Mis Creencias (5 page)

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Authors: Albert Einstein

Tags: #Ensayo

BOOK: Mis Creencias
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Si uno de los objetivos de la religión es liberar al género humano de los temores, deseos y anhelos egocéntricos, el razonamiento científico puede ayudar también a la religión en otro sentido. Si bien es cierto que el propósito de la ciencia es descubrir reglas qué permitan asociar y predecir hechos, no es éste su único fin. Quiere reducir también las conexiones descubiertas al menor número posible de elementos conceptuales mutuamente independientes. En esta búsqueda de la unificación racional de lo múltiple se hallan sus mayores éxitos, aunque sea por cierto este intento el que crea el mayor riesgo de ser víctima de ilusiones. Mas quien haya pasado por la profunda experiencia de un avance positivo en este dominio se sentirá conmovido por un reverente respeto hacia la racionalidad que se manifiesta en la vida. A través de la comprensión logrará liberarse en gran medida de los engaños de las esperanzas y los deseos personales, y alcanzará así esa actitud mental humilde ante la grandeza de la razón encarnada en la existencia, que resulta inaccesible al hombre en sus dimensiones más hondas.

Ciertamente, esta actitud me parece religiosa en el sentido más elevado del término. Y diría asimismo que la ciencia no sólo purifica el impulso religioso de la escoria del antropomorfismo sino que contribuye a una espiritualización de nuestra concepción de la vida.

En tanto más progrese la evolución espiritual de la especie humana, más cierto resulta que el camino que lleva a la verdadera religiosidad pasa, no por el miedo a la vida y el miedo a la muerte y la fe ciega, sino por la lucha en favor del conocimiento racional. Es evidente, en este sentido, que el sacerdote debe convertirse en profesor y maestro si desea cumplir con dignidad su elevada misión educadora.

(1939 y 1941).

¿La religión y la ciencia son irreconciliables?

¿
Existe ciertamente una contradicción insuperable entre religión y ciencia? ¿La ciencia puede reemplazar a la religión? A lo largo de los siglos, las respuestas a estas preguntas han originado considerables polémicas y, más todavía, luchas muy agrias. Sin embargo, estoy convencido de que una consideración desapasionada de ambas cuestiones sólo nos llevaría a una respuesta negativa. Lo que complica la cuestión es, sin duda, el hecho de que mientras la mayoría coincide sin dificultad en lo que se entiende por «ciencia» difiere en el significado de «religión».

Respecto a la ciencia es posible definirla, para nuestros propósitos, como «pensamiento metódico encaminado a la determinación de conexiones normativas entre nuestras experiencias sensoriales». La ciencia produce conocimiento de manera inmediata, y medios de acción de modo indirecto. Conduce a la acción metódica si primero se establecen objetivos definidos. Mas la función de establecer objetivos y de definir juicios de valor trasciende su propio fin. Aunque es cierto que la ciencia, en la medida en que capta conexiones causales puede llegar a conclusiones importantes sobre la compatibilidad e incompatibilidad de objetivos y valoraciones, las definiciones independientes y esenciales sobre objetivos y valores quedan fuera de su alcance.

Por otra parte, en lo que atañe a la religión suele haber acuerdo en que su dominio abarca objetivos y valoraciones y, en síntesis, la base emotiva del pensamiento y las acciones de los seres humanos, en cuanto no estén predeterminados por la inalterable estructura hereditaria de la especie. La religión enfoca la actitud del hombre frente a la naturaleza en su conjunto, establece ideales para la vida individual y comunitaria, y las mutuas relaciones humanas. La religión trata de alcanzar esos ideales al ejercer una influencia educadora en la tradición por la elaboración y difusión de determinados pensamientos y narraciones de fácil acceso —epopeyas y mitos— capaces de influir en la valoración y la acción dentro del marco de los ideales afectados.

Este contenido mítico, o mas bien simbólico, de las tradiciones religiosas suele entrar en conflicto con la ciencia. Esto sucede siempre cuando tal conjunto de ideas religiosas contiene afirmaciones dogmáticamente establecidas sobre temas que pertenecen al campo de la ciencia.

Resulta esencial, pues, para preservar la verdadera religión, evitar esos conflictos siempre que surjan en temas que, en realidad, no son decisivos para la consecución de los objetivos religiosos.

Al considerar las diversas religiones existentes en cuanto a su esencia, es decir, si las despojamos de sus mitos, no me parece que difieran tan fundamentalmente como pretenden los defensores de la teoría «relativista» o convencional. Y esto no debe sorprendernos. Las actitudes morales de un pueblo que se apoya en la religión han de estar siempre encaminadas al objetivo de mantener y preservar la salud y la vitalidad comunitarias y las de los miembros de la comunidad, ya que de lo contrario la comunidad perecería. Un pueblo que honrase la falsedad, la difamación, el fraude y el asesinato no podría subsistir durante mucho tiempo.

Así, cuando nos enfrentamos con un caso concreto no es tarea fácil determinar claramente lo que es deseable y lo que no lo es; resulta algo tan difícil como definir con exactitud lo que hace que un cuadro o una sinfonía sean buenos. Es lo que se aprecia mejor de modo intuitivo que mediante la comprensión racional. De igual forma, los grandes maestros morales de la humanidad fueron de algún modo genios artísticos del arte de vivir. Aparte de los preceptos más elementales, nacidos directamente del deseo de mantener la vida y eliminar los sufrimientos innecesarios, hay otros que sin ser en apariencia del todo mensurables según las normas básicas, les concedemos, empero, la debida importancia. ¿Debe buscarse, por cierto, la verdad de manera incondicional, aun cuando obtenerla entrañe grandes sacrificios en esfuerzo y felicidad? Existen muchas cuestiones de este tipo que no pueden tener una solución adecuada desde una favorable posición racional, o que carecen de respuesta posible. Sin embargo, no creo que sea correcto el llamado punto de vista «relativista», ni siquiera en el caso de las decisiones morales más sutiles.

Si observamos las condiciones de vida actuales de la humanidad civilizada, aun según el aspecto de las normas religiosas más elementales, sentimos, sin duda, una desilusión muy dolorosa ante lo que se nos ofrece. Porque en tanto la religión prescribe amor fraterno en las relaciones entre individuos y grupos, el escenario más semeja un campo de batalla que una comunidad hermanada. El principio rector es en todas partes, tanto en la vida económica como en la política, la lucha implacable por el éxito a expensas del prójimo. Este espíritu competitivo predomina hasta en las escuelas y universidades y al destruir todos los sentimientos de cooperación y fraternidad, concibe el triunfo no como algo que emerge del amoral trabajo fecundo y concienzudo, sino como algo que nace de la ambición personal y del temor al rechazo.

Hay pesimistas que sostienen que esta situación es inevitable, inherente a la naturaleza de los seres humanos. Quienes proponen estas opiniones son los enemigos de la religión; sostienen implícitamente que las doctrinas religiosas son ideales utópicos no aptos para regir los problemas humanos. El estudio de las normas sociales de ciertas culturas llamadas primitivas habría demostrado de modo claro, que tal posición negativa carece por completo de base. Los interesados en estos temas, cruciales en el estudio de la religión, deberían leer lo que nos dice de los indios pueblo el libro
Pattern of Culture
de Ruth Benedict.

Al parecer, esta tribu ha logrado, en las condiciones de vida más duras, el difícil objetivo de liberar a sus miembros de la presión del espíritu competitivo e inculcarles una forma de vida fundada en la moderación y la cooperación, libre de coacciones externas y sin ninguna restricción de la felicidad.

La interpretación de la religión aquí expuesta implica una subordinación de la ciencia a la actitud religiosa, una relación que se menosprecia con demasiada facilidad en esta época materialista por excelencia. Si bien es cierto que los resultados científicos son desde luego independientes de las consideraciones morales o religiosas, no hay duda de que todos los individuos a los que debemos los grandes descubrimientos fecundos de la ciencia se hallaban imbuidos de la convicción, genuinamente religiosa, de que este universo nuestro es algo perfecto y susceptible de un análisis racional. Si esta confianza no hubiese sido tan arraigada y emotiva y si esta búsqueda de conocimientos no se hubiese inspirado en el
Amor Dei intelectualis
(Amor intelectual de Dios, frase de la Ética de Spinoza), no es comprensible cómo hubieran podido desplegar esa devoción infatigable que es lo único que permite al hombre alcanzar sus mayores triunfos.

(1948)

Necesidad de una cultura ética

M
e siento obligado a enviar mi congratulación y a desear los mayores éxitos a su Sociedad para una Cultura Ética, con motivo de celebrarse su aniversario. Este no es, por cierto, el momento de contemplar satisfechos los resultados obtenidos en estos setenta y cinco años de honestos esfuerzos en el plano ético. No podemos decir que los aspectos morales de la vida humana en general sean hoy más satisfactorios que en 1876.

En aquella época se creía que todo podía esperarse del estudio de los hechos científicos comprobables y de la eliminación de los prejuicios y las supersticiones. Lo logrado es, en efecto, importante y digno de los mayores esfuerzos de los más capaces. Y en tal sentido se ha obtenido mucho en el mencionado lapso, que se ha difundido a través de la literatura y desde la escena.

Sin embargo, la aniquilación de obstáculos no conduce por sí sola a un ennoblecimiento de la vida social e individual. Pues junto a ello es decisivo el anhelo de lucha en favor de una estructuración moral de nuestra vida comunitaria. En este punto no hay ciencia que pueda salvarnos.

Creo por supuesto que el excesivo énfasis en lo intelectual —que suele dirigirse sólo hacia la eficacia y lo práctico— de nuestra educación, ha conducido al debilitamiento de los valores éticos. No pienso tanto en los peligros que conlleva el progreso técnico para la especie humana, como en la asfixia de la consideración mutua entre los hombres por un hábito de pensamiento inclinado al mero hecho, que se ha extendido como un terrible congelamiento sobre las relaciones humanas.

La plenitud en los aspectos morales y estéticos es un objetivo mucho más próximo a las preocupaciones del arte que a las de las ciencias. Tiene prioridad, sin duda, la comprensión de nuestros semejantes.

Mas esta comprensión sólo resulta fecunda cuando la sustenta un sentimiento cordial y fraterno en la alegría y en la aflicción. El cultivo de esta elevada fuente de acción moral es lo que queda de la religión cuando ella se ha purificado de los elementos supersticiosos.

En este sentido, la religión constituye una parte importante de la educación, en la que recibe una consideración muy escasa y poco sistemática.

El dilema aterrador que plantea la situación política mundial está estrechamente relacionado con este pecado de omisión que nuestra civilización comete. Sin una «cultura ética» no hay salvación para la humanidad.

(1953)

Educación y paz mundial

L
os Estados Unidos, a causa de su posición geográfica, se hallan en una situación envidiable para poder enseñar en sus escuelas un sano pacifismo, pues no existe aquí peligro grave de agresión extranjera, y por consiguiente no es necesario inculcar a la juventud un espíritu militarista.

Existe, empero, el riesgo de que el problema de educar a la juventud para la paz se enfoque desde un punto de vista emotivo y no desde un aspecto realista. Poco ganaríamos sin una amplia comprensión de las dificultades intrínsecas del problema.

La juventud norteamericana debería entender, en primer término, que aunque sea remota una invasión concreta de su territorio, es posible que el país se vea envuelto en cualquier momento en un conflicto internacional. Pensemos en la participación americana en la guerra mundial para comprender que debe aclararse muy bien este punto.

La seguridad, tanto para los Estados Unidos como para otros países sólo puede basarse en una solución satisfactoria del problema de la paz mundial. No debe permitirse que la juventud crea que es posible la seguridad mediante el aislamiento político. Habría que fomentar, por el contrario, un serio interés por el problema de la paz general. En particular hay que hacer comprender a los jóvenes la gran responsabilidad que asumieron los políticos norteamericanos al no apoyar los planes liberales del presidente Wilson al término de la guerra mundial, y obstaculizar después así la tarea de la Sociedad de las Naciones en la solución de este problema.

Sería necesario insistir en que nada se lograría por el simple procedimiento de exigir el desarme, mientras haya países poderosos que no rechacen el uso de los métodos bélicos para alcanzar posiciones más ventajosas en el mundo. Habría que explicar, además, la justificación de propuestas como las propiciadas por Francia, por ejemplo, para salvaguardar a países concretos e individuales mediante la creación de instituciones internacionales de defensa mutua contra el agresor. Estos tratados son necesarios, pero no suficientes por sí solos. Debería darse un paso más: internacionalizar los medios militares de defensa, es decir, fundir e intercambiar fuerzas en tan grande escala que las tropas estacionadas en un país cualquiera no estuvieran ligadas sólo a intereses de un país. Para preparar este paso la juventud tiene que comprender la importancia del problema.

También hay que fortalecer el espíritu de solidaridad internacional, combatir el patrioterismo como un obstáculo para la paz mundial.

Debería utilizarse la historia en el sistema educativo para interpretar el progreso de la civilización, y no para inculcar ideales de poder imperialista y de conquista militar. Desde este aspecto opino que habría que recomendar a los estudiantes la
Historia del mundo
, de H. G. Wells. En suma, resulta por lo menos importante de modo indirecto que tanto en geografía como en historia se impulse un entendimiento fraterno de las características de los diversos pueblos, que incluya a los que suele llamarse «primitivos» o «atrasados».

(1934)

La educación

L
os aniversarios suelen dedicarse sobre todo a exámenes retrospectivos, en particular para evocar el recuerdo de personajes que se han destacado por el fomento de la vida cultural. No debe menospreciarse, por supuesto, este homenaje amistoso a nuestros predecesores, en tanto se considera que este recuerdo de lo mejor del pasado estimula a quienes en el presente se encuentran bien dispuestos para un valeroso esfuerzo en el mismo sentido. Mas esto tendría que hacerla alguien que, desde su juventud, haya estado en contacto con este país y estuviera familiarizado con su pasado, no un individuo que, como un gitano, ha vagado siempre de un lugar a otro y ha acumulado experiencias en toda clase de países.

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