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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Ciencia Ficción, Humor, Relato

Payasadas (13 page)

BOOK: Payasadas
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* * *

Yo mismo fui a los Archivos a vigilar el traslado. Dirigí unas palabras a los soldados y a los pocos transeúntes desde las gradas. Dije que el señor Nixon y sus cómplices se habían trastornado a causa de una soledad de tipo especialmente virulento.

—Prometió unirnos, pero lo que hizo fue separarnos —manifesté—. Pero ahora, ¡abracadabra!, conseguirá después de todo reunimos.

Posé para los fotógrafos bajo la inscripción de la fachada de los Archivos, la cual dice: EL PASADO ES EL PRÓLOGO.

—Básicamente no eran criminales —continué—. Pero ansiaban formar parte del espíritu fraterno que veían en el crimen organizado.

«En este lugar se ocultan tantos crímenes cometidos por funcionarios del Gobierno aquejados de soledad —dije— que la inscripción muy bien podía decir: Más vale tener una familia de criminales que estar solo en el mundo.

»Creo que en este momento estamos señalando el fin de la era de tales trágicos sucesos. Ha terminado el prólogo, amigos, vecinos y parientes. Dejen que comience ahora la parte más importante de mi noble tarea.

«Gracias —concluí.

* * *

No hubo grandes periódicos ni revistas que publicaran mis palabras. Las enormes plantas impresoras habían cerrado por falta de combustible. Tampoco había micrófonos. Sólo la gente que estaba allí.

Hi ho.

* * *

Entregué a los soldados una condecoración especial para conmemorar la ocasión. Consistía en una cinta de color azul pálido de la que colgaba un botón de plástico.

Les expliqué, bromeando sólo
a
medias, que la cinta representaba «El pájaro azul de la felicidad». Y en el botón estaban escritas las siguientes palabras, por supuesto:

* * *

Capítulo 35

ES media mañana aquí, en el Parque Nacional de los Rascacielos. La gravedad es muy ligera, pero Melody e Isadore no trabajarán hoy en la pirámide del bebé. En cambio vamos de merienda al techo del edificio. Los muchachos se muestran muy simpáticos porque sólo faltan dos días para mi cumpleaños. ¡Qué divertido!

¡No hay nada que les guste más que celebrar un cumpleaños!

Melody está desplumando el pollo que nos trajo esta mañana un esclavo de Vera Ardilla-5 Zappa. También nos trajo dos barras de pan y dos litros de espumante cerveza. Trató de mostrar mediante gestos lo alimenticio que nos estaba resultando. Apretó las bases de las botellas de cerveza contra sus tetillas como si tuviera pechos que daban cerveza.

Nos reímos. Batimos palmas.

* * *

Melody lanza un enjambre de plumas al cielo. A causa de la baja gravedad se la tomaría por una bruja blanca. Cada vez que hace chasquear los dedos vuelan mariposas.

Tengo una erección. Isadore también. Todos los hombres la tienen.

* * *

Isadore barre el vestíbulo con una escoba de ramas que él mismo se ha fabricado. Está cantando una de las dos únicas canciones que sabe. La otra es «Cumpleaños Feliz». Esa es la realidad, y además he de decir que no tiene oído, de modo que entona con monotonía.

Rema, remero,

por el estero.

Rema risueño

que la vida es sueño.

* * *

En este momento recuerdo un día en el sueño de mi vida, deshaciendo mucho camino, en el que recibí una afectuosa carta del presidente de mi país, que casualmente era yo mismo. Como un ciudadano cualquiera, esperaba en ascuas que el ordenador me dijera cuál iba a ser mi nuevo apellido.

El presidente me felicitaba por mi nuevo apellido intermedio. Me pedía que lo utilizara al firmar y lo pusiera en el buzón de mi casa, en los membretes, en las guías telefónicas, etc. Me explicaba que el nombre había sido elegido por inmaculado azar y que no pretendía reflejar mi personalidad, ni mi aspecto ni mi pasado.

Me ofrecía ejemplos engañosamente simples y casi sin sentido de cómo ser útil a mis parientes artificiales: encargarme de regar las plantas mientras estaban fuera de casa, cuidar a sus bebés para que ellos pudieran salir durante una hora o dos, darles la dirección de un dentista verdaderamente indoloro, despachar una carta, acompañarles cuando tienen que ir al medico y se sienten asustados, visitarles en la cárcel o en el hospital, permanecer junto a ellos cuando ven una película de terror.

Hi ho.

* * *

Yo estaba encantado con mi nuevo apellido. Ordené de inmediato que mi despacho de la Casa Blanca fuese pintado de color amarillo pálido para celebrar el hecho de que me había convertido en un
Narciso
.

Y mientras daba las instrucciones correspondientes a mi secretaria privada, la señorita Hortense Almizcle-13 McBundy, para que se cambiara el color de mi despacho, apareció uno de los friegaplatos de la cocina de la Casa Blanca. La timidez le impedía declarar su propósito. Se sentía tan avergonzado que cada vez que intentaba hablar se ahogaba.

Cuando finalmente logró articular palabra, lo abracé. Había surgido de las humeantes profundidades para decirme valientemente que él también era un
Narciso-11
.

—¡Hermano! —exclamé.

* * *

Capítulo 36

¿HUBO alguna oposición a este nuevo sistema social? Claro que sí. Y, como Eliza y yo habíamos predicho, la idea de ampliar las familias en forma artificial les produjo a mis enemigos tal furia que formaron su propia familia artificial políglota.

* * *

También usaron botones durante la campaña, y siguieron llevándolos mucho tiempo después de que yo fuera elegido presidente. Era inevitable que esos botones dijeran literalmente:

* * *

No pude dejar de reírme, incluso cuando mi propia esposa, de soltera Sophie Rothschild, comenzó a llevar uno de esos botones.

Hi ho.

* * *

Sophie se puso furiosa cuando recibió una carta circular del presidente, que casualmente era yo, en la que se le informaba que dejaba de ser una
Rothschild
. Debía convertirse, en cambio, en un
Cacahuete-3
.

Lo siento, pero, repito, no pude dejar de reírme.

* * *

Sophie hirvió de rabia durante varias semanas. Finalmente, una tarde en que la gravedad era particularmente pesada, llegó arrastrándose hasta mi despacho para decirme que me odiaba.

No me dolió.

Como ya he dicho, me daba perfecta cuenta de que no tengo la madera con la que se hacen los matrimonios felices.

—Francamente, nunca imaginé que fueras capaz de llegar a este extremo, Wilbur —me dijo—. Sabía que estabas loco, igual que tu hermana. Pero nunca pensé que irías tan lejos.

* * *

Sophie no tenía que levantar la vista para mirarme. Yo también estaba en el suelo, boca abajo, con el mentón apoyado sobre una almohada. Leía un fascinante informe sobre algo ocurrido en Urbana, Illinois.

Como no le presté toda mi atención, me preguntó:

—¿Qué es eso que estás leyendo? Aparentemente lo encuentras mucho más interesante que yo.

—Bueno —contesté—, durante muchos años he sido el último norteamericano que habló con un chino. Eso ya ha dejado de ser cierto. Hace unas tres semanas, una delegación de chinos hizo una visita a la viuda de un físico, en Urbana.

Hi ho.

* * *

—Desde luego no quiero hacerte perder tu valioso tiempo —me dijo—. Indudablemente siempre estuviste más cerca de los chinos que de mí.

En la Navidad yo le había regalado una silla de ruedas para que se trasladara por la Casa Blanca en los días de gravedad pesada. Le pregunté por qué no la utilizaba, y añadí:

—Me da mucha pena verte arrastrándote en cuatro patas.

—Ahora soy un
Cacahuete
—replicó—. Los
Cacahuetes
viven muy cerca de la tierra. Los
Cacahuetes
son famosos por lo rastreros. Son los más ordinarios y los más rastreros.

* * *

En esas primeras etapas del proceso, me pareció fundamental que no se permitiera a la gente cambiar el apellido que le había asignado el Gobierno. Fue un error mostrarse tan rígido en ese aspecto. Actualmente aquí, en la isla de la Muerte, y en casi todas partes, se realiza todo tipo de cambios de apellido. No veo que eso cause ningún daño. Pero me mostré duro con Sophie.

—Supongo que querrás ser un
Águila
o un
Diamante
—le dije.

—Quiero ser una Rothschild —replicó.

—Entonces quizás deberías trasladarte a Machu Picchu.

La mayoría de sus parientes se encontraban allí.

* * *

—¿Tu sadismo llega realmente a tal punto —dijo— que para demostrar mi amor tendré que amparar a esos desconocidos que ahora empiezan a reptar de entre las rocas como si fueran lagartijas? ¿Como ciempiés? ¿Como babosas? ¿Como gusanos?

—No es para tanto —repliqué.

—¿Cuándo fue la última vez que te asomaste a ver el desfile de monstruos que tenemos frente a la casa? —preguntó.

Todo el perímetro de la Casa Blanca se veía diariamente infestado de gente que llegaba hasta la verja para afirmar que eran nuestros parientes artificiales.

Recuerdo haber visto dos enanos que sostenían un estandarte con la siguiente leyenda: «Las flores al poder».

También vi a una mujer que llevaba una chaqueta de campaña del ejército sobre un traje de noche color malva. Se había puesto un anticuado casco de aviador con gatas y todo, y portaba una pancarta que decía: «Mantequilla de cacahuete».

* * *

—Sophie —dije—, la que está ahí fuera no es gente común y corriente. No te equivocas al decir que han reptado de entre las rocas como lagartijas o babosas o gusanos. Nunca han tenido ni un amigo ni un pariente. Toda la vida se han visto obligados a decirse a si mismos que tal vez alguien se equivocó al enviarlos a este Universo; nadie nunca les ha dado la bienvenida ni les ha ofrecido algo que hacer.

—Les odio— dijo.

—Adelante —repliqué—, me parece que no es mucho el daño que puedes hacer con eso.

—No me imaginé que llegarías tan lejos, Wilbur. Pensé que te contentarías con ser presidente. No pensé que serías capaz de estos extremos.

—Pues bien, me alegro de haberlo hecho. Y me alegra tener que preocuparme de la gente que está ahí fuera, Sophie. Son ermitaños aterrados que se han atrevido a salir de entre las rocas porque se han promulgado leyes humanitarias. Aturdidos, buscan los hermanos y hermanas, los primos y primas que el presidente les ha proporcionado de pronto, sacados del tesoro social de la nación, hasta este momento sin explotar.

—Estás loco —dijo.

—Es muy probable —repliqué—. Pero cuando vea a esa gente ahí fuera encontrarse unos con otros no se tratará de una alucinación.

—Se merecen —comentó ella.

—Exactamente, y merecen también algo más que les va a ocurrir ahora que se atreven a hablar con desconocidos. Observa, Sophie. La simple experiencia de la compañía les permitirá subir por las gradas de la evolución en cuestión de horas o días, o semanas como máximo. No será una alucinación cuando les vea convertirse en seres humanos después de haber sido durante tantos años, como dices tú, Sophie, lagartijas, ciempiés, babosas y gusanos.

Hi ho.

* * *

Capítulo 37

SOPHIE pidió el divorcio, por supuesto, y cogió sus joyas, sus pieles, sus cuadros, sus ladrillos de oro, etc., y se fue a un condominio en Machu Picchu, Perú.

Creo que prácticamente lo último que le dije fue:

—¿Ni siquiera puedes esperar a que confeccionemos las guías de los grupos familiares? Estoy seguro de que descubrirás que estás emparentada con muchos hombres y mujeres distinguidos.

—Yo ya tengo parientes distinguidos —replicó—. Adiós.

* * *

Para poder reunir y publicar las guías de los grupos familiares, tuvimos que sacar más papel de los Archivos Nacionales y trasladarlo a la central eléctrica. Esta vez seleccioné expedientes del período presidencial de Ulysses Simpson Grant y Warren Gamaliel Harding. No pudimos proporcionar a cada ciudadano un ejemplar. Todo lo que conseguimos fue un juego completo para cada gobernación, ayuntamiento, cuartel de policía y biblioteca pública del país.

* * *

No pude evitar un gesto de codicia: Antes de que Sophie me abandonara, pedí que nos enviaran una guía de Narcisos y otra de Cacahuetes. Tengo conmigo la guía de Narcisos aquí en el Empire State. Vera Ardilla-5 Zappa me la regaló para mi cumpleaños el año pasado. Es una primera edición, la única que llegó a publicarse.

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