Parque Jurásico (34 page)

Read Parque Jurásico Online

Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Parque Jurásico
8.12Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Veinte mil millones de dólares al año —dijo Wu en voz baja, sacudiendo la cabeza.

—Y eso hablando con moderación —aclaró Hammond. Sonrió—: No hay razón para hacer especulaciones alocadas. ¿Más helado, Henry?

—¿Le han encontrado? —dijo Arnold con brusquedad, cuando el guardia entró en la sala de control.

—No, señor Arnold.

—Encuéntrenlo.

—No creo que esté en el edificio, señor Arnold.

—Entonces busquen en el pabellón. Busquen en el edificio de mantenimiento, busquen en el cobertizo de equipos, miren en todas partes, pero encuéntrenlo.

—El asunto es que… —El guardia vaciló—: El señor Nedry es el hombre gordo, ¿no es así?

—Así es. Es gordo. Un gordo desaliñado.

—Bueno, pues Jimmy, que estaba abajo, en el vestíbulo principal, vio al gordo entrar en el garaje.

Muldoon giró sobre sí mismo.

—¿Entrar en el garaje? ¿Cuándo?

—Hará unos diez, quince minutos.

—¡Jesús! —dijo Muldoon.

El jeep se detuvo con un chirrido de neumáticos.

—Lo siento —dijo Harding.

A la luz de los faros, Ellie vio una manada de apatosaurios avanzando pesadamente por el camino. Había seis animales, cada uno del tamaño de una casa pequeña, y un bebé tan grande como un caballo adulto. Los apatosaurios se movían en silencio, sin prisa, sin mirar jamás al jeep y sus brillantes faros. En un momento dado, el bebé dejó de lamer agua de un charco del camino para proseguir su marcha.

Una manada similar de elefantes se hubiese sobresaltado por la llegada de un automóvil, habría barritado y formado un círculo para proteger al bebé. Pero esos animales no mostraban miedo.

—¿No nos ven? —preguntó Ellie.

—No exactamente, no —dijo Harding—. Por supuesto, en sentido literal sí nos ven, pero realmente no significamos nada para ellos. Raramente sacamos automóviles durante la noche y, por eso, no tienen experiencia con ellos. No somos más que un objeto extraño, oloroso, en su ambiente. Que no representa una amenaza y, por consiguiente, que está desprovisto de interés. En ocasiones salí de noche y, cuando volvía, estos tipos obstruían el camino durante una hora o más.

—¿Qué hace entonces?

Harding sonrió de oreja a oreja.

—Paso una cinta que contiene el rugido de un tiranosaurio: eso les hace ponerse en movimiento. No es que les preocupen mucho los tiranosaurios: estos animales son tan grandes que realmente no tienen depredadores; pueden romperle el cuello a un tiranosaurio con un golpe circular de su cola. Y lo saben… también lo sabe el tiranosaurio.

—Pero si nos ven… Quiero decir, si nos apeamos del coche…

Harding se encogió de hombros:

—No lo recomiendo, pero el hecho es que probablemente no reaccionen. Los dinosaurios tienen una excelente agudeza visual, pero es el sistema visual de un anfibio: está sintonizado con el movimiento. Directamente no ven bien las cosas que no se mueven.

Los animales avanzaron, la piel brillante bajo la lluvia. Harding puso el automóvil en marcha.

—Creo que ahora podemos seguir.

—Aun así —dijo Wu—, sospecho que puede haber presiones sobre su parque, del mismo modo que las hay sobre las medicinas de «Genentech».

Él y Hammond pasaron a la sala de estar, y estaban observando cómo la tormenta azotaba las grandes ventanas de vidrio.

—No veo de qué manera —repuso Hammond.

—Los científicos pueden querer restringirlo. Incluso, detenerlo.

—Bueno, no pueden hacerlo. —Hammond agitó el dedo ante Wu—. ¿Sabes por qué los científicos podrían tratar de hacerlo? Es porque quieren hacer investigaciones, naturalmente. Eso es todo lo que siempre quieren, hacer investigaciones. No para lograr algo. No para avanzar. Nada más que investigaciones. Pues entonces les espera una sorpresa.

—No estaba pensando en eso —aclaró Wu.

Hammond suspiró:

—Estoy seguro de que para los científicos sería interesante hacer investigaciones. Pero se llega al punto en que estos animales sencillamente son demasiado costosos como para que se los utilice en investigaciones. Un proyecto como este, con los costos subyacentes, ha ido más allá del alcance de las investigaciones. Esta es una maravillosa tecnología, Henry, pero también es una tecnología terriblemente costosa. El hecho es que únicamente se puede mantener como entretenimiento. —Hammond se encogió de hombros, y agregó—: Así son las cosas, sencillamente.

—Pero si hubiera intentos de clausurar…

—Haz frente a los malditos hechos, Henry. —Hammond se mostró irritado—. Esto no es Norteamérica. Esto ni siquiera es Costa Rica. Esta es mi isla. Yo la poseo. Y nada me va a impedir que inaugure el Parque Jurásico para todos los niños del mundo. —Lanzó una risita quebrada—: O, por lo menos, para los niños ricos del mundo. Y, te lo digo, les va a encantar.

En el asiento trasero del jeep, Ellie Sattler miraba por la ventanilla. Habían estado viajando a través de la jungla empapada por la lluvia durante los últimos veinte minutos y no habían visto nada desde que los apatosaurios cruzaron el camino.

—Ahora estamos cerca del río que pasa por la jungla —informó Harding, mientras conducía—. Está por ahí, en alguna parte hacia nuestra izquierda.

Abruptamente, aplicó los frenos otra vez. El automóvil patinó hasta detenerse frente a un hato de pequeños animales verdes:

—Bueno, parece que esta noche tienen todo un espectáculo —comentó—. Estos son compis.

Procompsognátidos, pensó Ellie, deseando que Grant estuviera allí para verlos. Este era el animal del que habían visto el facsímil electrónico, allá en Montana. Los pequeños procompsognátidos de color verde oscuro se escabulleron hacia el otro lado del camino; después, se pusieron en cuclillas sobre sus patas traseras para mirar el jeep, olfateando brevemente, antes de escapar velozmente hacia la noche.

—Qué extraño —dijo Harding—. Me pregunto a dónde van: no es habitual que los compis se desplacen de noche, ¿saben? Trepan a un árbol y esperan la luz del día.

—Entonces, ¿por qué han salido ahora? —preguntó Ellie.

—No me lo puedo imaginar. Como sabrán, los compis son carroñeros, como los buitres. Son atraídos por un animal agonizante, y tienen un olfato tremendamente sensible: pueden oler un animal agonizante a kilómetros de distancia.

—¿Entonces, se dirigen hacia un animal agonizante?

—Agonizante, o ya muerto.

—¿Los seguimos?

—Siento curiosidad. Sí, ¿por qué no? Vayamos a ver hacia dónde se dirigen.

Hizo girar el auto y enfiló hacia atrás, hacia los compis.

Tim

Tim Murphy yacía en el Crucero de Tierra, con la mejilla apretada contra la manecilla de la portezuela. Lentamente recuperó la conciencia. Sólo quería dormir. Cambió de posición y sintió el dolor en el pómulo, allí donde se apoyaba contra la portezuela metálica. Le dolía todo el cuerpo. Los brazos, y las piernas, y la mayor parte de la cabeza: tenía un terrible dolor pulsátil en la cabeza. Todo aquel dolor le hacía querer volver a dormir.

Se incorporó apoyándose en un codo, abrió los ojos, tuvo arcadas y vomitó sobre la camisa, así como en el coche. Sintió el gusto amargo de la bilis y se limpió la boca con el dorso de la mano. La cabeza le latía, se sentía mareado y con vértigo, como si el mundo se estuviera moviendo, como si se estuviera meciendo de aquí para allá en un bote.

Tim gimió y rodó sobre la espalda, alejándose del charco de vómito. El dolor de cabeza le hacía respirar con exhalaciones breves, poco profundas. Y seguía sintiendo náuseas, como si todo se estuviera moviendo. Abrió los ojos y miró en derredor, tratando de orientarse. Estaba dentro del Crucero de Tierra. Pero el coche tenía que haberse dado vuelta sobre el costado, porque Tim yacía con la espalda apoyada en la portezuela del acompañante, viendo hacia arriba el volante y, más allá, las ramas de un árbol, que se movían con el viento. La lluvia casi había cesado, pero Tim estaba mojado y le seguían cayendo gotas de agua a través del destrozado parabrisas.

Contempló con curiosidad los fragmentos de vidrio: no podía recordar cómo se había roto. No podía recordar cosa alguna, salvo que habían estado estacionados en el camino y que estaba hablando con el doctor Grant, cuando el tiranosaurio se les echó encima. Eso era lo último que recordaba.

Volvió a sentirse mareado y cerró los ojos hasta que pasó la sensación de náusea. Era consciente de que se oía un sonido rítmico y crujiente, como el de los aparejos de un barco. Mareado y con sensación de náuseas, realmente sentía como si todo el coche se estuviese moviendo debajo de él. Pero, cuando abrió los ojos de nuevo, vio que era cierto: el Crucero de Tierra se estaba moviendo, acostado sobre uno de sus flancos, oscilando hacia atrás y hacia delante.

Todo el coche se estaba moviendo.

A modo de ensayo, se puso de pie. Erguido sobre la portezuela del acompañante atisbó sobre el tablero de instrumentos, mirando por el parabrisas hecho añicos: al principio únicamente vio follaje denso por todas partes, que se movía con el viento. Pero de vez en cuando podía ver huecos y, más allá del follaje, el suelo estaba…

El suelo estaba seis metros más abajo.

Miró sin comprender. El dolor pulsátil de su cabeza creció. Cerró los ojos un instante y respiró con lentitud. Después volvió a mirar, con la esperanza de que no fuera verdad. Pero lo era: el Crucero de Tierra estaba caído de costado, entre las ramas de un árbol grande, a seis metros sobre el suelo, oscilando de un lado a otro por la acción del viento.

—¡Mierda! —exclamó.

¿Qué podía hacer? Se puso de puntillas y atisbo hacia afuera, tratando de ver mejor, y se aferró al volante para tener un punto de apoyo: el volante giró libremente en su mano y, con un fuerte
crac
, el Crucero cambió de posición, cayendo unos pocos centímetros por las ramas del árbol. El movimiento súbito hizo que Tim se agarrara con fuerza a la columna de dirección y se colgara de ella. A través del vidrio destrozado de la ventanilla de la portezuela del acompañante, miró hacia el suelo, que estaba muy abajo.

—¡Oh, mierda! ¡Oh, mierda! —seguía repitiendo—. ¡Oh, mierda! ¡Oh, mierda!

Otro
crac
fuerte. El Crucero de Tierra se sacudió y cayó otros treinta centímetros.

Tenía que salir. Se miró los pies: estaba sobre la manecilla de la portezuela. Se agachó, apoyándose sobre manos y rodillas, para mirar la manecilla. No podía ver muy bien en la oscuridad, pero podía discernir que la puerta estaba abollada hacia fuera, por lo que la manecilla no podría girar. Nunca conseguiría abrir la puerta. Trató de bajar la ventanilla, pero estaba atascada también. Después pensó en la portezuela de atrás. Quizá pudiera abrirla. Se inclinó sobre el asiento delantero, y el Crucero se bamboleó como consecuencia del desplazamiento de su peso. Tim se aferró al asiento, aterrado. El Crucero de Tierra se acomodó otra vez.

Con cuidado, Tim extendió el brazo hacia atrás y dio vuelta a la manecilla de la portezuela trasera.

Estaba trabada también.

¿Cómo iba a salir?

Oyó un resoplido y miró hacia abajo. Una forma oscura pasó debajo de él. No era el tiranosaurio: esa forma era rechoncha y producía una especie de resuello mientras caminaba como un pato. La cola se movía con torpeza hacia delante y hacia atrás, y Tim pudo ver unas largas espinas.

Era el estegosaurio, aparentemente recuperado de su malestar. Eso hizo que Tim se preguntara dónde estaba el resto de la gente: Gennaro, Sattler y el veterinario. La última vez les había visto cerca del estegosaurio. ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? Miró su reloj, pero la esfera estaba resquebrajada: no podía ver los números. Se quitó el reloj y lo tiró a un lado.

El estegosaurio resopló y prosiguió su camino. Ahora, los únicos sonidos eran el viento en los árboles y los crujidos del Crucero de Tierra, cuando se deslizaba hacia atrás y hacia delante.

Tenía que salir de ahí.

Aferró la manecilla y trató de forzarla, pero estaba completamente trabada. No la podía mover en absoluto. En ese momento se dio cuenta de qué era lo que estaba mal: ¡la puerta trasera tenía puesto el seguro! Tim tiró hacia arriba del pasador y dio vuelta a la manecilla. La puerta abierta giró sobre sus bisagras, abriéndose hacia abajo… y se detuvo contra la rama que estaba unas decenas de centímetros más abajo.

La abertura era estrecha, pero Tim pensó que podría salir por ella serpenteando. Al tiempo que retenía el aliento, se arrastró lentamente hacia atrás, hasta el asiento posterior. El Crucero de Tierra crujió, pero mantuvo la posición. Aferrándose a los dos lados del marco de la portezuela, Tim se dejó caer lentamente a través de la estrecha abertura en ángulo que dejaba la portezuela. Pronto estuvo totalmente acostado boca abajo sobre la puerta que estaba en pendiente, con los pies asomándole fuera del coche. Pataleó en el aire, los pies tocaron algo sólido… una rama, y se apoyó en ella con todo su peso.

En cuanto lo hizo, la rama se dobló hacia abajo y la portezuela se abrió más, haciéndole caer fuera del Crucero de Tierra. Tim se precipitó a plomo, sintiendo las ramas que le arañaban la cara. Su cuerpo rebotaba de rama en rama, sintió una sacudida, un dolor lacerante, una luz brillante dentro de la cabeza…

Su caída se detuvo con un golpe muy brusco, que lo hizo quedarse sin aliento. Doblado en U sobre una rama grande, el aliento le volvió en forma de jadeos entrecortados, mientras sentía el estómago presa de un dolor ardiente.

Tim oyó otro
crac
y alzó la vista hacia el Crucero de Tierra, una gran forma oscura a algo más de un metro por encima de él.

Otro
crac
. El coche se desplazó.

Tim se forzó a moverse, a descender por el árbol. Le solía gustar subirse a los árboles; era un buen escalador de árboles. Y este era un buen árbol para trepar: las ramas estaban cerca unas de las otras, casi como si fuera una escalera…

Cracccc…

Definitivamente, el coche se estaba moviendo.

Con pies y manos, en forma desordenada, Tim descendía, resbalando sobre las ramas húmedas, sintiendo resina pegajosa en las manos, apresurándose. No había descendido más que unas decenas de centímetros, cuando el Crucero de Tierra crujió con gran estrépito por última vez y, después, con lentitud, con mucha lentitud, se inclinó. Tim pudo ver la gran parrilla verde y los faros, que oscilaban hacia él y, después, el coche cayó a plomo, ganando velocidad mientras iba cayendo hacia el niño, y golpeó estrepitosamente la rama en la que Tim estaba hacía un instante…

Other books

Fruits of the Earth by Frederick Philip Grove
The Last Man by Mary Wollstonecraft Shelley
Lucid by L. E. Fred
Romancing Miss Bronte by Juliet Gael
The Sensory Deception by Ransom Stephens
The Long Game by Fynn, J. L.
Bone River by Chance, Megan
Forever Rowan by Summers, Violet