Read Muchas vidas, muchos maestros Online
Authors: Brian Weiss
Esos pensamientos me alentaron mucho. Por debajo de ese estremecimiento sentía una gran oleada de amor, una fuerte sensación de ser uno con los cielos y la tierra. Había echado de menos a mi padre y a mi hijo. Me hacía bien volver a tener noticias de ellos.
Mi vida jamás volvería a ser la misma. Una mano se había extendido desde lo alto, alterando irreversiblemente el curso de mi vida. Todas mis lecturas, hechas con examen cuidadoso y distanciamiento escéptico, desembocaban en su lugar. Los recuerdos y los mensajes de Catherine eran verdad. Mis intuiciones sobre lo cierto de sus experiencias habían sido correctas. Tenía los hechos. Tenía la prueba.
Sin embargo, aun en ese mismo instante de júbilo y comprensión, aun en ese momento de experiencia mística, la vieja y familiar parte lógica y recelosa de mi mente estableció una objeción. Tal vez se tratara sólo de una percepción extrasensorial, de alguna capacidad psíquica. Era toda una capacidad, sin duda, pero eso no demostraba que existieran las reencarnaciones ni los Espíritus Maestros. Sin embargo, en esa ocasión estaba bien informado. Los millares de casos registrados en la bibliografía científica, sobre todo los de niños que hablaban idiomas extranjeros sin haberlos oído nunca, que tenían marcas de nacimiento allí donde habían recibido antes heridas mortales; esos mismos niños que sabían dónde había objetos preciosos ocultos o enterrados, a miles de kilómetros, décadas o siglos antes, todo era un eco del mensaje de Catherine. Yo conocía el carácter y la mente de la muchacha. Sabía cómo era y cómo no. Y mi mente ya no podía engañarme. La prueba era demasiado evidente, demasiado abrumadora. Eso era real y ella lo verificaría cada vez más en el curso de nuestras sesiones.
En las semanas siguientes, a veces yo olvidaba la intensidad, la fuerza directa de esa sesión. A veces caía de nuevo en la rutina cotidiana, preocupado por las cosas de siempre. Entonces las dudas resurgían. Era como si mi mente, al no concentrarse, tendiera a volver hacia los patrones y creencias de antes, hacia el escepticismo. Pero entonces me obligaba a recordar: ¡eso, había ocurrido realmente! Comprendía lo difícil que era creer esos conceptos sin haber pasado por una experiencia personal. La experiencia es necesaria para añadir crédito emocional a la comprensión intelectual. Pero el impacto de la experiencia siempre se desvanece hasta cierto punto.
En un principio no tuve conciencia del porqué de mis grandes cambios. Me reconocía más sereno y paciente; otros comentaban que se me veía muy en paz, más descansado y feliz. Yo sentía más esperanza y alegría, encontraba en mi vida más sentido y satisfacción. Comprendí al fin que estaba perdiendo el miedo a la muerte. Ya no temía a mi propia muerte ni a la no existencia. Me daba menos miedo la posibilidad de perder a otros, aun sabiendo que desde luego los echaría de menos. ¡Qué poderoso es el miedo a la muerte! Llegamos a grandes extremos para evitarlo: crisis de madurez, aventuras amorosas con personas más jóvenes, cirugías estéticas, obsesiones con la gimnasia, acumulación de bienes materiales, procreación de hijos que lleven nuestro nombre, esforzados intentos de ser cada vez más juveniles, etcétera. Nos preocupa horriblemente nuestra propia muerte; tanto que, a veces, olvidamos el verdadero propósito de la vida.
Además estaba empezando a ser menos obsesivo. No necesitaba dominarme sin cesar. Aunque trataba de mostrarme menos serio, esa transformación me resultaba difícil. Aún tenía mucho que aprender.
De hecho, ahora tenía la mente abierta a la posibilidad (incluso a la probabilidad) de que las manifestaciones de Catherine fueran reales. Esos datos increíbles sobre mi padre y mi hijo no se podían obtener por medio de los sentidos habituales. Sus conocimientos, sus habilidades, demostraban sin lugar a dudas la existencia de una notable capacidad psíquica. Resultaba lógico creerla, pero yo me mantenía precavido y escéptico con respecto a lo que leía en la literatura popular. ¿Quiénes son estas personas que hablan sobre fenómenos psíquicos, sobre la vida después de la muerte y otros asombrosos hechos paranormales? ¿Están preparados en el método científico de la observación y la comprobación? Pese a mi abrumadora y maravillosa experiencia con Catherine, sabía que mi mente, naturalmente crítica, continuaría analizando cada nuevo hecho, cada fragmento de información. Lo revisaría para ver si concordaba con la estructura y el sistema de trabajo que iba surgiendo de cada sesión. Lo examinaría desde todos los ángulos, con el microscopio del científico.
Sin embargo, ya no podía negar que el marco de trabajo estaba allí.
Todavía estábamos en medio de la sesión. Catherine puso fin a su descanso y empezó a hablar de ciertas estatuas verdes que había frente al templo. Salí de mi ensueño para escuchar. Ella estaba en una vida antigua, en algún lugar de Asia pero yo continuaba con los Maestros. «Increíble —me dije—. Está hablando de vidas anteriores, de reencarnaciones; sin embargo, comparado con el hecho de recibir mensajes de los Maestros, eso es casi decepcionante.» Pero comenzaba a comprender que ella necesitaba pasar por una vida antes de abandonar su cuerpo y alcanzar el estado intermedio. No podía llegar a él directamente. Y sólo allí se ponía en contacto con los Maestros.
—Las estatuas verdes están frente a un gran templo —susurró suavemente—. Un edificio con pináculos y bolas marrones. Delante hay diecisiete escalones; después de subirlos, una habitación. Arde el incienso. Nadie calza zapatos. Todos llevan la cabeza rapada. Tienen los ojos oscuros y la cara redonda. Son de piel oscura. Allí estoy yo. Me he lastimado el pie y voy a buscar ayuda. Lo tengo hinchado y no puedo pisar. Me he clavado algo. Me ponen unas hojas en el pie... hojas extrañas... ¿Tanis? (El tanino o ácido tánico, que se presenta naturalmente en las raíces, los frutos, la madera, la corteza y las hojas de muchas plantas, se usa como medicamento desde antiguo, por sus propiedades estípticas o astringentes.) Antes me han limpiado el pie. Esto es un rito ante los dioses. En el pie tengo algún veneno. Se me ha hinchado la rodilla. La pierna está pesada, con vetas. (¿Envenenamiento de la sangre?) Me hacen una incisión en el pie y me ponen algo muy caliente.
Catherine se retorcía de dolor. También daba arcadas por alguna poción horriblemente amarga que le habían dado a beber. La poción estaba hecha con hojas amarillas. Se curó, pero los huesos del pie y la pierna jamás volvieron a ser como antes. La hice avanzar en el tiempo. Sólo veía una existencia desolada afligida debido a la pobreza. Vivía con su familia en una choza pequeña, de una sola habitación, sin mesa. Comían una especie de arroz, como cereal, pero siempre tenían hambre. Envejeció rápidamente, sin escapar nunca a la pobreza ni al hambre, y murió. Esperé, pero me daba cuenta de que ella estaba exhausta. Sin embargo, antes de que pudiera despertarla me dijo que Robert Jarrod necesitaba de mi ayuda. Yo no tenía ninguna idea de quién era Robert Jarrod ni de cómo ayudarlo. No hubo más.
Al despertar del trance, Catherine volvió a recordar muchos detalles de su vida pasada. En cambio, nada sabía de las experiencias posteriores a la muerte, de los estados intermedios, de los Maestros ni del increíble conocimiento que había revelado. Le hice una pregunta:
—Catherine, ¿qué significa para ti la palabra «Maestros» (
Masters
)?
¡Respondió que era un torneo de golf!
Ahora mejoraba rápidamente, pero aún tenía dificultades para integrar el concepto de reencarnación en su teología. Por lo tanto, decidí no hablarle aún sobre los Maestros. Además, no sabía muy bien cómo darle la noticia de que era una médium increíblemente talentosa que canalizaba maravillosos y trascendentales conocimientos de los Espíritus Maestros.
Catherine se avino a que mi esposa asistiera a la sesión siguiente. Carole es asistente social psiquiátrica, bien preparada y capaz; yo quería saber su opinión sobre esos hechos increíbles. Cuando se enteró de lo que Catherine había dicho sobre mi padre y Adam, nuestro hijo, se mostró muy dispuesta a ayudar. Yo no tenía dificultades para tomar notas de cada palabra susurrada por Catherine sobre sus vidas anteriores, pues hablaba con gran lentitud, pero los Maestros lo hacían con más rapidez, así que decidí grabarlo todo.
Una semana después, Catherine se presentó a la sesión siguiente. Continuaba mejorando; sus temores y ansiedades disminuían. Su mejoría clínica era notable, pero yo aún no estaba seguro de a qué se debía. Había recordado haber muerto ahogada cuando era Aronda, degollada en la persona de Johan, víctima de una epidemia transmitida por el agua como Luisa, y varios otros sucesos aterrorizantes y traumáticos. También había experimentado o vuelto a experimentar existencias de pobreza, servidumbre y abusos dentro de su familia. Esto último ejemplifica los pequeños traumas cotidianos que también se adentran en nuestra psique. El recuerdo de ambos tipos de vida podía estar contribuyendo a su mejoría. Pero existía otra posibilidad. ¿Y si la experiencia espiritual en sí era lo que ayudaba? ¿Y si saber que la muerte no es lo que parece contribuía a procurarle bienestar, a que disminuyeran sus temores? ¿Era posible que todo el proceso, no sólo los recuerdos en sí, fuera parte de la cura?
Las habilidades psíquicas de Catherine iban en aumento; su intuición era cada vez mayor.
Aún tenía problemas con Stuart, pero se sentía capaz de entenderse más efectivamente con él. Le brillaban los ojos; su piel relucía.
Anunció que durante la semana había tenido un sueño extraño, pero sólo recordaba un fragmento: había soñado que la aleta roja de un pez se le clavaba en la mano.
Se sumergió en la hipnosis con pronta facilidad y en pocos minutos alcanzó un nivel profundo.
—Veo una especie de acantilado. Yo estoy de pie en ese acantilado, mirando hacia abajo. Debería estar alerta a la llegada de barcos... para eso me han puesto allí... Llevo algo azul, una especie de pantalones... pantalones cortos, con zapatos extraños... zapatos negros... con hebillas. Los zapatos tienen hebillas; son muy extraños... Veo que en el horizonte no hay barcos.
Catherine susurraba con voz suave. La hice avanzar en el tiempo hasta el siguiente suceso importante de su vida.
—Estamos bebiendo cerveza, cerveza fuerte. Es muy oscura. Los bocks son gruesos. Están viejos y se sostienen con soportes de metal. En ese lugar huele muy mal y hay mucha gente. Es muy ruidoso. Todo el mundo habla y hace ruido.
Le pregunté si se oía llamar por su nombre.
—Christian... Me llamo Christian. —Era otra vez varón—. Estamos comiendo algún tipo de carne y bebiendo cerveza. Es oscura y muy amarga. Se le pone sal.
No logró ver el año.
—Hablan de guerra, ¡de barcos que bloquean algunos puertos! Pero no puedo enterarme de dónde están. Si guardaran silencio, podríamos escuchar, pero todo el mundo habla y hace ruido.
»Hamstead... Hamstead (ortografía fonética). Es un puerto, un puerto marítimo de Gales. Hablan inglés británico. —Se adelantó en el tiempo hasta el momento en que Christian estaba ya a bordo de su barco—. Huelo algo, algo que se quema. Es horrible. Madera quemada, pero también algo más. Hace escocer la nariz... Algo se incendia en la distancia, una especie de navío, un navío de vela. ¡Estamos cargando algo! Estamos cargando algo con pólvora.
La agitación de Catherine era visible.
—Es algo que tiene pólvora, muy negra. Se pega a las manos. Hay que moverse deprisa. El barco lleva una bandera verde. Es una bandera oscura... Una bandera verde y amarilla. Tiene una especie de corona, con tres puntas.
De pronto Catherine hizo una mueca de dolor. Sufría.
—Ah —gruñó—, ¡cómo me duele la mano, cómo me duele la mano! Tengo algo de metal, metal caliente en la mano. ¡Me quema! ¡Ah, ah!
Recordé el fragmento de su sueño y comprendí lo de la aleta roja clavada en la mano. Bloqueé el dolor, pero ella seguía gimiendo.
—Los espigones son de metal... El buque en donde estábamos fue destruido... por babor. Han dominado el incendio. Han muerto muchos hombres... muchos hombres. Yo he sobrevivido... sólo tengo la mano herida, pero cicatriza con el tiempo.
La llevé hacia delante en el tiempo y dejé que escogiera el siguiente acontecimiento de importancia.
—Veo una especie de imprenta; imprime algo con moldes y tinta. Están imprimiendo y encuadernando libros... Los libros tienen cubiertas de cuero y cordeles que los sujetan: cordeles de cuero. Veo un libro rojo... Es algo de historia. No veo el título; todavía no han terminado la impresión. Son libros maravillosos. Tienen cubiertas muy suaves, de cuero. Son maravillosos; te enseñan.
Obviamente, Christian disfrutaba viendo y tocando esos libros; también comprendía vagamente las posibilidades de aprender así. Sin embargo, parecía muy poco instruido. Hice que Christian avanzara hasta el último día de su vida.
—Veo un puente sobre un río. Soy viejo... muy viejo. Me cuesta caminar. Camino por el puente... hacia el otro lado... Me duele el pecho; siento una presión, una presión terrible... ¡Me duele el pecho! ¡Ah!
Catherine emitía sonidos, gorjeaba; experimentaba el ataque cardíaco que Christian estaba sufriendo en el puente. Su respiración era rápida y poco profunda; tenía la cara y el cuello cubiertos de sudor. Empezó a toser y a jadear. Me sentí preocupado: ¿sería peligroso volver a experimentar un ataque cardíaco sufrido en una vida anterior? Ésa era una frontera nueva; nadie conocía las respuestas. Por fin, Christian murió. Catherine permaneció apaciblemente tendida en el diván, respirando profunda y regularmente. Dejé escapar un hondo suspiro de alivio.
—Me siento libre... libre —susurró con suavidad—. Floto en la oscuridad... floto, nada más. Hay luz alrededor... y espíritus, otras personas.
Le pregunté si tenía algún pensamiento sobre la vida que acababa de concluir, su existencia como Christian.
—Debería haber perdonado más, pero no lo hice. No perdoné el daño que otros me causaron y debería haberlo hecho. No perdoné el mal. Me quedé con él dentro y lo albergué durante muchos años... Veo ojos... ojos.
—¿Ojos? —repetí, percibiendo el contacto—. ¿Qué clase de ojos?
—Los ojos de los Espíritus Maestros —susurró Catherine—, pero debo esperar. Tengo cosas en que pensar.
Pasaron unos minutos en tenso silencio.
—¿Cómo sabrás cuándo estarán ellos dispuestos? —pregunté, expectante, rompiendo el largo silencio.
—Ellos me llamarán —respondió.