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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

Mi primer muerto (11 page)

BOOK: Mi primer muerto
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Jyri dio un par de caladas nerviosas al cigarrillo, se levantó y fue a abrir la ventana, por la que entró un aire casi tan denso como el humo de tabaco que había en la habitación. El muchacho se sentó por fin frente a mí, resignado.

—Bueno, sí que le debía dinero, casi diez mil marcos —soltó al fin—. ¡Pero me prometió no contárselo a nadie! ¿Quién se ha ido de la lengua? ¿O es que te has encontrado el pagaré al registrar su casa? Joder, me obligó a firmarlo, no era capaz de fiarse de un colega...

La orden de registro no había llegado aún. Esperaba tenerla al día siguiente, pero, como eso no era de la incumbencia de Jyri, asentí.

—Se me ha ido mucha pasta en algunas cosas. Joder, sólo con la beca de estudiante no hay quien viva, y no hay forma de encontrar curro. Le pedí prestado a Jukka antes de Navidad por primera vez, cuando me quedé sin dinero, pero se lo devolví enseguida gracias a un préstamo que mis padres me hicieron en primavera. Se me volvió a acabar el dinero y no me atreví a volver a pedírselo a ellos, porque se habrían puesto a decirme otra vez que viajo demasiado, a preguntarme cuánto bebo, por qué llevo una ropa tan rara, si no me vale con unos vaqueros normales como los que usa todo el mundo... Jukka era muy enrollado, me dejó el dinero y encima me dijo que no tenía que pagarle intereses, aunque el pagaré me lo hizo firmar... Y yo trabajo, de repartidor de pizzas, una mierda, sí, pero como quería irme en agosto a Niza...

—Pero el jueves Jukka te exigió que le pagases, y te dijo que de no hacerlo tendrías problemas, ¿o no?

—Sí... Me llamó al curro y luego fue a buscarme y me trajo aquí. Me extrañó que no pudiésemos ir a un bar, pero me dijo que quería que hablásemos con tranquilidad. Dijo que necesitaba el dinero porque quería comprarse un coche nuevo, aunque yo no le veía nada de malo al que tenía. Y cuando le dije que no tenía ni un céntimo, me amenazó con contarle a la policía que... —Jyri tragó saliva.

—Con contarle qué.

—¡Bueno, pues eso, que le debía dinero! ¡Joder, yo no tenía ni idea de que podía ser tan brutal! —Jyri dio un puñetazo de impotencia en la almohada.

—¿Y diez mil marcos son motivo suficiente para cargarse a un colega?

La cara de Jyri se crispó en un gesto de horror y se puso en pie de un salto.

—¡Yo no lo maté! El viernes el tipo volvía a estar como siempre y no dijo una sola palabra sobre el tema, así que pensé que lo otro había sido porque estaba nervioso por algún motivo. Cuando pasé miedo fue cuando le dio por echar la carrera conmigo, en algún momento tuve la sensación de que quería sacarme del camino... a lo mejor era su manera de amenazarme. Pero yo no lo maté, Maria, yo no valgo para eso, ¿me crees? —Sus ojos me miraron con la misma expresión que los de un cachorrillo ante el ataque de un animal al que supiese más grande y más fuerte. Pero yo no podía ablandarme ante ellos.

—Sin embargo, la muerte de Jukka te ha venido de perlas —le dije con crueldad. No era capaz de sentir compasión por Jyri, porque me recordaba demasiado a Pete. Los mismos ojos de perrito bueno, el mismo estilo descontrolado en el uso del dinero. Pete pertenece a la lista de mis ex novios. Nunca llevé la cuenta del dinero que le prestaba, pero estoy segura de que por lo menos la mitad de mis ingresos del primer año que estuve en la policía se los había gastado él en los baretos de Kallio. Luego se marchó a hacer el servicio civil, y en eso estaba cuando decidió que no podía salir conmigo, ya que, como policía, yo representaba a la sociedad organizada y represora. Lloré un par de semanas por su abandono, y luego lloré más por el dinero perdido.

Jyri se había levantado de nuevo para ir a la ventana, como queriendo huir del lugar. La idea de su culpabilidad seguía pareciéndome posible, aunque el motivo fuese insuficiente, de todos modos.

—¿Al menos te acuerdas con claridad de lo que pasó el sábado de madrugada?

—Ah... me estás insinuando que acaso haya matado a Jukka, pero que no me acuerdo, ¿no es eso? No me hagas reír. ¿Vas a detenerme?

La voz de Jyri había ido subiendo hasta llegar a un falsete estridente y la mano con la que sujetaba el cigarrillo empezó a temblarle, descontrolada. Su intentó de hacerse el hombre de mundo había fracasado estrepitosamente.

—Si tuviese alguna prueba estarías ya en un calabozo de Pasila, así que por el momento vamos a dejarlo —le dije con crueldad—, aunque, eso sí, podrías contarme quién más le debía pasta a Jukka.

Jyri fue hasta la pequeña cocina y abrió la despensa, que parecía contener botellas, más que otra cosa.

—Supongo que un pelotazo de whisky me podré tomar, ¿no? —murmuró—. ¿Quieres tú uno también, o estás de servicio?

—Échame un culín —le dije, aunque sabía que no debía. Pero pensé que el hecho de beber juntos haría que la situación fuese más íntima. El apellido de Jyri, Lasinen
[4]
, debía de ser un presagio en su caso.

—En realidad yo no sé nada de la otra gente que le debía dinero a Jukka... Lo que sí es verdad es que el tipo tenía más pasta que nadie que yo conozca, que se había licenciado y que tenía un buen trabajo... Puede ser que todos le pidiésemos prestado de vez en cuando, como cuando íbamos de bares y se nos acababa la pasta, y siempre terminábamos tirando de su Visa. A Tuulia la he oído decir alguna vez que le debía mucho, pero me parece que se refería más bien a que le estaba muy agradecida. A lo mejor es que la ayudó a encontrar trabajo, o algo así. Y algún asunto de dinero tendría con Timo, seguro...

—¿De qué tipo?

—No lo sé muy bien, pregúntaselo a él. —Jyri me parecía tan astuto que seguro que sabía más de lo que quería contar—. Yo creo que la asesina es Mirja —prosiguió, sirviéndose más whisky, aunque yo no había pasado del primer sorbo, y eso que el Ballantine's que me había servido era más que decente.

—¿Y en qué te basas para afirmarlo?

—Bueno, en que los demás llevamos estos días histéricos, y sin embargo a ella se la ve tan campante. Como si supiese algo. Pero lo que yo no sé es por qué habría matado a Jukka, porque del que anda colgada es de Antti.

De nuevo aquel detalle, Mirja enamorada de Antti. Detestaba la idea de preguntarles a ambos sobre sus asuntos amorosos.

—¿Vas a poder jugar si bebes whisky?

—Siempre llevamos cerveza, no es nada que afecte demasiado al juego. Me parece que no sabes mucho sobre los bolos de Carelia... No creo que vayamos a jugar mucho, más bien vamos a ponernos de acuerdo en lo que cantaremos en el funeral de Jukka. Es el sábado de la semana que viene, ¿lo sabías?

—Sí... —Los de la Científica y los patólogos habían terminado ese mismo día la autopsia del cadáver y se lo habían devuelto a la familia. Yo aún no disponía de los resultados de todos los análisis de tejidos—. No creo que yo pudiese cantar en el funeral de un amigo.

—Bueno, para mí es espantoso también. Veremos cómo sale la cosa. Lo que puedes hacer es venir al funeral y detener al que no llore. No tendrás que buscar mucho, porque seguro que va a ser Mirja...

Jyri parecía más distendido, probablemente porque se había dado cuenta de que no pensaba llevármelo a Pasila, después de todo. Yo iba apurando el whisky despacito, disfrutando de la relajada calidez que me infundía. Hasta aquel momento no me había dado cuenta de lo terriblemente tensa y nerviosa que había estado durante toda la jornada. Me hacía mucha falta dar un largo paseo y respirar aire fresco, dos cosas que habitualmente me ayudaban a aclarar mis pensamientos.

Jyri empezó a prepararse para salir y me pidió que esperase a que se cambiara, porque así podríamos marcharnos juntos, ya que yo no había ido en coche. El tercer whisky le había soltado la lengua definitivamente, y se había puesto a contarme cotilleos que me resultaban familiares, aunque principalmente se dedicó a alabar su propio talento y a poner verde al resto, sobre todo a los demás tenores. Cuando vivía con Jaana ya me había llamado la atención el ensañamiento con que los miembros del coro criticaban el talento ajeno, y al escuchar a Jyri tuve la sensación de que la ACUEF era un verdadero nido de víboras. Por otra parte, al oírlo quejarse de Timo, veía poco probable que ninguno de ellos fuese capaz de asesinar a un compañero porque tuviese la costumbre de desafinar.

Una vez en el tranvía, Jyri sugirió que lo acompañase para iniciarme en la sutileza de los bolos carelianos, pero la idea no me sedujo. Se bajó del tranvía número tres en la parada del parque de Kaisaniemi. Yo continué hasta el barrio de Eira y luego seguí a pie por el paseo marítimo. No hay mucho bueno que decir de las playas de Helsinki, pero el mar siempre es el mar. Aunque soy de tierra adentro, por alguna razón siempre me he sentido bien viviendo en la costa. Por un instante deseé no estar paseando sola, deseé tener a alguien con quien reírme de las peleonas cornejas y admirar las nubes con forma de pequeños elefantes, pero este pensamiento me abandonó tan rápido como había llegado.

Un velero que se mecía en el horizonte hizo que volviese a acordarme de Jukka. Tenía que hablar con Piia Wahlroos lo antes posible. Tal vez ella estuviese al tanto de su vida amorosa. No sabía qué pensar de Piia, pero mi instinto me impulsaba a mantenerla en uno de los puestos que encabezaban la lista de posibles asesinos, lo mismo que a Jyri, con todas sus protestas. A Timo y a Sirkku se me hacía difícil colocarlos en otro lugar que no fuese la cola de la lista, porque me parecía que un viejo romance de vacaciones, con un par de años de antigüedad, no era suficiente motivo para un asesinato. Me costaba trabajo imaginarme a Sirkku golpeando a alguien con un hacha. Tal vez debía concentrarme en el asesinato mismo, en su forma. En aquel momento me parecía lo esencial.

Estaba claro que el autor había querido deshacerse de Jukka lo más rápidamente posible. Daba la impresión de que en el momento del crimen estaba rabioso o asustado. ¿Quiénes de mi lista eran capaces de una cólera como aquélla? Antti, seguramente, y Timo también. De las mujeres, Sirkku era la que tenía los nervios más frágiles, pero me la imaginaba más bien llorando de una forma «femenina», y tal vez incluso golpeándole a Jukka el pecho con sus preciosas manos de manicura impoluta.

¿Y Mirja? A lo largo de mi vida había conocido a personas extremadamente tranquilas que muy pocas veces se enfadaban, pero que, cuando lo hacían, era como si las puertas del infierno se abriesen de golpe. ¿Qué habría podido hacer Jukka para que Mirja se enfadase de forma tan desmesurada? También Tuulia era capaz de enfurecerse, pero por alguna razón era incapaz de imaginármela blandiendo un hacha en esas circunstancias. Tuulia era más de usar veneno.

¿Y si Jukka había acosado a Piia? A lo mejor, con la borrachera, se le había ido la mano en el intento y a Piia no le había quedado otra que agarrar el hacha y darle con ella. Ojalá se tratara de un caso de legítima defensa... Me sentía mal sólo de pensar que tendría que mandar a alguien a la cárcel durante años, aunque sabía que el éxito de la investigación conduciría irremediablemente a ello.

Mi regreso al cuerpo había sido otra más de mis ideas estúpidas, como siempre. Seguía llegándome regularmente
El Policía
(aunque el hecho de que su nombre estuviese en masculino me irritaba, y por eso cada vez que la recibía me entraban ganas de boicotearla), pues mantenía la suscripción, y me fijé en un anuncio en el que se ofrecía una sustitución. Seguro que me dieron el trabajo por ser mujer, porque no había precisamente tortas para entrar en la profesión, y tampoco es que nos lo pusieran fácil, por lo menos a mí. A veces deseaba tener diez años más y una familia. Algún que otro compañero me había invitado a salir con ánimo de ligar, igual que en los tiempos de la academia, pero, cuando me los quitaba de encima, enseguida surgían las típicas especulaciones. «Sí, una chica muy mona, pero ni siquiera tiene novio. Seguro que es bollo, a ver si no por qué iba a meterse en un trabajo de hombres.» Y siempre la misma canción.

¿Y por qué iba a tener yo que andar contándoles mi vida sentimental a mis compañeros de trabajo? Tiempo atrás aún podía decirse que la tuviera, pero el tiempo iba discurriendo a gran velocidad, y en cuanto les decía a los tipos que era policía desaparecían sin dejar rastro. Yo quería hacer bien mi trabajo, y había mucho que aprender en la Brigada de Investigación Criminal. Cuando rompí con Pete pensé que nunca más volvería a enamorarme. Pero al cabo de un año apareció Harri, un entusiasta naturalista, botánico y ornitólogo, cuya mayor cualidad era, por desgracia, la de conocer todas las plantas y pájaros e insistir en que yo también me los aprendiera. Por lo demás, yo era demasiada mujer para Harri, que era muy bueno, dulce y compasivo, pero al que yo trataba mal continuamente. Por suerte acabó por cansarse de estar siempre a mis órdenes.

No, lo último que yo quería era depender de alguien. Empezaba a estar tan amoldada a mis rutinas que no podía siquiera imaginarme compartiéndolas con alguien. Quería desayunar sin que nadie me hablase antes de que hubiese terminado de tomarme el café y de leer el periódico. Quería seguir viendo la tele tranquila, sin que nadie comentase lo cursi que era la película que estuviese viendo, o se extrañase de mis lágrimas ante un final feliz. Quería seguir dándome largos baños a las dos de la madrugada, comiendo chocolate y bebiendo whisky, si me daba la gana. A veces, durante alguno de mis sombríos monólogos, echaba de menos un interlocutor, así que se me ocurrió que podría comprarme un gato, pensando que no íbamos a ser demasiada molestia el uno para el otro y que, a pesar de mis caóticos horarios, la cosa podía funcionar. Un hombre sería una molestia mucho mayor. A veces habría sido reconfortante poder hacer el amor, pero ya llevaba tiempo apañándomelas también sin ello. O a lo mejor es que mi libido había terminado por aletargarse del todo.

Metida en mis pensamientos, sin darme cuenta, había llegado hasta la calle Ratakatu, donde el ruidoso saludo de uno de mis antiguos compañeros de la academia, que había conseguido un destino en el SUPO
[5]
, me hizo despertar de repente a la realidad. Me di cuenta de que me había limitado a pensar solamente en mí misma en lugar de pensar en Jukka, y eso me molestó. Era muy probable que la respuesta a su muerte la encontrara en su piso. Ojalá la orden de registro llegase al día siguiente. Una persona se convertía en propiedad común al ser asesinada. Qué pensamiento tan terrible. Primero había que hacerle la autopsia al cuerpo, examinar el estado de sus órganos y determinar hasta la última comida. Luego se ponía toda su vida patas arriba: casa, relaciones, asuntos de dinero, amigos... Se entraba a saco en la vida de la víctima y también en la de los sospechosos. Y yo atisbaba tras la cortina, incapaz aún de leer todas las señales que se me ofrecían.

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