Nervios (12 page)

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Authors: Lester del Rey

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Nervios
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—Beel está fuera de este mundo, doctor —respondió uno de los hombres a la anterior pregunta del médico cuando fue capaz de retirar los ojos de la exploración—. Se volvió loco y rompió una camilla ante nosotros antes de salir corriendo con el vehículo. No pudo resistir el vernos sacando a estos desdichados de allí dentro. ¡Tuvimos que ir tras él con éste a cuestas sin poder beber siquiera ni una gota de líquido!

Ferrel levantó la vista y advirtió que Jenkins había hecho lo mismo en cuanto había advertido su movimiento.?

—¿Quiere decir que ustedes los estaban sacando? ¿No han salido ustedes de allí dentro?

—No, diablos. ¿Tan mal aspecto tenemos? Estos dos estaban entrando cuando eso se decidió a explotar y les alcanzó. Les atravesó limpiamente la armadura. Yo tengo también algunas espléndidas quemaduras, pero no me quejo. Le he echado un vistazo a un par de cadáveres y ya estoy curado de espantos.

Ferrel no se había detenido a observar a los tres que habían llegado por su propio pie, pero ahora les reconoció cuidadosamente. Todos estaban quemados, y de gravedad, por la radiación y el calor, pero las quemaduras todavía eran lo bastante recientes para molestarles tan sólo ligeramente, y era probable también que lo que les había quemado hubiera suprimido en ellos temporalmente la sensación de dolor, como si a un soldado le hiriesen en medio de una batalla y no se enterase hasta que la acción finalizara. De todas maneras, los trabajadores de las centrales no se distinguían precisamente por asustarse ante un pequeño rasguño. No eran precisamente señoritas…

—Hay casi un litro de buen whisky allí, en la mesa —les dijo—. Sólo un trago por cabeza, no más. Luego sigan hacia la parte delantera del edificio y les enviaré a la enfermera Brown para que les cure las quemaduras lo mejor que podamos, por ahora.

Brown podía aplicarles los ungüentos y administrarles los sueros para contrarrestar la radiación normal tan bien como él mismo, y se hacía necesaria una mínima organización racional de las cosas.

—¿Hay alguna posibilidad de encontrar a alguien con vida en el recinto del convertidor?

—Es posible. Alguien dijo que la cosa soltó un gruñido treinta segundos antes de reventar, así que muchos deben haber tenido la posibilidad de llegar a las dos cámaras de seguridad y refugiarse allí. Pretendemos volver aunque sea a empujar nosotros mismos los tanques a no ser que nos lo prohíba usted; dentro de cerca de media hora llegaremos a las cámaras y entonces lo sabremos.

—Bien. Y no es necesario que nos envíen aquí a todos los que tengan alguna quemadura, o pronto no cabremos; ésos pueden esperar, y me temo que vamos a tener por aquí casos muy graves que atender. Doctora Brown, me temo que ha resultado elegida para salir con estos hombres. Que uno de ellos lleve la camilla que queda. Jones le dirá dónde está. Aplique ungüentos e inyecciones en los casos de quemaduras, deje aparte a los que estén peor y envíe a los que tengan espasmos musculares. Encontrará mi equipo de urgencias en aquel despacho. Alguien tiene que ir ahí fuera, administrar los primeros auxilios y seleccionar los casos graves de los leves; aquí no tenemos sitio para toda la central.

—De acuerdo, doctor Ferrel —dijo, al tiempo que dejaba que Meyers le sustituyera como ayudante de Jenkins y salía un momento para recoger el maletín—. Vámonos, caballeros.

Subiré a la camilla y les iré curando las quemaduras por el camino. Queda usted nombrado conductor, caballero. Alguien debería haber informado sobre el estado de Beel y se hubiera evitado que esa camilla se rompiera y el vehículo desapareciese.

El portavoz del grupo volvió boca abajo el vaso que acababa de apurar, tragó y sonrió a la doctora.

—Es cierto, doctora, pero es que ahí fuera no hay tiempo para pensar, hay que actuar.

Gracias por el trago, doctor. Le diré a Hoku que manda usted a la doctora allí.

Desfilaron tras Brown y Jones fue a recoger la camilla que faltaba. El doctor volvió sobre la pierna rota y le aplicó un vendaje plástico de rápida acción que se convirtió en seguida en un molde como el que anteriormente se hacía con escayola. Era una lástima que no existieran más de aquellas doctoras enfermeras. Tendría que hablar de ello con Palmer cuando todo pasara… si es que Palmer seguía allí. Se preguntó por los hombres encerrados en las cámaras de seguridad, de las que se había olvidado por completo.

¿Cómo les habría ido? Había dos cámaras de seguridad en cada convertidor, y estaban construidas como refugio de los obreros en caso de accidente. Se suponía que estaban a prueba de casi cualquier cosa. Si los hombres las habían alcanzado, quizás estuviesen bien, aunque no hubiera apostado por ello. Con un ligero movimiento de hombros terminó el trabajo y se volvió a ayudar a Jenkins.

El muchacho señaló con la cabeza la figura quieta que yacía en la mesa, y que ya mostraba signos de haber sido limpiada y curada.

—Hay mucho material de ese que le ha atravesado limpiamente la coraza —comentó—.

Lo que han dicho esos hombres me ha dado una idea del infierno que está hirviendo ahí fuera. ¡El isótopo 713 no puede producir esas heridas!

—Uhmmm —rezongó el doctor, que no estaba de humor para profundizar en el tema.

Se descubrió a sí mismo mirando la caja a la que se echaba el tejido quemado que extraían de las heridas y apartó los ojos en seguida. En cuanto se levantaba la tapa se podía observar en el interior un ligero resplandor. Jenkins se las ingeniaba para mantener siempre apartados los ojos de allí.

Si se llegaba a convertir en el isótopo de Mahler, la cantidad era suficiente para volar por lo menos toda la enfermería.

7

El intercomunicador de Palmer sonó suavemente.

—El alcalde Walker al teléfono otra vez —anunció la voz cansada de Thelma.

Palmer soltó una maldición y tragó, sin masticar siquiera, lo que le quedaba de un bocadillo sin gusto a nada. Era la tercera llamada del alcalde desde que el tipo había vuelto a Kimberly, y Palmer estaba harto ya de oír hablar de los proyectos de la ciudad.

—Dígale que vuelva a llamar dentro de diez minutos —repuso—. Dígale lo que se le ocurra. No quiero hablar con él ahora.

Lo primero que debía haber hecho era negarse a recibir a Walker. La petición de que se suprimiera el servicio de autobuses que iba a la ciudad no tenía ninguna importancia.

Si aquel hombre no se hubiera encontrado en el despacho de Palmer cuando surgió lo del accidente muchas cosas se hubieran llevado a cabo de un modo muy diferente. Pero el alcalde Walker había conseguido una línea con el exterior cuando Palmer todavía estaba intentando enterarse de lo que había sucedido, y el gobernador ya estaba al aparato antes de que pudiera evitarse. Ahora, Palmer no sólo tenía encima sus propios problemas sino también los de la ciudad y los del Estado que se le echaban encima.

Contempló desde lo alto el laberinto de avenidas que había bajo la ventana. No había nada que ver, pues los convertidores estaban al otro lado del edificio. Sólo se observaba a un miembro de la milicia, de uniforme, que caminaba arriba y abajo bajo la luz cruda de los focos, agarrando con torpeza su fusil. Palmer sabía que había muchos más por la central y todavía más fuera de la valla. Quizá servirían de algo si la chusma antiatómica se mostraba tan inquieta como Walker parecía pensar, pero en aquel momento no representaban más que una molestia allí dentro.

Echó una mirada al reloj, y se sorprendió al ver la hora. Ya hacía mucho que Peters tenía que haber informado de los últimos detalles sobre los trabajos de emergencia. Pulsó el mando del intercomunicador:

—Thelma, llame ahí fuera y entérese de lo que está pasando.

—Sí señor. —La voz de la muchacha parecía preocupada, y él comprendió que también ella había advertido el largo tiempo transcurrido—. Briggs al habla.

Tomó el teléfono y la cara cansada e inquietante de Briggs llenó la pantalla. El hombre asintió.

—Hemos cerrado, señor. Todo lo que queda por hacer es vaciarlo y probarlo.

En el número Tres no había habido problemas de ningún tipo. Todo había transcurrido tal como el programa de Jorgenson había previsto y Palmer había decidido seguir adelante, pues no había modo de saber lo que sucedería en el caso de que la conversión se interrumpiese antes de que estuviese acabada.

—Buen trabajo, Briggs —le dijo Palmer—. ¿Cree que puede controlar lo que queda hasta el final?

Briggs asintió y colgó. La prueba que acababa de realizar no resultaría de utilidad para el registro, en el caso de que alguien se interesase alguna vez por ello, puesto que carecía de un título que añadir a su nombre. Pero tendría que haber servido. El supervisor sabía lo suficiente como para que se confiara en él. Había entrado en la National como estudiante en período de prácticas cuando se autorizó por primera vez que las centrales nucleares expendiesen títulos académicos, pero por lo visto le había gustado el cargo de supervisor y no había querido proseguir la carrera.

Palmer salió al antedespacho, harto del impersonal altavoz.

—¿Qué hay de esa llamada? —le preguntó a la chica.

—No contestan.

Casi agradeció la noticia. Estaba cansado de controlar el tiempo desde aquella posición, esperando sabía Dios qué, intentando encajar aquel rompecabezas de noticias inconexas. Sin embargo, debía haber una buena razón para aquella falta de noticias y de respuestas.

—Muy bien —decidió—. Voy a salir. Si alguien pide por mí, trate de atenderle usted misma; si no, envíe un mensajero.

Sin esperar el ascensor, tomó las escaleras. Al llegar afuera, el guarda se le quedó mirando con cara de sospecha y empezó a avanzar hacia él, luego pareció reconocerle y volvió a su inútil aseo. Palmer se dirigió a los convertidores, mientras escuchaba la confusión de gritos y ruidos de máquinas y trataba de encontrarles sentido. Entonces llegó al punto desde el que podía verlo todo con sus propios ojos.

El magma del interior del convertidor se había abierto paso por la portezuela hasta la sección de control. Los operarios heridos que habían sido rescatados eran los de aquella sección. Todo el lugar era una completa ruina, un amasijo de puertas destrozadas que las excavadoras habían reventado en su camino hacia el convertidor. El trabajo de salvamento se había detenido allí. En aquel momento se disponían a atacar la puerta principal, cuya enorme plancha estaba casi fundida, impidiendo la apertura mecánica. Al mismo tiempo, otras cuadrillas trabajaban en los muros exteriores que les separaban de las cámaras de seguridad.

Sin embargo, lo que se ofrecía a sus ojos no era el trabajo ordenado que había supuesto, sino un caos enervante. Cada uno de los focos iluminaba una escena de hombres y máquinas que se interponían en sus respectivos caminos, que daban vueltas inútiles y que por lo general no hacían sino empeorar más las cosas. La entrada principal tendría que haberse abierto un cuarto de hora antes para dejar paso a todo tipo de material que se necesitase para dominar el magma radiactivo. Sin embargo, daba la impresión de que las dos excavadoras que trabajaban en ello no realizaban ningún progreso.

Divisó a un hombre que conocía de vista y a su lado a una mujer pelirroja que no había visto nunca, pero que parecía dirigir una especie de tosco hospital de campaña. Se abrió paso a empellones hasta que pudo asir al hombre del brazo y tirar de él.

—¿Dónde está Peters? ¿Quién lleva todo esto? ¿Porqué diablos no me han dado ningún informe?

—Peters tuvo un accidente hace veinte minutos —contestó el hombre, mientras señalaba a una figura que yacía en una camilla con la cabeza cubierta de vendas—. Hoku ha tomado el mando de la operación.

Palmer gruñó, aunque aquella revelación explicaba el inmenso lío que se había creado.

Hokusai era uno de los mejores físicos teóricos en su especialidad, pero era una completa nulidad para dirigir a muchos hombres, lo que aún ponía peor las cosas, pues se consideraba a sí mismo todo lo contrario. El gerente salió a toda prisa en dirección al número Tres. Vio que se habían apagado las luces rojas, lo que indicaba que el trabajo del vertido ya había finalizado, y pulsó el botón de la entrada a la espera de que la puerta se abriera lo suficiente para permitirle el paso. En el interior, Briggs y su equipo estaban reunidos alrededor de la pesada caja de plomo situada junto al banco de pruebas.

—Es I-713 —informó el supervisor—. Totalmente comprobado. Y además es totalmente puro.

Por lo menos, aquello era un descanso. Si es que llegaban a salir de aquel lío, la National iba a necesitar toda la ayuda que Morgan pudiera conseguir, y quizá más. El comité de congresistas había anunciado horas antes que cancelaba su gira y volvía a Washington. Sin duda, el doble accidente había vuelto impopulares a sus ojos las centrales nucleares, pero sospechaba que debían tener más que ver con su marcha el montón de telegramas de demanda de acción que debieron recibir.

Habría suficiente I-713 para iniciar el experimento de Morgan en procura del voto en cuanto hubiera algún modo de transportarlo hasta su destino, y aquello reforzaría posiblemente las convicciones del congresista.

Pero simplemente asintió con la cabeza sin detenerse a hacer ningún comentario.

—Peters está fuera de combate, y es Hoku el que lleva el rescate —le dijo a Briggs—.

¡Deje todo esto y venga afuera!

—¡Dios mío! —La cara de Briggs reflejaba desazón ante el lío que ya se imaginaba.

Se volvió a dar algunas órdenes a varios de sus hombres, reunió a los demás y salió en dirección al convertidor accidentado. Como supervisor podría desplazar del mando de la operación a Hokusai sin ningún problema, pues se trataba de un trabajo que le correspondía. En cambio, a Palmer le hubiera costado más discusiones de lo que le había costado conseguir al supervisor.

Para cuando Palmer se fue, Briggs ya se había encaramado a la improvisada plataforma y llamaba a gritos al equipo de rescate. Las calles empezaron a ordenarse y las excavadoras empezaron a salir, mientras otros hombres empezaban a echar atrás a los que estaban demasiado cerca. Un camión salió a toda velocidad como si llevara pegado al parachoques la perdición eterna y se dirigió a los edificios de mantenimiento.

—¡Vuelva aquí! —gritaba Briggs—. Vamos a quemar esa puerta dentro de tres minutos.

¡Hey, los de los martillos! Dispérsense, dejen sitio a los sopletes. Saquen el plomo. ¡Que ahí dentro quizás hay hombres a punto de morir!

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