna razón, el torso producía la impresión de curvarse ligeramente cuando el robot se volvía.

—Escúchala... —dijo Madarian—. ¿Cómo te sientes, Jane?

—Muy bien de salud, gracias —dijo Jane-5, y su voz sonó exactamente igual como la de una mujer; un dulce y casi inquietante contralto.

—¿Por qué has hecho esto, Clinton? —dijo Peter, sorprendido y con el ceño un poco contraído.

—Es importante desde el punto de vista psicológico —dijo Madarian—. Quiero que la gente la considere una mujer; que la traten como a una mujer; que
le expliquen
las cosas.

—¿Qué gente?

Madarian se metió las manos en los bolsillos y se quedó mirando a Bogert pensativo.

—Me gustaría que organizaras las cosas para que Jane y yo viajemos a Flagstaff.

Bogert no pudo dejar de advertir que Madarian no había dicho Jane-5. Esa vez había omitido el número. Ésa era la Jane.

—¿A Flagstaff? ¿Por qué? —preguntó indeciso.

—Porque ahí está el centro mundial de planetología general, ¿no es así? Allí es donde estudian las estrellas e intentan calcular las probabilidades de encontrar planetas habitables, ¿no es cierto?

—Ya lo sé, pero está en la Tierra. Ya, y desde luego no lo ignoro.

—Los desplazamientos de los robots sobre la Tierra están estrictamente controlados. Y el viaje es innecesario. Hazte raer una biblioteca de libros sobre planetología general aquí y deja que Jane se empape con ellos.

¡No! Peter, quieres meterte en la cabeza que Jane no un robot lógico corriente; es intuitiva.

—¿Y qué?

—¿Y cómo podemos saber qué es lo que necesita, qué le puede ser útil, qué la inspirará? Podemos emplear cualquier modelo metálico de la fábrica para leer libros; en ellos sólo hay datos en conserva, y además atrasados. Jane tiene que disponer de información viva; tiene que conocer los tonos de voz, debe poseer información lateral; incluso debe saber cosas perfectamente irrelevantes. ¿Cómo demonios vamos a saber qué o cuándo algo desencadenará un mecanismo en su interior y le permitirá formar una pauta organizada? Si lo supiéramos, no la necesitaríamos para nada, ¿no crees?

Bogert empezaba a sentirse atosigado.

—Entonces haz venir aquí a esos hombres, los planetologistas generales —dijo.

—Sería inútil traerles aquí. Estarían fuera de su elemento. No reaccionarían con naturalidad. Quiero que Jane pueda verles trabajar; quiero que vea sus instrumentos, sus despachos, sus mesas de trabajo, que sepa todo lo que pueda sobre ellos. Quiero que organices su traslado a Flagstaff. Y realmente no hay más que hablar.

Por un instante casi había hablado como Susan. Bogert se estremeció y dijo:

—Será complicado organizar algo así. Transportar un robot experimental...

—Jane no es experimental. Es la quinta de la serie.

—Las otras cuatro no eran modelos útiles, en realidad. 

Madarian levantó las manos con un gesto de impotente frustración.

—¿Y quién te obliga a decirle eso al Gobierno?

—El Gobierno no me preocupa. Es posible hacerle comprender que hay casos especiales. Lo que me preocupa es la opinión pública. Hemos progresado mucho en cincuenta años y no tengo intención de perder la mitad de lo ganado porque tú hayas perdido el control de un...

—No perderé el control. Tus comentarios son absurdos. ¡Mira! Norteamericana de Robots puede costear un avión particular. Podemos aterrizar sin llamar la atención en el aeropuerto comercial más próximo y perdernos entre cientos de aterrizajes parecidos. Podemos hacer que nos espere un gran vehículo terrestre con un remolque acoplado para transportarnos a Flagstaff. Jane será izada con una grúa y para todos será obvio que estamos trasladando una pieza de equipo absolutamente no robótico con destino a los laboratorios. Nadie se detendrá a mirarnos dos veces. Los hombres de Flagstaff estarán informados y se les comunicará el motivo exacto de la visita. Tendrán todas las razones del mundo para cooperar y evitar que haya filtraciones. Bogert contemporizó:

—Lo arriesgado será el transporte en el avión y el vehículo terrestre. Si algo le pasara a la grúa...

—No ocurrirá nada.

—La cosa podría pasar si desactivásemos a Jane durante el transporte. Entonces, si alguien descubriera que estaba allí dentro...

—No, Peter. No podemos hacer eso. No con Jane—5. Mira, ha estado asociando libremente desde que fue activada. Podemos congelar la información que posee mientras dure la desactivación, pero de ningún modo podríamos hacer lo mismo con las libres asociaciones que ha estado formando.

—Pero, en ese caso, si por algún motivo llega a saberse que estamos transportando un robot activado...

—No se sabrá.

Madarian se mantuvo firme y finalmente despegó el avión. Era un último modelo de Computo-jet automático, pero llevaba un piloto humano -un empleado de Norteamericana de Robots- como refuerzo. La caja donde iba Jane fue desembarcada sin problemas en el aeropuerto, fue transferida al vehículo terrestre y llegó sin incidentes a los Laboratorios de Investigación de Flagstaff.

Peter Bogert recibió la primera llamada de Madarian apenas una hora después de su llegada a Flagstaff. Madarian estaba embelesado y, como era propio de él, fue incapaz de esperar a comunicar sus impresiones.

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