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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Muerte en Hamburgo (22 page)

BOOK: Muerte en Hamburgo
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Fabel había acordonado la escena del crimen y la había dejado en manos del equipo del Tatort. El protocolo que seguían era que Brauner examinaba primero la escena, sin tocar el cuerpo, y sólo cuando él y su equipo habían acabado, Moller podía entrar para llevar a cabo su examen. Por consiguiente, Moller estaba en la puerta del piso, subiéndose por las paredes. Para Fabel, aquél fue el único momento bueno del día.

Brauner salió por fin. Sin mirar siquiera a Moller, le pidió a Fabel que entrara.

—Hay algo que tienes que ver antes de que lo meta en la bolsa para examinarlo en el laboratorio.

Brauner lo condujo hasta la escena del crimen. Fabel tuvo que pasar por delante del cadáver, rozando a dos técnicos del Tatort enfundados en sus batas. El fotógrafo estaba recogiendo su equipo, y en el cuarto apenas quedaba espacio para moverse. Brauner llevó a Fabel hasta la mesa y señaló el ordenador portátil. En la pantalla, había abierto un mensaje de correo electrónico enviado hacía poco. Era el que había llegado al Präsidium justo después de las once y los había conducido hasta allí. El asesino no sólo lo había enviado desde el portátil de Angelika Blüm; lo había dejado abierto y esperando su llegada.

—¡Será cabrón! —Fabel sintió que una furia ciega se apoderaba de él. Siempre se enorgullecía de mantener la calma, el control, pero aquel tipo le sacaba tanto de quicio que sus defensas habituales ya no pudieron soportarlo más—. Este cabrón se está mofando de nosotros. Es lo que quería, es exactamente la escena que tenía en mente: ¡yo en esta habitación con el cadáver y leyendo este puto mensaje por segunda vez! —Fabel se volvió hacia Brauner—. Entonces, ¿estaba aquí a las once?

—No necesariamente. El envío del mensaje estaba programado. Pero hay más. —Brauner, utilizando con cuidado un dedo enguantado en látex, seleccionó «Ocultar aplicación», y apareció el escritorio del portátil. Brauner clicó en una serie de carpetas. Estaban todas vacías.

—Es extraño —dijo Brauner—. ¿Qué clase de asesino en serie entra en el ordenador de su víctima y borra todos sus archivos?

—¿Puedo llevarme el portátil para que la sección técnica le eche un vistazo?

—No, aún no. Ya hemos sacado las huellas, pero quiero abrirlo. Los teclados de los ordenadores tienen tantos rinconcitos como botones; debajo de las teclas se quedan atrapadas todo tipo de cosas. Con un poco de suerte puede que demos con un pelo o algún epitelio de nuestro asesino.

—Lo dudo muchísimo —dijo Fabel desanimado—. Este tipo no comete errores. A pesar de esta forma de asesinar tan desagradable, es casi como si matara en una sala esterilizada. No deja nada de sí mismo.

—Aun así, vale la pena intentarlo —dijo Brauner, intentando parecer alentador sin conseguirlo—. Quizá tengamos suerte.

—Lo dudo. ¿Puedo decirle a Móller que ya puede entrar?

Brauner sonrió.

—Supongo que sí.

De camino al pasillo, Fabel se interesó por Anna Wolff, que tenía la cara amarilla debajo del pelo negro de punta, su rímel característico y el llamativo pintalabios rojo.

—Estoy bien, jefe… Lo siento. Esta vez me ha afectado…

Fabel sonrió para tranquilizarla.

—No tienes por qué disculparte, Anna. Nos ha pasado a todos. En cualquier caso, tu penitencia ya va a ser lo bastante dura: Brauner y el equipo del Tatort no van a dejar que lo olvides nunca.

Werner le dio un golpecito en el hombre a Fabel.

—No te lo vas a creer, Jan… Tenemos una hora de llegada y un testigo.

—¿Te ha dado una descripción?

—No muy buena, pero sí.

Fabel puso cara de impaciencia.

—En el piso de abajo vive una chica —continuó Werner—. Tiene unos treinta años y trabaja en una agencia de publicidad o algo igual de útil e importante. Bueno, el caso es que tiene un novio nuevo. Han ido al gimnasio a hacer algo de deporte y han vuelto sobre las nueve. Me ha dado la impresión de que el novio tenía planeado otro tipo de ejercicio con ella, en horizontal, ya sabes, pero no llevan tanto tiempo saliendo como para que ella le invite a subir. El caso es que han aparcado al otro lado de la calle sobre las ocho y media. El chico ha apagado las luces; es obvio que estaba haciendo todo lo posible para convencerla de que le dejara subir. Ha sido entonces cuando han visto que un tipo llegaba a pie. Si ha venido en coche, debe de haberlo aparcado a cierta distancia, porque ellos no lo han visto. Se han fijado en él porque, justo antes de llamar al timbre de uno de los pisos, se ha asegurado de echar un buen vistazo a la calle. La chica dice que incluso ha examinado el vestíbulo a través de las puertas de cristal.

—Entonces, ¿lo ha visto bien?

—Tan bien como ha podido por la hora que era y la distancia a la que estaba. —Werner abrió su libreta y comprobó sus notas—. Era alto y fornido. Ha hecho hincapié en que era ancho de hombros. No parecía fuera de lugar en este barrio e iba bien vestido, llevaba un traje gris oscuro.

«No era mi eslavo bajito y achaparrado de ojos verdes», pensó Fabel.

—Era rubio y llevaba el pelo bastante corto —continuó Werner—. Pero aquí viene lo importante… La chica dice que llevaba una gabardina gris claro colgada sobre una bolsa de deporte grande.

—Las herramientas de su oficio —dijo Fabel en voz baja y con amargura.

—La chica dice que no lo había visto nunca antes de esta noche, y el conserje sólo ha sugerido a un posible inquilino, pero la chica lo conoce de vista y jura que no era él. En cualquier caso, la chica vio que nuestro hombre llamaba al timbre de uno de los pisos, así que no es probable que se tratara de un inquilino. Nos quedan algunos apartamentos por comprobar, algunos están vacíos, pero por el momento todo el mundo niega haber recibido la visita de alguien que encaje con la descripción.

—¿Alguien lo ha visto marcharse?

—No. Y nadie ha oído ruido de forcejeo o gritos de socorro. Es un edificio bastante sólido, pero sería lógico pensar que alguien hubiera oído algo.

—No te dejes engañar por toda esa sangre, Werner. Este tipo es frío y lo planea todo al detalle. Esperaremos a tener la autopsia completa, pero por cómo tenía la parte posterior de la cabeza, creo que le ha dado un golpe y ha muerto en el acto o casi. Es obvio que el cabrón le ha dicho que era policía, probablemente yo, y ha dejado que ella pasara delante. Mientras le daba la espalda, ¡bumba!, le ha machacado el cráneo. Eso le ha dejado todo el tiempo del mundo para abrir su cajita de herramientas y ponerse a trabajar.

Werner se tocó el pelo.

—Este tipo da miedo, Jan. Parece que nunca comete ningún error. Excepto esta noche. No ha examinado bien la calle. Pero aparte de una descripción imprecisa de alguien que lo ha visto sólo un momento y de lejos, no nos ha dejado nada más.

—Veremos lo que tienen que decir Brauner y Moller. —Fabel le dio a Werner una palmadita alentadora en el hombro rollizo—. Quizá hoy ha tenido un mal día.

De nuevo en el apartamento, Fabel vio que Moller, el patólogo, seguía junto al cuerpo, escribiendo notas en una tablilla con sujetapapeles. Se volvió hacia dos técnicos del Tatort.

—Si el fotógrafo ha terminado, ya podéis llevar el cuerpo al depósito. —Mientras hablaba, Moller vio a Fabel y le hizo un gesto con la cabeza. Su actitud brusca habitual parecía haberlo abandonado, y había una mirada casi compungida en sus ojos. Fabel pensó que aquel asesino estaba empezando a afectar a todo el mundo.

—Supongo que no te hace falta mi opinión profesional para decirte que es el mismo modus operandi que los otros dos.

—No —dijo Fabel—. Me ha mandado un mensaje de correo electrónico desde ese ordenador de allí.

Moller meneó la cabeza con incredulidad.

—En cualquier caso, para que conste, te diré que no tengo ninguna duda de que esto es obra de la misma persona o personas. Te entregaré un informe completo cuando haya realizado la autopsia, por supuesto. Echa un vistazo a esto… —El patólogo se encorvó y señaló con su bolígrafo el punto en el que habían cortado la carne y habían separado las costillas.

Fabel se inclinó hacia delante para mirar. Parecía algo salido de una carnicería. «Concéntrate —se decía a sí mismo—, céntrate en el detalle, no mires a la persona. Concéntrate.» Pero aun así tuvo que reprimir las arcadas.

—¿Ves el pequeño error que ha cometido nuestro amigo? —Con el bolígrafo, Móller resiguió la línea de un borde dentado que salía en diagonal del corte principal—. Se puede ver la forma del filo. Es un filo ancho; diría que se trata de una espada corta o un cuchillo de caza muy pesado. Le sacaré unas fotos durante la autopsia.

Fabel respiró despacio antes de hablar.

—¿Es la única desviación de los cortes principales?

Móller se rascó la barba entrecana.

—Sí… Ése es el tema. No ha sido un arrebato de locura. Se ha tomado su tiempo. —Señaló la parte posterior de la cabeza de Angelika Blüm—. De nuevo, tenemos que el traumatismo mortal o casi mortal ha sido en la parte posterior del cráneo; de nuevo, ha sido con un instrumento contundente y ovalado; y de nuevo, tenemos las disecciones para acceder a los pulmones y conseguir esta, bueno, marca característica, supongo.

—Una marca horrible —dijo Fabel.

Móller no contestó de inmediato. Estaba en cuclillas y se irguió con un quejido. Miró fijamente el cuerpo; era como si no lo viera, como si mirara más allá de él.

—Este hombre debe de tener una fuerza física como mínimo considerable. En una operación quirúrgica, para abrir un cuerpo normalmente hace falta una sierra esternal y separadores de costillas mecánicos. Este hombre abre a sus víctimas con una precisión asombrosa y luego separa las costillas. Es muy fuerte.

Maria entró en el cuarto y le hizo una seña a Fabel.

—¿Jefe?

Él la siguió hasta el salón. Holger Brauner estaba en la habitación con su equipo.

—Mira esto —le dijo a Fabel, señalando la mesa de café con la mano enguantada—. ¿Qué ves?

Fabel se quedó mirando una gran mesa rectangular de madera clara. Parecía robusta y cara. Se encogió de hombros.

—Aparte de una mesa de café, nada.

—Exacto —dijo Brauner—. Ningún adorno. Ni ceniceros, ni cuencos, ni libros. —Levantó una de las lámparas de mano de alta potencia del equipo forense. Inundó la superficie de la mesa con una luz fría y blanqueadora—. Mira aquí… —Brauner se inclinó hacia delante y dibujó un cuadrado en la mesa—. Aquí había algo. Y aquí. —Su dedo dibujó un círculo en el otro lado de la mesa—. Aquí también. —Apagó la lámpara y se volvió hacia la ventana, oculta tras los estores bajados—. Estas ventanas son fantásticas, ¿verdad? Lo he comprobado con la brújula: este cuarto está orientado al sur. Este cuarto recibe la mejor luz del día. Se convierte en un espacio alegre, con mucha luz.

—¿Vas a cambiar de carrera y hacerte agente de la propiedad inmobiliaria, Holger? —le preguntó Fabel.

Brauner se rió.

—El sueldo sería muchísimo mejor, eso seguro. Pero no; lo que pasa es que la luz aclara los muebles. Incluida la madera. En estas zonas un poco más oscuras de la mesa es donde tenía libros, adornos…, objetos que estaban aquí la mayor parte del tiempo.

—Pero que ahora no están.

—Exacto. Y no creo que nuestro asesino los haya cambiado de sitio. —Brauner se acercó al zócalo de piedra que rodeaba la chimenea de gas. Cogió tres libros que estaban apilados uno encima de otro y los colocó sobre la mesa. El borde del libro de abajo coincidía con la zona ligeramente más oscura que había señalado. De una mesa alta que había detrás de Fabel cogió un objeto de cerámica contemporáneo de base circular. También coincidía con la sombra de la mesa—. Nuestro tipo es tan meticuloso que se habría asegurado bien de volver a colocarlo todo donde lo había encontrado. Yo diría que Angelika Blüm recogió la mesa para extender algo encima. Papeles o algo así. Fuera lo que fuera lo que tenía aquí encima, nuestro asesino se lo ha llevado. Y después no ha sabido qué había que colocar de nuevo en la mesa.

—¿Quieres decir que crees que roba cosas a sus víctimas para llevárselas como trofeo?

—No, Jan. —De repente, la voz de Brauner sonó más tensa—. No creo que este tipo sea un asesino en serie psicopático que mata al azar. La mayoría de asesinos en serie psicopáticos se llevan trofeos, ya sea un objeto personal o un órgano interno. Los trofeos de este tipo de nuestro hombre son todos documentales. ¿Recuerdas que me preguntaste si habíamos encontrado una agenda de citas o un diario en el apartamento de la segunda chica? Lo que no acaba de encajar es por qué ha borrado todos los archivos del ordenador. Apuesto a que si seguimos buscando, aún encontraremos menos. La chica era periodista, ¿verdad?

Fabel asintió con la cabeza.

—Trabajaba por cuenta propia, ¿verdad? ¿Y tenía el despacho en el cuarto de al lado?

—Supongo —dijo Fabel.

—Entonces te sugiero que revises sus archivos. Yo digo que ahí también faltará material.

Fabel miró a Brauner, luego a Maria y luego a Werner, que había entrado en el salón y había oído la parte principal de la teoría de Brauner.

—¿Estás diciendo que tiene un motivo oculto, objetivo? No hay duda de que este tipo es un psicópata…

Brauner se encogió de hombros.

—Eso tiene que decirlo tu psiquiatra forense, pero sí, estoy de acuerdo en que el asesino es un psicópata. Sin embargo, eso no quiere decir que tenga que encajar en las pautas de un asesino en serie. ¿Has oído hablar de Iván el Terrible?

—Claro.

—Iván el Terrible unió Rusia. Fue el padre de la nación. Había una serie de principados feudales dispersos, y él los convirtió en una nación cohesionada. Ése era su motivo. Pero además de ser monarca y general, Iván encajaba en todos los criterios de asesino psicopático. De hecho, en muchos sentidos, encajaba en el perfil del clásico asesino en serie: un niño tímido, tranquilo y sensible a quien maltrataron desde la infancia. A raíz de esto, cuando era pequeño, torturaba y mataba animalitos. Luego, cuando tenía treinta años, mató a su primer hombre. Después de eso, cometió numerosas violaciones, asesinatos, actos de tortura terribles… entre los que se incluía freír, hervir, empalar a sus víctimas o echarlas a animales salvajes. Estamos hablando de miles de violaciones y cientos de asesinatos que Iván llevo a cabo personalmente. —Brauner movió la cabeza en dirección a la habitación de al lado—. Incluso tenía una afición parecida por los rituales. Tenía un cuerpo de guardaespaldas personales, la
oprichnina
. Los instruía casi como a una orden sagrada y él era su abad. Violaban, torturaban y mutilaban a sus víctimas parodiando las misas rusas ortodoxas.

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