Read Misterio de los anónimos Online
Authors: Enid Blyton
—¿Por qué no acudiste a tus padres, Gladys? —preguntó la pequeña Bets, quien consideraba que eran los mejores amigos para cualquier hija desgraciada.
—No podía —replicó Gladys con tanta tristeza que los niños se asustaron.
—¿Por qué... es que... es que... han muerto? —quiso saber Bets.
—No. ¡Están... están... en la cárcel! —dijo la pobre Gladys llorando otra vez—. Veréis... siempre fueron poco honrados... robaban... y me enseñaron también a robar y la policía los cogió cuando descubrieron que yo iba a las tiendas con mi madre para coger cosas que no debía, y me llevaron a un reformatorio. Yo no sabía que eso estaba mal hecho, ¿comprendéis?... ¡pero ahora lo sé!
Los niños se extrañaron de que pudieran haber padres tan malos. Miraron a Gladys y las lágrimas corrieron por las mejillas de Bets, quien tomó la mano de la muchacha.
—Pero ahora eres buena, ¿verdad, Gladys? —dijo la niña—. Ya no eres mala. Ahora eres buena.
—Sí... no he hecho nada malo desde entonces —respondió la pobre Gladys—. Ni nunca volveré a hacerlo. ¡Fueron tan buenos conmigo en el reformatorio... no podéis imaginároslo! Yo prometí a la matrona que estuviera donde estuviese siempre me portaría bien, y me alegré tanto cuando me enviaron a casa de su madre, señorita Bets. Pero ya ven... ¡dicen que los pecados siempre salen a la luz! Ya me imaginaba que nunca podría tener un buen empleo mucho tiempo, que alguien siempre haría circular que fui una ladrona y que mis padres siguen aún en la cárcel.
—¡Gladys... la persona que escribió esta carta y te amenaza con denunciarte, es mucho, muchísimo más mala que lo que tú hayas podido ser! —exclamó Fatty muy serio—. ¡Es una vergüenza!
—En el reformatorio había otra chica conmigo —dijo Gladys—, y ahora está en casa de la señora Garnett en «Villa Lacy» en Peterswood. Bien, ella también ha recibido una de estas cartas... sin firma. Pero ella no se preocupa tanto como yo. Ni se desmoralizó como yo. Pero vino a verme y me lo dijo, por eso lo sé. Ella no se lo dijo a nadie más que a mí, y tampoco sabe quién escribió las cartas.
—¿Se lo dijiste al señor Goon? —preguntó Fatty.
—Oh, sí —respondió Gladys—. Y en seguida se fue a ver a Molly. Él dice que pronto lo descubrirá todo y averiguará quién es el autor. Pero a mí me parece que ahora el mal ya está hecho, y nunca me atreveré a volver a mirar a la gente de Peterswood. Siempre he temido que se enteraran de mi pasado.
—Gladys, ¿dónde está esa carta? —dijo Fatty—. ¿Quieres enseñármela? Puede ser una pista muy importante para averiguar quién la escribió.
Gladys revolvió en su bolso y luego alzando la cabeza dijo:
—¡Es inútil que la busque! —exclamó—. ¡Claro, si se la he dado al señor Goon! Esta mañana vino a buscarla, y también tiene la carta de Molly. ¡Dice que será capaz de averiguar muchas cosas por la escritura y demás!
—¡Diantre! —exclamó Fatty profundamente desilusionado—. ¡Nuestra única pista ha volado!
Los niños se quedaron un rato hablando con Gladys, y estaban tan desilusionados porque la carta obraba en poder del señor Goon que ella se compadeció y les dijo:
—Yo haré que me la devuelva junto con la de Molly. Y os enseñaré las dos. Esta tarde cuando oscurezca y nadie me vea, bajaré al pueblo para ver a Molly... luego pasaré por casa del señor Goon, le diré que me entregue las cartas, y os las prestaré a vosotros,
—¡Oh, gracias! —dijo Fatty animándose—. Eso será magnífico. Bueno, ahora será mejor que nos vayamos. No hemos traído la comida y se está haciendo un poco tarde. ¡Y tú tampoco has empezado a prepararla, Gladys!
—¡Oh, cielos, es verdad! —exclamó Gladys enrojeciendo—. ¡Estoy tan trastornada que me olvido de todo!
—Esta noche al ir a casa de Molly pasarás por delante de mi casa —le dijo Fatty—. ¿No podrías dejar las cartas en el buzón y pasar a recogerlas cuando regreses?
—Sí, eso haré —respondió Gladys—. Gracias por todas vuestras atenciones, habéis hecho que me sienta un poco mejor.
Los niños se marcharon.
—Es una buena chica, aunque no muy inteligente —comentó Fatty mientras pedaleaba—. ¡Qué jugada tan baja le han hecho... tratar de hacerle perder su empleo y trastornarla de esa manera! ¿Quién podrá ser? Apuesto a que es alguien que conoce el reformatorio en que estuvo Gladys y ha sabido que estuvo allí. ¡Dios santo, qué hambre tengo!
—Hemos tenido una mañana muy agitada —dijo Larry—. Aunque es una lástima que no hayamos podido ver esa carta.
—No importa... la veremos esta noche... ¡si el viejo Ahuyentador se la deja a Gladys! —exclamó Fatty—. Lo cual dudo mucho. ¡Él sospechará que quiere enseñárnosla a nosotros!
—Después de merendar iremos todos a tu casa —propuso Larry—. Y esperaremos a que lleguen las cartas. Yo creo que es mejor que la esperes junto a la puerta, Fatty... por si acaso alguien las cogiera del buzón antes que tú pudieras hacerlo.
Así que en cuanto hubo oscurecido, Fatty se escondió junto a la verja de entrada, dando un susto terrible a su madre cuando ésta regresaba a su casa.
—¡Cielo santo, Fatty! ¿Por qué tienes que esconderte entre las sombras? —le dijo—. ¡Me has dado un susto de muerte! Sal de ahí en seguida.
—Lo siento, mamá —dijo Fatty yendo con ella hasta la puerta de la casa... y saliendo por la del jardín posterior a renglón seguido, para volver a situarse ante la entrada.
Y llegó con el tiempo justo porque en aquel momento una figura oscura se inclinaba por encima de la verja preguntando:
—¿Es el señorito Federico? Aquí tiene las cartas. El señor Goon no estaba y tuve que esperarle pero como no volvía, las cogí y aquí están.
Gladys puso un paquete en las manos de Fatty y se alejó corriendo. Fatty lanzó un prolongado silbido. ¡Gladys no había esperado a que le dieran permiso para llevarse las cartas! Supo reconocer cuáles eran la suya y la de Molly y se las llevó con toda tranquilidad. ¿Qué iba a decir el señor Goon? No estaría muy satisfecho de Gladys... especialmente cuando supiera que se las había llevado a él... Fatty estaba convencido de que el señor Goon lograría que la pobre Gladys se lo confesase.
Entró en la casa y estuvo explicando a los otros lo que había ocurrido.
—Yo creo que lo mejor sería devolver las cartas sin que el viejo Ahuyentador supiese que han salido de su casa —dijo—. De no ser así, Gladys se verá en un aprieto. ¡Pero ante todo, vamos a examinarlas!
—Supongo que podemos hacerlo... —dijo Larry vacilando.
—Pues... yo no creo que importe, puesto que Gladys nos ha dado permiso —replicó Fatty mirando el paquetito.
—¡Caramba! —añadió—. ¡Aquí hay más de dos cartas! Mirad... una postal... una carta anónima dirigida a un tal Lucas, jardinero de «Villa Acacia», Peterswood... ¿y sabéis lo que dice?
—¿Qué? —exclamaron todos.
—Pues dice: ¿QUIÉN VA A PERDER SU EMPLEO POR VENDER LA FRUTA DE SU AMO? —leyó Fatty con disgusto—. ¡Diantre! Mira que enviar una postal así... ¡y además al pobre Lucas que debe pasar de los setenta!
—¡Así que otras personas han recibido cartas semejantes lo mismo que Gladys y Molly! —exclamó Larry—. Echemos un vistazo a la escritura, Fatty.
—Todas son iguales —respondió Fatty—. Están escritas con letras mayúsculas, mira... y todas dirigidas a personas de Peterswood. Hay cinco... cuatro cartas y una postal. ¡Qué desagradable!
Larry estaba examinando los sobres, que eran todos iguales, cuadrados, blancos y de papel barato.
—Fijaros —dijo Larry—. Todas han sido enviadas desde Sheepsale... esa pequeña ciudad con mercado a la que hemos ido algunas veces. ¿Significa acaso que las ha escrito alguien que vive allí?
—No es imprescindible que viva allí —replicó Fatty—. No, yo más bien creo que debe ser alguien que vive en Peterswood, porque sólo una persona de aquí puede conocer a las personas que ha escrito. ¿Qué dice exactamente el matasellos?
—Dice: Sheepsale, 11:45. 3 de abril —leyó Daisy.
—Eso fue el lunes —observó Fatty—. ¿Qué dicen los demás matasellos?
—Todos llevan fechas distintas —contestó Daisy—. Todas, excepto la de Gladys, son del mes de marzo... pero todas vienen de Sheepsale.
Fatty tomó nota de las fechas y luego sacó un pequeño calendario de bolsillo, y al cotejar las fechas lanzó un silbido.
—Qué curioso —dijo—. ¡Todas fueron echadas al correo en lunes! Veamos... éste es un lunes... y éste... y éste... y éste. Quienquiera que las haya escrito debió hacerlo en domingo, y las echó al correo el lunes. Veamos... si esa persona vive en Peterswood, ¿cómo puede ir a Sheepsale con tiempo para alcanzar el correo de la mañana del lunes? No hay ningún tren que vaya a Sheepsale, sólo un autobús, y no muy a menudo.
—Los lunes hay mercado en Sheepsale —dijo Pip acordándose de pronto—. Y sale un autobús muy temprano. Esperad un poco, podemos mirarlo... ¿Dónde hay un horario de autobuses?
Como de costumbre, Fatty llevaba uno en su bolsillo y buscó el autobús de Sheepsale.
—Sí... aquí está. Hay un autobús que va de Peterswood a Sheepsale cada lunes... a las diez y cuarto... y llega allí a las once y un minuto. ¡Ahí tenéis... apuesto a que nuestro amigo el escritor de cartas anónimas sale de Peterswood con una de esas repugnantes cartas en su bolsillo, coge el autobús, llega a Sheepsale, echa la carta al correo... y luego continúa con los asuntos que tenga que hacer allí!
Parecía bastante verosímil, pero sin saber por qué Larry no lo creía posible.
—¿Y esa persona no puede ir en bicicleta? —dijo.
—Pues... «sí»... pero piensa en aquella terrible cuesta que hay hasta Sheepsale —respondió Fatty—. Nadie con sentido común iría en «bici» habiendo autobús.
—No... supongo que no —dijo Larry—. Bueno... no veo que eso nos lleve mucho más lejos, Fatty. Todo lo que hemos descubierto es que otras personas aparte de Gladys y Molly han recibido también anónimos... que todas vienen de Sheepsale y que fueron echadas al correo antes de las once cuarenta y cinco... y que es posible que su autor coja el autobús de las diez quince que va Sheepsale.
—¡Y dices «todo» lo que hemos descubierto! —exclamó Fatty—. Cáscaras, yo creo que hemos descubierto muchísimo. No te das cuenta de que ahora estamos sobre la verdadera pista... la pista que conduce a ese repugnante autor de cartas anónimas. ¡Vaya... si queremos podemos verle... o verla... el lunes por la mañana!
Los otros miraron a Fatty intrigados.
—Sólo tenemos que coger el autobús de las diez quince —explicó Fatty—. ¿Comprendéis? Es seguro que en él va el culpable. ¿Y no podemos descubrirle con sólo verle la cara? ¡Apuesto a que «yo» sí!
—¡Oh, Fatty! —exclamó Bets llena de admiración—. Claro... cogeremos ese autobús. Pero, oh, «yo» estoy segura de que nunca sabría descubrir al culpable, nunca. ¿De verdad podrás saber quién es?
—Bueno, por lo menos te aseguro que lo intentaré —replicó Fatty—. Y ahora creo que lo mejor es que devuelva esas cartas. Pero primero quiero calcar algunas de estas frases... especialmente palabras como «Peterswood» que aparece en cada dirección... por si acaso encontramos a alguna persona que escriba de la misma forma.
—La gente no acostumbra a escribir con mayúsculas... sino en minúsculas —comentó Daisy, pero Fatty no le hizo caso, mientras cuidadosamente iba calcando algunas palabras, una de las cuales era «Peterswood». Después guardó el papel en su cartera. Una vez hecho esto volvió a colocar la goma elástica sujetando el paquete de cartas y se puso en pie.
—¿Cómo vas a devolver las cartas sin que te vean? —quiso saber Larry.
—Todavía no lo sé —replicó Fatty con una sonrisa—. Pero confío en mi suerte. Espera tú a Gladys y dile que no quiero que lleve ella las cartas por si acaso el señor Goon se enfadara con ella... y dile que he ido yo a devolverlas y que espero que ni siquiera llegue a enterarse de que ella las ha cogido.
—Bien —contestó Larry, y Fatty estaba ya a punto de marcharse cuando se volvió—. Tengo una idea. Será mejor que me ponga mi disfraz de repartidor de telegramas —dijo—. Por si el viejo Goon me sorprendiera. ¡No quiero que sepa que soy «yo» quien devuelve las cartas!
Fatty no tardó mucho en salir con su disfraz completo, con pecas, cejas pelirrojas y la peluca de igual color, y colocándose la gorra.
—¡Hasta luego! —les dijo antes de desaparecer. Pedaleó hasta la casa del señor Goon, y pronto descubrió, por la oscuridad que reinaba en la sala, que todavía no había regresado. Así que se dispuso a esperar hasta que recordó que se celebraba un concurso de lanzamiento de dardos en la posada de la localidad, y se figuró que el policía estaría allí arrojando dardos.
Sus suposiciones eran acertadas. Al cabo de unos diez minutos, el señor Goon salía de la posada sintiéndose muy satisfecho de sí mismo, pues había quedado el segundo en el concurso. Fatty estuvo siguiéndole un poco en su bicicleta, luego lo adelantó por otra calle y doblando una esquina se precipitó sobre él.
—¡Eh! —exclamó el policía sin aliento—. ¡Eh! Mira por dónde andas. —Y encendiendo su linterna vio al repartidor de telegramas pelirrojo.
—Perdón, señor, le ruego que me perdone —dijo Fatty muy serio—. ¿Le he hecho daño? Siempre le estoy atropellando, ¿no es cierto, señor? Lo siento, señor. Soy algo atolondrado.
El señor Goon volvió a encasquetarse el casco. Las disculpas de Fatty le habían aplacado.
—Está bien, muchacho, no tiene importancia.
—Buenas noches, señor, gracias, señor —respondió Fatty desapareciendo, pero Goon no habría dado más de tres pasos cuando le vio regresar corriendo con un paquete en la mano.
—Oh, señor Goon, ¿se le ha caído esto? ¿O es de otra persona?
El señor Goon miró el paquete y los ojos casi se le salen de las órbitas.
—¡Las cartas! —exclamó—. ¡Y que yo sepa yo no las llevaba encima!
—Entonces supongo que deben pertenecer a otra persona —dijo Fatty—. Ya lo averiguaré.
—¡Eh, no! —exclamó el señor Goon arrancándole el paquete de la mano—. Son mías. Debo haberlas cogido sin darme cuenta, y no me extraña que se me hayan caído cuando tropezaste conmigo. Me alegro de que las hayas encontrado, jovencito. Son unas pruebas muy valiosas. Son propiedad de la Ley.
—Entonces espero que no vuelva a perderlas, señor —le dijo Fatty en tono grave—. Buenas noches, señor.
Y desapreció. El señor Goon se fue a su casa en un extraño estado de ánimo, preguntándose cómo era posible que hubiera sacado las cartas de su casa. Él estaba seguro de no haberlas cogido... pero de no ser así... ¿cómo pudo perderlas?