Authors: Charlaine Harris
Una guerra de hadas ha dejado a la comunidad sobrenatural de Bon Temps, Louisiana, sumida en el caos, y a la camarera Sookie Stackhouse, agotada mental y físicamente. Y la paz y la calma que espera tan desesperadamente, parecen todavía difíciles de conseguir…
Incluso con la sangre de dos vampiros corriendo por sus venas, Sookie está teniendo problemas para curarse de la terrible tortura que tuvo que soportar de manos de los enemigos de su bisabuelo. Aunque peores son las heridas emocionales, en particular la pérdida de su hada madrina personal y la cercanía de la muerte de su primer amor.
Sookie está herida y furiosa. Su único aliciente en la vida –además del hecho de estar viva, después de todo– es el amor que cree sentir por Eric el vampiro, que está bajo la constante vigilancia del nuevo rey vampiro, precisamente por su relación.
Además, las implicaciones políticas por la salida a la luz de los cambiantes se están empezando a sentir, y la conexión de Sookie con un cambiante en particular la conduce ante un debate peligroso. Y creyendo que las puertas del mundo de las hadas se habían cerrado, todavía quedan algunas viviendo en este lado… y una de ellas está muy enfadada con Sookie. Muy, muy enfadada.
Charlaine Harris
Muerto en familia
Saga Sookie Stackhouse 10
ePUB v1.1
Percas27.10.11
Dedico este libro a nuestro hijo Patrick,
quien no sólo ha culminado nuestras esperanzas,
sueños y expectativas, sino que las ha sobrepasado.
Yo no he sido más que el primer paso en la creación de este libro. Son muchas las personas que me han ayudado en otros tantos ámbitos por el camino: Anastasia Luettecke, que me enseñó algunas cosas acerca de los nombres romanos; el doctor Ed Uthman, que me ayuda con los asuntos médicos; Victoria y Debi, mis seguros de asiduidad; Toni L. P. Kelner y Dana Cameron, cuyos amables comentarios después de la primera lectura me han evitado cometer errores; Paula Woldan, cuya ayuda y amistad son el combustible que me ayuda a seguir adelante; Lisa Desimini, la ilustradora de cubierta; Jodi Rosoff, mi increíble publicista; Ginjer Buchanan, mi veterana y sufrida editora; y mi escuadrón de choque: Michele, Victoria, Kerri, Mari Carmen y Lindsay (actualmente), así como Debi, Beverly y Katie (retiradas).
Me siento mal por dejarte así —dijo Amelia. Tenía los ojos rojos e hinchados. Los había tenido así desde el funeral de Tray Dawson.
—Tienes que hacer lo que debes —le contesté, esbozando una amplia sonrisa. Podía sentir genuina culpa, vergüenza y permanente dolor rodando por su mente como una gran bola de oscuridad—. Estoy mucho mejor —le aseguré, escuchando cómo lo decía con un alegre parloteo que parecía incapaz de detener—. Ya camino bien y las heridas se están curando. ¿Lo ves? —Me bajé la cintura de los vaqueros para mostrarle el lugar donde me habían mordido. Las marcas de los dientes eran apenas perceptibles, si bien la piel no estaba del todo tersa y se notaba más pálida que la zona de carne circundante. De no haber tomado una buena dosis de sangre de vampiro, la cicatriz habría sugerido que un tiburón me había atacado.
Amelia bajó la mirada y la apartó rápidamente, como si no pudiese soportar ver la prueba del ataque.
—Es que Octavia no para de mandarme correos electrónicos diciéndome que tengo que volver a casa para recibir mi sentencia del consejo de las brujas, o lo que queda de él —se excusó rápidamente—. Además tengo que comprobar las reparaciones de mi casa. Y como vuelve a haber algunos turistas y la gente está regresando a reconstruir, las tiendas de magia han vuelto a abrir. Puedo trabajar allí a media jornada. Y, bueno, por mucho que te quiera y me encante vivir aquí, desde que Tray ha muerto…
—Créeme, lo comprendo. —No era la primera vez que pasábamos por lo mismo.
—No te culpo —dijo Amelia, intentando cruzarse con mi mirada.
Era verdad que no me culpaba. Como podía leerle la mente, sabía que estaba siendo sincera.
Para mi sorpresa, ni siquiera yo era capaz de culparme.
Es verdad que Tray Dawson, licántropo y novio de Amelia, había sido asesinado mientras ejercía de guardaespaldas mío; y que yo había solicitado un guardaespaldas de la manada de licántropos más cercana porque me debían un favor y mi vida corría peligro. Aun así, había estado presente en la muerte de Tray Dawson a manos de un hada armada con una espada, y sabía quién era responsable.
Así que no me sentía culpable exactamente. Pero se me había partido el alma por la pérdida de Tray, por encima de todos los demás horrores. Mi prima Claudine, un hada de purasangre, también había muerto en la guerra de las hadas y, dado que había sido mi auténtica y genuina hada madrina, la echaba de menos a rabiar. Además, ella estaba embarazada.
Nadaba en una mezcolanza de pena y dolor de todo tipo, físico y mental. Mientras Amelia se llevaba un montón de ropa al piso de abajo, me quedé en su cuarto de baño recomponiéndome. Auné fuerzas y cogí una caja llena de todo tipo de material de higiene. Bajé las escaleras con cuidado, lentamente, y me dirigí hacia su coche. Se volvió después de dejar la ropa sobre las cajas que ya poblaban el maletero.
—¡No deberías hacer eso! —me previno con ansiosa preocupación—. Todavía no te has curado del todo.
—Estoy bien.
—Ni de lejos. Siempre das un respingo cuando alguien entra en el salón y te sorprende, y salta a la vista que te duelen las muñecas —rebatió. Tomó la caja y la metió en el asiento de atrás—. Aún te apoyas de más en la pierna izquierda y sigues sintiendo dolores cuando llueve, a pesar de la sangre de vampiro.
—Ya se me calmarán los nervios. A medida que pase el tiempo, el recuerdo no será tan reciente y no lo tendré siempre en mente —le dije a Amelia (si me había enseñado algo la telepatía, era que la gente podía ser capaz de enterrar sus recuerdos más graves y dolorosos si se les daba tiempo y distracciones suficientes)—. La sangre no es de un vampiro cualquiera. Es de Eric. Es muy poderosa. Y tengo las muñecas mucho mejor. —No mencioné que los nervios me saltaban como serpientes furiosas debido a las horas que pasé con las muñecas atadas. La doctora Ludwig, especialista de lo sobrenatural, me aseguró que se me repondrían, igual que las muñecas, con el paso del tiempo.
—Sí, y hablando de sangre… —Amelia suspiró profundamente y se acorazó para decir algo que sabía que no me agradaría escuchar. Dado que lo supe antes de que lo tradujera a palabras, pude hacerme a la idea—. ¿Has pensado que…? Sookie, nadie me lo ha preguntado, pero creo que deberías dejar de tomar la sangre de Eric. O sea, sé que es tu hombre, pero tienes que tener en cuenta las consecuencias. Algunas personas sufren un mal subidón por accidente. No es una ciencia exacta.
Si bien apreciaba la preocupación de Amelia, se había metido en terreno privado.
—No intercambiamos —contesté. «O no demasiado»—. Sólo toma un sorbo de la mía cuando, ya sabes…, en el momento feliz. —En esos días, Eric estaba disfrutando de más momentos felices que yo, por desgracia. Yo seguía con la esperanza de que la magia del dormitorio regresara; si había un hombre capaz de curar con el sexo, ése era Eric.
Amelia sonrió, que era lo que había pretendido yo todo el tiempo.
—Al menos…
Se volvió sin terminar la frase, pero pensaba: «Al menos a ti te sigue apeteciendo tener sexo».
No me apetecía tanto hacer el amor como convencerme de que debía seguir disfrutando de él, pero no era algo que me fuera a poner a explicarle a nadie. La capacidad de dejar de lado el control, que es la clave del buen sexo, me había sido arrebatada durante la tortura. Había estado completamente indefensa. También esperaba recuperarme en ese sentido. Estaba segura de que Eric notaba que yo no era capaz de llegar al final. Varias veces me había preguntado si estaba segura de querer hacer el amor. Casi cada vez le decía que sí, aplicando la teoría de la bicicleta. Sí, me había caído. Pero siempre estaba dispuesta a montar de nuevo.
—Bueno, ¿y cómo va la relación? —preguntó—. Aparte del desenfreno. —Ya estaba todo en el coche de Amelia. Se estaba demorando, temiendo el momento en el que tendría que meterse en él e irse.
El orgullo era lo único que impedía que me derrumbase en lágrimas sobre ella.
—Creo que lo estamos llevando bastante bien —respondí, esforzándome sobremanera para parecer alegre—. Aún no estoy segura de lo que siento de verdad y lo que siento por efecto del vínculo. —Era agradable poder hablar de mi vínculo sobrenatural con Eric, así como de mi normal atracción por los hombres. Incluso antes de sufrir las heridas durante la guerra de las hadas, Eric y yo habíamos establecido lo que los vampiros llaman un vínculo de sangre, ya que habíamos intercambiado sangre varias veces. Era capaz de notar, a grandes rasgos, dónde estaba Eric y cómo se sentía, igual que él conmigo. Siempre estaba presente en mi subconsciente, como cuando enciendes un ventilador o un filtro de aire para ayudarte a dormir con el leve zumbido (me venía bien que Eric durmiese todo el día, ya que podía estar a solas al menos parte de la jornada. ¿Sentiría él lo mismo hacia mí cuando me acostaba?). No es que oyera voces en la cabeza, ni nada por el estilo; al menos no más de lo normal. Pero si me sentía contenta, tenía que asegurarme de que el sentimiento era mío y no de Eric. Lo mismo ocurría con la ira; Eric saltaba con facilidad, una ira controlada y a buen recaudo, sobre todo en los últimos tiempos. Quizá se le estuviese pegando de mí. Esos días, yo estaba bastante enfadada con el mundo.
Me había olvidado por completo de Amelia. Había vuelto a caer en mi pozo de pensamientos oscuros.
Pero ella se encargó de sacarme de ellos.
—Eso no es más que una gran excusa —me cortó—. Venga, Sookie, o le quieres o no le quieres. No sigas escurriendo el bulto echándole la culpa de todo al vínculo. Bah. Si tanto te molesta, ¿por qué no has explorado la forma de librarte del vínculo? —Al ver la expresión de mi cara, la irritación se evaporó de la suya—. ¿Quieres que se lo pregunte a Octavia? —me interrogó con voz más suave—. Si alguien lo sabe, es ella.
—Sí, me gustaría —contesté tras meditarlo. Respiré hondo—. Supongo que tienes razón. He estado tan deprimida que he pospuesto todas las decisiones y todo aquello que debía hacer respecto a las que ya había tomado. Eric es único. Pero me parece… un poco desbordante. —Tenía una fuerte personalidad, y estaba acostumbrado a ser el pez gordo del estanque. Además sabía que tenía por delante un tiempo infinito.
Yo no.
No había sacado aún el tema, pero, tarde o temprano, lo haría.
—Desbordante o no, le quiero —continué. Nunca lo había dicho tan alto—. Y supongo que eso es lo que cuenta.
—Eso creo yo. —Amelia intentó sonreír, pero le salió fatal—. Bueno, tú sigue con lo tuyo, eso del autoconocimiento. —Se quedó quieta un momento, con la expresión petrificada en una media sonrisa—. Bueno, Sook, será mejor que me ponga en marcha. Me está esperando mi padre. Se meterá en mis cosas en cuanto ponga un pie en Nueva Orleans.
El padre de Amelia era rico, poderoso y no creía en absoluto en el poder de su hija. Cometía un gran error al no creer en la brujería. Amelia había nacido con mucho potencial, como ocurre con toda bruja auténtica. A poco que se entrenara y disciplinara más, acabaría siendo aterradora; aterradora aposta, no por la espectacular naturaleza de sus errores. Esperaba que Octavia, su mentora, tuviese preparado un programa para desarrollar y meter en cintura el talento de Amelia.