Anders Knutas miró a Johan con dureza.
—No puedo confirmar ni desmentir lo que dices, y te aconsejo que de momento no hagas públicas esas especulaciones. Nos las tenemos que ver con un asesino, y en lo que hemos de concentrarnos ahora es en detenerlo y nada más. ¡Respétalo! — gritó.
Su voz era como una caña afilada y quedó patente lo que pensaba de los periodistas, cuando se dio media vuelta y se fue a toda prisa por el pasillo.
Para Johan y Peter, la reacción de Knutas bastó como confirmación de que sus datos eran correctos. La cuestión era de qué debían informar.
Johan llamó a Max Grenfors desde el taxi, de camino hacia el local de la redacción donde podrían editar el reportaje. Aunque opinaba que Grenfors era un negrero, como redactor Johan confiaba en su juicio periodístico. Tras una corta conversación, decidieron no hacer pública la información acerca de que a la víctima le habían metido las bragas en la boca, por respeto a la familia. Sin embargo, decidieron dar a conocer que, probablemente, el arma homicida fue un hacha.
En la última emisión de la noche, Televisión Sueca fue la primera cadena en contar cómo se había producido el asesinato. El reportaje comenzaba con imágenes de las dependencias policiales, luego un mapa que mostraba el lugar del crimen y la imagen de Johan:
«Aquí, en las dependencias policiales de Visby, acaba de finalizar una rueda de prensa hace escasos momentos. La policía ha confirmado que una mujer ha sido asesinada, pero se muestra muy reservada en cuanto se refiere a las circunstancias que han rodeado este crimen, y aún no quiere revelar cómo fue asesinada la mujer. Según la información que Noticias Regionales ha podido recabar esta tarde de una fuente de toda solvencia, se cree que la víctima fue atacada con un hacha, y el cadáver presenta varios hachazos que afectan a distintas partes del cuerpo. Aún no se ha determinado si fue sometida a abusos sexuales, pero la mujer se hallaba desnuda cuando la encontraron. Sus ropas aún no han aparecido. El cuerpo será trasladado a la Unidad de Medicina Legal del hospital de Solna. A pesar del rastreo intensivo de la zona con perros de la policía durante toda la tarde y parte de la noche, la policía aún no tiene ninguna pista del asesino».
Seguía a continuación una breve entrevista con un Knutas pálido y sereno, antes de cerrar el reportaje con lo poco que se sabía acerca de la mujer asesinada.
L
a jornada laboral fue larga para la policía de Visby. La clara noche de junio hacía más fácil el trabajo allí abajo, en la zona de la playa. Las visitas a los vecinos se prolongaron hasta tarde. Todos los asistentes a la cena en casa de Helena Hillerström la tarde anterior fueron llamados a declarar, menos Kristian, que había volado a Copenhague para visitar a sus padres. La policía se había puesto en contacto con él y no estaría de vuelta en Visby hasta el jueves.
Cuando finalizaron los interrogatorios más importantes, ya era casi la una. A primera hora de la tarde, Knutas había llamado a su mujer para decirle que llegaría tarde. Ella, como siempre, se mostró comprensiva y le preguntó si quería que lo esperase levantada con un té. De mala gana, declinó su ofrecimiento. No sabía a qué hora podría llegar. Ahora, mientras iba paseando por las calles de Visby hasta casa, se arrepentía. Habría sido reparador sentarse un poco y hablar de los hechos del día. Le sentaba bien cambiar impresiones con su esposa. A menudo, ella solía sugerirle puntos de vista nuevos, puesto que ella estaba fuera del trabajo de la investigación. Muchas veces le había hecho cambiar el enfoque o el modo de pensar, y eso le ayudó a resolver el caso. Knutas sintió una punzada de calor en el corazón. La quería más que a nadie. A excepción de los hijos, claro. Sus mellizos, la parejita. Petra y Nils. En verano cumplirían los doce. Cuando llegó a casa, miró en su dormitorio. Todavía compartían dormitorio. En otoño, por fin, tendrían cada uno el suyo. Estaba trabajando para convertir su cuarto de trabajo en un dormitorio. Tendría que mudar su despacho al sótano. De todas formas, apenas lo utilizaba.
Los niños dormían con la respiración tranquila y profunda. Entreabrió la puerta de su dormitorio. Su mujer, Line, dormía a pierna suelta, ocupando toda la cama con los brazos encima de la cabeza. Siempre ocupaba todo el sitio. Lo hacía todo a lo grande: dormía a lo grande, comía a lo grande, trabajaba a lo grande, se reía y hacía el amor a lo grande. Se volcaba realmente en vivir. Si hacía algo, lo hacía en condiciones. Si hacía bollos, no se conformaba con una docena; no, tenía que hacer doscientos bollos de canela. Cuando hacía la compra, uno tenía la impresión de que se aproximaba una guerra, y siempre preparaba demasiada comida, así que el congelador estaba lleno de raciones de comida que había sobrado. Ésa era una de las cosas que hacían que él la quisiera. Su entrega voluptuosa. Ahora dormía profundamente, con una camiseta larga de color amarillo con una flor grande en el centro. El pelo revuelto, las mejillas sonrosadas. Los brazos pecosos. Era lo más hermoso que conocía. Su profesión encajaba con su persona. Comadrona. ¿A cuántos niños no habría ayudado a nacer? Line trabajaba media jornada en la maternidad del hospital de Visby y le gustaba su trabajo. Estaba acostumbrada a que ocurrieran hechos imprevistos, a que las cosas no salieran como uno se las había imaginado. Y eso hacía que no fuera tan estricta.
Muchas veces se quedaba para acompañar a una futura mamá, porque no tenía corazón para dejarla, aunque su turno ya hubiese acabado. O también, por simple curiosidad. Si había estado trabajando muchas horas en un parto, no quería abandonarlo hasta que todo estuviera listo. Eso, a veces, llegaba a molestar a sus colegas, lo cual no preocupaba a Line. Era la mujer más fuerte y encantadora que había conocido.
Salió con cuidado del dormitorio y bajó la escalera; ya en la cocina, se sirvió un vaso de leche y metió la mano en un paquete de galletas. Sacó un puñado y se sentó en la mesa de la cocina. Siempre le costaba dormirse después de un día movido. Acarició a la gata que saltó encima de la mesa y se estiraba mimosa hacia él. «Parece más un perro», pensó. Necesitada de compañía y leal. Además, le gustaba ir a buscar las cosas. Knutas tiró varias veces una pelota de espuma. La gata salía corriendo a buscarla y la depositaba a sus pies. «Eres una gata divertida», se dijo Knutas y fue a acostarse. Al contrario de lo habitual, se quedó dormido inmediatamente.
D
espertó a Johan la alegre melodía de su móvil, que se repetía con insistencia. Al principio no sabía dónde se encontraba. La melodía dejó de sonar. Se incorporó y se quedó mirando el papel pintado con flores suaves. Todo estaba en silencio. Nada del ruido del tráfico al que estaba acostumbrado al otro lado de la ventana. Sí, claro.
El hotel Strand, en Visby. El asesinato. Se volvió para mirar el despertador digital que tenía al lado de la cama. Eran las cinco y media de la madrugada. El móvil volvió a sonar otra vez. Se deslizó de la cama con un gruñido y contestó. Era el redactor de informativos matinales.
—Hola, ¿te he despertado? Disculpa que te llame tan temprano. Nos gustaría tener algo nuevo que contar, ahora por la mañana. Si no te da tiempo a montar algo, quizá podríamos hacer alguna entrevista por teléfono.
—Claro —contestó medio dormido—. No es que sepa ahora más que anoche a las doce, pero siempre puedo llamar al oficial de guardia.
—Muy bien. ¿Cuánto tiempo necesitas? ¿Una hora, digamos?
—Vale, una hora. Te llamo más tarde.
Tras un desayuno rápido, salió del hotel a una calle empedrada para llegar hasta la redacción. Había llovido durante la noche, los charcos reflejaban la luz por todas partes. El aire olía a mar.
El estrecho local del Centro Territorial, que aún existía, se encontraba al lado del edificio de Radio Gotland, en el centro de la ciudad. Johan se sulfuró al pensar que el centro territorial se suprimió cuando la televisión instauró un plan de ahorro. Hubo que corregir la deuda enorme de la Televisión Sueca y se hizo, en parte, a costa de reducir los Centros territoriales. En la reorganización, la cobertura informativa de Gotland se trasladó de la redacción de Norrköping a la de Estocolmo. La nueva dirección de la televisión pública opinaba que los habitantes de Gotland tenían más cosas en común con los habitantes de Estocolmo que con los de Norrköping. En eso puede que tuvieran razón, pero era una lástima que ahorraran en reporteros y fotógrafos locales, que eran quienes realmente estaban cerca de sus espectadores. Claro que él, personalmente, se alegraba de poder estar allí. Gotland siempre le había gustado mucho.
Un hombre de edad, de piel curtida, estaba izando la bandera sueca fuera del hotel. «Claro, hoy es el día de la Fiesta Nacional», pensó Johan. El 6 de junio.
Parecía que iba a hacer un buen día para las celebraciones. El sol acariciaba las fachadas medievales de las casas y no soplaba el viento. La ciudad estaba casi desierta. Sólo tardaría unos minutos en llegar a la redacción. En aquel momento le habría gustado que el paseo hubiera sido más largo.
Decidió ir dando un rodeo, aunque de hecho no tenía tiempo. Sólo a unos metros contempló la parte norte de la muralla, que se extendía hasta más allá de las casas. La muralla estaba rematada en este lado por la vieja torre de la pólvora, Kruttornet, que en sus orígenes fue una torre defensiva. Disfrutó de la vista antes de doblar hacia arriba por la callejuela de Rostockergränd. Pasó al lado de las típicas casas bajas de piedra, con sus rosales trepadores cuajados de capullos, y de las vallas que protegían los jardines en su interior. En muchas casas, las ventanas estaban sólo unos centímetros por encima del suelo. Las puertas que daban a la calle eran tan bajas que todo el que midiera más de metro y medio tenía que agacharse para entrar.
Se oía el sonido de una radio a través de la ventana abierta de una panadería y Johan aspiró el olor de las barras recién hechas. En la escalera redondeada de una casa había un gato negro que se quedó mirándolo al pasar.
Se sacó el teléfono móvil del bolsillo y llamó al oficial de guardia.
—Buenos días, aquí Johan Berg de Noticias Regionales, Televisión Sueca. ¿Se ha sabido algo más durante la noche sobre el asesinato de la mujer en Fröjel?
—Sí, el fiscal ha detenido al novio, como posible autor del crimen.
—No me jodas. ¿Por qué motivos?
—Eso no te lo puedo decir yo, tendrás que preguntárselo al responsable de la investigación, Anders Knutas.
—¿Está ahora ahí?
—No, creo que estará aquí a las ocho, pero a esa hora hay reunión.
—¿Dónde se encuentra el novio?
—Está aún en el hospital. Irán a buscarlo por la mañana para llevarlo a la cárcel.
—¿Quién es el fiscal?
—El fiscal jefe, Birger Smittenberg.
—¿Cuándo ha decidido su detención?
—A las cuatro de la mañana. No podíamos retenerlo por más tiempo.
—¿Sabes si Anders Knutas va a pasarse hoy por el lugar del crimen?
—No tengo ni idea. Tendrás que hablarlo con él.
—De acuerdo, gracias.
Johan aceleró el paso hacia la redacción.
El logotipo de Radio Gotland lucía en la fachada del edificio de la radio junto con el de la televisión. Las marquesinas de las ventanas de color azul y blanco parecían desgastadas a la luz del sol de la mañana. En el aparcamiento del patio había algunos coches de la radio local. Observó que una de las plazas estaba reservada para
Noticias Regionales
. Estaba vacía, como burlándose de él. En otro tiempo, el coche de la TV local habría estado allí. Pero ya no había coche. Sintió vergüenza al pensar en la mala cobertura que
Noticias Regionales
tenía ahora en la isla. Las únicas informaciones que llegaban desde allí tenían que ver, la mayor parte de las veces, con el turismo, los vertidos de petróleo o el tráfico de Gotland.
Entró y redactó un texto en poco más de un minuto para el programa de la mañana. Los trabajos de edición sencilla sabía hacerlos él mismo. Cuando terminó, lo envió con el nuevo sistema de comunicación por ordenador. En unos minutos podrían ver el contenido en Estocolmo. Además, fue entrevistado vía telefónica por una de las reporteras que más le gustaba de TV, Madeleine Haga.
Las Noticias de la mañana ya tenían lo suyo. Eran más de las siete y a Johan le pareció que ya era una hora aceptable para llamar a Knutas. El comisario atendió directamente el teléfono.
—He sabido que habéis detenido al novio esta noche. ¿Por qué?
—No puedo contártelo.
—Algo podrás decir, digo yo…
—No.
—¿Vas a estar hoy en el lugar del crimen?
—Sí, un rato por la mañana. Saldré sobre las diez.
—¿Cuánto tiempo vas a estar allí?
—Un par de horas, supongo.
—¿Te importaría que te hiciera una entrevista corta allí?
—Desde luego que no.
—Bien, entonces quedamos en eso. Gracias y adiós.
A
l guardar el móvil, Knutas se dijo que para aquella entrevista tendría que ir preparado. Ninguna pregunta desagradable tenía que sacarle de sus casillas.
L
a habitación estaba casi totalmente a oscuras cuando se despertó. Los estores estaban bajados. Algo de la claridad de la noche se filtraba, no obstante, a través de ellos. La lluvia golpeaba los cristales de las ventanas. Tenía el cuerpo dolorido y la lengua adherida al paladar. Se levantó de la cama con esfuerzo. Podía oír el oleaje del mar afuera. Abrió el grifo para beber. El agua fría del grifo salpicó contra la fría porcelana del fondo antes de que tuviera tiempo de poner debajo el vaso. Bebió a grandes tragos, se calzó los zuecos y salió. Apuntó con el chorro de orina al mismo agujero del muro de piedra que rodeaba la casa en el que siempre intentaba hacer blanco. Notó el frío sano de la noche contra su piel desnuda. No sintió frío, aunque sólo llevaba puesto el pantalón del pijama
.
Había soñado con ella. Cómo la había seguido por la playa. Su miedo al darse cuenta de que estaba justo tras ella en mitad de la niebla. Había permanecido muy concentrado. Totalmente. Cuando se volvió, el odio estalló en su cabeza como fuegos artificiales de color rojo y disfrutó al ver el miedo en los ojos de ella antes de que le asestara el golpe. Cuando se desplomó, se sintió como un vencedor. Siguió dándole golpes. Aunque era consciente de que había hecho algo terrible, algo irremediable, no se había sentido nunca tan bien
.