El Robot Completo (7 page)

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Authors: Isaac Asimov

BOOK: El Robot Completo
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Punto de vista

Roger vino buscando a su padre, en parte porque era domingo, y por lo tanto su padre no debería estar trabajando, y Roger deseaba asegurarse de que todo iba bien.

El padre de Roger no era difícil de hallar, debido a que toda la gente que trabajaba con Multivac, la gigantesca computadora, vivía con sus familias allí mismo. Formaban como una pequeña ciudad propia, una ciudad de gente que resolvía todos los problemas del mundo. La recepcionista del turno del domingo conocía a Roger.

—Si estás buscando a tu padre —dijo—, está al final del corredor L, pero es probable que esté demasiado ocupado como para atenderte.

Roger lo intentó de todos modos, asomando su cabeza por una de las puertas al otro lado de la cual había oído ruido de hombres y mujeres. Los corredores estaban mucho más vacíos que los demás días de la semana, de modo que era fácil descubrir dónde estaba trabajando la gente.

Vio inmediatamente a su padre, y su padre lo vio a él. Su padre no parecía demasiado alegre, y Roger decidió inmediatamente que no todo iba bien.

—Hola, Roger —dijo su padre—. Me temo que estoy muy ocupado.

El jefe del padre de Roger estaba también allí, y dijo:

—Vamos, Atkins, tómate un descanso. Llevas nueve horas con ello, y lo que estás haciendo ya no sirve de nada. Llévate al chico a tomar algo a la cantina, echa una cabezada, y luego vuelve.

El padre de Roger no parecía entusiasmado con aquella idea. Llevaba en la mano un instrumento que Roger identificó como un analizador de circuitos, aunque no sabía cómo funcionaba. Roger podía oír a Multivac cloqueando y zumbando a todo su alrededor.

Finalmente, el padre de Roger dejó el analizador.

—De acuerdo. Vamos, Roger. Te invito a una hamburguesa, y mientras tanto dejaremos que estos tipos listos de aquí intenten descubrir sin mi ayuda qué es lo que va mal.

Se detuvo un momento para lavarse, y al cabo de poco rato estaban en la cantina, delante de unas enormes hamburguesas y unas patatas fritas y unas gaseosas.

—¿Sigue estropeada Multivac, papi? —preguntó Roger.

—No conseguimos llegar a ningún lado, eso puedo asegurártelo —dijo su padre hoscamente.

—Pero parecía estar funcionando. Quiero decir, pude oírla.

—Oh, por supuesto, sigue funcionando. Pero no siempre da las respuestas correctas.

Roger tenía trece años y estaba estudiando programación de computadoras desde cuarto grado. A veces lo odiaba y deseaba haber vivido en el siglo XX, donde los chicos no necesitaban aprender nada de aquello…, pero resultaba útil a veces para hablar con su padre.

—¿Cómo puedes decir que no siempre da las respuestas correctas, si solamente Multivac conoce las respuestas? —preguntó Roger.

Su padre se alzó de hombros, y por un minuto Roger temió que iba a decirle simplemente que era demasiado complicado de explicar y que no le iba a hablar en absoluto de ello… pero casi nunca hacía eso.

—Hijo —dijo su padre—, Multivac puede que tenga un cerebro tan grande como una gran fábrica, pero sigue sin ser tan complicado como este que tenemos aquí —le golpeó la cabeza—. A veces, Multivac nos da una respuesta que no podríamos calcular por nosotros mismos ni en un millar de años, pero de algún modo algo hace clic en nuestros cerebros y decimos: «¡Huau, aquí hay algo que está mal!». Entonces le preguntamos de nuevo a Multivac, y obtenemos una respuesta distinta. Si Multivac funcionara bien, ¿sabes?, siempre daría la misma respuesta a la misma pregunta. Cuando obtenemos respuestas distintas, una de ellas está equivocada.

»Y el problema, hijo, es: ¿cómo sabemos que siempre atrapamos a Multivac en sus errores? ¿Cómo sabemos que alguna de las respuestas erróneas no se nos ha escapado? Puede que confiemos en alguna respuesta y hagamos algo que al cabo de cinco años se nos revele desastroso. Hay algo que funciona mal dentro de Multivac, y no podemos descubrir qué es. Y, sea lo que sea lo que está mal, está empeorando por momentos.

—¿Por qué empeora? —preguntó Roger.

Su padre había terminado su hamburguesa y estaba comiéndose las patatas fritas una a una.

—Mi impresión, hijo —murmuró pensativamente—, es que hemos hecho lista a Multivac de una forma errónea.

—¿Eh?

—Entiende, Roger: si Multivac fuera tan lista como un hombre, podríamos hablar con ella y descubrir qué es lo que va mal, sin importar lo complicado que fuera. Si fuera tan estúpida como una máquina, funcionaría mal de una manera tan simple que podríamos averiguar rápidamente lo que le ocurría. El problema es que es medio lista, como un idiota. Es lo suficientemente lista como para funcionar mal de una forma complicada, pero no lo suficientemente lista como para ayudarnos a encontrar qué es lo que va mal en ella… Y esta es la forma en que es lista de una forma errónea.

Parecía muy preocupado.

—Pero ¿qué podemos hacer? No sabemos cómo hacerla más lista…, todavía no. Y no nos atrevemos a hacerla más estúpida tampoco, porque los problemas del mundo se han vuelto tan serios y las cuestiones que le formulamos son tan complicadas que se necesita toda la inteligencia de Multivac para responderlas. Sería un desastre hacerla un poco más tonta.

—Si pararais a Multivac —dijo Roger— y la revisarais con el máximo cuidado…

—No podemos hacer eso, hijo —dijo su padre—. Me temo que Multivac ha de permanecer operando a cada minuto del día y de la noche. Tenemos una enorme acumulación de problemas.

—Pero si Multivac continúa cometiendo errores, papi, ¿no deberá ser desconectada? Si no podéis confiar en lo que dice…

—Bueno —el padre de Roger revolvió el pelo de su hijo—, encontraremos qué es lo que va mal, muchacho, no te preocupes. —Pero sus ojos seguían pareciendo preocupados—. Vamos, termina y salgamos de aquí.

—Pero papi —dijo Roger—, escucha. Si Multivac es medio lista, ¿por qué eso significa que es idiota?

—Si supieras la forma en que tenemos que darle las instrucciones, hijo, no preguntarías.

—Sea como sea, papi, quizá esa no sea la forma de mirarlo. Yo no soy tan listo como tú; no sé tanto; pero no soy un idiota. Quizá Multivac no sea como un idiota, quizá tan sólo sea como un niño.

El padre de Roger se echó a reír.

—Ese es un punto de vista interesante, pero ¿qué diferencia hay?

—Puede haber mucha diferencia —dijo Roger—. Tú no eres un idiota, de modo que no puedes ver cómo funciona la mente de un idiota; pero yo soy un niño, de modo que quizá pueda saber cómo funciona la mente de un niño.

—¿Oh? ¿Y cómo funciona la mente de un niño?

—Bueno, tú dices que tenéis que mantener a Multivac trabajando día y noche. Una máquina puede hacerlo. Pero si tú le das a un niño trabajo para casa y le dices que lo haga durante horas y horas, llegará un momento en que se sentirá cansado y prestará la suficiente poca atención como para cometer errores, y quizá incluso lo haga a propósito. De modo que… ¿por qué no dejáis que Multivac se tome cada día una hora o dos sin resolver ningún problema… simplemente cloqueando y zumbando de la forma en que ella misma desee?

El padre de Roger adoptó una expresión como si estuviera pensando intensamente. Extrajo su calculadora de bolsillo, y probó en ella algunas combinaciones. Luego probó más combinaciones. Finalmente dijo:

—¿Sabes, Roger? Si tomo lo que acabo de decir y lo convierto en integrales de Platt, la cosa tiene sentido. Y veintidós horas seguras siempre son mejores que veinticuatro horas que pueden estar todas ellas equivocadas.

Asintió con la cabeza, pero luego alzó la vista de su computadora de bolsillo y preguntó de pronto, como si Roger fuera el experto:

—Roger, ¿estás seguro?

Roger estaba seguro. Dijo:

—Papi, un chico también tiene que jugar.

¡Piensa!

La doctora en medicina Genevieve Renshaw tenía las manos profundamente metidas en los bolsillos de su bata de laboratorio y, mientras hablaba con gran calma, sus puños se destacaban claramente de aquellos.

—El hecho es que lo tengo todo casi preparado, pero necesito ayuda a fin de contar con el tiempo suficiente para terminar de perfilarlo.

James Berkowitz, un médico que tendía a apoyar a simples médicas sólo cuando eran demasiado atractivas para ser desdeñadas, solía llamarla Jenny Wren
[1]
cuando ella no podía oírlo. Le encantaba decir que Jenny Wren, habida cuenta del cerebro entusiasta que latía dentro de ella, tenía un perfil clásico y una frente sorprendentemente lisa y sin arrugas. Sin embargo, era demasiado gato viejo para expresar su admiración del perfil clásico, pues ello habría significado un machismo chauvinista. Era mejor admirar su cerebro, si bien en definitiva prefería no hacerlo en voz alta en presencia de ella.

Mientras se rascaba con el pulgar una barba incipiente, dijo:

—No creo que la oficina central vaya a tener paciencia mucho más tiempo. Tengo la impresión de que vas a tener que aguantar un rapapolvo antes de que acabe la semana.

—Por esto precisamente necesito tu ayuda.

—Me temo que yo no puedo hacer nada. —Vio inesperadamente su reflejo en el espejo y admiró la mata de ondas negras de su cabello.

—Y la de Adam —añadió ella.

Adam Orsino que hasta aquel momento había estado bebiendo su café ajeno a todo, levantó la vista como si alguien le hubiese dado un golpe por detrás.

—¿Por qué yo? —Sus labios, abultados y carnosos, se estremecieron.

—Porque vosotros dos sois los hombres láser aquí; Jim el teórico y Adam el ingeniero, y yo tengo que hacer una solicitud sobre láser que está más allá de lo que cualquiera de vosotros haya imaginado. Yo no los convenceré de ello, pero vosotros dos sí podéis hacerlo.

—A condición de que puedas convencernos a nosotros primero —dijo Berkowitz.

—De acuerdo. Supongo que me concederéis una hora de vuestro precioso tiempo, si no tenéis miedo de que os muestre algo completamente nuevo sobre láser. Podríais concederme el rato que os tomáis libre para el café.

El laboratorio de Renshaw estaba dominado por su computadora. No porque ésta fuese mayor de lo normal, sino porque era prácticamente omnipresente. Renshaw había aprendido tecnología informática por su cuenta y había modificado y ampliado su ordenador hasta el punto de que nadie salvo ella (y ni siquiera ella, pensaba a veces Berkowitz) podía manejarlo con facilidad. Ella solía decir que ello no era malo para alguien que estaba en las ciencias vivas.

Cerró la puerta sin decir una palabra, luego se volvió hacia ellos con una expresión ligeramente sombría. Berkowitz era consciente de un cierto olor desagradable en el aire y ello lo incomodó; y la nariz arrugada de Orsino ponía de manifiesto que también él se había percatado.

—Aunque sea como encender una vela a la luz del sol, voy a citaros las aplicaciones del láser —empezó a decir Renshaw—. El láser es una radiación coherente, cuyas ondas luminosas tienen la misma longitud y se mueven en la misma dirección, y, por consiguiente, no hace ruido y se puede utilizar en holografía. Modulando las formas de las ondas podemos grabarle información con un alto grado de precisión. Y lo que es más, dado que las ondas luminosas sólo tienen la millonésima longitud de las ondas de radio, un rayo láser puede transmitir la información un millón de veces más de prisa de lo que puede hacerlo un rayo de radio equivalente.

Berkowitz parecía divertirse.

—¿Estás trabajando en un sistema de comunicación basado en el láser, Jenny?

—En absoluto —replicó ella—. Dejo estos adelantos obvios para los físicos y los ingenieros. Los rayos láser pueden también concentrar cantidades de energía dentro de un área microscópica y proporcionar energía en cantidad. A gran escala, se puede implosionar hidrógeno y quizás empezar a controlar la reacción de fusión...

—Sé que no has llegado a este punto —dijo Orsino, cuya cabeza calva brillaba bajo las luces fluorescentes del techo.

—No. No lo he intentado. A pequeña escala, se pueden perforar agujeros en los materiales más refractarios, en seleccionados fragmentos soldados, someterlos a tratamiento de calor, examinarlos y registrarlos. Se pueden sacar o fusionar diminutas porciones en zonas restringidas con un calor tan rápidamente transmitido que las zonas circundantes no tienen tiempo de calentarse antes de que el tratamiento se acabe. Se puede trabajar en la retina del ojo, en el esmalte dental y así sucesivamente. Y, por supuesto, el láser es un amplificador capaz de aumentar señales débiles con gran precisión.

—¿Y por qué nos cuentas todo esto? —quiso saber Berkowitz.

—Para poner de manifiesto que estas propiedades se pueden aplicar a mi campo que, como ambos sabéis, es la neurofisiología.

Se pasó la mano por el oscuro cabello como si de pronto se hubiese puesto nerviosa.

—Hemos sido capaces durante décadas —prosiguió—, de medir los diminutos y cambiantes potenciales del cerebro y registrarlos como encefalogramas, o EEG. Hemos conseguido ondas alfa, ondas beta, ondas delta, ondas theta; diferentes variaciones en diferentes momentos, según los ojos estén cerrados o abiertos, si el sujeto está despierto, meditando o dormido. Pero hemos sacado muy poca información de todo ello. El problema está en que estamos obteniendo las señales de los diez mil millones de neuronas en combinaciones cambiantes. Es como escuchar el ruido de todos los seres humanos de la Tierra, de una o de dos tierras y media, desde una enorme distancia y tratar de captar las conversaciones privadas. Es imposible. Podríamos detectar algún gran cambio general, una guerra mundial y el aumento del volumen del ruido, pero no algo más sutil. De la misma forma, podemos explicar algún funcionamiento muy defectuoso del cerebro, como la epilepsia, pero no algo más sutil. Supongamos ahora que un diminuto rayo láser pudiese escudriñar el cerebro, célula a célula, y tan rápidamente que en ningún momento una sola célula recibiese suficiente energía como para que su temperatura se elevase de forma significativa. La sutil potencialidad de cada célula podría, de forma retroactiva, influir en el rayo láser y se podrían amplificar y grabar las modulaciones. Se obtendría así un nuevo tipo de medida, un encefalograma láser, o EEGL si lo preferís, que contendría una información millones de veces superior al EEG ordinario.

—Una gran idea —dijo Berkowitz—. Pero sólo una idea.

—Es más que una idea, Jim. Llevo cinco años trabajando en ello, al principio a ratos perdidos, más tarde, dedicando todas las horas del día, que es precisamente lo que molesta a la oficina central, pues no he enviado los informes correspondientes.

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