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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Muerte en Hamburgo (16 page)

BOOK: Muerte en Hamburgo
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—Estos sacerdotes tenían la habilidad de un cirujano. Sus sablazos abrían en canal a la víctima, supuestamente sin dañar los órganos esenciales y sin matarla. Luego, le arrancaban los pulmones y los lanzaban por encima de los hombros. Las alas del Águila de Sangre, ¿entiendes? Unas alas que podían volar hasta Odín.

Fabel se quedó sentado mirando a Dorn. Era como si estuviera en el corazón de una explosión silenciosa; en una calle en la que miles de alarmas acababan de dispararse.

—¿Es un hecho histórico documentado?

—Documentado, sí. Histórico, sí. Pero qué parte de la historia documentada es un hecho depende de la perspectiva del cronista. De todos los asaltantes, los vikingos eran los más temidos. En las crónicas de la época se los describía como demonios. —Dorn pasó las páginas de uno de los tomos—. Sí, aquí está. Las víctimas podían ser de ambos sexos. Por ejemplo, aquí aparece un relato de un príncipe inglés a quien los vikingos hicieron prisionero y por el que pidieron un rescate. El rescate no se pagó, así que lo ofrecieron a Odín como un Águila de Sangre. Hay varios incidentes como éste documentados. —Se detuvo en otra página—. Es un relato de un obispo de una de las islas escocesas.

—¿Y nuestro asesino está emulando estos sacrificios? —La voz de Fabel aún estaba llena de incredulidad.

—Y tanto. He leído algunos detalles en el periódico. Vi que intentabais mantener lo máximo posible en secreto, pero por lo que se ha dicho sobre el despedazamiento, he imaginado el resto.

—No puedo creerlo. Es espantoso.

—Para nosotros, sí —dijo Dorn—. Pero para el asesino es algo noble. Una cruzada. Cree que está sirviendo a los antiguos dioses. Tiene de su lado la autoridad moral más alta. Es un proselitista, un misionero que le devuelve a Alemania su fe verdadera. —Dorn dejó el libro—. Estás tratando con las fuerzas más oscuras que puedas imaginar, Jan. Este asesino es un verdadero creyente. Y aquello en lo que cree es verdaderamente apocalíptico, en un sentido que la mente cristiana no puede comprender. Los vikingos también tenían su día del Juicio Final. El Ragnarok. Pero el apocalipsis bíblico no es nada comparado con el Ragnarok. Un tiempo en el que Odín y los aesir se unen para luchar contra Loki y los vanir. Una época de fuego y sangre y hielo cuando la tierra y el cielo y todos los seres vivos quedan destruidos. Esta «Águila de Sangre» cree en todo eso. Su misión es ver cómo se desploman los cielos y se llenan de sangre los océanos.

Fabel estaba sentado, cogiendo el periódico sin fuerzas y mirando, sin verlo, el titular. Su cabeza trabajaba a toda velocidad.

—¿Cómo puedes estar tan seguro sobre él? Tenemos a una psicóloga criminal que ha hecho un perfil…

—No soy psicólogo, tienes razón. —La voz de Dorn transmitía algo cercano al enfado—. Pero he pasado gran parte de los últimos veinte años intentando comprender mentes como la de este maníaco. Intentando dar sentido a aquello que lleva a un ser humano a convertirse en cazador, torturador y asesino de otros seres humanos… —Dorn se calló. Había un dolor genuino en sus ojos.

Fabel se quedó sentado sin moverse, todavía atónito. Cuando por fin habló, lo hizo tanto para sí mismo como para Dorn.

—Es que no lo me puedo creer. Está ahí fuera viviendo una fantasía espantosa, creyendo que tiene que cumplir una misión. Si lo que dice es cierto, quiero decir.

—Lo que te estoy contando forma parte de un testimonio histórico. Da igual si pasó realmente tal como está registrado o no, o si quienes lo documentaron lo exageraron para demonizar a los vikingos. Está ahí. Y tu asesino se lo cree.

—Y si se trata de una misión —continuó Fabel—, va a seguir matando y matando. Hasta que lo detengamos.

Por alguna razón, Fabel no quiso hacer la llamada desde el aparcamiento para visitantes que había fuera de la cárcel de Vierlande. Por eso condujo hasta el dique Neuengammer Hausdeich. Detuvo el coche y subió el terraplén empinado del dique. Desde allí veía el campo de concentración de Neuengamme con sus edificios y bloques simétricamente dispuestos. La mayoría de los prisioneros del campo habían sido mujeres. Los prisioneros de Neuengamme y sus campos satélite habían sido utilizados como esclavos para construir viviendas temporales para aquellas personas de Hamburgo a quienes las bombas habían dejado sin casa. Cuando su padre lo llevó allí, Fabel tenía diez años y aprendió una frase nueva,
Vernichtung durch Arbeit
: exterminación a través del trabajo. Los prisioneros habían sido obligados a trabajar hasta que morían.

Se sentó en la hierba y se quedó mirando cómo un sol vacío jugaba con las sombras de las nubes por el paisaje llano, por el campo. Apenas veía el bloque conmemorativo delante del cual sabía que estaba la escultura de
El prisionero moribundo
: una figura escuálida tirada sobre los adoquines con las rodillas dobladas y los miembros enredados.

Fabel miró hacia el lugar en el que se habían asesinado a mujeres en nombre de una idea enfermiza de la identidad alemana y pensó en lo que le había contado Dorn: en que había un individuo con un sentido pervertido de la historia, la etnología y la fe que lo estaba utilizando como justificación para satisfacer sus instintos más básicos y su sed psicótica de sangre.

Fabel necesitaba tiempo para poner en orden sus pensamientos antes de llamar al despacho. Intentó hablar con Mahmoot, pero de nuevo sólo logró conectar con su buzón de voz. Fabel maldijo en silencio y cerró la tapa de su móvil. Aquello no le gustaba. No le gustaba nada. Sólo esperaba que Mahmoot hubiera tenido la sensatez de dejarlo correr al escuchar que habían liquidado a Ulugbay Se quedó sentado unos minutos más, agarrándose las rodillas con los brazos, y vio cómo el sol y las sombras bailaban por la tierra; luego, llamó a Werner y le hizo un resumen de la teoría de Dorn.

—Llegaré dentro de una hora. Celebraremos una reunión en la sala de conferencias. Será mejor que avises a Paul y Anna para que vengan. ¿Han descubierto algo sobre Klugmann?

—No.

—Tampoco lo esperaba. ¿Puedes contactar con Van Heiden y ver si puede asistir a la reunión? Le va a encantar todo esto.

SEGUNDA PARTE

Viernes, 13 de junio - Miércoles, 18 de junio

Viernes, 13 de junio. 1:50 h

SANKT PAULI (HAMBURGO)

El bajo vibraba implacable. Las luces estroboscópicas iluminaban a los cuatrocientos cuerpos sudados que se contorsionaban como una sola criatura con cada compás del ritmo de la música. Ella se apretó a él como si ambos fueran a la deriva en aquel océano de humanidad. Su lengua probó la boca de ella, y sus manos exploraron su cuerpo. Ella apartó los labios de los suyos, los acercó a su oreja y le gritó algo que quedó ahogado por la música ensordecedora. Él sonrió y asintió vigorosamente, indicando la salida con un par de movimientos de cabeza. Se apartó de ella, todavía cogiéndole las manos y sonriendo, y la guió a través de la multitud hacia la salida de la discoteca. Dios mío, qué guapo era. Y qué sexy. Tenía la camiseta empapada en sudor y se le marcaban las líneas duras de los músculos. Era alto y esbelto; tenía el pelo oscuro y lacio y los ojos de un verde increíble. Lo deseaba. Lo deseaba muchísimo.

Entrar en contacto con el aire fuera de la discoteca fue como sumergirse en una piscina. Los porteros ni siquiera miraron en su dirección cuando salieron, aún cogidos de la mano. La calle estaba en silencio, sólo se oía la vibración apagada de la discoteca, y ella se detuvo un momento; el aire fresco y el efecto decreciente del éxtasis que había tomado hicieron que de repente se volviera más cautelosa. Después de todo, ni siquiera sabía cómo se llamaba. Él percibió la resistencia de su cuerpo y se acercó a ella. Esbozó una sonrisa atractiva, mostrando unos dientes perfectos que brillaban como la porcelana bajo las farolas.

—¿Qué pasa, nena? —Por primera vez, oyó su voz con claridad. Tenía un poco de acento.

—Tengo sed. Antes me he tomado una pasti. No quiero deshidratarme.

—Pues vamos a mi casa a refrescarnos. En el coche tengo agua. Está a la vuelta de la esquina. Vamos. —La cogió con firmeza del brazo.

Su coche era un Porsche nuevo plateado y de líneas elegantes, y cayeron sobre él, entrelazándose de nuevo. Ella se apartó.

—Tengo mucha sed… Quizá deberíamos volver…

Él desactivó la alarma, buscó algo dentro del coche, y sacó dos botellas de medio litro de Evian. Desenroscó la tapa de una de ellas y se la pasó, y él bebió de la segunda. Ella cogió el agua y tragó con avidez.

—Está salada —dijo.

Él le recorrió el cuello con la lengua, desde el tirante de la camiseta hasta el lóbulo de la oreja.

—Tú también.

De repente, se sintió mareada y se desplomó sobre el coche. Él se movió con rapidez y la cogió, colocando las manos debajo de los brazos de la chica.

—Calma… —dijo solícitamente—. Será mejor que te sientes. —La guió hasta la puerta abierta del coche. Ella miró a un lado y a otro de la calle y luego a sus ojos. Habían cambiado: seguían teniendo el mismo verde increíble, pero ahora brillaban con vacía frialdad.

Sin embargo, ella no tenía miedo.

Viernes, 13 de junio. 11:50 h

ALSTERARKADEN (HAMBURGO)

Fabel se había marchado del Präsidium justo después de la reunión informativa. Habían revisado los progresos que habían hecho en el caso durante la semana anterior: ninguno. Klugmann aún no había aparecido, y como ex policía, sabría cómo seguir desaparecido; las pistas del último asesinato se habían enfriado y seguían sin conocer la identidad de la chica muerta; parecía incluso que el eslavo de ojos verdes de Fabel se había marchado de la escena del crimen y había desaparecido en la noche. Aparte del hecho de que Dorn hubiera dado un nombre y una procedencia al rito de la barbaridad de este asesino, no estaban más cerca de atraparlo. Fabel también estaba muy preocupado por Mahmoot, con quien todavía no había logrado contactar. Era bien sabido que localizar a Mahmoot era difícil, pero tenía que saber que no devolver las llamadas de Fabel dispararía todas las alarmas.

Fabel no era el único policía de Hamburgo que estaba desorientado. Casi todos los agentes de la ley de la ciudad estaban nerviosos porque la guerra entre bandas no había estallado. No se habían producido represalias por el asesinato de Ulugbay. De hecho, parecía que no había habido ningún episodio de violencia entre bandas, lo cual en sí mismo era algo muy extraño. El Präsidium aún era un hervidero de personal del BND y del LKA7, pero la intensidad cargada de adrenalina se había convertido en una prontitud intranquila y frustrada.

Aquel caso había comenzado a absorber la luz de la vida de Fabel. No era el primero que lo hacía, y Fabel sabía que no sería el último. Era como abrirse paso a machetazos por una jungla espesa, atravesando la maleza tenaz, sólo para ver que ésta se había cerrado detrás de él, obstruyendo el camino de regreso al exterior, a su vida y a su mundo, poblado de gente a la que quería. La única solución era seguir adelante, abriéndose camino hasta llegar a la luz.

Fabel llamó a Gabi, su hija. Habían planeado que pasaría el fin de semana con él, pero éste le explicó que tendría que trabajar como mínimo una parte del fin de semana. Odiaba tener que renunciar a su preciado tiempo con Gabi, pero, como siempre, ella lo había entendido. Renate, la ex mujer de Fabel, había reaccionado menos positivamente; su tono por teléfono transmitía una buena dosis de ácida resignación.

En lugar de coger el coche, Fabel paró un taxi para que lo llevara al Alsterarkaden. Como el sol brillaba y no corría la brisa —algo poco habitual en Hamburgo—, fuera hacía un calor agradable. Igual que siempre, los soportales estaban repletos de compradores, y Fabel se abrió camino esquivando a la multitud con una determinación pausada. Su objetivo era la Jensen Buchhandlung, la librería de un amigo de Fabel de la universidad, Otto Jensen.

A Fabel le encantaba aquella librería. Otto había invertido en el más elegante de los diseños de interiores minimalistas —limpio, con estanterías y mesas de haya e iluminación intensa—, casi seguro que a instancias de su mujer Else, infinitamente más organizada y preocupada por el estilo. Otto, sin embargo, era un caos andante: una maraña de brazos y piernas desgarbada de un metro noventa de altura que siempre andaba tirándolo todo o al que continuamente se le caía de los brazos demasiado cargados una cascada de libros y papeles. Había libros amontonados en todas las superficies; las revistas se apilaban en el suelo o sobre el mostrador. Sin embargo, la variedad de títulos era increíble, y el desorden hacía de cada visita un viaje de descubrimiento. De algún modo extraño, la confusión caótica era el idioma más puro del bibliófilo. Era un idioma que Fabel hablaba.

Cuando Fabel entró, vio a Otto sentado detrás del mostrador. Tenía un libro en el regazo, los codos en las rodillas y la cabeza entre las manos. Era una pose que Fabel asociaba con Otto desde sus días de universidad; una postura que a Fabel le hacía pensar que Otto se escondía tras sus extremidades desgarbadas para formar una jaula, aislándose del mundo exterior y comprometiéndose exclusivamente con el universo que existía entre las cubiertas del libro que estuviera leyendo en aquel momento.

Fabel se acercó al mostrador y apoyó los dos codos en una pila de libros. Otto tardó un par de segundos en darse cuenta de que había alguien.

—Lo siento… ¿Puedo ayudarle…? —La pregunta terminó en una gran sonrisa—. Vaya, vaya, vaya…, pero si es un representante de la ley y el orden…

Fabel sonrió.

—Hola, desastre.

—Hola, Jan. ¿Cómo estás?

—Regular. ¿Y tú?

—Jodido. Tengo una tienda llena de personas que buscan hasta que encuentran lo que les gusta, y luego se van a casa y lo piden a un minorista de precios rebajados de internet. Y el alquiler de este local es astronómico. Es el precio que hay que pagar por estar en una zona de moda, según Else.

—¿Cómo está? —preguntó Fabel—. ¿Aún no se ha dado cuenta de que es demasiado buena para ti?

—Qué va, si me lo recuerda todo el día. Al parecer, debería estarle eternamente agradecido por haberse compadecido de mí. —Otto esbozó su sonrisa de idiota.

—Y tiene razón. ¿Te ha llegado mi pedido?

—Sí. —Otto se agachó debajo del mostrador y buscó un instante. Se oyó el sonido de unos libros que caían al suelo—. Un segundo… —dijo Otto. Fabel sonrió. El viejo Otto: no cambiaría nunca.

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