Read Misterio de los mensajes sorprendentes Online
Authors: Enid Blyton
—¡Cómo! ¿En este tiempo tan frío? —saltó Pip—. Hazlo y verás cómo te va a aumentar el apetito de forma tal, que no te verás satisfecho ni comiendo el doble de lo que comes ahora. ¡No sé qué va a ser peor!
—Ya contaba, querido Pip, con que me saldrías con esta vieja canción —replicó Fatty con una sonrisa entre dientes. Y cambiando de conversación, añadió—: Vámonos a casa. Mañana os espero a todos a las diez y media. Tengo algo que hacer esta noche, antes de acostarme.
—¿De qué se trata? —preguntaron todos.
—Voy a hacer uso de los polvos que tengo para hacer resaltar huellas digitales, y ver si puedo encontrar alguna de persona desconocida en esos papeles donde pegaron los mensajes —contestó Fatty en un tono misterioso.
Tal como lo había dicho, una vez se hubo marchado cada uno a su casa, Fatty se fue al cobertizo y allí examinó una por una las hojas de los mensajes en busca de huellas digitales que le fueran sospechosas. Lo hizo con el mayor cuidado, como un verdadero profesional, pero su trabajo resultó estéril. Los papeles contenían un verdadero amasijo de huellas, mas era imposible deslindar alguna que pudiera señalar una pista.
«Aparecen profusamente mezcladas las huellas de Goon y todas las nuestras —murmuró el muchacho—. Espero que el policía de ahora en adelante tendrá buen cuidado de no manosear ninguna otra nota. Está obligado a ello, si conoce los más elementales sistemas de investigación a buscar antes que nada las huellas digitales y espero que «desde» ahora tendrá buen cuidado de hacerlo ya que no lo ha hecho con las anteriores.»
«Tengo la impresión de que aquí se está amasando un MISTERIO de envergadura —acabó diciendo—. Sí, señores; todo esto huele ciertamente a MISTERIO.»
A la mañana siguiente, Fatty estaba esperando abajo, en el cobertizo, al resto de la pandilla. Tenía una caja de galletas y una botella de limonada para invitar a sus amigos. Los cuatro anónimos estaban cuidadosamente metidos dentro de sus respectivos sobres y apilados encima de la mesa.
Larry y Daisy fueron los primeros en llegar.
—¡Hola, Fatty! ¿Has descubierto ya el misterio? —preguntó Daisy.
—No; y no creo, de ninguna manera, que nos sea un asunto que nos resulte fácil —contestó Fatty—. Esta caja es para que la utilices como asiento, Daisy. Y toma este almohadón; así estarás más cómoda. No te preocupes porque hay otra caja y otro almohadón para Bets.
Pip y Bets llegaron muy poco después, casi seguidos por Ern, que venía a todo correr por el sendero. «Buster» le saludó ladrando ruidosamente y brincando pegado a sus pies. «Buster» y Ern eran muy buenos amigos.
—¡Saludos a todos! —exclamó Ern, jadeante—. ¿Llegó con retraso? Pensé que no me sería posible venir, pero mi tío me dijo que permanecería en casa toda la mañana, y por eso estoy aquí. Esta tarde tendré que estar de vigilancia.
—¿Te ha dado algún dinero? —preguntó Bets, muy desconfiada de lo que pudiera hacer el señor Goon.
—No. Me ha dicho que me pagaría cada día a la hora de la comida —contestó Ern—. Le he pedido dinero por adelantado, pero no ha querido dármelo. Si lo hubiera hecho, habría comprado algunos caramelos para repartírnoslos, pero ya os los compraré mañana.
—Gracias, Ern —replicó Fatty—; pero, dinos, ¿tuviste suerte y pudiste ver a alguien rastreando la casa y escondiendo alguna nota?
—No, no tuve suerte —contestó Ern, molesto—. Mi tío está muy contrariado porque no han depositado ninguna nota más. Ayer estuve a su lado observando cómo examinaba la que había recibido por la mañana, por si hallaba en ella algunas huellas digitales. ¡Cuántos polvos y cuántos cachivaches! Yo estaba lleno de curiosidad y ansioso de que hallase las huellas que buscaba.
—¿De manera que también Goon trató de encontrar huellas digitales? —preguntó Fatty, muy interesado—. ¿Encontró alguna? En la última que recibió no podía haber huellas nuestras; por tanto, de haberlas encontrado, tenían que ser forzosamente de algún desconocido.
—Pues no había ninguna —aseguró Ern—. Ni el más mínimo indicio. El tío dijo que el anónimo remitente debió de usar guantes mientras la manipulaba. Y en este caso no pueden hallarse huellas, ¿verdad?
—No, no pueden hallarse —contestó Fatty muy pensativo—. Y parece ser que quien manda esas cartas teme mucho que sus huellas puedan ser reconocidas...
—Y si teme que sean reconocidas es porque ya se las han tomado alguna vez y por alguna razón de peso —interrumpió de repente Larry—. Este personaje debe de ser un mal elemento, que muy probablemente ya conoce prácticamente lo que significa estar en la cárcel.
—Sí, señores; ésta es la pura verdad —asintió Fatty—. Pero quisiera saber si la persona que compone y pega estas notas es la misma que el que las lleva y esconde por el jardín de Goon. Si esto es así, no es de extrañar que Goon tenga especial interés en localizarlo lo antes posible.
—¡Caramba! —dijo Ern, alarmado—. ¿Supones que puede ser peligroso? ¿Le crees capaz de disparar contra mí si me encuentra espiándole?
—¡Oh, no, no creo que llegue a tanto la cosa! —replicó Fatty calmándole—. Ni confío que llegues a localizarlo, Ern. Ese sujeto debe hacer las cosas con mucho cuidado. Lo que me gustaría saber es qué se propone enviando todas estas notas y por qué se toma tanto trabajo recortando letras y palabras de los periódicos para pegarlas cuidadosamente sobre papel de cartas. ¿Por qué no podría desfigurar su escritura? Eso sería más fácil.
—Eso lo puede ser para ti, Fatty, pero no para la mayoría de la gente —intervino Daisy.
—¿Y tú dices que no viste ni oíste nada; ni el más mínimo indicio? Lo cual te hace suponer que nadie ha rondado la casa y que además no se ha encontrado ninguna otra nota esta mañana —insinuó Fatty a Ern—. Bien, ahora me pregunto yo: esta tranquilidad ¿se debe a que estás tú allí y a tu vigilancia? ¿Quién queda en la casa cuando Goon sale?
—Solamente la señora Hicks, la mujer que viene a hacer la limpieza —contestó Ern—. Pero no se pasa todo el día en casa, ni creo que haya visto a nadie por los alrededores de la casa fuera de los que han tocado el timbre o llamado con la aldaba. Llega a tal abstracción, que ni siquiera se da cuenta cuando el chico del vecino salta la tapia de nuestro jardín para venir a recoger su pelota.
—¿El muchacho del vecino salta la tapia? —inquirió Fatty inmediatamente—. ¿No sería posible que alguien le diera algún dinerillo para que colocara las notas aquí o allí?
—Sí, es posible, pero no lo creo. Le he vigilado como si se tratara de uno cualquiera —aclaró Ern—. Estaba ojeando desde la ventana de mi dormitorio viendo cómo dos muchachitos jugaban a la pelota en el jardín de la casa contigua cuando, de repente, la pelota saltó a nuestro jardín por encima de la tapia. Con gran facilidad uno de los muchachos se encaramó y saltó a nuestro jardín, recogió su pelota y saltó de nuevo, siempre vigilando que mi tío no saliera de improviso al jardín y le diera el consabido rapapolvo.
Hizo una pausa y continuó:
—No llevaba ninguna nota; solamente estuvo interesado en recoger su pelota y en ponerse a salvo lo antes posible.
—No parece sospechoso —insinuó Fatty, y el resto de la «pandilla» parecía ser de la misma opinión, asintiendo con movimientos de cabeza—. No obstante, escúchame bien, Ern: tú debes de sospechar de cualquier persona que vaya a la casa, por cualquier motivo, por fútil o normal que parezca.
—De acuerdo. Incluso yo mismo iré a devolver el gato a los vecinos, si es que el animal se atreve a saltar la tapia —dijo Ern bromeando y enseñando los dientes con su característica sonrisa de mono.
—Ahora vamos a inspeccionar y estudiar de nuevo estas notas —insistió Fatty, colocándolas en línea sobre la mesa y por orden de envío—. Os las voy a leer de nuevo y en voz alta. Escuchad todos con atención, y tú también, Ern, que no las conoces. Ésta será la primera vez que te las voy a leer.
Seguidamente Fatty cogió la primera carta y dijo:
—Número uno: «PREGUNTA A SMITH CUÁL ES SU VERDADERO NOMBRE.» Número dos: «ÉCHALE DE LAS YEDRAS.» Número tres: «¿CREES SER UN BUEN POLICÍA? SERÁ MEJOR QUE VEAS A SMITH.» Número cuatro: «LO SENTIRÁS SI NO VAS A VER A SMITH.»
Y ahora yo añadiré la número cinco, que tú no la conoces —saltó Ern vehementemente—. La vi en la mesa de mi tío cuando estaba probando de descubrir las huellas digitales, y la leí. Dice así: «¿POR QUÉ NO HACES LO QUE TE DIGO? ¡CABEZA DE CHORLITO!»
Al oír esto, soltaron una carcajada general, y Ern, después de hacer castañetear sus dientes, añadió:
—Como podéis suponer, a mi tío la tal nota no le gustó ni pizca.
—Ahora —planeó Fatty—, vamos a ver lo que cada uno de nosotros deduce del contenido de estas notas.
—Que en alguna parte hay una casa llamada «Las Yedras» —saltó Bets.
—Y que un hombre, llamado Smith, vive en ella —continuó Daisy.
—Y además que no es éste su verdadero nombre, sino un nombre falso —aclaró Larry.
—Y que si usa un nombre falso, es que tiene motivos para ello —añadió Pip—, lo que significa que algún día tuvo alguna grave complicación y ahora no quiere que la gente le conozca por su verdadero nombre.
—Pero ¿por qué quiere el autor de estas notas que echen de «Las Yedras» a ese tal Smith? —dijo Fatty, frunciendo el entrecejo, porque no acertaba a ver el fondo del asunto—. ¿Qué motivos tiene para ello? Creo —continuó en tono desanimado— que hasta que no encontremos «Las Yedras» es imposible aclarar nada. Nuestro primer paso debe ser, indiscutiblemente, hallar esta casa llamada «Las Yedras».
—Me supongo que a nosotros no nos será posible encontrar al autor de estas notas —insinuó Daisy—. ¡Si al menos tuviéramos una pequeña pista!
—Pero ¿de dónde vamos a sacarla? —insistió Fatty, siempre preocupado—. Si este individuo no ha dejado un solo rastro, ni un solo cabo por atar. Ni su escritura ni sus huellas digitales; ¡nada! Debe de ser un sujeto tan sumamente meticuloso, que habrá invertido horas y más horas recortando letras y palabras de los periódicos para pegarlas después en una hoja de papel.
Calló un momento, como si quisiera concentrar sus ideas y prosiguió:
—A pesar de todo, yo me pregunto: ¿no podrían estas tiras de papel proporcionarnos alguna pista sobre la identidad del autor de los anónimos? Las páginas de los periódicos están impresos por ambos lados y quizás podría orientarnos lo que hubiera impreso en el otro lado de estas tiras. Todas las letras parecen ser del mismo tipo de imprenta, lo que hace suponer que este buen hombre recibe un solo periódico.
—Es cierto. Nada nos cuesta —exclamó Bets— despegar estas tiras de las hojas de papel.
—¡Oh!; verás, no lo veo tan claro —dijo Fatty no muy convencido—. Será tarea un poco difícil, pero creo que lo conseguiré. Hace tiempo que adquirí un producto especial precisamente para despegar papeles. Podría probarlo esta noche. Sin duda vale la pena hacer esta prueba.
—Bien, pero ¿seremos capaces de encontrar esa casa llamada «Las Yedras»? —inquirió Daisy.
—He consultado la Guía de las calles y de las casas destacadas de Peterswood y estoy seguro que Goon también lo ha hecho —aclaró Fatty, desalentado—, y no hay ni una sola que lleve ese nombre. ¡Ni una sola!
—¿Qué os parece si miráramos en la vecina población de Marlow? —sugirió Daisy—. Es posible que allí se encuentre alguna casa llamada «Las Yedras».
—Puede ser. Como puede haberla en Maidenhead o en Taplow, que son también poblaciones vecinas —intervino Fatty—, pero imagínate la cantidad de tiempo que nos va a tomar buscar «Las Yedras» en la Guía de todas esas poblaciones.
—¡Es una lástima que al hombre en cuestión se le haya ocurrido usar el nombre de Smith! —comentó Pip—. ¡Es tal la cantidad de Smith que hay en el país!
—Yo ya he consultado la guía telefónica —indicó Fatty—. Los hay por docenas y es posible que el Smith a quien buscamos no tenga teléfono. Tampoco podemos ir tocando el timbre de todas las casas de la vecindad en las que viva un señor Smith para investigar cuál es el que lleva el nombre falso.
—Desde luego que no —dijo Pip.
—Claro, claro. Yo, por lo pronto, no veo ni una sola pista por donde empezar —añadió Larry—. ¿Tienes tú alguna, Fatty?
—Yo ninguna —contestó—. Y tú, Ern, ¿tienes alguna?
Ern le miró sobresaltado y contestó:
—Si tú, que eres el más listo de todos nosotros, no tienes ninguna pista por donde empezar y estás navegando en un mar de confusiones, ¿qué quieres que se me ocurra a mí?
—Mejor será que nos tomemos un descanso y lo aprovechemos para tomar algunas galletas y beber un poco de limonada. Esto nos refrescará las ideas. A propósito, Ern: ¿Qué hay de tu poesía? ¿La has traído?
—Aquí la tengo —dijo tímidamente Ern, sonrojándose. Y después de rebuscar en el más profundo de sus bolsillos sacó un bloc de notas que abrió un poco receloso.
—Vamos, léela —le convino Fatty, empezando a repartir galletas—. Estamos esperando.
Entonces Ern, en una actitud muy seria, leyó su nueva «posía», como él la llamaba, pues no había forma de que dijera «poesía».
LA CASA VIEJA, MUY VIEJA
por Ern Goon
Era una pobre casa vieja, muy vieja
Que un día estuvo llena de gente,
Pero que ahora está triste y vacía.
Y esta casa vieja me ha hablado,
Y me ha dicho: ¡Todos me han dejado!
Mis habitaciones están tristes y vacías,
Mis puertas están tristes y aherrojadas.