Read Misterio del collar desaparecido Online
Authors: Enid Blyton
—Vamos, cuéntamelo —exclamó Fatty muy interesado.
—Bueno, Fatty... verás, tú llevabas las manos muy sucias, como toda la gente de la feria —explicó Bets—, pero no pude por menos de observar que llevabas las uñas muy limpias y cuidadas... y a mí me pareció un poco extraño que llevando las manos tan sucias pudieras conservar las uñas tan limpias.
—¡Vaya, me has vencido! —exclamó Fatty mirando sus manos sucias y examinando sus bien cuidadas uñas—. ¿Quién hubiera pensado que alguien habría de fijarse? Ha sido un gran descuido por mi parte no haber ensuciado mis uñas al mismo tiempo que las manos. No se me ocurrió siquiera. Bets, eres muy lista. La más inteligente.
—No, Fatty... no mucho —replicó Bets con el rostro resplandeciente ante aquellas generosas alabanzas.
—Bueno, he de confesar que Bets ha sido muy astuta al reparar en una cosa como ésa —dijo Larry—. Lo creo sinceramente. Todos tuvimos ocasión de notarlo porque estuvimos ante ti, pero fue Bets quien reparó en ello. ¡Bien, por Bets!
—Ella es la ganadora de mi lápiz automático —dijo Fatty—. Te lo daré en cuanto llegue a casa, Bets. En realidad creo que debiera darte uno mejor aún. Ha sido un trabajo realmente hábil. ¡Digno de un detective de primera clase!
Daisy también felicitó a Bets, pero Pip estaba bastante ceñudo. Tenía miedo de que su hermanita cogiera pretensiones.
—Si seguís hablando así, Bets querrá ser la jefa de los Pesquisidores —dijo.
—¡Oh, no! —exclamó Bets, feliz—. Yo sé que en realidad tuve suerte, Pip. Verás, al poner el dinero en la mano de Fatty es cuando me fijé en sus uñas limpias. Pip, te prestaré el lápiz automático "siempre que quieras". ¿Entendido?
Era característico de Bets. Ni siquiera un hermano mayor como Pip podía estar mucho tiempo ceñudo ante Bets, y le sonrió.
—Gracias, Bets. ¡Eres una buena Pesquisidora y muy buena hermana!
—¡Mirad... ahí está Goon! —exclamó de pronto Larry, en voz baja—. ¡Será mejor que finjamos no estar con Fatty, o Goon se preguntará qué estamos haciendo con una vieja de la feria!
Así que se pusieron todos en pie, dejando a Fatty en el banco con sus globos meciéndose sobre su cabeza. El señor Goon iba en su bicicleta como de costumbre. Simuló no reparar en los niños. ¡Aquellos días parecía tan ocupado e importante!
Pero al ver a la vieja se apeó de la bicicleta. Fatty daba cabezadas fingiendo dormir.
—¡Eh, usted! —gritó Goon—, ¡Muévase! ¿Dónde está su permiso para vender globos?
Los otros al oír esto se alarmaron. ¿Es que había que tener un permiso para vender globos? Estaban seguros de que Fatty no tenía ninguno.
Fatty no le hizo caso y lanzó un ronquido plácido. El señor Goon le sacudió por un hombro y Fatty fingió despertarse con sobresalto.
—¿Dónde está su licencia? —le dijo Goon. Siempre se mostraba brusco y arrogante con personas como la vieja vendedora de globos.
—¿Qué dice usted, señor? —respondió Fatty con voz temblona—. ¿Quiere comprar un globo, señor? ¿Qué color le gustaría?
—No quiero globos —replicó Goon de mal talante—. Quiero ver su licencia.
—Ah, ¿mi licencia? —exclamó Fatty comenzando a palpar toda su amplia falda como si fuese posible que el permiso estuviera escondido en ella—. Debo tenerla en algún sitio, señor. Si tuviera usted la amabilidad de esperar unos minutos, señor, la encontraré en uno de los bolsillos de mis refajos. Una vieja como yo, señor, necesita muchos refajos. Durmiendo al raso hace siempre frío, señor, aun en las noches de verano.
—¡Bah! —dijo Goon con rudeza montando en su bicicleta. Se alejó tocando el timbre furiosamente porque un perrito había osado cruzarse en su camino. ¿Acaso él, el Gran Goon, encargado de un caso de primera clase, iba a esperar horas y horas hasta que una vieja buscara entre sus refajos una licencia que no deseaba ver? ¡Bah!
Cuando Goon estuvo fuera de su vista, los otros volvieron junto con Fatty, divertidos y un poco alarmados.
—¡Oh, Fatty! ¿Cómo «puedes» actuar así con Goon? ¡Si supiera quién eres en realidad!
—Me divierte —replicó Fatty—. Menos mal que Goon no ha esperado para ver mi permiso, porque naturalmente no tengo ninguno. Vamos... volvamos a casa. Estoy deseando quitarme estas ropas calurosas. ¡Llevo montones de refajos para parecer una mujer baja y deforme!
Camino de casa pasaron por delante del banco donde habían estado hablando con aquel viejo aquella tarde cuando iban a la Feria. Bets se lo enseñó a Fatty.
—Fatty. ¿Ves a aquel viejo que está durmiendo en aquel banco? Pues pensamos que eras «tú». Nos acercamos, le llamamos Fatty, y Pip le dio un puñetazo en los riñones.
Fatty se detuvo a observar al viejo.
—¿Sabéis que no me costaría nada disfrazarme como él? —dijo—. Pienso intentarlo. Y sinceramente, creo que podré conseguirlo.
—Pero no podrás hacer que tus orejas sean como las suyas —le dijo Bets—. Tiene unas orejas grandísimas.
—No, no podría. Pero puedo encasquetarme el sombrero un poco más que él, esconderlas un poco —replicó Fatty—. Sí, éste sería un disfraz muy bueno y muy sencillo. Algún día lo probaré. ¿Pip, de verdad le pegaste en los riñones?
—Sí. Y el viejo no cesaba de decir: «¿Quéeesto?» «¿Quéeesto?» «¿Quéeesto?» —dijo Pip riendo bajito—. El pobre es sordo.
De pronto el viejo abrió los ojos y vio a los niños que le miraban y pensó que debían haberle hablado. Puso su mano detrás de una de sus orejas y lanzó su palabra favorita: «¿Quéeesto?»
La vieja vendedora de globos, guiñando un ojo a los niños, se sentó junto al anciano.
—Qué tarde más espléndida —dijo con la voz cascada que los niños comenzaban a conocer bien.
—«¿Quéeesto?» —dijo el hombre. Luego sorbió secándose la nariz con el revés de la mano. Fatty hizo exactamente lo mismo llenando de regocijo a Bets.
—Que hace una tarde espléndida —dijo Fatty—, ¡Y la mañana también ha sido espléndida!»
—No me entero nunca de cómo son las mañanas —replicó el hombre llenándolos de sorpresa—. Siempre duermo hasta el mediodía. Cuando me levanto, tomo mi poco de comida y salgo al sol. Las mañanas no significan nada para mí.
Volvió a sorber y luego sacó su pipa para llenarla. Fatty observaba todos sus movimientos. Sí, sería maravilloso disfrazarse como aquel mendigo. La pipa, la forma de sorber, su sordera. ¡Fatty podía hacerlo todo!
—¡Vamos, Fatty! —dijo Pip en voz baja—. Tenemos que regresar. Se está haciendo tarde.
Fatty se levantó yendo a reunirse con ellos, pero pronto caminaron por caminos diferentes. Pip y Bets hacia su casa y Larry y Daisy comenzaron a subir la cuesta hacia la suya. Fatty entró en su casa por el jardín posterior, y su madre al ver una vendedora de globos mientras estaba cortando guisantes de olor para adornar la mesa pensó:
«Supongo que será una amiga de la cocinera. ¿O intentará vender globos aquí?»
Esperó a que la vieja volviera a salir, pero no fue así. De manera que, llena de curiosidad, la señora Trotteville fue hasta la puerta de la cocina y miró al interior. Allí no había ninguna vendedora de globos... sólo la cocinera haciendo la cena con el rostro arrebolado.
—¿Adónde ha ido esa vendedora de globos? —preguntó la señora Trotteville, maravillada, pero la cocinera no lo sabía. Ni siquiera la había visto. Y no era de extrañar... puesto que en aquellos momentos la vendedora de globos se estaba quitando falda y refajos al fondo del jardín, en un cobertizo... para salir convertido en un Fatty sudoroso y bastante desaliñado.
«¡Vaya una manera de desvanecerse en el aire!»..., pensó la señora Trotteville. Y tenía razón.
Fatty se había divertido mucho representando el papel de la vieja vendedora de globos, y los otros también. Entregó a Bets el lápiz de plata automático y ella quedó entusiasmada.
—Nunca había tenido un lápiz tan bonito —dijo—. Escribe en rojo y en azul, y también en negro corriente. Muchísimas gracias, Fatty.
—Las vacaciones están pasando demasiado aprisa —dijo Pip con cierto pesar—. Y sin embargo aún no tenemos ningún misterio que resolver, aunque sabemos que Goon lo tiene.
—Sí, lo sé —replicó Fatty, preocupado—. No puedo soportar el pensar que Goon está trabajando en ese misterio y nosotros no tenemos ni la menor idea de lo que es. Aunque «pudiera» ser todos esos robos que han estado ocurriendo por aquí, ya sabéis... supongo que toda la policía debe estar alerta para descubrir a esa banda que está llevando a cabo robos tan importantes.
—¿Y no podríamos estar alerta nosotros también? —dijo Bets con ansiedad—. Tal vez descubramos la banda en alguna parte.
—¡Tonta! ¿Tú te crees que van por ahí en grupo y con aspecto de ladrones? —dijo Pip—. Son demasiado astutos, tienen sus lugares de reunión, su sistema para transmitirse mensajes, y medios propios para deshacerse de las joyas que roban... ¿no es cierto, Fatty? ¡Y no serán fáciles de descubrir por mucho que estuviésemos alerta!
—¡Oh! —exclamó Bets, decepcionada—. Bueno, ¿y no podríamos preguntar al inspector Jenks si realmente hay aquí algún misterio, y pedirle que nos dejara ayudar?
—Sí. ¿por qué no? —intervino Daisy—. Estoy segura de que nos lo dirá. ¡Le hemos ayudado tantas veces!
El inspector Jenks era un buen amigo suyo, y lo que Bets llamaba «un alto policía», pertenecía a la ciudad más próxima. En los cuatro misterios que los niños habían resuelto anteriormente, el inspector Jenks había acudido al final, mostrándose muy complacido por los descubrimientos verificados por los niños. Sin embargo, el señor Goon no estuvo tan satisfecho, porque era muy vergonzoso para él que aquellos «niños entrometidos que entorpecían la actuación de la Ley...» descubrieron cosas que a él le pasaron por alto.
—Creo que Bets ha tenido una buena idea —dijo Fatty—. Muy buena. Si sabe cuál es el misterio en el que trabaja Goon, y seguro que lo sabe, no veo por qué no puede decírnoslo. Sabe que tendremos nuestras bocas cerradas y haremos todo cuanto podamos para ayudar.
Así que al día siguiente los cinco Pesquisidores, con «Buster» metido en la cesta de Fatty, fueron en sus bicicletas a la ciudad vecina donde el inspector Jenks tenía su cuartel general. Penetraron en el puesto de policía y preguntaron si podían verle.
—¿Qué? ¿Ver al inspector? —dijo el policía de guardia—. ¡Unos niños como vosotros! Yo creo que no. Es un «gran hombre» y está demasiado ocupado para perder el tiempo con chiquillos. ¡A eso le llamo yo insolencia!
—Espera un poco —le dijo otro policía de rostro agradable y ojos azules muy brillantes—. Espera un poco. ¿No sois vosotros los niños que nos ayudaron en uno o dos casos difíciles de Peterswood?
—Sí —replicó Fatty—. Claro que no quisiéramos molestar al inspector si está ocupado... pero quisiéramos pedirle algo bastante importante... Importante para nosotros, quiero decir.
—¿Entonces debo entrar a decírselo al inspector? —dijo el primer policía al segundo—. No quisiera que me cortaran la cabeza por interrumpirle sin motivo.
—¡«Yo» se lo diré! —dijo el agente de los ojos azules—. Le he oído hablar muchas veces de estos niños. —Y levantándose salió de la habitación. Los niños aguardaron lo más pacientemente que les fue posible. ¡Seguro que su viejo amigo querría verlos!
El policía regresó.
—Dice que os recibirá —les dijo—. Venid conmigo.
Los niños le siguieron primero por un largo pasillo con el suelo de piedra, y luego bajaron por otro. Bets miraba en derredor suyo algo asustada. ¿Habría prisioneros en las celdas? Esperaba que no.
El policía abrió una puerta que tenía un cristal en la parte superior y les anunció:
—Los niños de Peterswood, inspector.
El inspector estaba sentado tras un enorme escritorio abarrotado de papeles. Iba de uniforme y parecía muy alto e importante. Sus ojos brillaban y su sonrisa era muy agradable.
—¡Vaya, vaya, vaya! —exclamó—. ¡El lote completo... con «Buster» y todo, según veo! Bueno, ¿cómo estáis? ¡Supongo que venís a decirme que habéis resuelto el misterio que nos tiene preocupados hace meses!
Estrechó la mano de todos y sentó a Bets sobre sus rodillas. Ella le miraba encantada. Quería mucho a aquel alto policía.
—No, inspector, por desgracia no venimos a decirle que hemos resuelto ningún misterio —dijo Fatty—. Éstas son las primeras vacaciones desde hace siglos en las que no tenemos ningún misterio por resolver. Pero sabemos que el señor Goon está trabajando en uno, y pensamos que tal vez nosotros pudiéramos colaborar también, pero no sabemos de qué se trata.
—Sí, Goon está ocupado en ello —dijo el inspector—. ¡En realidad está ocupada toda la fuerza de la policía del país! Pero no es un misterio para vosotros. ¡No creo que podáis ayudarme, a pesar de ser unos detectives de primera!
—¡Oh! —exclamó Fatty, decepcionado—. ¿Se trata... se trata de esos robos importantes, inspector?
—Sí, exactamente —replicó el inspector—. Son muy listos. Los ladrones saben qué joyas han de robar, cuándo apoderarse de ellas, y trazan sus planes cuidadosamente. ¡Y no conocemos a uno solo de esos hombres! A ninguno. ¡Aunque, claro, tenemos nuestras sospechas! ¡Siempre las tenemos!
Guiñó un ojo a los niños. Fatty estaba desesperado. El inspector podría decirles seguramente mucho más. Seguro que Goon sabía más. ¿O si no cómo estaba tan ocupado y se daba tanta importancia aquellos días?
—Parece que el señor Goon sabe muchas cosas —dijo Fatty—. ¿Es que ha ocurrido algo en Peterswood?
El inspector vaciló.
—Pues —dijo al fin—, como os he dicho antes, esto no es cosa para que intervengan unos niños. Definitivamente, no, y estoy seguro de que vosotros estaríais de acuerdo conmigo si supierais lo que yo sé. No es que Peterswood tenga nada que ver directamente... pero sospechamos que algunos hombres de la banda están allí... tal vez para reunirse... o para transmitirse algún mensaje... no lo sabemos.
A los niños les brillaron inmediatamente los ojos.
—¡Inspector! —exclamó Fatty al punto—. ¿Entonces, podemos estar alerta? No investigaremos demasiado, si usted no quiere... pero observaremos por si oímos o vemos algo anormal. Los niños muchas veces pueden ver y oír más cosas que las personas mayores, porque la gente sospecha de los mayores, pero no de los pequeños.
El inspector jugueteó con su lápiz sobre la mesa. Fatty sabía que estaba decidiendo si dejarles o no vigilar lo que estaba ocurriendo en Peterswood, y por eso el corazón le latía ansiosamente. ¡Cómo deseaba que les dejase intervenir siquiera un poco en aquel misterio! Al parecer era bastante descorazonado y seguramente el señor Goon podría hacer mucho más que ellos puesto que también sabía mucho más... ¡pero Fatty no podía «soportar» el que les dejaran a un lado!