Patriotas

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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Patriotas
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Estados Unidos se enfrenta a una crisis socioeconómica total. La bolsa se desploma, la hiperinflación paraliza el comercio y la crisis supera cualquier pronóstico.

En medio de las hordas de refugiados y vándalos que deambulan por los núcleos urbanos, un reducido grupo de amigos de la región central de Estados Unidos tratará de llegar a un rancho en el norte de Idaho, donde podrán estar a salvo. Durante el trayecto tendrán que poner a prueba todas sus habilidades y todo aquello para lo que se han estado entrenando, ya que las comunicaciones, el comercio, el transporte y la policía han colapsado. Una vez en el rancho, el grupo habrá de rechazar los ataques provenientes del exterior.

James Wesley Rawles es un novelista de gran éxito y el editor de Survival Blog, un popular blog sobre preparación para la supervivencia familiar. Además ha escrito la guía How to Survive the End of the World as We Know It y la novela Survivors.

James Wesley Rawles

Patriotas

ePUB v1.0

elchamaco
13.08.12

Título original:
Patriots

James Wesley Rawles, 2009.

Traducción: Ernesto Rubio García

Diseño/retoque portada: elchamaco

Editor original: elchamaco (v1.0)

ePub base v2.0

A mi maravillosa mujer,

la memsahib

Agradecimientos

Por encima de todo lo demás, para lograr sobrevivir, lo más importantes es conservar la fe y los amigos. He tenido la suerte de tener muchos amigos, y ellos me han ayudado a que mi fe en Dios todopoderoso se fortaleciese.

Esta novela está dedicada a un grupo no del todo ficticio: Conor, Dave, Hugh, Jeff, Ken, Linda, Mary, Meg, P. K., Roland y Scott. ¡Mantened la pólvora seca!

Quiero dar las gracias a los lectores del SurvivalBlog.com y a mucha otra gente que me ha dado ánimos, han contribuido con gran variedad de detalles de tipo técnico, han servido para trazar algunos de los personajes y me han ayudado durante el proceso de edición: Arne, Barbara, el Hombre Abeja, Bill L. (que formó parte en los años 1943 y 1944 de la resistencia francesa), Bob el Jabonero, el agudo doctor Boris K., R. F. Burns o el Mago de la Radio, Carolyn, el Gnomo Cartista, Cheryl la Economatrix, Chris el buzo de las Montañas Rocosas, el Comandante Cero y su nueva esposa, el doctor Craig de Nueva Zelanda, el coronel CRM Discriminator, David de Israel, el difunto Jonathan Davis, Debbie, el pastor Dennis,
½
M. O. A. Dick de Orofino, Donny el Tranquilo, el doctor Eric, Fred el Valmet-Meister, Frank de Nueva Orleans, Gayle, el Profesional de la Glock de Connecticut, el pastor Hale, el anacrónico Hombre-H, Huff el Dinamitero, Joe Embrague, John Jones del desierto, Kirk y Karen de Montana, Kris de Oregón, Lance de Moscow, LVZ de Ohio, Ranita Mark, Marshall el Cyberpunk, Marvin el sembrador de palabras, Nadir el mecánico industrial, Nick de Australia, Patton, Peter de Suiza, PPPP: el Pistolero Profesional de Polímeros de Pioche, Preston, Rainer, Roland de Alemania, Rolf y Sandy (los dos de Washington), Sara la Recreadora, Sherron, Stefan de Suecia, Tina la Clon de S. C. de Kooskia, Wes de Boise, y Woody Ración de Combate.

Gracias también a todos los que me han proporcionado espacio en la red, puntos de venta, publicidad, motivación y
/o links
bien visibles para mi novela: Howard Albertson, Patrick Alessandra, Joseph Ames hijo, Jeff Baker, Billy Beck, Ed Bertsch, Bohica Concepts, Bill Brumbaugh, John Bryant, Ammon Campbell, la Red de Inteligencia Cristiana de Supervivencia, Richard De-Castro, Jeff Cooper, Jim Crews, la página de supervivencia del capitán Dave, la difunta Carla Emery, el primer banco virtual, Detra Fritch, la Ardilla Frugal, el Centro de Información contra el Fraude, el Arado del Gospel, Bob Grenert y el Centro de la Sagrada Alianza, Mikael Häggström, Ken Hamblin, Michael Heinze, Fred Heiser, Richard Horton, Peter Huss, el equipo del
Idaho Observer,
Dean Ing, Dewy Kidd, Mark Koernke, John Leveron, Live Oak Farms, el doctor Lawrence Martin y Lakeside Press, Henry McDaniel, Mike McNulty, Mike Mendintz, los foros de la Milicia Mental, Patty Neil, el doctor Gary North, Nick Norwood, Mark Nowell, Michael Panzner, el doctor Ignatius Piazza, el comandante John Plaster, Jerry Pournelle, Larry Pratt, el Proyecto Épsilon, Steve Quayle, el doctor Norm Resnick, John Ross, Rourke, Kurt Saxon, John Stadtmiller, David Stott, Gabe Suarez, Kurt y Angie Wilson de Survival Enterprises, Nancy Tappan, la Radio Verdad en Delano, Two Toes Consultoría y Diseño, Ed Wolfe, Weapons Safety Inc., Tom Woolman, y Aaron Zelman, de Judíos para la Preservación del Derecho a la Posesión de Armas de Fuego.

Gracias a Paul B. y a Randy K. por su perspicacia a la hora de editar la edición anterior a esta.

Y lo más importante, esta novela está dedicada a mi maravillosa esposa (la Memsahib), que durante más de veinte años ha sabido convivir con los montones de trastos acumulados en el granero y en el garaje. Que sufrió durante nueve meses nuestra separación para que yo me marchase solo a Idaho a poner clavos y a escribir el primer borrador de esta novela, y que luego, y manteniendo en todo momento la alegría, se reunió conmigo y pasó los siguientes dieciocho viviendo en una casa a medio construir, llena de restos de estucado y sin agua corriente. Ella me ayudó a llenar el congelador con lo que había criado, cultivado y cazado. Ella «escribió el libro» (o al menos, el capítulo) acerca del parto casero. Y por encima de todo, quiero destacar la paciencia de la que hace gala para llevar una vida de sumisión y cariño cristiano hacia un marido que pasa más tiempo del que debiera sentado delante de un teclado. Verdaderamente, estoy bendecido.

James Wesley Rawles

Rancho Rawles

Marzo de 2009

1. El colapso

«Otros muchos factores, aparte de una guerra nuclear, pueden causar el derrumbe de nuestra sociedad. Si pensamos en una ciudad como Los Angeles, Nueva York o Chicago, el suministro de agua proviene de cientos de kilómetros de distancia, y cualquier interrupción en la misma, o en la red de distribución de alimentos o de electricidad durante un periodo de tiempo lo suficientemente largo bastaría para provocar desórdenes callejeros. Nuestra sociedad es tan frágil, tan dependiente de la red de suministros de bienes y servicios, que no resulta imprescindible una guerra nuclear para hacerla añicos, de la misma manera que no hizo falta una guerra de esas características para provocar el definitivo desplome de la antigua Roma.» Gene Roddenberry

Todd Gray dejó escapar un suspiro de alivio cuando el tren de aterrizaje se desplegó. Ya casi estaba en casa. El Bombardier CRJ-700 de la compañía aérea Horizon, con capacidad para setenta pasajeros, inició el tramo con viento en cola mientras los motores reducían la velocidad a la mínima potencia. Por la ventanilla, Todd miró el nítido mosaico que formaban los campos de trigo que recibían el nombre de colinas de Palouse y que le eran bien conocidos. En esa época del año acababan de ser segados y una fina capa de rastrojos dorados los cubría. La paja había sido retirada a principios de octubre. En cuanto el avión tomó tierra, los frenos se desplegaron y los motores iniciaron el ruidoso empuje inverso. El avión recorrió la pista hasta detenerse en la pequeña terminal aérea de Pullman-Moscow, situada un poco más al oeste de la frontera que dividía los estados de Washington y de Idaho. Cuando el avión pasó a control externo, Todd se desabrochó el cinturón de seguridad pero no se levantó. No podía soportar estar de pie en el pasillo mientras los demás sacaban el equipaje de mano y había que esperar un rato, que parecía interminable, hasta que la puerta se abría y los pasajeros empezaban a salir. Así que permaneció en su asiento y esperó a que el pasillo se despejara. Cerró los ojos, rezó un poco y se quedó pensando en las cosas que habían sucedido en las últimas setenta y dos horas.

La reunión había sido convocada de improviso y la asistencia era obligatoria. Todo el mundo con cargos superiores a los ejecutivos de cuentas de rango medio estaba allí, incluso los directores de sucursales tan lejanas como la que la compañía tenía en Baltimore. Tanto a Todd Gray como a los otros dos trabajadores a distancia de la firma, sus jefes les habían tendido una encerrona para que acudieran a la reunión. Les habían dicho que se trataría un asunto de suma importancia. Así que Todd, diligentemente, metió en la maleta el mejor traje que tenía, condujo desde Bovill hasta el aeropuerto de Pullman-Moscow, cogió un vuelo para Seattle y luego uno de la United hasta O'Hare. Allí alquiló un coche y se registró en el Marriott, en el mismo lugar donde solía alojarse en sus visitas trimestrales a Chicago. Se le fue un día entero haciendo todo eso. Contando con las dos horas de diferencia horaria con respecto a Idaho, cuando llegó al Marriott y puso el canal de noticias de la Fox ya eran las siete de la tarde. En la televisión no paraban de dar malas noticias. Pasó media hora viendo el telediario y luego se puso a llamar por teléfono a los amigos que tenía en Chicago y a enviar correos electrónicos en los que les transmitió la gravedad de la situación. Tras una noche de sueño como Dios manda, emprendió un día repleto de reuniones que inauguró con un desayuno de trabajo a las siete y media de la mañana. Tener una reunión de esa importancia a esas horas era algo que nunca había sucedido antes en Bolton, Meyer y Sloan.

La compañía había hecho venir a dos asesores para la reunión que se prolongaría todo el día: un ruso procedente de Florida y un argentino que venía de Nueva York. A los dos se los consideraba expertos en todo lo referente a tipos de inflación elevados. Los dos eran avezados contables y los dos habían vivido una situación similar en sus respectivos países: niveles de inflación de tres dígitos. Todd oyó decir a uno de los directores de rango medio que cada uno de los asesores iba a recibir veinte mil dólares por el trabajo que llevaran a cabo ese día.

Ese mismo hombre también comentó que un tercer experto, procedente de Zimbabue, no había podido asistir debido a un problema con su petición de visado. Todd lo lamentó, ya que con una tasa de inflación del quince mil por ciento en el último año y tras dejar caer diez ceros el valor de cambio, el zimbabuense sería la persona que tendría un conocimiento más actualizado de la materia.

El argentino era una cesión de Peat Marwick. Se llamaba Phillipe y Borderó, y proporcionó mucha más información que el ruso. Estuvo hablando acerca de su experiencia en Argentina en los años ochenta, cuando la inflación aumentaba el diez por ciento cada mes, y también durante la crisis del 2002. Describió cómo el presidente Raúl Alfonsín había establecido una tasa de cambio de mil por uno. Hizo referencia a los cálculos que su compañía tenía que hacer a diario para compensar la inflación. En ocasiones, y en el caso de las cuentas más altas, esos cálculos se llevaban a cabo dos veces al día. Se extendió en describir cómo la compañía reservaba el dinero en «cuentas de un día» y lo cambiaba rápidamente por dólares para protegerlo de «El Infierno»: la inflación que consumía el peso argentino.

El ruso llegó una hora tarde, disculpándose a voz en grito y echándole la culpa al retraso que había sufrido su vuelo.

—Estupendo, podía haber llegado anoche, tenía todos los gastos pagados. Le pagamos veinte de los grandes a este tío y ni siquiera es capaz de llegar a su hora —murmuró Todd por lo bajo.

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