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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Muerte en Hamburgo (18 page)

BOOK: Muerte en Hamburgo
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—Herr Fabel, lo que digo es que ahí fuera pasan un montón de cosas que alguien como usted está muy lejos de poder comprender. Y con el máximo respeto, creo que debería quedarse al margen. —Yilmaz se puso en pie—. Siento no poder ayudarle en su investigación.

Fabel dejó la taza de café en la mesa antigua.

—Herr Yilmaz, ahí fuera hay un monstruo. Está arrancando los pulmones a las mujeres, literalmente. Necesito toda la ayuda que pueda conseguir para detenerlo. Si hay algo que pueda decirme…

—Mentir a la policía es una habilidad que he ido afinando a lo largo de los años. Pero en este caso, le aseguro que le estoy diciendo la verdad. No sé nada de esta chica o de los planes que Klugmann tuviera con ella. —Yilmaz hizo una pausa, como si sopesara algo—. Haremos una cosa, pondré a alguna de mi gente a investigarlo. Quizá tengan acceso a fuentes que no hablarían con la policía. Y, por supuesto, nosotros podemos ser más… bueno, directos en nuestra forma de enfocar el tema. Le prometo que si descubrimos algo, se lo comunicaré.

Yilmaz acompañó a Fabel a la puerta. Al salir, Fabel se volvió hacia él.

—Lo que no entiendo es que si tantas ganas tiene de legalizar su negocio, ¿por qué no pone fin a sus actividades ilegales ya, en lugar de irse retirando paulatinamente?

Yilmaz se echó a reír.

—Pregunte a cualquier gestor de negocios: la diversificación tiene que estar financiada y apoyada por un negocio básico sólido. Una vez que la facturación de mis operaciones diversificadas (sobre todo de la rama constructora e inmobiliaria) haya igualado la del negocio básico, tendré la seguridad que necesito para legalizar totalmente mis actividades. —Cruzó el umbral de la puerta principal con Fabel, se dio la vuelta y contempló la casa.

—¿Le gusta mi casa, Herr Fabel?

—Sí. Es impresionante.

—Fue construida en los años veinte. El arquitecto que la diseñó fue responsable de varias fincas de Rotherbaum. Era el arquitecto alemán de mayor reputación y con una de las carreras más prósperas de Alemania. Un hombre rico, respetado y de éxito por derecho propio. —Yilmaz se volvió hacia Fabel—. También era judío. Murió en el campo de concentración de Dachau. Como le he dicho, Herr Fabel, yo hago una distinción entre lo que es legal y lo que es moral, y mi forma de entender el concepto de lo alemán tiene un límite. Si bien albergo esperanzas para mi hijo, sé que yo siempre seré un extranjero. Y por eso sigue habiendo un elemento «alternativo» en mis actividades empresariales. Adiós, Herr Fabel. Y suerte en su búsqueda.

Fabel llamó a la Mordkommission desde el coche. Había puesto a Maria tras la pista de ese tal John MacSwain que había mencionado Otto. No resultaría difícil encontrar un nombre tan particular como ése en Hamburgo, e irían más rápidos si se encargaba Maria que si esperaban a que Otto revisara sus papeles. Fabel habló con Werner, quien le comentó que tenían una dirección de John MacSwain en Harvestehude, pero que aún no disponían de más información sobre él.

—Tengo otra cosa extraña para ti, jefe —dijo Werner—. He recibido una llamada de un tal Hauptkommissar Sülberg de Cuxhaven. Quiere que lo llames urgentemente. Tiene un par de casos de violación múltiple en forma de ritual. Ha pensado que podrían estar relacionados con tu asesino en serie. Ah, y esa periodista, Angelika Blüm, ha intentado ponerse en contacto contigo de nuevo.

—De acuerdo, voy para allá. —Fabel cerró la tapa del móvil y se lo guardó en el bolsillo. Al encender el coche, vio a una chica guapa por el retrovisor exterior. Estaba subiéndose a un coche aparcado más abajo. Tenía el pelo corto, abundante y de un rubio iridiscente, e irradiaba una juventud ágil. No sabía exactamente de qué le sonaba.

La voz al otro lado del teléfono era cálida y modulada, y detrás del alemán estándar había un rastro de los mismos tonos
Plattdeutsch
con los que Fabel había crecido. No llevaban mucho rato hablando cuando Fabel se dio cuenta de que detrás del agradable tono provincial había una inteligencia perspicaz.

—Y usted cree que podría existir una relación entre estos ataques y los asesinatos que estoy investigando. ¿En qué se basa, Hauptkommissar Sülberg? —preguntó Fabel.

—Podría ser impreciso y decirle que es una corazonada. Pero hay una base para esta corazonada. Tengo a dos chicas en el Stadtkrankenhaus; una está ingresada, y la otra, en el depósito de cadáveres.

—¿Asesinada?

—No…, o al menos no de forma directa. Pero estoy tratando el caso como homicidio sin premeditación. Tanto a la chica muerta como a la que está ingresada en el hospital les administraron un hipnoalucinógeno sin que se dieran cuenta.

—¿La droga de las citas con violación?

—Es lo que indican los análisis. A las dos las ataron por las muñecas y los tobillos y sufrieron abusos siguiendo algún tipo de ritual. Leí los detalles de sus dos asesinatos en el dossier del Bundeskriminalamt y vi ciertos paralelismos. Anoche nuestra segunda víctima se quedaba en casa de una prima suya en Hamburgo. Conoció a un tipo en una discoteca de Sankt Pauli que le ofreció una botella de agua mineral, y cree que podía contener algún tipo de droga. Así que, según esto, la escena principal del delito se sitúa en su jurisdicción.

Fabel sonrió. Aquel poli pueblerino sabía hacer su trabajo.

—¿Qué le hace pensar que hay un componente de ritual en todo esto?

—Como sabe, estas drogas provocan una fuerte amnesia, pero entre laguna y laguna la víctima recuerda vagamente haber estado atada a una especie de altar. Dice también que cree que había una especie de estatua.

—Gracias por llamar, Herr Sülberg. Creo que merece la pena estudiarlo. Tengo a una psiquiatra forense trabajando conmigo en este caso, la doctora Eckhardt. ¿Le importa que venga conmigo?

Sülberg no puso ninguna objeción y concretaron una hora para verse al día siguiente.

Viernes, 13 de junio. 19:30 h

HARVESTEHUDE (HAMBURGO)

Para Fabel, había momentos críticos cuando interrogaba a sospechosos o preguntaba a testigos: milésimas de segundo en que las reacciones de la gente eran espontáneas y naturales; en que ni siquiera había tiempo para recurrir a la tapadera más ensayada. Uno de esos momentos era cuando la policía llama a tu puerta sin previo aviso. El contacto oficial con la policía era una excepción en la vida del ciudadano medio, y cuando un agente llama a la puerta, el ciudadano medio reacciona de diversas formas. La alarma es la más común: uno cree que la visita de la policía se debe a una mala noticia, normalmente la muerte de un pariente. Como mínimo, se cree que el hecho de que un agente de policía llame a la puerta de uno es señal de que algo va mal, de un delito o un accidente, y la reacción suele ser una combinación de intranquilidad y queja que se expresa abriendo mucho los ojos.

John MacSwain se equivocó en todo. Cuando Fabel y Werner le mostraron sus placas ovales, MacSwain sonrió con la mayor naturalidad, se hizo a un lado y les invitó a entrar.

Por segunda vez aquel día, Fabel se encontró en una casa que estaba muy lejos de sus posibilidades económicas. El apartamento de MacSwain era enorme, y la decoración y los muebles eran caros. Tenía un gusto exquisito. MacSwain era un hombre de casi treinta años, alto, de pelo oscuro y llevaba ropa informal pero cara. Tenía el atractivo musculoso y masculino de un actor de cine. Fabel advirtió que su rasgo más llamativo eran los ojos, que eran de un color esmeralda claro y no eran distintos de los del eslavo que había visto aquella noche por fuera de la escena del crimen. La forma del rostro, sin embargo, era totalmente distinta.

MacSwain los condujo hasta una enorme sala de estar abierta con el suelo de haya pulida. Bajaron unos escalones y llegaron a una zona de descanso que quedaba hundida, donde MacSwain se recostó con elegancia en uno de los dos enormes sofás. Con un gesto de la mano, les indicó que ocuparan el otro sofá.

—¿Qué puedo hacer por ustedes, caballeros? —El alemán de MacSwain era perfecto y casi no tenía acento.

Fabel sonrió y habló en inglés.

—Veo que no es usted alemán. ¿Es inglés? ¿O quizá estadounidense?

MacSwain pareció sorprendido.

—En realidad, soy escocés… Su inglés es excepcional, Herr…

—Fabel. Kriminalhauptkommissar Fabel. En realidad, yo también soy medio escocés. Recibí una parte de mi educación en Inglaterra.

—Asombroso. —Pareció que los ojos verdes de MacSwain buscaban algo en Fabel—. ¿Qué puedo hacer por usted, Herr Fabel?

—Estamos investigando un caso, un homicidio, en el que la forma de matar tiene visos de ritual. Éste, creemos, puede estar relacionado con la mitología escandinava, con el odinismo o As… —Fabel intentó recordar el nombre que había mencionado Otro.

MacSwain ayudó a Fabel.

—Asatru. Significa «creer en los aesir». O si quiere hablar correctamente y con propiedad de verdad,
Forn Siar
, que significa el «camino antiguo».

—Gracias, sí, Asatru. Nos han informado de que es usted una especie de experto en la materia, así que nos preguntábamos si podría ayudarnos proporcionándonos información sobre estas creencias.

MacSwain mantuvo clavados sus ojos verdes en Fabel, sin decir nada, unos momentos antes de contestar.

—Herr Fabel, yo soy asesor en tecnología de la información, no sumo sacerdote odinista.

—Pero ¿le interesa el tema?

—Me interesan muchos temas. El ocultismo es uno de ellos. No soy miembro de ningún colectivo Asatru, ni nada por el estilo. De todos modos, ¿no sería mejor que recurrieran a una fuente más fidedigna para obtener información al respecto? Al departamento de historia medieval de la universidad, por ejemplo.

—Ya estamos investigando por ese lado. Mientras tanto, necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir.

Werner tosió de manera audible y artificial. Fabel captó el mensaje: llevaban todo el rato conversando en inglés.

—Lo siento. —Fabel se pasó al alemán—. Creo que deberíamos hablar en alemán por respeto al Oberkommissar Meyer.

—Por supuesto. ¿Dice que se trata de una investigación por asesinato?

—Sí. Las víctimas han sido asesinadas de un modo que es casi idéntico al ritual vikingo del Águila de Sangre. —Fabel observó el rostro de MacSwain. La única emoción que denotó fue interés.

—¿Les han arrancado los pulmones o les han grabado el contorno de un águila en la espalda?

—No sabía que hubiera dos métodos.

MacSwain se levantó y se dirigió a una gran biblioteca que iba del suelo al techo y que era de haya, igual que el suelo pero sin pulir. Funcionaba como una especie de separador del espacio abierto. Cogió dos libros: uno era el que Fabel había visto en la tienda de Otro. O bien MacSwain fingía estar relajado, o no tenía nada que esconder.

MacSwain pasó las hojas del otro volumen hasta que encontró lo que estaba buscando.

—De hecho, existe la posibilidad de que no se llevara a cabo ninguna de las dos formas del ritual.

—¿Ah, no?

—Algunos historiadores creen que la historia del Águila de Sangre era una forma de propaganda negativa que inventaron las víctimas de los asaltos vikingos. Los testimonios históricos recogen algunos ejemplos, pero suelen discrepar… Algunos dicen que se evisceraba a las víctimas, mientras que otros afirman que se recortaba un águila de la carne de la espalda del sacrificado. Y que esté escrito no quiere decir que los relatos sean ciertos.

—¿Qué me dice de Asatru? No creo que tenga muchos seguidores.

MacSwain esbozó una sonrisa perfecta.

—Pues se equivoca, Herr Fabel. Asatru es muy popular últimamente. En Estados Unidos tiene muchos seguidores. Oficialmente está clasificada como una religión neopagana. Ahora es una versión muy aséptica, pero Hitler incorporó una buena parte de su mitología y su simbolismo al nazismo. Para serle sincero, lo han metido en el cajón de sastre de la New Age junto con el budismo, el chamanismo de los nativos americanos, el wicca y todos los demás.

—¿Sabe de algún culto que opere en Hamburgo?

MacSwain se frotó la barbilla.

—¿Sospecha que los adoradores de Asatru son los responsables de estos asesinatos? Suelen ser gente New Age inofensiva que se centra en Balder. —MacSwain captó la expresión interrogadora de Fabel—. Una figura parecida a Jesucristo del panteón de los aesir. Una deidad vikinga políticamente correcta. Y en respuesta a su pregunta, sí, lo hay. Se hacen llamar el Templo de Asatru. Se reúnen en un viejo almacén de Billstedt, por lo que he oído.

—Gracias por su ayuda, señor MacSwain —dijo Fabel en inglés, y se levantó del sofá.

Fabel se quedó mirando inexpresivo las puertas del ascensor que los bajaba de nuevo al vestíbulo del edificio de MacSwain.

—Hay algo en este tío que me huele mal. Puede que no tenga nada que ver con estos asesinatos, pero me ha parecido que no le sorprendía que la Kriminalpolizei de Hamburgo llamara a su puerta.

—A veces creo que la mitad de la población de Hamburgo esconde algo —dijo Werner.

—Quiero vigilar a MacSwain. Y quiero un informe completo sobre él.

—¿Podremos justificar el personal necesario para vigilarlo las veinticuatro horas? Lo único que tienes es una corazonada… Aunque estoy de acuerdo contigo. Estaba demasiado relajado.

—Tú organízalo, Werner. Yo le pediré la autorización a Van Heiden.

Viernes, 13 de junio. 23:00 h

HAMBURGO-HARBURG (HAMBURGO)

La piscina vacía estaba iluminada por el disco brillante de la luna, que quedaba enmarcada en la gran ventana del tejado; la única ventana que, dada su inaccesibilidad, no habían roto los vándalos. El rayo de luz bañaba los azulejos agrietados de la piscina y las paredes. Hacía años que nadie utilizaba la piscina. Lo que se había pensado como un mural alegre, en el que se vieran delfines muy azules y niños con manguitos chapoteando en el agua, tan sólo era visible en las paredes de debajo de la mugre acumulada y las pintadas. Habían roto todas las ventanas del otro extremo de la piscina, y la propia cubeta, sin agua desde hacía mucho tiempo, estaba llena de basura y porquería. Había jeringuillas usadas por todas partes. Alguien incluso había defecado en un rincón.

—Antes éste era un barrio de gente decente y trabajadora. —Quien hablaba era el hombre que estaba en el otro extremo de la piscina, mirando a través de los cristales rotos. Enfocó una linterna en dirección a una puerta doble que ahora sólo tenía una hoja—. Comprueba que no haya nadie…

BOOK: Muerte en Hamburgo
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