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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

Mujeres estupendas (3 page)

BOOK: Mujeres estupendas
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Llegó un momento en que no pude soportarlo. Quería mucho a Begoña pero me estaba costando soportar ese nivel de visibilidad. Tomé la decisión de dejarla. Ella se mostró muy dolida aunque lo encajase con esa deportividad que proporcionan las experiencias vividas. Comprendió mi decisión pese a no poder compartirla. Yo volví a recluirme en mí misma. Y luego me lancé a una desenfrenada promiscuidad por el ambiente lésbico de Barcelona. Con todo, algo del espíritu combativo de Begoña se me debió de contagiar porque con el tiempo me vi haciendo todo ese tipo de cosas que, cuando estaba con ella, conseguían ruborizarme.

Esa ha sido mi vida durante los últimos dos años. He salido mucho y follado mucho. Y digo follar porque con ninguna de esas mujeres o esas jovencitas con las que he compartido cama he llegado nunca a hacer el amor. Ninguna me hizo sentir nada distinto a un cariño pasajero que se acababa extinguiendo con el paso de las semanas. Ninguna hasta que apareció Ruth en aquella fiesta en Ibiza. Quizá si hubiera ocurrido algo con ella esa misma noche no se me habría quedado tan grabada en la mente. Si no nos hubiéramos vuelto a encontrar después en Menorca y no hubiéramos pasado esos días entre risas y complicidad no me hubiese vuelto a acordar de ella. Pero Ruth se convirtió en una promesa aún por cumplir, una incógnita por resolver. Y algo me empujaba a volver a verla fuese como fuese. A cruzar medio país si era necesario. Y eso hice. Volví a verla para darme cuenta de que quiero a esa mujer en mi vida. Que quiero conocerla y comprobar si de verdad es todo lo que parece ser. Si es una de esas que no tiene nada que ofrecer bajo la coraza que luce con tanto orgullo o, en cambio, bajo su reluciente armadura se esconde alguien que realmente merece la pena.

Más de dos semanas después de mi visita a la capital la intensidad de mis sentimientos por Ruth no ha decrecido ni un ápice. Pese a ello no la he llamado en ningún momento. Ni, por supuesto, ella a mí. La verdad es que me lo esperaba. Aunque no por ello deja de escocer. Me lo tomo con resignación. Ya he asumido que para ella no fui más que una aventurilla de fin de semana.

Algunos días Sofía me pregunta si me ha llamado. Al responderle que no, me insta a hacerlo yo. Pero me niego. Si Ruth no quiere saber nada de mí sus razones tendrá y no soy quién para seguir insistiendo. Punto final. No hay nada que hacer.

Pero una noche de miércoles, mientras Sofía y yo preparamos una pronta cena ocurre algo que me vuelve a hacer dudar en cuanto a lo que puedo esperar de Ruth. Estoy batiendo unos huevos para hacer una tortilla de patatas cuando Sofía me avisa de que mi móvil está sonando desde el salón. Voy hasta allí pero al cogerlo y ver en la pantalla el nombre de Ruth mis rodillas empiezan a temblar. Sumamente extrañada descuelgo.

—¿Sí?

—¡Hola, nena! ¿Qué tal? —me dice Ruth jovial al otro lado de la línea.

—Bien —respondo todavía recuperándome de la sorpresa—. ¿Y tú?

—Bien, muy bien, gracias —responde ella. Casi puedo ver su sonrisa—. Oye, que te llamaba para preguntarte si este fin de semana querrías hacerme de guía por Barcelona…

—¿Vienes a Barcelona?

—Sí, llego mañana. Tengo unas reuniones con nuestra oficina de allí. Pero el viernes por la tarde ya estaré libre. Y como hace mucho que no voy a Barcelona he pensado quedarme a pasar el fin de semana allí y robarte un poco de tu tiempo, ¿te hace?

—Sí, claro —me apresuro a responder. Después me muerdo la lengua. ¿No he aceptado demasiado rápido? ¿No debería haberme mostrado más reticente después de no haber tenido señales de vida de Ruth desde que volví de Madrid?

—¡Bien! —exclama Ruth con comedido entusiasmo—. Bueno, entonces te llamo el viernes en cuanto acabe con todo y quedamos. Busca algún restaurante chulo para ir a cenar, ¿vale?

—Lo haré. No te preocupes —respondo ya con una creciente comezón en el estómago.

—Venga pues entonces nos vemos el viernes. Un beso, nena.
Ciao.

—Adiós.

Cuelgo la llamada y dejo el móvil sobre el salón. Una estúpida sonrisa ilumina mi rostro mientras vuelvo a la cocina. Al verme entrar con semejante expresión Sofía alza las cejas en señal de interrogación.

—Era Ruth —anuncio.

—¿Y?

—Viene a Barcelona este fin de semana —le cuento abriendo desmesuradamente los ojos. Sofía se echa a reír.

—¡Ay, ay, ay! Y tú que decías que todo se había acabado…

No, no debe de haber acabado. Lo que está haciendo es empezar. Me temo que es ahora cuando empieza todo.

INTERLUDIO

—Hola, amor.

—Hola, cielo.

—¿Qué tal la noche?

—Muy tranquilita. Sólo me moví para hacer las rondas. ¿Y tú qué tal? Me dijiste que ibas a salir, ¿no?

—Sí. Salí un ratillo con Juan, Diego y Ruth. Y Ruth vino con la tía esa que conoció en Ibiza este verano.

—Ruth es esa amiga tuya que cada semana esta con una, ¿no?

—Sí y, por cierto, me dijo que te quiere conocer porque se piensa que eres producto de mi imaginación…

—Pues ya me conocerá y verá que no…

—¿Cuándo libras?

—El martes y el miércoles, ¿quieres que hagamos algo?

—Mmmmm… ¿Que te vengas a casa y no salgamos de la cama?

—Eso estaría bien…

—Pero podemos hacer lo que tú quieras, ¿eh?

—Lo de no salir de la cama me parece una buena idea… Pero si se te ocurre otra cosa estoy abierta a nuevas propuestas…

—Ya veré qué se me ocurre…

—¿Vas a salir hoy?

—No creo. No me apetece mucho. Antes he llamado a Ruth y por las risas y las pocas palabras que me ha dicho intuyo que triunfó con la chica esa así que no creo que la vea el pelo. Además, con la persona con la que más ganas tengo de salir no va a poder esta noche…

—¡Ay, Pilar…!

—¡Ay, Pitu…!

—Bueno, prometo compensarte el martes…

—¿De verdad?

—De verdad.

—Suena bien.

—¿Y no vas a hacer nada más este finde?

—Bueno, mañana Ali nos ha pedido que la ayudemos con la mudanza…

—¿Quién es Ali?

—La chiquita esta que te dije que es tan activista…

—¿La que tiene dos madres?

—Esa.

—¿Y esa no es la que te gustó hace un tiempo?

—¡Ay, cariño, por favor! Eso fue un encoñamiento sin importancia…

—Si ya lo sé, boba, sólo era por picarte. ¿Y por qué se muda?

—Porque la niña ha salido muy independiente y ahora que ha empezado la universidad quiere ver qué tal se le da eso de vivir por su cuenta. Pero vamos, que así yo también me hubiera independizado. Sus madres le pagan el alquiler del piso…

—Y el resto de cosas, ¿cómo se las paga?

—Da clases particulares. Por lo visto lleva años haciéndolo, como la niña es un cerebrín…

—¿Y quiénes vais a ayudarla?

—Pues de momento Juan, que pone el coche, y yo. También se lo pidió a Ruth pero no creo que aparezca si está dale que te pego con la chica esa… Aunque tampoco hará falta que venga, Ali dice que no se va a llevar muchas cosas…

—Mejor, porque las mudanzas son un coñazo y más si no son tuyas…

—¿Estás cansadina, verdad?

—Un poco. Creo que me voy a echar un ratillo antes de irme a currar.

—Pues entonces te dejo que duermas.

—Como quieras, cariño…

—Descansa mucho y curra poco, ¿vale?

—Vale. Cuando haga la primera ronda te llamo y hablamos otro ratito, ¿quieres?

—Claro que quiero. Pero venga, échate a dormir. Luego seguimos hablando.

—Un beso, mi niña.

—Un beso, luego te llamo.

CHICAS EN ACCIÓN

A
lguien llama a la puerta con unos golpes rítmicos que a ti se te antojan divertidos. Abres y te encuentras con Ruth y otra chica a la que rápidamente identificas como Sara. ¡Vaya! ¿Así que esta es la famosa Sara? No puedes evitar echarle un vistazo de arriba abajo con curiosidad. Sin duda Ruth tiene buen gusto. Es más de lo que te imaginabas. Es guapa, sí, claro, de Ruth no te puedes esperar otra cosa. Sin embargo lo que llama la atención de ella es un atractivo que no está sólo en el físico. Desprende algo. Algo magnético. Las dejas pasar con la satisfacción de la anfitriona. Ruth te da dos besos y, a continuación, te presenta a Sara.

—¡Bienvenidas al cuartel general de las Chicas en Acción! —exclamas con orgullo tras las presentaciones.

Ambas echan un vistazo en derredor con curiosidad, como esperando que les expliques todo. Tú no las haces esperar.

—Esto es como una especie de recepción. Aquí tenemos una pequeña biblioteca —señalas una estantería con libros—, los folletos informativos y esas cosas. Allí al fondo —tu dedo índice señala un recodo al fondo de la estancia— tendremos una pequeña cocina con un frigorífico para poder servir bebidas, preparar infusiones, cafés y esas cosas… Vamos abajo, os enseñaré nuestro salón de actos —te lanzas escaleras abajo, ellas te siguen obedientes—. Aquí haremos charlas, reuniones y videofórums. Hay unas quince sillas pero también tenemos colchonetas por si acaso se junta mucha gente…

—¿Vais a tirar a la gente por el suelo? —te pregunta Ruth con su sorna habitual.

—¡Mujer! No es que las vayamos a tirar por el suelo pero por experiencia sé que cuando hay alguna peli interesante no hay sillas para todas…

—¡Aaah! —exclama Ruth sin perder su ironía.

—Bueno, ¿qué os parece?

Ambas asienten pero es Ruth quien habla.

—Está muy bien, nena. Os lo habéis montado muy bien… —luego te mira capciosa y te pregunta—: ¿Los del GYLA qué dicen de esto?

Respondes a su mirada inquisitiva con facilidad. La conoces lo suficiente como para saber por dónde va a salir.

—Las chicas del GYLA están entusiasmadas con la idea. Ya sabes lo que pasa en los colectivos mixtos, los hombres siempre llevan la voz cantante y las mujeres echan de menos un espacio sólo para ellas…

—Bla, bla, bla… O sea que pasan de todo esto… —afirma Ruth echándose a reír. La miras a los ojos con complicidad.

—No seas mala, Ruth —la reprendes cariñosamente—. Hay gente que nos está ayudando mucho —le dices subiendo de nuevo hacia arriba—. Una de las del grupo de mujeres del GYLA nos ha cedido una televisión y un dvd para los videofórums…

—¿Implicadas con el proyecto cuántas estáis? —te pregunta.

—La ejecutiva está formada por cinco mujeres.

—Y tú de presidenta, ¿no? —pregunta volviendo a reír.

—Sí —admites—. Pero si la cosa funciona habrá elecciones periódicas. No queremos abusos de poder…

—Oye —dice Sara—, siento interrumpir pero tengo que ir al baño, ¿dónde está?

—Abajo —contestas—. La puerta del fondo.

—Ahora vengo —dice Sara antes de bajar las escaleras. Ruth y tú os quedáis en silencio hasta que desaparece.

—Bueeeeno —comienzas a decir con expresión pícara—. ¿Qué tal?

Ruth agacha la cabeza y esquiva tu mirada.

—Bien, bien. Ya ves… —responde huidiza.

—¿Sólo bien? Tía, que en el puente aéreo ya te deben de tutear…

Ruth sonríe tímidamente. Notas que no le hace mucha gracia hablar del tema.

—Schhhhh —es lo único que dice.

—¡Venga, Ruth! ¿Qué pasa? ¿Todavía no le has dicho que lo de tus reuniones de trabajo no son más que pantomimas para ir a verla?

Los ojos de Ruth se abren desmesuradamente.

—¡Cállate! ¡A ver si te va a oír!

—¿Aún no se lo has dicho? —le preguntas sin poder contener la carcajada—. Tía, empiezas a preocuparme… Esto debe de ir en serio…

—¡Vete a la mierda, Ali! Es sólo que… —mira al suelo, a sus zapatos—. No sé. No quiero que se lleve una idea equivocada…

—¿Y qué idea equivocada se va a llevar? Te mola y le molas. No veo para qué tanto misterio…

—Yo me entiendo, Ali…

—Pues debes de ser la única porque yo hace tiempo que me perdí contigo…

Notas a Ruth rara. Incómoda. Casi nunca quiere hablar de Sara pero cuando se refiere a ella no lo hace con el escepticismo y desapego que le has escuchado en tantas otras ocasiones. Hay algo distinto en su mirada cuando habla de ella. Aunque rápidamente quiera volver a aparentar frialdad. La Ruth que sale con unas y con otras es despreocupada y cínica. La Ruth que está apareciendo últimamente es comedida y callada. Te imaginas lo que le debe de estar pasando y en tu interior te regocijas al darte cuenta de que la torre más alta que conocías se está derrumbando poco a poco. Y ya iba siendo hora de que Ruth volviera a poner los pies en la tierra y abandonase su pedestal.

Escucháis la puerta del baño y pasos que comienzan a subir las escaleras. Ruth alza las cejas en señal de que vuelve a cambiar de actitud y que más te vale a ti hacer lo mismo y seguirle la corriente.

—Y con las chicas con las que has montado esto, ¿qué tal?

—Fenomenal. Nos llevamos todas muy bien. Hay muy buen rollo.

—¿Buen rollo? —vuelve la Ruth irónica—. Ten cuidadin, Alicia, bonita, que ya sabes lo que pasa cuando se juntan más de dos lesbianas… Antes de que haya pasado un mes ya se han enrollado las unas con las otras… Y no es bueno mezclar los rollitos personales con el activismo…

Sara ha llegado hasta vosotras y se sitúa de nuevo junto a Ruth mirándoos con curiosidad.

—¿De qué habláis? —os pregunta, interrogante.

—Ruth y sus teorías sobre el ambiente —le dices con media sonrisa.

—Teorías empíricamente demostradas, nena. Entre lesbianas el concepto
sólo amigas
pierde todo su significado en cuestión de semanas… Si es que somos lo puto peor… —exclama sonriendo y rodeando la cintura de Sara con el brazo.

Aunque te sorprende lo que estás viendo en Ruth, decides hacer caso omiso y rebatirle su radical punto de vista.

—¡Yo tengo muchas amigas lesbianas con las que no me he enrollado! —exclamas ofendida.

—¡Porque andas tan ocupada en soltarles el rollo político que no te enteras de nada! Seguro que tienes por ahí a más de una coladita por tus huesos y tú como quien oye llover… —se echa a reír—. ¿Hace cuánto que no te lías con nadie?

—No llevo la cuenta, Ruth. Tampoco es algo que me preocupe —aseveras meneando la cabeza.

—Pues debería preocuparte. De hecho a mí me preocupa que un buen partido como tú esté demasiado tiempo en circulación… —te dice guiñando un ojo.

—¿Y qué culpa tengo yo de no haber conocido a ninguna chica que me gustara? —preguntas encogiéndote de hombros.

Unos nuevos golpes en la puerta metálica interrumpen vuestra conversación. Debe de ser David. Al abrir te lo encuentras apoyando las manos en el marco de la puerta y esperando que le abras con su sonrisa de niño malo.

BOOK: Mujeres estupendas
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