Pero sus cejas se fruncieron cuando los pasos sonaron en la calle situada entre los almacenes. Ninguna mujer, de la clase que fuera, se aventuraría en aquel barrio por la noche. Y estaba seguro de que los pies que había escuchado eran de una mujer. Había en ellos un ritmo mesurado que sugería la ondulante y encantadora forma de caminar de la mujer venusiana. Se aplastó contra el muro, conteniendo el aliento. No quería que ningún sonido revelase su propia presencia al terror que hacía huir a la mujer. Quizá diez años antes se hubiera precipitado hacia ella…, pero el recorrer durante ese tiempo los caminos del espacio enseña a cualquiera a ser prudente. A veces, la galantería puede ser temeraria, sobre todo en los muelles, donde una veintena de cosas diferentes pueden perseguirle a uno. Y al pensar en cuál de aquellas cosas podría ser se le erizó el cabello de la nuca.
Los frenéticos pasos atronaban a través de la oscura calle. Oyó el aliento apresurado a través de unas fosas nasales que no veía, el jadeo de unos pulmones cansados. Después le pareció que aquellos pasos estaban apunto de tropezar, dudaban y se hacían a un lado. De las tinieblas salió una silueta que chocó contra él a toda velocidad. Sus sorprendidos brazos se cerraron alrededor de una mujer, una muchacha, una muchacha muy joven, espléndidamente torneada, de firmes músculos y curvas bajo sus sorprendidas manos… y totalmente desnuda.
La soltó enseguida.
—¡Terrestre! —exclamó, con voz desmayada por la falta de resuello—. ¡Oh, escóndeme, escóndeme! ¡Deprisa!
No había tiempo para preguntar cómo conocía sus orígenes, ni de quién huía, pues antes de que las palabras hubiesen abandonado sus labios, un extraño resplandor verdoso apareció en la esquina del almacén. Aquello reveló a Smith una pila de toneles cerca de su codo, detrás de uno de los cuales escondió con un rápido movimiento a la desfallecida joven, al tiempo que desenfundaba su pistola y se aplastaba aún más contra el muro.
Pero no fue un monstruo sin nombre el que apareció por la esquina del edificio. La oscura forma de un hombre se hizo visible. Una figura rechoncha, ancha y deforme. La luz procedía de una linterna que llevaba en la mano y que arrojaba una extraña luz difusa e indirecta. No era el usual haz luminoso de las linternas corrientes, pues tanto iluminaba por detrás al hombre que la empuñaba, como por delante, pero a la manera de una luminosa niebla verdosa que se derramase pesadamente de su lente.
El hombre avanzó de manera muy rara, como si arrastrara los pies. Algo inexplicable en él hizo que a Smith se le pusiese carne de gallina. No sabía qué podía ser, pues el verde resplandor del tubo no arrojaba una luz clara, y el hombre apenas era una sombra rechoncha avanzando de manera incierta bajo la luz de aquella linterna.
Debió de ver a Smith casi al instante, porque cruzó la calle derecho hacia donde el terrestre se apoyaba contra el muro, pistola en mano. Detrás de la reluciente boca de la linterna, Smith sólo pudo ver la mancha pálida de un rostro con dos borrones sombríos por ojos. Era un rostro graso, indecoroso por su hinchada palidez, como la de un gusano que llevase alimentándose demasiado tiempo de materias corruptas. Ninguna expresión apareció en él al ver al alto hombre del espacio vestido de cuero, apoyado contra el muro y empuñando una pistola. Lo cierto es que nada en la actitud del terrestre apoyado en el muro, ni en su pistola, suscitaba suspicacia alguna. Hacía lo que cualquier paseante nocturno que se encontrase en los muelles hubiera hecho al ver aparecer aquel resplandor verdoso y sobrenatural en la peligrosa oscuridad.
Ninguno habló. Después de un única y prolongada mirada al silencioso Smith, el recién llegado comenzó a enfocar su luz difusa hacia las diferentes partes de la calle, en una obvia búsqueda. Smith aguzó el oído, pero la joven había acallado su agitada respiración y ningún sonido delataba el lugar donde se ocultaba. El perezoso rastreador avanzó lentamente a lo largo de la calle, apuntando ante sí su brumosa luz. Su luminosidad fue desvaneciéndose gradualmente mientras se alejaba, una sombra negra y deforme enmarcada por un halo de resplandor impío.
Cuando la completa tiniebla descendió una vez más, Smith enfundó su pistola y llamó en voz baja a la joven. Un murmullo sin ruido de pies descalzos sobre el pavimento anunció su proximidad, así como la respiración agitada que aún no había conseguido dominar.
—Gracias —dijo en voz baja—. Espero que jamás tengas que conocer el horror del que me has salvado.
—¿Quién eres? —preguntó—. ¿Cómo me conocías?
—Me llaman Nyusa. No te conocía, pero pensé que eras de la Tierra y quizá… que podía confiar en ti. Esta noche el gran Shar ha debido guiar mi huida a lo largo de las calles, pues creo que al hacerse de noche es raro ver a los de tu especie cerca de la orilla del mar.
—Pero… ¿puedes verme?
—No. Pero un marciano, o uno de mis propios compatriotas, no hubiera soltado tan rápidamente a una joven que se hubiese arrojado a sus brazos en medio de la noche… como yo.
Smith sonrió en la oscuridad. El soltarla, cuando había comprobado que estaba desnuda, había sido un acto meramente reflejo. Pero era algo que apenas parecía importarle.
De repente, aquella voz susurrante se calló. Smith no pudo oír nada, pero sintió una tensión en la joven que estaba a su lado, la tensión de quien está al acecho. No tardó en oír un sonido lejano, una curiosa respiración sibilante, como si algo pesado y escaso de resuello llegase a toda prisa. Cada vez estaba más cerca. La respiración de la joven que se encontraba a su lado era audible en medio del silencio.
—¡Deprisa! —exclamó, sin aliento—. ¡Oh, apresúrate!
Y le cogió del brazo, haciéndole seguir la misma dirección que había tomado el rechoncho buscador de negro.
—¡Más deprisa!
Y sus manos ansiosas le obligaron a correr. Sintiéndose un poco ridículo, corrió pausadamente pero con pasos largos a través de la oscuridad, con ella al lado, sin oír más que el suave sonido de las pisadas de sus botas, la carrera precipitada de los desnudos pies de la joven y, más lejos, la distante respiración sibilante que se iba acercando.
En dos ocasiones ella le empujó gentilmente hacia alguna nueva callejuela. Finalmente se detuvieron y ella abrió una puerta invisible, tras lo cual pasaron corriendo por un callejón tan estrecho que los anchos hombros de Smith rozaron sus paredes. El lugar olía a pescado, a madera podrida y sal marina. El pavimento dio paso a unos escalones bajos y anchos, y nuevamente se encontraron con otra puerta, por la que pasaron; entonces, la joven le tiró del brazo con un suspiro de alivio.
—Ahora estamos a salvo. Aguarda.
Smith oyó la puerta cerrarse tras ellos y el sonido de unos pies ligeros deslizándose por el pavimento.
—Levántame —dijo la joven, instantes después—. No puedo alcanzar la luz.
Unos dedos fríos y firmes rozaron su cuello. A oscuras, con mucho cuidado, encontró su talle y la levantó todo lo que le permitieron sus brazos. Aquel talle era flexible, levemente musculoso y delgado como un junco. Más arriba escuchó el ruido de unos dedos buscando a oscuras.
Después, con un resplandor súbito, la luz brotó a su alrededor.
Smith juró por lo bajo y se echó hacia atrás, dejando caer las manos, pues esperaba ver el cuerpo de una joven cerca de su rostro y no veía nada. Sus manos no habían cogido… nada. Había estado levantando una ligera y suave… nada.
Oyó que un cuerpo material caía al suelo, acompañado de un suspiro y de un grito de dolor, pero seguía sin ver nada y retrocedió otro paso, alzando una mano insegura hacia sus ojos y murmurando un apresurado juramento marciano. Pues por más que mirase sólo se veía a sí mismo en la pequeña habitación desnuda que le había revelado la luz. La voz de la joven le habló desde el vacío.
—Pero… ¿por qué?… ¡Oh, ya veo! —y hubo un pequeño asomo de risa—. ¿Jamás oíste hablar de Nyusa?
La repetición de aquel nombre hizo vibrar en la mente del terrestre la cuerda de un recuerdo impreciso. En algún lugar había oído no hacía mucho aquella palabra. Dónde y a quién era algo que no podía recordar, pero suscitaba en su memoria la nebulosa cuerda del peligro nocturno y de lo desconocido. De repente, se sintió contento de tener una pistola consigo, y una conciencia más lúcida brilló en la pálida mirada con que recorrió la pequeña estancia.
—No —dijo—. Jamás había oído antes ese nombre.
—Soy Nyusa.
—Bueno… ¿Pero dónde estás?
Ella rió nuevamente, un suave rumor de alegría dulce como la miel, unido a la voz, tradicionalmente encantadora, de la mujer venusiana.
—Aquí. No soy visible a los ojos de los hombres. Nací así. Nací —y el murmullo de su voz se convirtió en un sollozo, al tiempo que una nota de solemnidad se deslizaba en ella— de un extraño acoplamiento, terrestre. Mi madre era venusiana, pero mi padre… Mi padre era la Oscuridad, no puedo explicarlo… Pero debido al poder que en mí tiene la Oscuridad, soy invisible. Y por eso… no soy libre.
—¿Por qué? ¿Quién te retiene cautiva? ¿Cómo podría alguien aprisionar la invisibilidad?
—Los… Nov.
Su voz era como el más tenue de los soplos. Al oír la extraña palabra, el pinchazo de un malestar indecible surcó los recuerdos de Smith. En algún lugar había oído anteriormente aquel nombre, y el recuerdo que suscitaba era demasiado nebuloso para expresarlo en palabras, pero era ominoso. El susurro de Nyusa prosiguió igual de bajo junto a su hombro. Era una sensación extraña, irreal, encontrarse solo en una habitación desnuda, con el dulce y apagado murmullo de una joven que llegaba a sus oídos desde una atmósfera vacía.
—Los Nov… viven bajo tierra. Son lo que queda de una raza muy antigua. Ellos son los sacerdotes que dan culto a lo que es mi padre: la Oscuridad. Me encerraron por motivos que sólo ellos conocen.
“Como ves, de la dama que me dio el ser heredé la hermosura de su forma humana, pero la Cosa que es mi padre legó a su hija bienes mucho más extraños que la invisibilidad. Mi color se halla más allá del espectro que pueden apreciar los seres humanos. Y puedo acceder a… a otros mundos diferentes de éste. Mundos extraños, hermosos y lejanos… ¡Oh, pero para mí son tan condenadamente próximos! Si sólo pudiera franquear los barrotes con que los Nov me impiden escapar. Pero ellos me necesitan para su oscuro culto, y por eso debo permanecer aquí, prisionera en este mundo cálido y fangoso que es todo lo que ellos conocerán. Disponen de una luz (tú la viste, el resplandor verde que llevaba el Nov que hace poco me perseguía a través de la oscuridad) que me hace visible a los ojos humanos. Algo de su color se combina con el extraño color que es el mío para producir un matiz que cae dentro de la gama que puede percibir el hombre. Si me hubiera encontrado, hubiese sido gravemente… castigada…, porque esta noche me he escapado. Y los castigos de los Nov no son… agradables.
“Para asegurarse de que no me escaparía de ellos, me han asignado un guardián que sigue mis pasos, la cosa de respiración entrecortada que me seguía la pista esta noche, Dolf. Procede de alguna espantosa unión entre lo material y lo inmaterial. En parte es elemental y en parte animal. No puedo explicártelo completamente. Y es brumoso, nebuloso…, pero muy real como hubieras descubierto si hubiese llegado a atraparnos. La habilidad que tiene de oler la sangre humana le convierte en algo inapreciable, pero yo me encuentro a salvo, pues sólo soy medio humana y, bueno…, los Nov tampoco son humanos del todo. Ellos…
De repente, dejó de hablar. Fuera de la puerta, el agudo oído de Smith había captado el sonido sobre el suelo de algo parecido a unos pies, y a través de los crujidos le llegó con mucha claridad el resoplido de un aliento entrecortado. Los apresurados pies descalzos de Nyusa sonaron claramente por encima de las tablas, y de cerca de la puerta les llegó una serie de jadeos y silbidos apagados en un tono más agudo que los que hacía el masivo Dolf. El extraño sonido fue creciendo hasta convertirse en una orden perentoria, y Smith oyó fuera una serie de resoplidos y de jadeos cada vez más lejanos, además del sonido de grandes pies sin forma que se arrastraban sobre las losas. Apoyada en su hombro Nyusa suspiró.
—Esta vez ha funcionado —dijo—. A veces tengo poder sobre él, en virtud de la fuerza de mi padre que hay en mí. El Nov no lo sabe. Es extraño, ¿no?…, que nunca parezcan recordar que he heredado de su dios algo más que la invisibilidad y el acceso a otros mundos. Me castigan con la prisión y me obligan a servirlos como si fuese cualquier bailarina de templo… ¡Yo, que soy medio divina! Creo que, algún día, las puertas se abrirán bajo mi propia orden y me iré a esos mundos. Me pregunto si no podría hacerlo ahora.
La voz se fue apagando hasta convertirse en un murmullo. Smith supuso que al tomar conciencia de sus propias potencialidades se había olvidado de él. Y, de nuevo, aquel amargo de malestar le sobrevino. Ella era medio humana, sólo humana a medias. ¿Quién podría decir qué extrañas cualidades arraigaban en ella, que brotaban de una semilla no humana? Cualidades que quizá algún día se convirtiesen… en…
La verdad, no tenía palabras para lo que estaba pensando, pero esperaba no estar presente cuando los Nov se sobrepasaran con ella.
Unos pasos vacilantes a su lado le sacaron de su ensimismamiento. Ella se alejaba, paso a paso. Podía oír el sonido de sus pies descalzos sobre las tablas. Paso a paso, casi habían llegado a la pared opuesta. Entonces, aquellos pasos vacilantes se apresuraron, cada vez más deprisa, alejándose. No se había abierto ninguna puerta, ni aparecía abertura alguna en las paredes, pero los pies descalzos de Nyusa se alejaban corriendo. Smith fue Brevemente consciente de la vastedad del espacio más allá de nuestras tres insignificantes dimensiones, de las distancias que los desnudos pies de la joven podían recorrer en un instante, en burlona violación de las leyes que a él le mantenían encerrado allí. Desde muy lejos escuchó cómo aquellos pasos parecían vacilar. Le pareció haber oído el sonido de unos puños golpeando contra algo que se les oponía, el lejanísimo eco de un sollozo. Después, lentamente, volvió a escuchar aquel sonido de pies descalzos. Casi le pareció ver una cabeza agachada y unos hombros caídos por la resignación, a medida que los pasos dados a regañadientes se iban acercando más y más y entraban nuevamente en la habitación. Y junto a su hombro escuchó una voz triste que decía:
—Aún no. Jamás había ido tan lejos, pero el camino sigue estando cerrado. Los Nov son demasiado poderosos… por ahora. Pero ahora lo sé. ¡Lo sé! Soy la hija de un dios, y demasiado poderosa. A partir de ahora no debo huir de la persecución de los Nov, ni tener miedo de que Dolf me siga. ¡Soy la hija de la Oscuridad y no tardarán en saberlo! Ellos…