Parque Jurásico (32 page)

Read Parque Jurásico Online

Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Parque Jurásico
4.07Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Fue la niña? —aventuró Malcolm, finalmente—. Sonaba como si fuese la niña.

—Lo era, sí.

—¿Lo era?

—No lo sé —contestó Grant. Sintió que una fatiga insidiosa le invadía.

Borroso a través del parabrisas mojado por la lluvia, el dinosaurio se volvió hacia ellos. Iba hacia su coche. Con pasos lentos, nefastos, que se dirigían directamente en su dirección.

—¿Sabes? —dijo Malcolm—. Es en ocasiones como esta en las que se opina que, bueno, quizás a los animales extinguidos se los debería dejar extinguidos. ¿No tienes esa sensación ahora?

—Sí —asintió Grant. Sentía que el corazón le latía con violencia.

—Humm. ¿Tienes, éste, ah, alguna sugerencia en cuanto a lo que hemos de hacer ahora?

—Seguir en el coche.

—Tuve la clara sensación —continuó Malcolm— de que eso no funcionó especialmente bien la última vez. —Malcolm estaba empezando a temblar en la oscuridad, Grant podía sentir cómo el cuerpo del matemático empezaba a estremecerse junto al de él—: No, nada bien. Así que, si no te molesta, voy a correr el albur.

Malcolm giró la manija, abrió la puerta de una patada y corrió. Pero, incluso mientras lo hacía, Grant pudo ver que era demasiado tarde, que el tiranosaurio estaba muy cerca. Estalló otro relámpago y, en ese instante de refulgente luz blanca, Grant observó, horrorizado, cómo Malcolm corría hacia la lluviosa noche. El tiranosaurio rugió y saltó hacia delante.

Grant no vio con claridad lo que, exactamente, ocurría después: Malcolm estaba corriendo hacia delante, con los pies chapoteando en el barro. El tiranosaurio se le puso al lado de un salto, bajó repentinamente la enorme cabeza, y Malcolm fue despedido por el aire como un muñeco.

En ese momento, también Grant estaba fuera del coche, sintiendo la lluvia fría que le azotaba la cara y el cuerpo. El tiranosaurio le había vuelto la espalda, su enorme cola oscilaba en el aire. Grant se estaba poniendo en tensión para correr hacia el bosque cuando, de repente, el tiranosaurio giró sobre sí mismo para hacerle frente, y rugió.

Grant quedó paralizado.

Estaba en pie al lado de la portezuela del acompañante, empapado por la lluvia. Estaba completamente expuesto, con el tiranosaurio a no más de dos metros, o dos metros y medio, de distancia. El enorme animal le contempló desde lo alto, y volvió a rugir. A una distancia tan reducida, el sonido era aterradoramente fuerte. Grant se sentía temblar por el frío y por el miedo. Las manos le temblaban; las apretó contra el metal del panel de la puerta, para inmovilizarlas.

El tiranosaurio volvió a rugir, pero no atacó. Levantó la cabeza y miró, primero con un ojo, después con el otro, al Crucero de Tierra.

Y no hizo nada.

Se limitó a quedarse quieto allí. Enfrentado al Crucero de Tierra, pero sin hacer nada.

¿Qué estaba pasando?

Las poderosas mandíbulas se abrieron y se cerraron. El tiranosaurio bramó una vez más, con ira y, después, la gran pata trasera se elevó, y cayó aplastando el techo del Crucero; las garras resbalaron con un chirrido metálico, errándole por poco a Grant, que estaba de pie ahí, todavía inmóvil.

La pata descendió y, al golpear el suelo, salpicó barro. La cabeza se hundió siguiendo un arco lento, y el animal inspeccionó el coche, resoplando. Atisbó por el parabrisas. Después, desplazándose hacia la parte trasera del Crucero, cerró la portezuela del acompañante de una patada y avanzó directamente hacia Grant, que estaba allí, de pie. Grant estaba mareado de miedo, el corazón le golpeaba el pecho con violencia. Con el animal tan cerca podía sentir en la boca el olor de carne podrida, el olor dulzón de la sangre, el hedor nauseabundo del carnívoro…

Puso su cuerpo en tensión, esperando lo inevitable.

La cabezota le pasó de largo, dirigiéndose hacia la parte trasera del coche.

Grant parpadeó.

¿Qué había pasado?

¿Podía ser que el dinosaurio no le hubiese visto? Parecía como si no le hubiese visto. Pero, ¿cómo podía ser eso? Grant miró hacia atrás, para ver al animal olfateando la rueda montada atrás. La golpeó levemente con el hocico y, después, la cabeza describió un arco hacia arriba. Una vez más, se acercó a Grant.

Esta vez, el animal se detuvo, las negras y acampanadas fosas nasales sólo a unos centímetros de la cara de Grant, que oyó el resoplar, que sintió el alarmante aliento cálido en la cara. Pero el tiranosaurio no estaba olfateando como un perro: simplemente estaba respirando y, en todo caso, parecía perplejo.

No, el tiranosaurio no podía verle. No si Grant permanecía inmóvil. Y, en un apartado rincón académico de su mente, encontró un explicación para eso, la razón por la que… Las fauces se abrieron delante de él, la enorme cabeza levantada. Grant cerró los puños con fuerza y se mordió el labio, tratando desesperadamente de quedarse inmóvil, de no emitir sonidos.

El tiranosaurio rugió, bramando en el aire de la noche.

Pero, en ese momento, Grant estaba empezando a entender: el animal no podía verle, pero sospechaba que estaba ahí, en alguna parte, y estaba tratando, con su bramido, de asustarle para que hiciera algún movimiento revelador. Mientras se mantuviera firme y no cediera —comprendió Grant— era invisible.

En un gesto final de frustración, la gran pata trasera se levantó y pateó el Crucero de Tierra; Grant experimentó un dolor punzante y la sensación sorprendente de que su propio cuerpo volaba por el aire. Le parecía que estaba sucediendo con mucha lentitud, y tuvo mucho tiempo para sentir que el mundo se volvía más frío, y para observar cómo el suelo subía presuroso para golpearlo en la cara.

Regreso

—¡Oh, maldición! —exclamó Harding—. ¡Pero miren!

Estaban sentados en el jeep de Harding, con la vista clavada más allá del rítmico ruido de los limpiaparabrisas: iluminado por el fulgor amarillo de los faros, un gran árbol caído bloqueaba el camino.

—Tienen que haber sido los rayos —dijo Gennaro—. ¡Condenado árbol!

—No podemos pasar por el lado —observó Harding—. Será mejor que avise a John Arnold, en control. —Levantó el micrófono y dio vuelta al cursor de los canales de frecuencia—: Hola, John. ¿Estás ahí, John?

Se oyó un chasquido; después, nada, salvo una estática sibilante.

—No entiendo —se asombró—. Las líneas de radio parecen estar fuera de servicio.

—Debe de haber sido la tormenta —opinó Gennaro.

—Eso supongo —dijo Harding.

—Pruebe con los Cruceros de Tierra —sugirió Ellie.

Harding abrió los demás canales, pero no hubo respuesta.

—Nada —dijo—. Es probable que ya estén en el campamento y fuera del alcance de nuestro equipo. No creo que debamos quedarnos aquí. Pasarán horas antes de que mantenimiento mande una cuadrilla para mover ese árbol.

Apagó la radio y puso el jeep en marcha atrás.

—¿Qué va a hacer? —preguntó Ellie.

—Regresar al desvío y meterme por el camino de mantenimiento. Por fortuna, hay un segundo sistema de caminos: un camino para visitantes y otro para los cuidadores de los animales, los camiones que llevan el alimento, y demás. Regresaremos por el de mantenimiento. Es un poco más largo. Y no tan pintoresco, pero puede que lo encuentren interesante: si la lluvia cesa, tendremos una visión de algunos de los animales durante la noche. Deberemos de estar de vuelta en cosa de treinta, cuarenta minutos… si no nos perdemos.

Hizo que el jeep diera la vuelta en medio de la noche, y enfiló hacia el sur.

Los relámpagos destellaban, y todos los monitores de la sala de control tenían la pantalla negra.

Arnold estaba sentado en el borde de su asiento, con el cuerpo rígido y tenso. «Jesús, no ahora. No ahora». Eso era lo que faltaba: que con la tormenta todo dejara de funcionar. Todos los circuitos principales de corriente estaban protegidos contra los cambios de tensión, claro está, pero Arnold no estaba seguro de los módems que Nedry estaba usando para la transmisión de sus datos; la mayor parte de la gente no sabía que era posible volar todo un sistema mediante un módem: la pulsación de los relámpagos crecía dentro del ordenador, a través de la línea telefónica, y ¡bang!, no había ya consola principal. Ya no había RAM. Ni archivos. Ya no había ordenador.

Las pantallas titilaron. Y entonces, una por una, se volvieron a encender.

Arnold suspiró, y se desplomó en su asiento.

Una vez más, se preguntó dónde había ido Nedry. Hacía cinco minutos había enviado guardias para que le buscaran por el edificio. El gordo bastardo probablemente estaba en el cuarto de baño, leyendo una revista de historietas. Pero los guardias no habían vuelto ni habían comunicado.

Cinco minutos. Si Nedry estuviera en el edificio, ya le deberían de haber encontrado.

—Alguien se ha llevado el maldito jeep —dijo Muldoon, cuando volvió a entrar en la sala—. ¿Ha podido hablar con los Cruceros de Tierra?

—No los puedo localizar en la radio —contestó Arnold, sacudiendo su pequeña unidad portátil—. Tengo que usar esto, porque la consola principal no funciona. Está bajo, pero tendría que funcionar. He probado en los seis canales. Sé que tienen radio en los coches, pero no responden.

—Eso no es bueno —opinó Muldoon.

—Si quiere ir, tome uno de los vehículos de mantenimiento.

—Lo haría —repuso Muldoon—, pero todos están en el garaje este, a más de un kilómetro de aquí. ¿Dónde está Harding?

—Supongo que está de regreso.

—Entonces, en su camino de vuelta, recogerá a la gente de los Cruceros.

—Supongo que sí.

—¿Alguien le ha dicho a Hammond que los niños no han vuelto aún?

—¡Claro que no! —dijo Arnold—. No quiero que ese hijo de puta esté dando vueltas por aquí, gritándome. Todo está bien, por el momento. Los Cruceros están simplemente varados por la lluvia. Pueden sentarse un rato, hasta que Harding los traiga de vuelta. O hasta que encontremos a Nedry y hagamos que ese pedazo de bastardo vuelva a conectar los sistemas.

—¿No los puede volver a encender?

—Lo he estado intentando. Pero Nedry le hizo algo al sistema. No puedo imaginar qué, pero si tengo que ir al código, será cuestión de horas. Necesitamos a Nedry. Tenemos que encontrar a ese hijo de puta de inmediato.

Nedry

El cartel decía
CERCA ELECTRIFICADA DIEZ MIL VOLTIOS NO TOCAR
, pero Nedry la abrió con la mano desnuda y destrabó el cerrojo del portón, abriéndolo de par en par. Volvió al jeep, lo llevó a través del portón y, después, volvió caminando para cerrar a sus espaldas.

Ahora estaba dentro del parque, a no más de un kilómetro y medio del muelle este. Pisó el acelerador y se encorvó sobre el volante, atisbando a través del parabrisas castigado por la lluvia, mientras conducía el jeep por el estrecho camino. Conducía rápido, demasiado, pero se tenía que ajustar a su horario. Estaba completamente rodeado por la negra jungla, pero pronto debería de poder ver, hacia su izquierda, la playa y el océano.

«Esta maldita tormenta», pensó. Podría complicarlo todo. Porque si la lancha de Dodgson no le estuviera esperando en el muelle este cuando llegara allí, todo el plan quedaría arruinado. Nedry no podía esperar mucho, o notarían su ausencia en la sala de control. Toda la idea subyacente al plan era que el analista de sistemas pudiera llegar conduciendo hasta el muelle este, dejar los embriones y regresar al cabo de pocos minutos, antes de que alguien se diera cuenta. Era un buen plan, un plan inteligente. Nedry lo había elaborado cuidadosamente, afinando cada detalle. Ese plan iba a hacer que se volviera un millón y medio de dólares más rico, uno coma cinco mega. Eso significaba diez años de ingresos de un solo tiro, libres de impuestos, e iba a cambiar su vida. Había sido cuidadoso en extremo, hasta el punto de hacer que Dodgson se reuniese con él en el aeropuerto de San Francisco en el último minuto, con la excusa de querer ver el dinero. En realidad, Nedry quería grabar su conversación con Dodgson y llamarle por su nombre en la cinta. Nada más que para que Dodgson no olvidara que debía el resto del dinero. Nedry incluía una copia de la cinta con los embriones. En síntesis, había pensado en todo.

Todo salvo en esa maldita tormenta.

Algo cruzó velozmente el camino, un resplandor blanco bajo la luz de los faros del vehículo. Tenía el aspecto de una rata grande. Se escurrió dentro del monte bajo, arrastrando una cola gorda. Oposum. Resultaba sorprendente que un oposum pudiera sobrevivir allí: cualquiera pensaría que los dinosaurios liquidarían a un animal como ése.

¿Dónde estaba el maldito muelle?

Iba conduciendo deprisa y ya llevaba fuera cinco minutos. Ya debería haber llegado al muelle en ese momento. ¿Había tomado por un camino equivocado? No lo creía así: en el camino no había visto bifurcación alguna.

Entonces, ¿dónde estaba el muelle?

Fue una impresión terrible tomar una curva y ver que el camino terminaba en una barrera de hormigón gris, de un metro ochenta de alto y que presentaba vetas oscuras por la lluvia. Clavó los frenos, el jeep coleó, perdiendo tracción en un trompo de punta a punta y, durante un instante de horror, Nedry pensó que se iba a estrellar contra la barrera —sabía que se iba a estrellar— y giró el volante frenéticamente; el jeep resbaló hasta quedar detenido, con los faros a unos treinta centímetros nada más de la pared de hormigón.

Se detuvo allí, escuchando el rítmico batir de los limpiaparabrisas. Inhaló profundamente y exhaló con lentitud. Miró hacia el camino que tenía atrás: era obvio que había tomado un camino equivocado en alguna parte. Podía desandar sus pasos, pero eso le tomaría demasiado tiempo.

Sería mejor que descubriera dónde demonios estaba.

Salió del jeep, sintiendo que pesadas gotas de lluvia le salpicaban la cabeza. Era una verdadera tormenta tropical, y llovía tan intensamente que dolía. Le echó un vistazo al reloj, apretando el botón para iluminar la esfera digital: habían pasado seis minutos. ¿Dónde demonios estaba? Caminó alrededor de la barrera de hormigón y, al otro lado, junto con la lluvia, oyó el sonido de agua gorgoteante. ¿Podía ser el océano? Nedry corrió hacia delante, sus ojos se adaptaban a la oscuridad a medida que avanzaba. Jungla densa por todos lados. Gotas de lluvia abofeteando las hojas.

El sonido de gorgoteo se hizo más intenso, atrayéndole hacia delante. De pronto salió del follaje, sintió que los pies se le hundían en tierra suave y vio la corriente oscura del río. ¡El río! ¡Estaba en el río de la jungla!

Other books

Jinxed! by Kurtis Scaletta, Eric Wight
Brida Pact by Leora Gonzales
Rylan's Heart by Serena Simpson
The Do Over by A. L. Zaun
Pegasus in Space by Anne McCaffrey
Under Control by Em Petrova
The Guns of Two-Space by Dave Grossman, Bob Hudson
Clockwork Prince by Cassandra Clare