»En el interior, los tripulantes llevan M-16 para protegerse de cualquier «crujiente». —Jeff vio las miradas de desconcierto de algunos de los oyentes y matizó—: Llaman así a cualquiera que vaya a pie. Tienen ese tipo de humor. Como es bastante difícil poder disparar un M16 a través de la escotilla de un tanque, normalmente solo cuentan con pistolas Beretta de 9 mm para poder hacer algún disparo contra cualquiera que se acerque, lo cual no es ni mucho menos la opción más adecuada. Una subametralladora más retaca, o una escopeta de corredera serían mucho más adecuadas.
»Cuando un tanque es rodeado por tropas de infantería, sus tripulantes suelen depender de las ametralladoras en montura coaxial de los otros tanques que forman la sección para poder quitarse de encima a los «crujientes». Es una cuestión de apoyo mutuo.
»Otro defecto en el diseño del M1 es que, a diferencia de sus predecesores, no tiene escotilla de escape por la parte inferior, como tenían el M48 y el M60. Sin embargo, a pesar de esos inconvenientes, el Abrams M1 es un hueso muy duro de roer.
—¿Cómo podremos detenerlos si tienen un blindaje tan fuerte? —preguntó Mary.
—Bueno —contestó Jeff—, tal y como decía Mike Carney en la onda corta: «alguna vez tienen que salir a mear». El mejor momento para destruir un tanque es cuando está vacío y estacionado en un cuartel o en una caserna. La otra posibilidad que tampoco está mal es cuando se encuentra en el campo de batalla, pero estacionado. Entonces cabe la posibilidad de deshacerse de algunos de los centinelas y ponerle una buena termita. Si están en movimiento, con varios tanques dándose apoyo y cargados con munición, más vale olvidarse del asunto a menos que se esté dispuesto a sufrir muchísimas bajas.
»Los cinco puntos más vulnerables de un M1 son: número uno, los paneles de almacenamiento de munición. Están en la parte trasera de la torreta. Suelen estar cubiertos con bolsas de red de camuflaje u otro material atado con una correa. Ese puede ser un factor que juegue a nuestro favor. Basta con llegar hasta la cubierta de atrás y echar una granada de termita entre las bolsas. Si están bien atadas, harán que la explosión se dirija plenamente hacia la torreta. No será muy agradable de ver.
»Numero dos: las celdas de combustible. En cada uno de los parachoques se aprecian dos tapas traseras. Hay que tirar de las anillas, abrir las tapas, dejar caer la granada en unos de los coladores y salir después corriendo como alma que lleva el diablo. Es mejor dejar las tapas abiertas para que se propague mejor. Si hay que elegir uno de los depósitos, el mejor es el derecho, ya que si el fuego no consume todo el tanque, al menos llegará a la caja de la batería y la de los circuitos electrónicos, que están justo al lado.
«Número tres: la escotilla del cargador; está a la izquierda de la torreta. Es la parte del tanque donde el blindaje es más fino.
»Número cuatro: la escotilla del comandante del tanque. Es relativamente delgada, al igual que la del cargador, y tiene un borde que impide que la granada caiga rodando si la escotilla está cerrada. Si por algún casual no está cerrada, hay que lanzar dentro una granada de fragmentación y disparar luego sin parar. Si los tripulantes del tanque son tan estúpidos como para llevar la escotilla abierta, no se merecen seguir con vida.
»Y cinco: la cubierta del motor, en el centro de la cubierta trasera. Es un objetivo muy grande y no está demasiado fuertemente blindada. En este caso también, una granada de termita podría atravesarla sin demasiados problemas.
«Ahora, recordad esto bien, chicos y chicas: si vais a destruir un M1 parado en el que no haya nadie dentro, no olvidéis subir, ponerle el seguro a la ametralladora M2 de calibre.50, y, a continuación, estirad de las dos anillas que tiene en el lado izquierdo y lleváosla a casa de recuerdo. Naturalmente, el modelo de ametralladora del tanque es algo distinta a la que se usa en tierra firme. No tiene empuñaduras dobles, y se recarga por el lado izquierdo. Tenemos unos amigos en los Maquis de Moscow, que poseen un par de bases para ametralladoras M2 y al menos un trípode de sobra. Así que estaría genial. Por supuesto, antes de pegarle fuego al tanque, intentad coger toda la munición que podáis. Y si contáis con el tiempo necesario, dependiendo siempre de las condiciones tácticas, exactamente lo mismo con respecto a cualquier otro tipo de material.
»Otro consejo: Si el comandante tiene la escotilla en posición «abierta-protegida» y el M240 del cargador está montado y tiene munición, coged la ametralladora, meted el cañón por el hueco de la escotilla del comandante y dadle bien al gatillo. Las balas rebotarán de maravilla en el interior de la lata y dejarán a la mayoría de la tripulación hechos un queso gruyer. También podéis hacer la misma operación con vuestras armas, pero si el gobierno provisional nos proporciona una ametralladora con su cinta de munición, ¿por qué no vamos a aprovecharla?
»Ah, que no se me olvide: hay dos pequeños orificios de carga, uno a cada lado de la estación de armamento del comandante, que van hasta debajo de todo. Si la escotilla del comandante está cerrada, podéis disparar a través de ellos.
»La mayoría de las técnicas que acabo de describir suponen tener que subir al tanque. Esto solo debe de hacerse si esos bichos están parados. Nunca intentéis subir a un M1 en marcha. Y lo mismo digo con intentar hacer de Tarzán y tratar de saltar o dejarse caer desde un árbol, o un paso elevado, o un saliente, u otro tanque. La próxima vez trataremos algunas técnicas para enfrentarse a ellos. ¿Alguien tiene alguna pregunta?
Bajo la tenue luz de la luna de una noche de julio, Todd observó los cuatro Abram aparcados al otro lado de la cuesta y recordó la pregunta de Jeff.
—Sí, Jeff. Una cuestión —se dijo en voz baja, ahora que ya era tarde—: ¿Cómo me acerco a uno de esos bichos sin que me mate? —Sigilosamente, volvió hasta el otro lado de la colina y consultó con los demás sin hacer ruido.
Poco antes de las dos de la mañana, Todd hizo un reconocimiento de la zona alrededor de los tanques. El pausado y sigiloso reconocimiento le llevó cerca de una hora. Curiosamente, no encontró tropas de infantería ni ningún centinela. Regresó para informar a los demás y para unir unas mechas más grandes a las granadas.
Los soldados que iban dentro de los tanques estaban dormidos. La campaña a través de los estados del oeste había hecho mella en las tropas, que se habían vuelto perezosas. Hacía tiempo que pensaban que la mayor amenaza a la que podían hacer frente sería un fusil de gran calibre, tipo Magnum H & M.375. Se rumoreaba que había habido ataques con balas de calibre.50, pero incluso esas balas rebotaban contra los M1. Lo peor que podía llegar a hacer una.50 BMG, con un poco de suerte y si se trataba de un tiro certero, era atravesar algún anillo de la torreta.
Los soldados del tanque no se molestaron en organizar una guardia, pese a que formaba parte de su SPOE. Solían decir siempre una frase: «Las SPOE están muy bien sobre el papel, pero luego está el mundo real». Menos cuando el tiempo era extremadamente cálido, los tripulantes de los tanques dormían «retraídos» con las puertas de balística cerradas. Como se sentían prácticamente invulnerables, algunos habían dejado la costumbre de colocarse junto a la infantería por la noche. Los soldados de infantería armaban mucho jaleo, a menudo les pedían comida y cigarrillos, y siempre los despertaban antes del alba para ponerse en posición. La opinión más extendida entre los soldados destinados en carros de combate era que la infantería lo que tenía que hacer era irse a paseo. Cada vez era más habitual que los tripulantes de los tanques prefirieran parapetarse ellos mismos.
Cuando pasaban exactamente diez minutos de las tres de la mañana, Todd, Mary y Jeff encendieron las mechas de ocho granadas de termita al mismo tiempo. Pusieron una encima de cada placa de refuerzo de los depósitos de munición y otra en la cubierta del motor de cada tanque. Les pasaron por encima largas tiras de cinta adhesiva que habían cortado con anterioridad y pegado alrededor de los pantalones. Con la cinta se aseguraban de que una vez la reacción de las termitas comenzase, las granadas no caerían rodando a causa de la fuerza desprendida por el metal al fundirse. Se alejaron caminando despacio los primeros metros y luego echaron a correr.
—Me siento como si fuésemos niños jugando a llamar a los timbres de las casas —le susurró Todd a Mary mientras dejaban atrás la cima de la colina y empezaban a bajar por la ladera posterior.
—Sí, y cuando abren la puerta se encuentran una termita —respondió Mary riéndose en voz baja. Después de correr unos metros más, añadió—: Menos mal que teníamos mecha adicional y pudimos alargar las que teníamos. Quiero estar bien lejos cuando estallen.
No dejaron de correr hasta que llegaron a una zona elevada y cubierta de vegetación que se encontraba a más de ochocientos metros de distancia.
Los sistemas Halón de supresión automática de fuego estaban desconectados en tres de los cuatro tanques. La tripulación los había inhabilitado porque en ocasiones se activaban de repente. En caso de haber permanecido habilitados, tampoco habrían servido de mucho. El óxido de hierro de las termitas proporcionaba el oxígeno necesario para la reacción. Las termitas era capaces de arder incluso bajo el agua.
La visión de los tanques ardiendo los llenó de satisfacción. Al cabo de unos pocos minutos escucharon las ensordecedoras explosiones de los proyectiles de 120 mm. Cuando se pusieron en camino hacia el punto de reunión, los cuatro tanques seguían ardiendo intensamente.
El Laron Star Streak verde tomó tierra en el prado y se dirigió a poca velocidad hacia la hilera de árboles al tiempo que daba algunos saltos a causa de lo irregular del terreno. Ian apagó el motor y se quitó las gafas protectoras.
—¡Necesito recargar munición y unos quince litros de combustible! —gritó mientras ponía el seguro en la palanca de disparo del M16. Doyle saltó del avión e incluso antes de que los demás salieran de los árboles, empezó a presionar los botones de los retenedores y a sacar los cargadores vacíos. Luego aflojó la palomilla de la puerta del recipiente de los casquillos y fue metiendo los de 5,56 mm y los cargadores vacíos en una bolsa de nailon de las que se usan para guardar el saco de dormir. Mary llegó corriendo con cinco cargadores con treinta cartuchos cada uno.
—Van mezclados, hay de tres tipos, igual que los anteriores —dijo tras respirar hondo.
Doyle metió los nuevos cargadores y tiró un poco de cada uno para asegurarse de que estuviesen bien colocados.
—Necesito que vayas y me traigas otros cinco cargadores sueltos. Así la próxima vez puedo aterrizar en algún claro y recargar yo mismo en vez de tener que venir hasta aquí. Mary obedeció sin perder tiempo.
Mientras iba y volvía, Doyle tiró hacia atrás la palanca de cargar el arma de cada uno de los cinco M16 y la soltó luego, con lo que los cartuchos entraron en la recámara. Luego dio unos golpecitos en la parte de abajo de cada rifle en el pulsador del «Forward Assist» con la base de la mano para asegurarse de que los cerrojos estaban bien colocados.
—¿Cómo ha ido, Ian? —preguntó Margie mientras echaba gasolina al depósito principal que había en la parte de atrás del fuselaje.
—Sorprendí a unos cuantos soldados en campo abierto y disparé a un par de Bell Hueys que había en tierra. Hice tres pasadas sobre ellos desde distintas direcciones. Fue a unos dieciséis o veinte kilómetros al sudoeste de aquí. Luego me quedé sin munición. Debían de ser unos veinte soldados. Seguramente dejé los helicópteros inutilizables. No es igual que lanzar una buena ráfaga con un Falcon, pero de todas maneras funciona. Lo tengo todo grabado en vídeo. Encendí la cámara justo antes de dar la primera pasada y la dejé encendida durante las siguientes dos. Con todo el subidón casi se me olvidó apagarla cuando me quedé sin munición y me tocó volver de regreso.
Mary regresó con los cargadores adicionales.
—Aquí están las últimas trazadoras.223. Están mezcladas, hay una de cada cinco en este lote —dijo mientras recuperaba el aliento y le pasaba los cargadores—. La próxima recarga que hagas será de balas normales.
—No pasa nada, Mary —contestó Doyle—. Me estoy acostumbrando a la forma de disparar de estas armas. Después de esta misión ya lo tendré completamente controlado. Si abro fuego desde doscientos metros a ochenta kilómetros por hora de velocidad, puedo ver cómo las trazadoras impactan justo donde quiero que lo hagan. Dentro de nada, ya no las necesitaré para que me ayuden a apuntar. —A continuación, pasó la mano por encima de las alas, el timón y el fuselaje en busca de nuevos agujeros de bala. No encontró ninguno. Doyle le entregó a Mary el saco con los casquillos de bala y los cinco cargadores vacíos e introdujo luego los cargadores adicionales en una bolsa de herramientas hecha de lona y la puso al lado de los pedales.
—Bueno, me tengo que ir —dijo en tono de broma—. Tengo que matar a una gente muy importante. —En menos de un minuto, había despegado y se alejaba en dirección oeste.
En ese mismo momento, el Star Streak de Blanca hacía un pronunciado giro, con el ala izquierda señalando hacia las copas de los árboles. Blanca enderezó después el avión e inició su tercer bombardeo. El convoy estaba formado por varios Humvees y por camiones de dos toneladas y media y de cinco toneladas que se encontraban ocho kilómetros al este de Moscow. Casi todos estaban a los lados de la carretera y los conductores intentaban aprovechar cualquier lugar para ponerse a cubierto. Blanca se concentró plenamente para alinearlos sobre el punto de mira improvisado y tiró de la palanca que accionaba el M60.
Calculó que en cada una de las dos pasadas anteriores debía de haber gastado unos doscientos cartuchos, así que todavía le quedarían unos quinientos más. A una velocidad de tan solo ochenta kilómetros por hora, tenía una posición muy estable y tiempo de sobra para darle una buena pasada a todos los vehículos del convoy Presionó los pedales del timón para mantener el morro de la nave alineado con cada uno de los camiones mientras estos se ponían delante de su punto de mira. Sonrió al tiempo que comprendía por fin el amor que Ian profesaba por las misiones de CAS. Aquello era realmente emocionante.
En la primera pasada les había aparecido por la espalda y había cogido por sorpresa a la totalidad del convoy. En la segunda, de oeste a este, concentró el fuego sobre los camiones que había en la parte más al norte de la carretera. Luego esquivó por muy poco el poste de teléfono que había colocado en la parte norte. En la tercera pasada, quizá de forma demasiado previsible, cruzó de este a oeste por encima de los camiones que había en la zanja del lado sur de la carretera. Blanca escuchó el sonido las balas contra el avión, y vio que aparecían desgarrones en el tejido del ala que había encima de ella. A pesar de los impactos, decidió terminar la vuelta. El rastro de las balas del M60 rebasó el último de los vehículos, y Blanca tiró de la palanca de fuego para ahorrar munición. Curiosamente, se percató de que el primero de los Humvees llevaba instaladas dos antenas, a diferencia de los demás, que solo tenían una. Se preguntó si eso significaría que se trataba del vehículo que dirigía el convoy. Tendría que preguntárselo a los especialistas terrestres cuando volviera.