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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, Policíaco

Muerte en la vicaría (27 page)

BOOK: Muerte en la vicaría
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—¿Era de Lawrence Redding, pues, de quien usted sospechaba?

—Ya sé que en las novelas el culpable es siempre la persona que menos parece serlo, pero he observado que esto no suele nunca ser así en la vida real. Por grande que haya sido siempre la simpatía que he sentido por mistress Protheroe, no pude evitar llegar a la conclusión de que estaba completamente bajo la influencia de míster Redding y que haría cualquier cosa que él le pidiera; y él desde luego no es de los que huyen con una mujer sin dinero. Desde su punto de vista, era necesario que el coronel Protheroe fuera eliminado… y lo eliminó.

El coronel Melchett no pudo ya contenerse por más tiempo.

—¡Tonterías y nada más que tonterías! Redding ha justificado a completa satisfacción su empleo del tiempo hasta las seis y cuarenta y cinco y Haydock afirma que Protheroe no pudo haber sido muerto entonces. Supongo que no creerá saber más de esto que los propios médicos. ¿O sugiere, acaso, que Haydock miente, sabe Dios por qué?

—Creo que la declaración del doctor Haydock es totalmente verídica. Es una persona de bien. Desde luego, quien mató al coronel Protheroe fue mistress Protheroe y no míster Redding.

La volvimos a mirar con increíble asombro. Miss Marple se arregló el sombrerito de encaje, echó atrás el chal que le cubría los hombros y empezó a hablar suavemente, haciendo las más asombrosas manifestaciones en el tono más natural del mundo.

—No he creído que fuera mi deber hablar hasta este momento. Las creencias que uno pueda tener, aunque sean tan arraigadas y fuertes que equivalgan al conocimiento directo, no son pruebas definitivas. Y a menos que uno tenga una explicación que encaje con todos los hechos, como le decía esta misma noche al querido míster Clement, no podemos aceptarla con verdadera convicción. La explicación que me daba a mí misma no era del todo completa; le faltaba algo. Pero cuando salía del gabinete de míster Clement observé la palma en el tiesto junto a la puerta ventana y entonces todo se aclaró como por encanto.

—Está loca, rematadamente loca —murmuró Melchett a mi oído.

Pero miss Marple nos miraba serenamente y prosiguió hablando con su suave voz.

—Me dolió mucho, porque ambos me eran muy simpáticos. Pero ya saben ustedes cómo es la naturaleza humana. Cuando primero él y después ella confesaron de aquella absurda forma, me sentí muy aliviada. Había estado equivocada. Entonces empecé a pensar en otras personas que tuvieran un posible motivo para desear la desaparición del coronel Protheroe.

—¡Los siete sospechosos! —murmuré.

Me sonrió.

—Sí, los siete sospechosos. En primer lugar, Archer; no me parecía muy probable, pero animado con algunos vasos de whisky pudo haber hecho cualquier cosa. Y después Mary, su cocinera. Ha estado saliendo mucho tiempo con Archer y su carácter es algo temperamental. Tenía motivo y oportunidad. ¡Estaba sola en la casa! La anciana mistress Archer pudo muy fácilmente haber cogido la pistola de casa de míster Redding, entregándosela a él o a ella. Tampoco podía descartar a Lettice, con su deseo de dinero y libertad de hacer su gusto. He conocido muchos casos en los cuales las muchachas más hermosas y etéreas han demostrado no poseer el menor escrúpulo moral, aunque, naturalmente, los caballeros no quieren jamás pensar esto de ellas, de tan gráciles señoritas.

Lancé una profunda exclamación.

—También estaba la raqueta de tenis —dijo miss Marple—. La que Clara, la doncella de mistress Price Ridley, vio en el suelo, junto a la verja de la vicaría. Parecía como si míster Dennis hubiese regresado del partido de tenis antes de lo que después dijo. Los muchachos de dieciséis años son muy susceptibles y están faltos de equilibrio mental. Sin tener motivo aparente alguno, pudo haberlo hecho, bien por usted o por Lettice. Era una posibilidad. Y también el pobre míster Hawes y usted, no los dos a la vez, sino alternativamente, como dicen los abogados.

—¿Yo? —exclamé inmediatamente en el colmo del asombro.

—Sí. Debo pedirle perdón por mis sospechas, pero no debemos olvidar las desapariciones de dinero. El culpable debía ser usted o míster Hawes, y mistress Price Ridley ha insinuado por todas partes que usted era el autor de los desfalcos, principalmente por su fuerte oposición a que se llevara a cabo una investigación. Desde luego, personalmente siempre creí que se trataba del pobre míster Hawes, que me recordaba mucho al desgraciado organista de quien le he hablado en alguna ocasión. Pero, de todas maneras, no podía estar completamente segura…

—Siendo la naturaleza humana lo que es —dije, completando su frase.

—Exactamente. Y asimismo, naturalmente, estaba la querida Griselda.

—Pero mistress Clement quedaba descartada del todo —interrumpió entonces Melchett—. Ella regresó en el tren de las seis y cincuenta.

—Esto es lo que ella le dijo —repuso miss Marple—. Uno nunca debe guiarse por lo que la gente dice. El tren de las seis y cincuenta llegó con media hora de retraso aquel día. Pero a las siete y cuarto yo la vi con mis propios ojos dirigirse hacia Old Hall. Por tanto, debió haber regresado en un tren anterior. Ella fue vista, pero seguramente usted lo sabe.

Me miró inquisitivamente.

Algo magnético en su mirada me obligó a tenderle la última carta anónima, la que había abierto tan poco tiempo antes. Decía claramente que Griselda había sido vista saliendo de la casa de Lawrence Redding por la ventana posterior a las seis y veinte del día fatal.

En ningún momento mencioné la terrible sospecha que me asaltó. La había visto como en una pesadilla; una vieja intriga entre Lawrence y Griselda, el conocimiento de ello llegando a oídos de Protheroe, su decisión de comunicarme esos hechos, y Griselda, robando la pistola para silenciar al coronel. No era sino una pesadilla, pero por algunos momentos tuvo el terrible aspecto de realidad.

Ignoro si miss Marple sospechaba algo por el estilo. Probablemente sí. Pocas cosas le pasan inadvertidas.

Me devolvió la nota con un movimiento de cabeza.

—Todo el mundo lo sabe —dijo—, y daba lugar a sospechas, especialmente cuando mistress Archer juró que la pistola estaba en la casa cuando ella salió de la misma al mediodía.

Hizo una ligera pausa y después prosiguió:

—Pero me estoy alejando mucho de la cuestión. Lo que quiero hacer, porque me considero obligada a ello, es darles mi propia explicación del misterio. Si no la creen, me quedará la satisfacción del deber cumplido. Quizá mi deseo de estar completamente segura de mi opinión cueste la vida al pobre míster Hawes.

Hizo otra pausa, y cuando volvió a hablar su voz tenía un tono distinto.

—He aquí la explicación de los hechos. El jueves por la tarde el crimen había quedado planeado en sus menores detalles. Lawrence Redding pasó primero por la vicaría, sabiendo que el vicario estaba ausente. Llevaba la pistola, que escondió en el tiesto junto a la puerta ventana. Cuando el vicario regresó, Redding explicó su presencia allí manifestando que quería comunicarle su decisión de marchar del pueblo. A las cinco y media Lawrence Redding telefoneó desde el pabellón norte al vicario, con voz de mujer. Recuerden que es un buen actor aficionado.

»Mistress Protheroe y su esposo acababan de salir hacia el pueblo. Y cosa curiosa, aunque nadie parece haberle prestado atención alguna, mistress Protheroe no llevaba bolso. Es verdaderamente algo muy extraño en una señora. Un momento antes de las seis y veinte pasa por delante de mi jardín y se detiene a hablar conmigo, como para darme la oportunidad de comprobar que no lleva arma alguna consigo y que su estado es completamente normal. Tuvieron en cuenta que yo suelo fijarme mucho en todo. Se dirige hacia la casa y desaparece tras la esquina, en dirección a la ventana del gabinete. El pobre coronel estaba sentado ante el escritorio, escribiéndole la nota al vicario. Como todos sabemos, era bastante sordo. Ella sacó la pistola del tiesto, se dirigió hacia él y le disparó un tiro en la cabeza, arrojó la pistola al suelo y salió rápidamente, dirigiéndose al estudio cruzando por el jardín. Uno casi juraría que no tuvo tiempo de hacerlo.

—Pero, ¿y el disparo? —objetó Melchett—. ¿No oyó usted un disparo?

—Creo que existe un invento conocido con el nombre de silenciador Maxim. Conozco su existencia por haber leído acerca de él en las novelas policíacas. Me pregunto si el estornudo que la doncella Clara oyó no fue en realidad el disparo. Pero no importa. Mistress Protheroe se reunió en el estudio con míster Redding. Salieron juntos, y siendo la naturaleza humana como es, temo que poseían la certeza de que no me marcharía de mi jardín hasta que ellos abandonaran el estudio.

Jamás me fue miss Marple tan simpática como en aquel momento, con su humorística concepción de su propia debilidad.

—Cuando salieron, su actitud era alegre y normal. Y ahí es donde cometieron un error, porque si verdaderamente se hubieran despedido, como aseguraron más tarde, su aspecto hubiese sido muy distinto. Pero ése fue su punto débil. Tuvieron gran cuidado en procurarse una coartada que cubriera los diez minutos siguientes. Finalmente, míster Redding se dirigió a la vicaría, saliendo de allí lo más tarde que osó. Probablemente vio al vicario en el sendero y calculó el tiempo al segundo. Recogió la pistola con el silenciador y dejó la nota falsificada con la hora escrita aparentemente por distinta mano. Cuando la falsificación se descubriese, tendría el aspecto de un grosero intento de complicar a Anne Protheroe.

»Pero cuando dejó la carta vio que el coronel estaba escribiendo algo completamente inesperado. Como es hombre muy inteligente, comprendió que aquella nota acaso pudiera serle útil y la cogió. Cambió la hora en el reloj para hacerla coincidir con la indicada en la carta, sabiendo que aquel reloj estaba siempre adelantado un cuarto de hora, ello también con la idea aparente de complicar a mistress Protheroe. Entonces salió, encontrándose con el vicario junto a la verja del jardín, y fingió sentirse sumamente alarmado y asustado. Como digo, es muy inteligente. ¿Qué trataría de hacer un verdadero criminal? Portarse con naturalidad, desde luego. Y esto es precisamente lo que Redding no hizo. Se desprendió del silenciador y se dirigió a la comisaría con la pistola, acusándose ridículamente, siendo creído por todo el mundo.

Había algo fascinante en la versión del caso dada por miss Marple. Hablaba con tal seguridad, que ambos sentimos que el asesinato no pudo ser cometido de otra manera.

—¿Y el verdadero disparo oído en el bosque? —pregunté—. ¿Se trata de la coincidencia a la que usted se refirió esta noche?

—¡Oh, no! Eso no fue una coincidencia, ni mucho menos. Era absolutamente necesario que se oyera un disparo, pues de lo contrario las sospechas contra mistress Protheroe pudieran haber adquirido demasiado cuerpo. No acabo de comprender en que forma lo logró míster Redding, pero sí sé que el ácido pícrico estalla si se le deja caer algo pesado encima. Recuerde, querido vicario, que usted encontró a míster Redding llevando una gruesa piedra precisamente en el lugar del bosque en que usted halló ese cristal más tarde. Los caballeros saben hacer las cosas tan bien… La piedra suspendida sobre el ácido y una mecha de tiempo… Algo que tardara unos veinte minutos en arder, para que la explosión se produjera hacia las seis y media, cuando él y mistress Protheroe hubieran salido del estudio, encontrándose a la vista de todo el mundo. Fue una idea muy ingeniosa, porque después no quedaría otro indicio que la piedra, que estaba tratando de eliminar cuando usted se encontró con él, poco antes.

—Creo que tiene usted razón —dije, recordando la sorpresa que experimentó Redding cuando me encontró aquel día.

Todo ello había parecido completamente natural, pero en aquel momento…

Miss Marple parecía leer mis pensamientos, pues afirmó sagazmente con la cabeza.

—Sí —dijo—, pudo haber sido una sorpresa muy desagradable para él, pero salió muy bien del paso diciendo que la traía para mi jardín japonés. Sólo que —miss Marple habló con gran énfasis—
esa piedra no era de la clase empleada para los jardines japoneses
. Este detalle me puso sobre la verdadera pista.

Durante todo el tiempo, el coronel Melchett permaneció sin pronunciar palabra, fascinado. Carraspeó un par de veces, se sonó y exclamó:

—¡Por todos los diablos! ¡Por cien mil de a caballo!

No dijo nada más. Creo que, al igual que yo, se sentía impresionado por la aplastante lógica de las conclusiones de miss Marple, pero no estaba, por el momento, dispuesto a admitirlo.

En lugar de ello alargó la mano y cogió la arrugada carta.

—¡Muy bien! Pero, ¿cómo explica usted la llamada de Hawes y su confesión? —preguntó.

—Todo esto fue algo providencial, debido, sin duda, al sermón del vicario. Su sermón ha sido verdaderamente admirable, querido míster Clement. Debe haber impresionado en grado sumo a míster Hawes. No pudo contenerse más tiempo y decidió confesar acerca de la apropiación de fondos de la iglesia.

—¿Cómo?

—Sí, y esto, por designio de la providencia, es lo que le ha salvado la vida. Porque espero y confío en que se salve. El doctor Haydock es muy buen médico. En mi opinión, míster Redding conservó la carta, algo muy peligroso, desde luego, pero supongo debió esconderla en lugar seguro. Esperó hasta descubrir a quién se refería y no tardó en averiguar que se trataba de míster Hawes y pasó largo rato con él. Sospecho que fue entonces cuando cambió un sello de la caja de míster Hawes. Este pobre señor tomaría inocentemente el sello. Después de su muerte se hubiesen examinado sus pertenencias, encontrándose la carta, por lo que todo el mundo creería que fue el asesino del coronel Protheroe, quitándose después la vida por remordimiento. Algo me impulsó a imaginar que míster Hawes debe haber encontrado la carta esta noche después de haber tomado el sello fatal. Dado su desordenado estado mental debe haber creído que se trataba de algo sobrenatural, como consecuencia del sermón del vicario, sintiéndose impelido a confesar.

—¡Palabra de honor! —exclamó Melchett—. ¡Es la cosa más extraordinaria! Pero no creo ni una sola palabra de ello.

Jamás había Melchett manifestado algo con tan poca convicción. Así debió parecerle a él mismo, por cuanto continuó diciéndole:

—¿Puede usted explicar la otra llamada, la que hizo de la casa de míster Redding a mistress Price Ridley?

—¡Ah! —exclamó miss Marple—. Esto es lo que yo llamo coincidencia. La querida Griselda hizo esa llamada. Creo que ella y Dennis la hicieron juntos. Habían oído todos los rumores que mistress Price Ridley estaba esparciendo acerca del vicario e idearon este más bien infantil sistema de obligarla a callar. Lo curioso es que la llamada fue hecha coincidiendo con el disparo en el bosque, haciendo creer que ambas cosas guardaban relación entre sí.

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