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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

Mi primer muerto (8 page)

BOOK: Mi primer muerto
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—Mi mujer está horrorizada porque le han tomado las huellas dactilares como si fuera una vulgar criminal. Eso también podrían haberlo dejado para otro momento más apropiado.

—¿Les tomaron las huellas ayer? Créame que lo siento, ha tenido que ser una equivocación de alguien.

Alguno de los de la Científica se había apresurado. Les había pedido que les tomasen las huellas a los del coro, por si acaso, pero no había dicho nada de que también lo hiciesen con los Peltonen. Intenté que no se me notase demasiado el bochorno.

—Entonces, usted tiene otro hijo, Jarmo, ¿verdad? Si lo he entendido bien, en este momento está en Estados Unidos, en una competición de vela, ¿no es cierto?

—Así es. Jarmo va de segundo maestre de velas en un yate
maxi
que se llama
Marlboro of Finland
y que participa en una competición nueva para barcos grandes de esa categoría. No nos gustaría que se enterase de esta noticia tan triste estando en el barco, tal vez sería mejor que lo supiera cuando la competición haya terminado. Es que es tan importante para él... En el mismo barco navega un amigo de Jukka, Peter Wahlroos, cuya mujer, Piia, se encontraba también en Villa Maisetta, según tengo entendido. Espero que lo que ha pasado no les arruine a los chicos la competición...

«Otra vez reacciona concentrándose en trivialidades», pensé.

No pude sacar demasiado de Peltonen. Daba la sensación de que había seguido la vida de su hijo mayor de una manera superficial. Jukka iba de vez en cuando a comer a su casa de Westend y se encontraban mucho en la villa de verano, pero ya hacía años que el chico tenía su propia casa y su propia vida.

—Nos parecía que Jukka tenía demasiadas novias, ya me entiende, y empezábamos a desear que madurase en ese sentido, que se comprometiese. Por lo demás, las cosas le iban bien. La casa la tenía pagada, se había licenciado con buenas notas en la Politécnica, parecía estar a gusto en su trabajo, en Metales de Finlandia S. A. y la música y la vela eran aficiones muy importantes para él. Al margen de los asuntos de faldas, llevaba una vida normal y tranquila. No puedo entender por qué alguien querría matarlo.

Me fijé en que las arrugas de Heikki Peltonen se habían hecho más visibles bajo el bronceado. Al parecer quería convencerse a sí mismo de que la muerte de su hijo había sido un accidente. Era más fácil soportarlo de ese modo. Si su muerte resultaba ser un asesinato, las preguntas y respuestas que traería consigo iban a ser muy dolorosas, inevitablemente.

—¿Qué otros amigos tenía Jukka, aparte de los del coro?

—No muchos, creo, si se refiere a amigos de verdad. Compañeros del trabajo y conocidos de la vela, claro que tenía. Yo no estaba tan informado de la marcha de su vida. A lo mejor Antti Sarkela lo sabe mejor.

—¿Cuándo fue la última vez que vieron ustedes a Jukka? ¿Lo notó normal, como de costumbre?

—Nos llamó el martes por la noche para asegurarse de que la villa iba a estar libre. Hacía tiempo que no nos veíamos, porque mi mujer y yo hemos estado navegando por la costa de Suecia las últimas tres semanas y no regresamos hasta el lunes.

Peltonen se quedó un momento pensativo. Cuando fruncía el ceño para concentrarse se parecía mucho a Jukka, que también tenía la costumbre de arrugar la frente del mismo modo.

—No sé si esto será importante, pero hace un par de meses Jukka estuvo haciéndome preguntas sobre si era posible conseguir que un deudor respondiese de sus deudas, aunque no existiese un documento legal que las probara. Pero cuando le pedí más detalles, Jukka me dio una respuesta evasiva. La suma no era enorme, sin embargo: unos diez mil marcos
[1]
. Pero me quedé con la sensación de que alguien le debía dinero a Jukka y no consentía en pagarle.

—Gracias. Lo que acaba de contarme puede ser muy importante. Una última pregunta, de rutina: ¿dónde se hallaban anclados la noche del sábado al domingo? Es que tenemos que comprobar que todos... —Esperaba un gruñido de indignación, pero en su lugar el hombre pareció resignarse.

—Sí, entiendo por qué lo pregunta... Estábamos en un pequeño muelle que hay hacia el oeste de Barösund y por la mañana fuimos a desayunar a un café que hay cerca. Nuestros amigos Jari y Brita Sundström estaban con nosotros, conque pueden confirmar nuestra... hmm... coartada. Puedo darle su número de teléfono.

Decidí que comprobaría el dato en cualquier caso. Había trabajo de sobra en ese sentido, aunque no habíamos conseguido un solo resultado después de tanta comprobación. La rutina, hablar, darle vueltas a las diferentes opciones... Aunque en principio el trabajo deductivo no deja de ser estimulante, los ingredientes que teníamos en este caso eran muy magros. Quedaba interrogar a Maisa Peltonen en cuanto se hubiese recuperado un poco.

Conseguí línea con Alemania al segundo intento. Contestó una tal Frau Schön y tardé un segundo en darme cuenta de que se trataba de Jaana.

—Hola, soy Maria Kallio, de Finlandia. ¿Cómo estás?

—¡Maria! ¡Qué bueno oírte después de tanto tiempo! ¿Es que vas a venir? Estoy de baja por maternidad, tengo un niño de tres meses que se llama Michael, imagínate, ¡yo con un niño! Hay ratos en los que ni sé qué hacer con él...

—Bueno, yo tampoco lo sabría... Por desgracia no te llamo para decirte que voy a ir a visitarte, sino por motivos de trabajo. Estoy otra vez en la policía, pero el porqué es muy largo de contar. En cualquier caso, esto es lo que tengo que contarte: Jukka Peltonen ha muerto, probablemente asesinado.

Las exclamaciones de sobresalto y los sollozos de Jaana al otro lado de la línea hicieron que me diese cuenta de lo bruta que había sido. Las cosas pueden decirse de otro modo, sin soltarlas como una bomba.

Poco a poco Jaana se tranquilizó y pude explicarle en líneas generales lo sucedido.

—No tengo ni idea de por qué alguien querría matarlo. Tú te acordarás de cómo era Jukka, siempre corriendo detrás de alguna falda. Por eso lo dejé. Era una situación pesadísima y encima Jukka se ponía inaguantablemente soberbio cada vez que lo acusaba de serme infiel. Él vivía como le daba la gana, como si las reglas estuvieran para aplicarse al resto del mundo, pero no a él. Él en cambio sí que podía echarme la bronca si bailaba demasiado apretada con algún otro chico del coro durante las concentraciones veraniegas. A veces tenía la sensación de que los sentimientos de los demás no lo conmovían para nada. Y sin embargo era un tipo maravilloso, que sabía ser seductor hasta extremos diabólicos y que, por otra parte, asumía riesgos muy grandes; le gustaba jugar. Por ejemplo, quedaba conmigo en algún sitio y se presentaba con la chica de la cita anterior; ese tipo de cosas. Oye, ¿esperas un momentito?, es que Michael está llorando. Voy a ponerle el chupete.

Dejó el auricular y de fondo se oyó el llanto de un bebé y la voz maternal de Jaana consolándolo. Me pareció increíble que aquella voz fuese la de mi antigua compañera de piso. El llanto cesó al momento.

—Será que Jukka ha vuelto a quitarle la novia a algún tipo. —Jaana suspiró, ya de vuelta en el teléfono—. Siempre tenía que conseguir que las mujeres se fijasen en él. A veces me daba la sensación de que cualquiera le valía.

—Tú conoces más o menos a todos los que estaban en la villa. ¿Sabes de alguno que tuviese viejas cuentas pendientes con Jukka?

—Sí... los conozco a todos, menos al tal Jyri. Cuentas pendientes con Jukka... —Jaana hizo una larga pausa—. Sirkku Halonen, seguro. Después del viaje a Alemania cortó con su novio porque Jukka y ella tuvieron un rollo durante esos días. Otro de los espectáculos de Jukka. Yo lo había dejado un poco antes, y fue entonces cuando conocí a Franz... Cuando regresamos a Finlandia, Jukka intentó que yo volviese con él, se negaba a aceptar que yo me había dejado el corazón en Kassel. En cualquier caso, la tal Sirkku no entendía de qué iba la película, se dedicó a acosar a Jukka y lo acusó de ser él quien había provocado la ruptura entre su novio y ella.

—Sirkku sale ahora con Timo Huttunen. ¿Crees que es significativo?

—¿Con Huttunen? ¡Pero si es un pomposo y más tieso que el palo de un almiar! Pues sí que ha bajado Sirkku de nivel... No tengo ni idea de la clase de pasiones que ese hombre pueda albergar, con lo estirado que es, pero a lo mejor resulta que está celoso en secreto de todos los ex novios de Sirkku.

Al final de nuestra conversación, Jaana me dijo que les diese recuerdos a todos de su parte, especialmente a Tuulia. Le prometí transmitir sus saludos y le pedí que me llamase si recordaba algo que le pareciese importante. Di orden a la oficina de pasaportes de que comprobasen si Jaana o Franz Schön habían estado en Finlandia durante el fin de semana. No recibí los datos de Jaana inmediatamente, ya que continuaba teniendo la nacionalidad finlandesa, pero ningún ciudadano alemán de nombre Franz Schön había entrado en el país, al menos no a través de los aeropuertos. Pedí que comprobasen que ninguno de los dos hubiese salido de Alemania, aunque sospechar del marido de Jaana era un poco excesivo.

El
Marlboro of Finland
había estado navegando por el Atlántico durante toda la semana anterior. Ni uno solo de los miembros de su tripulación había puesto pie en tierra firme, así que tanto Peter Wahlroos como Jarmo Peltonen quedaban fuera de sospecha, tal como me había imaginado.

Almorcé apresuradamente en la cantina de la comisaría. Por suerte, los periódicos sensacionalistas aún no habían tenido tiempo de inventarse ningún titular escandaloso sobre el caso. Al parecer, algunos periodistas habían intentado localizarme, pero afortunadamente en la centralita tenían orden de pasarle las llamadas al jefe, que sólo les había dicho que el caso estaba en manos «del subinspector Kallio»
[2]
. Sabía que los periódicos estarían encantados de sacarle el máximo provecho en, sus titulares al hecho de que yo fuese una mujer, y no estaba segura de cómo debía tomármelo llegado el caso. Por una parte, tal vez mi ejemplo sirviese para que más mujeres jóvenes se animasen a elegir profesiones poco habituales, pero, por otra, no me apetecía aparecer en los medios como policía, cuando ni yo misma estaba segura de querer seguir siéndolo. En fin, los titulares del día los ocupaba el caso de una chica estonia de vida alegre: «Prostituta estonia robaba a sus clientes», pregonaba el diario
Ilta-Sanomat,
mientras que el
Iltalehti
clamaba: «¡Una fulana de lujo nos dejó sin dinero!». Pensé para mí que eso era lo que habitualmente sucedía en los intercambios dudosos... ¿por qué alarmarse entonces?

Haciendo de tripas corazón, me comí el pescado rebozado y volví al trabajo. Iba por el pasillo cuando oí sonar mi teléfono y, tras una animada carrera de cincuenta metros, conseguí cogerlo a tiempo.

—Hola, soy Huikkanen, del laboratorio. Buenas. Que tengo lo del hacha, por si te interesa.

—Dispara.

—Parece que la han enjuagado en agua de mar, a juzgar por el salitre, pero también hemos encontrado sangre. Nada menos que de dos tipos. Una está todavía por identificar, a lo mejor estaría bien pedirles a los sospechosos una muestra, pero la otra es la de Peltonen, sin ninguna duda. También había otros restos adheridos: un pedacito del occipucio, pelos y eso. Ah, y tierra... ¿De dónde leches la sacó el agente ese, de un bosque?

—Pero ¿seguro que se cargaron con ella a Peltonen?

—Bueno, eso parece. Y le dieron con lo gordo, como suele decirse... vamos, con el mango.

—¿Y qué me dices de la otra sangre?

—No estoy seguro al cien por cien, pero, como hay también escamas, creo que se trata de sangre de pez, aunque no sé todavía de qué clase.

Un pez... Mirja había pescado un lucio, ¿lo habría rematado con el hacha?

—¿Has encontrado huellas?

—Todas las que quieras. Creo que el asesino no la lavó, sólo limpió un poco el canto, porque al final del mango no he encontrado sal. Hay huellas de dos personas: Sarkela y Rasikangas.

—¡Hala!... ¿de qué tipo son?

—Las de Rasikangas son muy interesantes. En realidad sólo aparecen las huellas de la mano derecha y en una posición en la que es imposible dar un golpe, como levantando el hacha con el filo mirando hacia el suelo. En esa posición, sin embargo, se puede golpear también con el canto, aunque sería necesario torcer la muñeca de una manera algo extraña.

—O sea, que la posición es la habitual cuando uno lleva un hacha de un lugar a otro. —Me imaginé la situación y cogí una regla ancha, doblando la muñeca como si tuviese un hacha en la mano—. A lo mejor usó algo para cubrirse las manos, pero se olvidó de este detalle.

—Puede ser. Hay muchas huellas de Sarkela, ha tenido el hacha en las manos de todas las maneras posibles, entre otras, la clásica de cortar leña, cambiando muchas veces la forma de agarrarla. Y no hay mucho más.

—Vale. Pensaba pasarme hoy por Vuosaari, pero primero debo ocuparme de un par de cosas. Los papeles me los mandas enseguida por correo interno, ¿vale?, a ver si llegan al reparto de hoy.

Busqué en mi agenda los números de teléfono de Mirja y Antti. Mirja tenía un trabajo de verano que, casualmente, quedaba al lado del mío, en el registro civil. Qué gracia.

—Aquí la subinspectora Kallio, buenos días. Me gustaría verte lo antes posible, ¿te iría bien a las dos? —Mi llamada no sorprendió a Mirja, que respondió dócilmente que intentaría hacer una pausa para tomarse un café a eso de la una. Más complicado fue localizar a Antti en la universidad, pero finalmente conseguí que se pusiera al otro lado de la línea en la biblioteca de la Facultad de Exactas.

—Tengo mi propio horario, sobre todo en verano, cuando no hay clases. Puedo estar ahí, por ejemplo, a las tres.

Tampoco él me pidió mas explicaciones. Llamé y reservé un coche, porque quería ir a Vuosaari a examinar el embarcadero y el lugar donde había sido hallada el hacha. Estaba cansada y me temí que no iba a detener a Mirja ni a Antti, aunque una confesión honesta no habría venido mal.

Mirja llegó puntual al lugar. La falda negra y la blusa blanca le daban un aire de luto, aunque nada en su comportamiento diese la impresión de que estuviera triste. Lo mismo hubiese podido estar en un banco, sacando dinero de una generosa cuenta, que siendo interrogada en una comisaría.

—¿Os disteis ayer un buen banquete? —Entré a saco. Quería ver si su rostro era capaz de delatar algún tipo de sentimiento.

—Nos hizo bien a todos —contestó. Nada, ni un sentimiento a la vista.

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