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Authors: Jasper Fforde

Tags: #Aventuras, #Humor, #Policíaco

Perdida en un buen libro (35 page)

BOOK: Perdida en un buen libro
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—Gracias, señor Deane. Acepto.

—Vern —dijo—, llámeme Vern. Escuche, no se fíe demasiado del ISBN. Bellman es un poco tecnófilo y, aunque es posible que el sistema de posicionamiento por ISBN tenga sus atractivos, yo llevaría siempre los mapas de Bradshaw por si acaso.

—Lo tendré en cuenta.

—Y no se preocupe por el viejo Harris. Ladra mucho más que muerde. Me mira mal porque vengo de una novelucha atrevida, pero escuche… ¡puedo medirme con él en cualquier momento!

Nos sirvió el té antes de seguir.

—Se entrenó en la época en que lanzaban a los cadetes a
El progreso del peregrino
y les decían que se buscasen el camino de salida. Cree que todos los jóvenes somos blandos como el jabón. ¿No es así, Tweed?

Harris Tweed se había acercado con una taza vacía de café.

—¿De qué demonios habla, Deane? —preguntó, frunciendo el ceño como si fuese a lanzar truenos.

—Le contaba a la señorita Next que usted cree que somos todos un poco blandos.

Harris se acercó un poco más, miró furioso a Deane y luego a mí, fijamente.

—¿Havisham le ha mencionado el Pozo de las Tramas Perdidas? —preguntó.

—El gato lo mencionó. Libros inéditos, creo que dijo.

—No
sólo
libros inéditos. El Pozo de las Tramas Perdidas es donde las ideas vagas fermentan hasta convertirse en planes imprecisos. Es la Incubadora de Ideas. El Principio de las Palabras. Vaya allá abajo y verá los esquemas narrativos solidificándose en los estantes como si fuesen formas de vida primordiales. Los espíritus de personajes apenas esbozados recorren los pasillos en busca de tramas y diálogos antes de entretejerse en la historia. Si tienen suerte, el libro encuentra editor y se eleva a la Gran Biblioteca de arriba.

—¿Y si no tienen suerte?

—Permanecen en el sótano. Pero hay más. Por debajo del Pozo de las Tramas Perdidas hay
otro
sótano. Subsótano veintisiete. Nadie lo menciona. Allí es donde acaban los personajes borrados, los malos recursos narrativos, las ideas a medio cocer; es allí donde los agentes corruptos de Jurisficción van a pasar una dolorosa eternidad. No lo olvide.

Miró a Deane, le dedicó otro fruncimiento de cejas, se llenó la taza de café y se fue. En cuanto estuvo lo bastante lejos para no oírlo, Vernham se volvió hacia mí y dijo:

—Cuentos de viejas. No existe el subsótano veintisiete.

—Es como usar al Jabberwock
[32]
para asustar a los niños, ¿no?

—En realidad no —respondió Deane pensativamente—, porque el Jabberwock
existe.
Es un tipo encantador… se le da genial la pesca con mosca y toca los bongos. Se lo presentaré. —Miró la hora—. Dios. Bien, adiosito, ¡ya nos veremos!

A pesar de las garantías de Vern sobre las amenazas de Harris Tweed, seguía nerviosa. ¿Era suficiente fechoría saltar desde mi mundo a un ejemplar de Poe como para atraer las iras de Tweed? ¿Y cuánto entrenamiento me haría falta antes incluso de poder siquiera
intentar
rescatar a Jack Schitt? Volví con la señorita Havisham, cuya mesa, me di cuenta, estaba todo lo lejos que se podía estar de la de la Reina Roja… y le puse el té delante.

—¿Qué sabe del subsótano veintisiete? —le pregunté.

—Cuentos de viejas —respondió Havisham, concentrándose en el informe que estaba terminando—. ¿Uno de los otros ARP ha intentado asustarte?

—Más o menos.

Miré a mi alrededor mientras la señorita Havisham se mantenía ocupada. Parecía haber mucha actividad; los ARP aparecían y desaparecían en el aire que me rodeaba mientras Bellman se movía por allí, leyendo instrucciones a los agentes. Mis ojos se posaron sobre un cuerno reluciente conectado a un dispositivo de madera y metal colocado sobre una mesa junto a un tubo flexible de cobre. Me recordaba un modelo de gramófono muy antiguo… algo que podría haber inventado Thomas Edison.

La señorita Havisham alzó la vista, vio que yo intentaba leer las instrucciones de la placa metálica y dijo:

—Es un notaalpiéfono. Pruébalo si quieres.

Levanté el cuerno y miré en su interior. Había un tapón de corcho unido a una cadenita. Miré a la señorita Havisham.

—No tienes más que darle el título del libro, la página, el personaje y, si realmente quieres ser específica, la línea y la palabra.

—¿Así de simple?

—Así de simple.

Quité el tapón y oí que una voz decía.

—Servicio de operadores. ¿Puedo ayudarla?

—¡Oh! Sí, eh, libro a libro, por favor. —Pensé en una novela que había estado leyendo hacía poco y escogí una página y una línea al azar—.
Era una noche oscura y tormentosa,
página 156, línea 4.

—Intentando la conexión. Gracias por emplear Comunicaciones NAF.

Se oyeron algunos chasquidos y una voz de hombre diciendo:
«… y nuestros corazones, aunque fuertes y valientes, se detuvieron como…»
.

El operador volvió a hablar.

—Lo lamento, un cruce de líneas. Pero ya está. Gracias por usar Comunicaciones NAF.

Esta vez sólo oí el murmullo de una conversación mantenida a pesar del sonido de los motores de un barco. Sin saber exactamente qué decir, solté:

—¿Antonio?

Se oyó una voz confundida y, a toda prisa, volví a colocar el tapón.

—Le acabarás pillando el tranquillo —dijo Havisham amablemente, dejando el informe—. ¡El papeleo! Increíble. Vamos, tenemos que visitar a Wemmick en Suministros. A mí me cae bien, por tanto a
ti te caerá
bien. No espero que en esta primera misión hagas mucho… simplemente quédate cerca de mí y observa. ¿Te has acabado el té? ¡Nos vamos!

No me lo había terminado, por supuesto, pero la señorita Havisham me agarró por el codo y antes de que me diera cuenta habíamos regresado al inmenso vestíbulo de entrada. Nuestros pasos resonaron sobre el suelo reluciente mientras nos dirigíamos a un lado del vestíbulo, donde un pequeño mostrador de mármol rojo de no más de dos metros de ancho estaba bien encajado en la pared de mármol rojo. Un cartel raído nos indicaba que tomáramos un número y que nos llamarían.

—¡El rango tiene sus privilegios! —gritó la señorita Havisham encantada poniéndose en el primer lugar de la cola. Algunos agentes de Jurisficción alzaron la vista, pero la mayoría empollaba notas de paso, memorizando sus próximos destinos.

Harris Tweed estaba delante de nosotras, equipándose para su viaje a
El mundo perdido.
Sobre el mostrador había un traje completo de safari, mochila, binoculares y revólver.

—… y un rifle deportivo Rigby.416 con sesenta cartuchos de munición.

El encargado colocó la caja de caoba del rifle sobre el mostrador y cabeceó apenado.

—¿Está
seguro
de que no prefiere un M16? Un estegosaurio embistiendo puede ser difícil de parar, creo yo.

—Un MI6 llamaría la atención, señor Wemmick. Además, en el fondo soy un poco tradicionalista.

El señor Wemmick suspiró, cabeceó y le pasó el albarán a Tweed para que lo firmase. Harris gruñó las gracias, firmó la hoja superior, hizo que le sellasen el recibo y que se lo devolviesen antes de reunir sus posesiones, asentir respetuosamente en dirección a la señorita Havisham, pasar de mí y luego recitar:

—«Un pasillo largo y oscuro forrado de madera, repleto de estantes…» —Antes de desvanecerse.

—¡Buenos días, señorita Havisham! —dijo el señor Wemmick amablemente tan pronto como nos acercamos—. ¿Cómo estamos?

—Bien, creo, señor Wemmick. ¿El señor Jaggers está bien?

—Yo diría que bastante bien de acuerdo a mi forma de pensar, señorita Havisham, bastante bien.

—Ésta es la señorita Next, señor Wemmick. Se nos ha unido hace poco.

—¡Encantado! —comentó el señor Wemmick, que tenía exactamente el aspecto descrito en
Grandes esperanzas.
A saber: era bajito, tenía la cara un poco marcada por la viruela y llevaba así como unos cuarenta años.

—¿Adónde se dirigen?

—¡A casa! —dijo la señorita Havisham, colocando la petición sobre el mostrador.

El señor Wemmick tomó la hoja de papel y la examinó un momento antes de desaparecer en el almacén y rebuscar con estruendo.

—Los almacenes son indispensables para nuestros propósitos, Thursday. Wemmick literalmente escribe su propio inventario. Todo hay que firmarlo y devolverlo, claro está, pero hay muy pocas cosas que no tenga. ¿No es así, señor Wemmick?

—¡Exacto! —dijo una voz desde detrás de un enorme montón de trajes turcos y un muy realista búfalo de plástico.

—Por cierto, ¿sabes nadar? —preguntó la señorita Havisham.

—Sí.

El señor Wemmick volvió con algunos artículos.

—Chalecos, de los que salvan la vida… dos. Cuerda, por si hay problemas… una. Cinturón salvavidas, para ayudar a flotar a Magwitch… uno. Dinero, para posibles gastos… diez chelines y cuatro peniques. Capas, para disfrazar a las agentes Next y Havisham, gruesas, negras… dos. Cenas envasadas… dos. Firme aquí.

La señorita Havisham tomó la pluma y se detuvo antes de firmar.

—Nos hará falta mi bote, señor Wemmick —dijo, bajando la voz.

—Lo notaalpiefonearé por adelantado, señorita H —dijo Wemmick, guiñando el ojo espectacularmente—. Lo encontrará en el embarcadero.

—¡Para ser un hombre, no está usted nada mal, señor Wemmick! —dijo la señorita Havisham—. ¡Thursday, recoge mi equipó!

—¿Ahora qué? —pregunté, cargada con la enorme bolsa de lona.

—A Dickens se puede llegar caminando —me explicó Havisham—, pero practicarás mejor si nos haces saltar directamente hasta allí… Hay como ochenta mil kilómetros de estantes.

—Ah… vale, eso sé hacerlo —murmuré, dejando la bolsa, sacando la guía de viaje y buscando la sección sobre la biblioteca.

—Agárrame mientras saltas y piensa en Dickens al tiempo que lees.

Así lo hice, y en un instante nos encontramos en el lugar justo de la biblioteca.

—¿Cómo lo he hecho? —pregunté orgullosa.

—No ha estado mal —dijo Havisham—. Pero has olvidado la bolsa.

—Lo siento.

—Esperaré aquí mientras vas a recogerla.

Así que leí de vuelta al vestíbulo, recogí la bolsa, soporté algunas pullas amistosas de Deane y regresé… pero por accidente llegué a una serie de libros de aventuras protagonizados por chicas valientes y escritos por alguien llamado Charles
Pickens
, así que volví a leer la parte de la biblioteca y me encontré enseguida con la señorita Havisham.

—Este es el libro de salida —dijo sin mirarme—. Nombre, destino, fecha, hora… ya lo he entrado todo. ¿Vas armada?

—Siempre. ¿Espera problemas?

La señorita Havisham sacó su pistolita, comprobó la recámara y me dedicó una de sus miradas más serias.


Siempre
espero problemas, Thursday. Pasé dos años en GPH, Grupo de Protección de Heathcliff, en
Cumbres borrascosas
y, créeme, los ProCaths lo intentaron todo… Yo personalmente evité su asesinato en ocho ocasiones.

Sacó un cartucho usado, lo reemplazó por otro y volvió a colocar los cañones gemelos.

—Pero en
Grandes esperanzas…
¿Qué peligro podría haber?

Se remangó y me mostró una cicatriz pálida en su antebrazo.

—Incluso en Toytown las cosas se pueden poner muy desagradables —explicó—. Créeme, Larry no es ningún corderito. Tuve suerte de escapar con vida.

Debí de mirarla con nerviosismo porque añadió:

—¿Todo bien? Puedes renunciar cuando quieras, ya lo sabes. Dilo y estarás de vuelta en Swindon antes de que puedas decir «señora Hubbard».

Me miró intensamente y yo pensé en el bebé. Había superado sin consecuencias las rebajas. ¿Cómo de difícil podía ser «recorrer» el tras—fondo narrativo de una novela de Dickens? Además, me hacía falta toda la práctica posible.

—Estaré lista cuando lo esté usted, señorita Havisham.

Asintió, se bajó la manga, sacó
Grandes esperanzas
del estante y lo abrió sobre una de las mesas de lectura.

—Debemos entrar
antes
de que comience la historia, por lo que esto
no
es un salto libresco estándar. ¿Estás prestando atención?

—Sí, señorita Havisham.

—Bien. No tengo ningún deseo de explicarlo más de una vez. Primero, léenos dentro del libro.

Hice lo que me ordenaba, en esta ocasión asegurándome de tener bien agarrada la bolsa, y allí estábamos, entre las lápidas de las primeras páginas de
Grandes esperanzas,
con el frío y la humedad en el aire y la niebla que venía del mar. Al otro extremo del camposanto un niño pequeño estaba agachado entre piedras gastadas por los elementos, hablando consigo mismo mientras miraba dos lápidas colocadas a un lado. Pero allí había algo más. De hecho, había un
grupo
de personas cavando en una zona que quedaba justo al otro lado de los muros del cementerio y del muchacho, iluminado por la luz de dos potentes focos eléctricos alimentados por un pequeño generador que zumbaba en la distancia.

—¿Quiénes son? —susurré.

—Vale —susurró Havisham, sin oírme—, ahora saltamos adonde queremos ir por… ¿Qué has dicho?

Señalé en dirección a los del grupo. Uno empujó una carretilla sobre un tablón y vertió su contenido encima de un enorme montón de restos.

—¡Por amor del cielo! —exclamó la señorita Havisham, caminando a toda prisa hacia el grupito—. ¡Es el comandante Bradshaw!

Corrí tras ella, y no tardé en comprobar que la excavación era arqueológica. En el suelo había clavos unidos por cuerdecitas delimitando una zona en la que los voluntarios raspaban con paletas, intentando hacer el menor ruido posible. Sentado en una silla plegable había un hombre vestido como un cazador de elefantes: con ropa de safari, salacot, monóculo y un enorme y espeso bigote. Además, apenas medía más de un metro. Cuando bajó de la silla, era todavía más bajito.

—¡Que me aspen, es la niña Havisham! —dijo con un susurro ronco—. ¡Estella, cada vez que te veo estás más joven!

La señorita Havisham le dio las gracias y me presentó. Bradshaw me dio la mano y la bienvenida a Jurisficción.

—¿Qué tramas, Trafford? —preguntó Havisham.

—Es una investigación arqueológica para la Fundación Charles Dickens, mi niña. Algunos estudiosos creen que
Grandes esperanzas
no empezaba en el cementerio sino en la casa de Pip cuando sus padres seguían todavía con vida. No quedan rastros en el manuscrito, así que pensamos en excavar un poco y ver si podíamos encontrar pruebas de una escena anterior sobrescrita.

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