Objetivo 4 (13 page)

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Authors: German Castro Caycedo

BOOK: Objetivo 4
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Como una de las consecuencias hicimos una especie de hoja de vida por cada persona de las allegadas al Paisa, así sólo conociéramos el alias, y cuanto iba apareciendo en tomo a ellas lo organizamos por fechas.

Como conclusión confirmamos de forma definitiva que realmente el más importante de todos sus auxiliares parecía ser el Chocoano y los socios que se movían en la población de Urrao debían concentrarse en él. Luego confirmamos que sus negocios reales eran, desde luego, transportar caiga y participar de un porcentaje del dinero de las extorsiones.

De aquella investigación surgió que inicialmente este hombre había sido víctima del Paisa, pero que gracias al tiempo y al acceso a los diferentes rincones en la zona rural donde el guerrillero estaba ubicado, ganó mucha confianza... Y dinero. Ante todo, dinero También se supo que les llevaba explosivos.

Otro guerrillero desmovilizado había dicho que ellos recibían, por ejemplo, estopines o iniciadores y cable detonante de manos del Chocoano quien guardaba ese tipo de materiales en un sótano de su propia casa. Finalmente que aquel también le prestaba ayuda al cabecilla principal del bloque, el tal Isaías Trujillo...

Luego establecimos que el Chocoano utilizaba dos celulares que tuvo activos prácticamente durante todo el tiempo, y en las comunicaciones que recibía del Paisa le decían Lupa Nunca otro nombre.

Otro de los contactos especiales del guerrillero se llamaba Javier y estaba ubicado en Cúcuta, frontera con Venezuela. Se escuchaba mucho su nombre, pues mantenía contactos en el país vecino y le enviaba aparatos de radio al objetivo a través de Medellín.

Ya finalizando ese agosto, hicimos comparaciones de voz gracias a que obtuvimos una comunicación entre el Chocoano y el Paisa que, como cosa rara, habló en aquella oportunidad. Tomamos la voz del guerrillero y la comparamos con una que teníamos desde cuando iniciamos el proceso, se le hizo algo llamado Estudio Técnico Acústico Forense que confirmó que aquella voz era realmente la del cabecilla. Con esa información, por lo menos confirmamos que el objetivo continuaba vivo.

A mediados de septiembre, el quince, se hizo un control físico y se identificó al Chocoano; había nacido en Domingodó cincuenta y cinco años atrás y tenía afiliadas a dos personas en un servicio de salud. No había información de esposa, ni de hijos. Para entonces, la comisión continuaba analizándolo muy bien, sin descuidar a otras personas que venían siendo objeto do extorsión.

Al día siguiente hicimos la verificación de un número en Medellín, puesto que en la comunicación con el Chocoano, el Paisa le había indicado que debía entrar en contacto con Carlos porque habían perdido su número.

Cuando el Chocoano cortó, hizo una llamada a un número fijo en Medellín y fue localizado por la comisión en un barrio determinada Allí se estableció que vivía una señora de setenta años, ama de casa, madre de un tal Carlos, empleado de unas bodegas en la misma ciudad.

Resultaba curioso que trataran de ubicar en la ciudad a una persona de parte del Paisa. Se hizo la verificación y a partir de allí sostuvimos aquel control.

Un punto clave era que mientras el trabajo avanzaba, se destacaba más y más la cercanía del Chocoano con el Paisa y por tanto la importancia de aquel parecía cada vez más estratégica para nosotros.

Efectivamente, para finales de septiembre la comisión de Frontino —como tenia identificados a varios de los milicianos que recogían el dinero de las extorsiones— confirmó que los auxiliares de aquel pueblo tenían en su poder una suma importante que debían entregarle al Chocoano.

La comisión les hizo seguimiento de Frontino hacia Urrao y, desde luego, captó el momento en el que el Chocoano se reunió con ellos y recibió el dinero.

Detalle importante porque se trataba de obtener pruebas físicas que iban a servir para un posible reclutamiento —convencerlo para que trabajara para nosotros—, pues estábamos elaborando un perfil muy completo de aquel hombre, de manera que en un momento determinado pudiéramos decide "Usted ha hecho esto, mire las fotografías, mire las consignaciones, usted recibió dinero tal día a tal hora, en tal punto...".

En la elaboración del perfil del Chocoano la comisión nos informaba periódicamente qué hacía, qué rutinas tenía, qué días bebía, si salía con mujeres o se veía que de pronto conviviera con alguna, cosa que no resultó así. Se trataba de un hombre muy solo y no había otra forma para presionado que no fuera a través de sus nexos con la guerrilla.

Sin embargo, el tipo era muy osado. En muchas de sus conversaciones decía, por ejemplo, "Si me van a coger, pues que me cojan. Yo no tengo nada que perder". Ese era un punto en contra de nosotros, porque decíamos "pues si lo vamos a amedrentar con esto y si eso no le importa.. pero sí sabíamos que le gustaba mucho el dinero y su realización era estar viajando, comprando, vendiendo y a la vez le gustaba el riesgo y como que lo apasionada el hecho de ser colaborador del Paisa. Eso parecía alimentarle el ego.

Por aquellos días nuestro jefe analizó una vez más lo que temamos en cuanto a la personalidad del Chocoano, de sus gustos, de su trabajo con el camión y fue cuando empezamos a idear la forma de poner en escena a otra persona de nuestro lado, de comenzar a prepararla y de trabajar por un flanco diferente. Por ese motivo variamos un tanto el rumbo y decidimos no hacerle ninguna propuesta directa.

Ya para finales de septiembre se optó por elegir a alguien que reuniera ciertas cualidades asociadas al perfil del objetivo: cualidades era que no le molestara beber, que fuera alegre, muy buen conversador, que supiera cómo hablar cosas de guerrilla sin levantar sospechas, que ya tuviera experiencias en infiltraciones... Había dos muchachos.

Entonces, tras analizar la personalidad de uno llamado Rodrigo, que debía integrarse como cargador de camiones —o cotero—, entró en una etapa de preparación, pero no se le dieron muchos detalles del objetivo. Nos reunimos con él un día y se le indicó que debía hacer un nuevo trabajo de infiltración, que ensayara la manera de beber bastante sin llegar a emborracharse, tal y tal y tal...

"Hay que idear la forma de llevar consigo un localizador en algo que usted esté usando siempre, pero que no sea una prenda sospechosa", le dijeron antes de enviado a Caracterización. No le dieron más detalles. El trabajo de preparación lo comenzó a hacer el mismo Rodrigo.

RODRIGO (Inteligencia)

Lo primero fue prepararme físicamente para cargar bultos, mirar cómo me iba a vestir durante la operación, qué debía portar, qué no debía portar, y buscar la manera de camuflar un GPS pequeño dentro de algo que fuera común en ese gremio. Me ordenaron también que me preparara en elementos de mecánica automotriz —que ya de por sí algo sabía— y retomara alguna habilidad en manejo de lanchas con motor fuera de borda.

El primer paso fue inscribirme en un gimnasio para buscar un estado físico óptimo, con rutinas en la mañana y en la noche, pero más de resistencia que de fuerza para soportar el esfuerzo que me iba a imponer cargar y descargar camiones. Mucho trote al comienzo y luego ejercicios para sostener ciertos pesos.

Estudiando la indumentaria de los cargadores en plazas de mercado, vi que ellos usaban un bolso o "canguro" sobre el vientre y allí guardaban el dinero que les iban dando por su trabaja En aquellos sitios también miré cómo se movían, cómo se cargaban y descargaban los bultos, cómo caminaban, cómo hablaban, qué silbaban...

En Caracterización buscaron unos yines recortados a la mitad de la pierna, pues por el clima a donde iba no podía permanecer con pantalón completo. Nada de ropa de marca conocida, y una vez escogidos los cortamos con unas tijeras y los volvimos pantaloneras que llegaban hasta la rodilla. Todo eso correspondía a la vestimenta característica de los coteros de las plazas de mercado.

También se preparó otra pinta con camisa de manga corta, no tan vieja, pero tampoco tan nueva, un pantalón de dril que era supuestamente la única ropa que tenía para ocasiones de descanso o de salir a algún lado durante los días libres.

También hicieron algunas propuestas como, por ejemplo, el cambio de los zapatos por unos más deteriorados, pues se suponía que yo era un trabajador raso, una persona de bien que a la vez permanecía aseada. No era de los que merodeaban por la calle, trabajaban o tenían algún vicio, porque eso iba a provocar que a lo mejor me rechazara el objetivo. Tenía que ser un atuendo muy a la realidad, pero no el de un vaga Esa ropa la cuidaba como un tesoro, porque supuestamente era lo único que tenía: en mi trabajo futuro solamente conseguiría para comer y para pagar el alquiler de una pequeña habitación.

En cuanto al cabello, lo tuve hasta los hombros y me dejé una línea de barba en el borde de la quijada. Tenía las uñas largas, sudas, pero después del trabajo me las limpiaba, aunque de todas maneras las mantenía largas como las de los ayudantes de los camiones.

En un par de plazas de mercado vi que la mayoría utilizaba unos zapatos tenis de tela, tipo botín, de color rojo que fue los que usé para trabajar durante toda la operación. No tenia cinturón, no tenía adornos en el pecho, no llevaba pulseras, ni anillos... Esa era básicamente la caracterización.

En aquel momento no conocía a la mayoría de mis compañeros de equipo que tampoco sabían que yo iba a trabajar en el mismo proceso. Los únicos que tenían la información eran el jefe, la analista y los socios que estaban en Urrao. Yo acababa de llegar a ese grupo.

Bueno, pues unas semanas después de haber comenzado a prepararme me invitaron a la celebración del cumpleaños de uno de los compañeros. Entonces yo era lo que llaman un bebedor social: de vez en cuando y no demasiado, pero ellos también tomaron aquella noche como pretexto para celebrar mi llegada y, desde luego, eso era bebiendo.

Me dieron mucho licor, me pegué una borrachera increíble, me llevaron hasta la casa y al día siguiente no recordaba lo que había sucedida El jefe me dijo:

—¿Sí ve cómo son las cosas del licor?

Yo hasta ese momento no había tenido una experiencia igual.

Ocho días después celebraban el ascenso de un compañero, fuimos las mismas personas, hubo mucho trago y nuevamente me emborracharon: me llamaban, venga blindamos, le levantaban a uno la botella y entre dos le daban de beber. Incluso utilizaron una válvula: a esa le ponen una cerveza encima y después de que la voltean se la colocan a uno en la boca, el líquido baja sin detenerse y uno nene que bebérsela de un golpe.

Esa noche también estuve muy borracho y tampoco recordaba nada al día siguiente. Cuando llegué a la oficina les ofrecí disculpas a los compañeros, y el jefe me dijo "Venga". Nos sentamos en la sala de su oficina y empezaron a proyectar un video enfocado directamente a mí. Yo pensé lo peor "Me van a llamar la atención por haberme portado mal...". Pero no. Explicaron que en las dos reuniones alguien estuvo filmándome durante todo el tiempo con una cámara en el botón de una chaqueta. En una pantalla veíamos mi comportamiento, escuchábamos lo que hablaba, cómo me movía, cómo miraba. Sin embargo, me pareció que todo había estado, digamos, dentro de lo normal.

Cuando terminó la proyección el jefe dijo que debía tomar medidas para llegar a ser capaz de controlarme: primero, tenía que beber mucho menos sin que fuera ostensible; no perder la noción de lo que estaba diciendo y especialmente de lo que estaba escuchando, pues era mi propia vida la que se encontraba en juego en caso de no aprender a callar.

Luego tenía que encontrar algo para ingerir antes de beber y así tratar de contrarrestar un tanto los efectos del alcohol. Ahí supe que mi objetivo en un pueblo se dedicaba al licor todos los días, un hombre solitario que terminaba su labor diana con un camión y se entregaba a la botella. Esa era una de las costumbres de aquel hombre que yo tenía que capitalizar.

Ellos va habían hecho un análisis de los dos videos completos y me preguntaron hasta qué punto me acordaba. Les dije hasta dónde y me explicaron:

—Hasta ese punto usted se había tomado quince tragos en la primera ocasión. La segunda fue con cerveza y estuvo bien hasta cuando había llegado a diez. Ese es su límite. No puede pasar de ahí.

En cuanto a la manera de contrarrestar el efecto del alcohol en el organismo, duramos una semana probando sustancias, leyendo, practicando y por último fui a donde un médico naturista. Antes de beber, él aconsejó tomar una solución que me protegía las paredes del estómago y, por tanto, el alcohol se demoraba más tiempo en ser asimilado.

Esa fue la última prueba y realmente funcionó. De los quince tragos que eran mi límite resistí siete más y paré, pero no perdí la memoria, ni la capacidad de concentrarme al escuchar: Ya era consciente de lo que hacía y de lo que hablaba... A partir de ahí medí muy bien mis limitaciones y acabé de convencerme de que, por encima de todo, uno tiene que controlarse.

Al término del entrenamiento, algo más de un mes, me enviaron a Medellín y me llevaron a la Plaza Mayorista para ir aprendiendo a cargar bultos con todas las de la ley y, claro, empecé llevándole los mercados a la gente que iba por lo del hogar, con el fin de que empezaran a verme y a distinguirme en ese lugar.

Desde luego llegué conectado con una bodega a través de la cual iba a ingresar a Urrao, pues el dueño tenía el camión en el que iba a viajar a ese puebla El era el único que conocía mi verdadera identidad y practicando empecé a ir agarrando el ritmo del trabajo, a ir conociendo a la gente del oficio y a practicar lo mejor que podía el lenguaje de los coteros.

Era un trabajo duro porque al tiempo tenía que continuar con la preparación en el gimnasio, pero le bajé de dos sesiones a una y luego sí, me iba a meterle el hombro al trabaja Unos días después el dueño de la bodega le dijo al chofer del camión que yo iba a ser su ayudante a partir de ese momento, de manera que si por algún motivo llamaran a preguntar algo, todo quedaba en regla.

Al comienzo fuimos a diferentes pueblos los días de mercado y eso también me sirvió porque empezaron a conocerme como trabajador normal que andaba en lo mío para un lado y para otro.

Cuando empecé a llegar a Urrao ya tenía clara la pinta del Chocoano —el colaborador de las FARC que iba a infiltrar— y las de sus dos ayudantes porque ya había estudiado sus fotografías y la del camión, ya sabía en qué puntos podía localizar al objetivo... La analista me lo explicó con detalles.

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