¿Cuál es la verdadera realidad? ¿La sobria imagen del mundo del científico o la arrebatada imagen del mundo del místico? Las experiencias místicas espontáneas o influidas por determinadas drogas llevaron al autor, descubridor del LSD, Dr. Albert Hofmann, a plantearse esta pregunta. Penetró en la realidad que muestra ese problema filosófico fundamental desde una nueva perspectiva.
Su respuesta a la pregunta es puesta al alcance de los lectores que no están habituados a leer textos filosóficos. A lo largo de cinco preciosos y definitivos ensayos el autor, que no se conforma sólo con las respuestas de la ciencia, se aventura en los espacios de una reflexión que le acerca a las verdades del místico.
Hofmann propone, con la dignidad que le caracteriza, una visión de la vida en la que el espíritu y la materia no están reñidos y en la que el egoísmo humano aparece como un fruto de la ignorancia.
Albert Hofmann
Mundo interior
Mundo exterior
Pensamientos y perspectivas del descubridor de la LSD
ePUB v1.0
Lukas_Trips25.07.12
Título original:
Einsichten Ausblicke
Albert Hofmann, 1986.
Traducción: José Almaraz
Editor original: Lukas_Trips (v1.0 a v1.x)
Corrección de erratas: Lukas_Trips
ePub base v2.0
A mis nietos
Se me hace realmente arduo prologar, ni aun con una tópica y necesaria
Nota sobre el autor
, esta preciosa y sintética obra del Dr. Albert Hofmann. Por un lado, el autor es un indiscutible mito viviente, es alguien que no necesita de presentación alguna, especialmente entre la generación que a finales de siglo XX rondamos por la mediana edad. Pero por otro lado es, en cierto sentido, imprescindible ofrecer una semblanza que presente a un personaje de la calidad humana y científica, y del peso universal, del Dr. Hofmann, tal vez dirigido mayormente a los lectores más jóvenes.
Cuando le conocí en primavera del 1992, a sus entonces 88 años, A. Hofmann irradiaba un buen humor y una calidad humana incomparables, y un
savoir faire
de envidiable elegancia. Era la imagen que uno espera del padre casi incombustible de la llave química que revolucionó la consciencia de todo el mundo Occidental. A. Hofmann es sencillo pero no simple, suavemente irónico, de mirada viva, inteligente y frontal, mente clara y directa, y ni cerca ni demasiado lejos en el trato personal. Da toda la impresión de alguien que ni ha renunciado a lo maravilloso y trascendente de la vida humana, ni tampoco a lo racional, y que es capaz de conjugar esta compleja dicotomía con un arte de maestro. Cinco años más tarde de aquel encuentro en Roveretto, al norte de Italia, hemos tenido nuevos contactos personales de cara a traducir el libro que tiene Ud. entre manos, y para que participara en las
II Jornadas sobre substancias enteógenas
(Barcelona, 27 y 28 de junio de 1997) y me encuentro con el mismo Hofmann, feliz, risueño, fuerte como un campesino suizo y preclaro como un auténtico sabio, tan solo que ahora, a sus 93 años, prudentemente ruega más a menudo al dios Esculapio para que le permita llegar a los lugares donde decide ir.
Albert Hofmann es mundialmente conocido como descubridor del mítico enteógeno LSD-25 (y LSD es femenino, la dietilamida de ácido lisérgico, no masculino como popularmente se le sexa), pero al margen de ello tiene un historial científico, investigador y literario importante que, por menos conocido, será el que escoja para redactar esta humilde introducción a su último libro
Einsichten-Ausblicke
(que la editorial ha traducido literalmente al castellano por Mundo interior-mundo exterior).
El universal autor es Doctor en Farmacia y en Ciencias Naturales, durante muchos años fue el Jefe de Laboratorios de investigación farmacéutica y química de los no menos famosos laboratorios Sandoz (hoy desaparecidos como resultado de la fusión con otra gran empresa farmacéutica).
A. Hofmann también es miembro de entre otras instituciones del Comité del Premio Nobel, de la Academia Mundial de Ciencias, de la Sociedad Internacional de Plantas, y de la Sociedad Americana de Farmacognosia. Además, ha recibido el doctorado
Honoris Causa
de diversas universidades.
No me extenderé sobre ello, pero no está de más recordar la ya conocida y simpática historia sucedida el viernes de la segunda semana del mes de abril de 1943, cuando el Dr. Hofmann, trabajando en su laboratorio de Sandoz, casualmente ingirió unos miligramos de la LSD-25 que habían semisintetizado entre él y el Dr. Stoll en el año 1938, a partir de la ergometrina, un derivado del hongo parásito Cornezuelo del centeno. Así fue como cinco años después de haber sintetizado la LSD, accidentalmente Hofmann experimentó por primera vez en la historia moderna los efectos de este potentísimo enteógeno cuya dosis efectiva es de… ¡30 a 100 microgramos!, substancia psicótropa que transformó el arte, el pensamiento y la vida de nuestra especie. Estos hechos, y otros de carácter biográfico tanto o más interesantes e importantes para la historia del mundo contemporáneo, están incluidos en el libro que Hofmann publicó en el 1979 con el título original de
LSD-Mein Sorgenkind
, y cuya traducción al castellano apareció en primer lugar con el árido pero descriptivo:
LSD. Como descubrí el ácido y qué paso después en el mundo
(ed. Gedisa, 1980).
A pesar de todo ello, las investigaciones farmacológicas y bioquímicas de Hofmann tienen su origen en el hecho de que, ya desde el siglo VI era algo sabido por las comadronas que el uso controlado del hongo Cornezuelo del centeno, precursor del famoso ácido, era de gran ayuda para inducir los partos y limitar la pérdida de sangre. De hecho, Hofmann se interesó por la ergotamina persiguiendo el rastro de algún medicamento útil para tal finalidad aplicada. Andando por este sendero fue como, en apariencia por azar, descubrió los efectos psicótropos de la universal LSD-25, llamada así por tratarse justamente del compuesto número 25 de la larga serie de síntesis que iba realizando a partir de la ergotamina. En este sentido, cabe mencionar que sus trabajos llevaron también al descubrimiento de medicamentos tan valiosos como la
Hydergina
, fármaco que mejora la circulación periférica y las funciones cerebrales y que se sigue aplicando con éxito para el control de los trastornos geriátricos, y también el
Dihydergot
, producto que estabiliza la presión sanguínea y la circulación.
Al margen de sus investigaciones con fines estrictamente terapéuticos, a partir del descubrimiento del extraordinario efecto de la LSD-25, Hofmann se volcó hacia la tarea de abrir nuevos caminos en este interesante ámbito de las substancias que modifican tan profundamente la percepción que tiene el ser humano de sí mismo y del mundo. Así, es famosa su relación con el también universal Robert Gordon Wasson (descubridor de la naturaleza fúngica del sagrado
Soma
hindú, y del uso tradicional y secreto de hongos embriagantes entre los indígenas mesoamericanos), y con el micólogo francés Dr. Roger Heim; relaciones a raíz de las cuales Hofmann logró sintetizar por primera vez la psilocibina, el principio activo enteógeno de los hongos usados ritualmente durante milenios entre indígenas americanos. Con posterioridad, este mismo interés condujo a Hofmann a autoexperimentar y a estudiar los principios psicótropos del
Ololiuqui
, otro espécimen vegetal usado en el chamanismo americano con fines visionarios, mágicos y curativos. Este conjunto de investigaciones condujeron a cerrar lo que se ha denominado como el «círculo mágico», al verificar que los principios activos del
Ololiuqui
químicamente difieren muy poco de la LSD-25.
En un sentido distinto, Hofmann no sólo ha investigado en el ámbito de la química orgánica, sino que su curiosidad y su obra se extienden también por paisajes humanistas y casi, casi místicos. Así, cabe recordar su trabajo de arqueología cultural en colaboración con el citado R. Gordon Wasson y Cari A.P. Ruck, cuyo resultado fue descubrir la importancia central de las substancias enteógenas en la preparación del
Kykeon
, bebida sagrada de las iniciaciones griegas clásicas rituales que estuvieron funcionando como centro integrador y dinamizador del mundo cultural helénico durante unos 2.000 años. Era la bebida que los
epoptes
o «contempladores» ingerían en el telesterio, «cueva iniciática». Estos trabajos realizados por Hofmann y los demás investigadores fueron editados en un precioso librito cuyo título castellano es
El camino a Eleusis
.
Más arriba he apuntado que Hofmann fue el primer hombre contemporáneo en probar los efectos de la LSD-25, porque, como él mismo puso en evidencia y acabo de comentar, es prácticamente seguro que el famoso y misterioso
Kykeon
de los griegos contenía el mismo principio activo derivado de la ergotamina; y también porque a lo largo de la Edad Media se contaban por miles los individuo intoxicados por el consumo involuntario del hongo parásito Cornezuelo del centeno el precursor de la LSD ya que, ignorantes de sus efectos, lo ingerían mezclado con la misma harina de centeno usada para elaborar el pan. Dicho hongo, cuando se consume en dosis altas y repetidas como sucedía durante el medioevo, llega a producir dolorosas vasoconstricciones que interfieren en la capacidad de oxigenación de las células, con lo que el sujeto llega a morir de gangrena preso de visiones que en aquellos oscuros siglos eran conocidas como el fuego de San Antonio o fuego sagrado (S. Antonio era el ermitaño protector contra el fuego y las epilepsias).
También se debe al trabajo literario de Hofmann, colaboración con otro de los patriarcas de los estudios científicos sobre enteógenos Richard Evans Schultes, la preciosa obra
Plantas de los Dioses
(en castellano, en F.C.E.), cuyo contenido es una amplia recopilación de 89 plantas enteógenas con sus aspectos químicos, históricos, etnográficos y filosóficos (recopilación que solo actualmente ha sido superada en grosor de contenido por
Pharmacoteon
, libro de Jonathan Ott, discípulo directo de A. Hofmann, R. Gordon Wasson y R. Evans Schultes, publicado en esta misma
Colección Cogniciones
).
Para acabar, esta obra que he tenido el honor de prologar y que Ud. tiene entre sus manos, viene a representar una síntesis en forma de perla pequeña pero sencilla y bella, de la dimensión mística de un gran químico. En las páginas que siguen, Hofmann propone, con la dignidad que le caracteriza, una visión de la vida en la que el espíritu y la materia no están reñidos y en la que el egoísmo humano aparece como un fruto directo de la ignorancia. Estas palabras que siguen adquieren un relieve mayor si se tiene en cuenta que son el fruto destilado de la vida y las reflexiones de un gran investigador, el cual ha sabido dar, al cúmulo de sus conocimientos específicos propios del pensamiento científico, la dimensión trascendente que tan a menudo pierde el quehacer tecnológico, y que sin duda ayuda a la humanidad a llevar una vida más plena y con sentido. Además de ello, hay otra virtud que no quiero olvidar: la delicada llaneza del lenguaje esgrimido. Leer este libro puede producir la impresión de hallarse ante un texto que ha sido escrito por un niño dotado de la sabiduría de un reflexivo anciano, pero es al revés: ha sido redactado por un hombre ya muy maduro pero que ha sabido mantener en su interior el espíritu fresco, vivo y curioso de un niño. De ahí lo engañoso del texto, perfecto para ser leído por personas de cualquier edad: sitúa al ser humano dentro de la madre Naturaleza con una sabiduría y a la vez con una belleza estilística de difícil comparación. Sin duda, se trata de esta capacidad que sólo se adquiere con la edad y con la vida experimentada a diario en toda su dimensión, habilidad para decir las verdades más profundas y complejas de una forma sencilla, humilde y con aparente ingenuidad. Esta verdadera dimensión espiritual del autor aparece en cada una de las líneas de este libro, y en mil y una formas cotidianas más, como en una ocasión en que se estaba hablando de los peregrinajes a Oriente que realizaban los buscadores del misticismo recién descubierto por medio de la LSD, a lo que Hofmann comentó con sencilla y aparente candidez: «… nunca he sido capaz de entender a esta gente. Lo que he obtenido de la LSD lo llevo dentro de mí y permaneciendo en mi entorno cotidiano. Ver las flores de mi jardín es contemplar toda la maravilla mística de la existencia, de la creación. No es necesario ir a la India para verlo».