Por prescripción facultativa (22 page)

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Authors: Diane Duane

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Por prescripción facultativa
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Kirk se encontró repentinamente bañado en sudor frío. «¡Bones! Y mi nave con un oficial verde al mando, al que nadie tendrá posibilidad ninguna de relevar debido a mis órdenes.»


Ekkava
… eso suena inquietantemente a nombre de nave klingon —dijo—. Señor, necesito ponerme en contacto con mi nave.

Sacó el comunicador y lo abrió.

—Kirk a la
Enterprise
.

El resultado fue un horrendo chillido electrónico que ya había oído anteriormente, y que le erizó los pelos de la nuca… tampoco de deleite esta vez.

—Bloqueado —masculló—. ¿Qué demonios se traen entre manos?

—De momento parece que simplemente están en órbita —respondió Maestro—. Su nave no corre peligro alguno procedente de los klingon, eso puedo decírselo con certeza.

—Si no le importa, prefiero ser yo quien juzgue eso —le dijo Kirk.

—Sólo un momento más. Hemos hablado de los klingon principalmente en sentido abstracto —comentó Maestro—. ¿Les considera usted tan malos como los piratas de Orión?

Kirk tuvo que meditar aquello durante un momento.

—Hay un número mayor de ellos —le explicó Kirk— y son más cautelosos y más violentos. Habitualmente están mejor armados. Pero por lo general son más predecibles. Nos conocemos los unos a los otros moderadamente bien —concluyó.

—Así parece. Bueno, están aquí y supongo que también habremos de recibirles y entretenerles. —Maestro sonaba más como un anfitrión preocupado por la posibilidad de no tener suficientes manjares para la cena que como una criatura que podría tener el principio de una invasión a las puertas de su casa—. ¿Qué nos recomienda usted que hagamos?

Kirk dirigió una mirada furiosamente ceñuda al comunicador que no funcionaba y lo guardó.

—Probablemente —replicó—, que se preparen para la lucha.

DIARIO DEL CAPITÁN, suplemento, grabación del comandante Leonard McCoy en ausencia del capitán James T. Kirk:

(Oh, Dios, Jim, ¿dónde demonios está?)

Las condiciones continúan sin cambios notables desde la última grabación. Mantenemos un canal abierto con el acorazado klingon, para que se sientan seguros de que no abrigamos ninguna mala intención contra ellos, y comprobamos regularmente las noticias que puedan tener respecto a los tripulantes desaparecidos. Hasta el momento no se ha hallado rastro alguno del grupo de descenso klingon, ni del capitán Kirk, aunque hemos ampliado las búsquedas para incluir tres de los otros continentes y las aguas que los rodean, en las que ya han concluido la mayor parte de las investigaciones. El señor Spock continúa analizando las extrañas radiaciones y otros fenómenos levemente antinaturales que él cree que podrían arrojar alguna luz sobre el método empleado para llevarse al capitán. Los ornae y lahit del planeta todavía insisten en que el capitán está presente e ileso, si bien no pueden demostrarlo ni decirnos cómo lo saben.

Mientras tanto, continúa la recogida de datos en la superficie del planeta, aunque muchos de los miembros han sido transferidos a los equipos que buscan al capitán. Hemos redescubierto la penicilina dieciocho veces y hemos aislado varios agentes antifunginosos y antibacterianos bastante prometedores. El planeta parece albergar también alguna vida vegetal que se da en otros situados a mucha distancia de aquí, como la hierba bufadora, que según nuestras informaciones crecía sólo en Delta Orión Ocho. También se han encontrado e identificado otros especímenes, que han llevado a los botánicos a sugerir que los preservadores podrían muy bien haber pasado por aquí, pero que posiblemente habrían trasplantado especies vegetales en lugar de las habituales especies animales inteligentes, y utilizado el planeta como invernadero en lugar de como zoológico de su programa de cría. El interés del planeta continúa en aumento. Mi único deseo es que el capitán lo pudiera experimentar desde aquí arriba y no desde el sitio en el que se encuentra, sea cual fuere.

McCoy le entregó la grabadora a Uhura.

—¿Le ha sonado bien todo eso? —le preguntó.

—Empieza a cogerle el tranquillo —replicó la mujer—. Gracias, doctor. Esto saldrá con la próxima transmisión, dentro de poco.

—Bien. —El médico frunció levemente el entrecejo—. ¿No deberíamos recibir otra carta de amor de la Flota Estelar dentro de nada?

—Sí.

—Ah, fantástico.

Comenzaba a sentir pavor en la boca del estómago, una sensación que no había tenido desde que era un estudiante de enseñanza secundaria y aguardaba sentado a que le pusieran en las manos lo que sería una cartilla con suspensos para que se la llevara a casa.

—No se deje llevar por el pánico, todavía —le aconsejó Uhura—. A estas alturas tendrán su última respuesta, pero tardarán cinco horas en recibir este informe y dilucidar qué ha hecho con lo que ellos le dijeron. Quizás ocurra algo antes.

—Quizá —replicó él, que no quería echar un cubo de agua helada sobre las esperanzas de Uhura.

Sin embargo, intuía que, si algo había de suceder, vendría de aquella pequeña chispa de luz que les seguía a buena distancia, también en órbita. Eso le produjo un escalofrío que le recorrió la espalda. Ya había considerado varias veces la alternativa de decirle a Sulu que redujera la velocidad con el fin de que los klingon pasaran de largo hasta situarse delante de ellos, pero se había contenido. La
Enterprise
dispararía igualmente bien hacia delante que hacia atrás y, en cuanto a los klingon, cualquier maniobra inesperada por parte de la nave de la Federación podría ponerles nerviosos. No tenía sentido hacer nada que pudiera alterar el delicado equilibrio que existía de momento.

—Spock —dijo, y volvió la cabeza para mirar por encima del hombro—, ¿algo nuevo?

Spock estaba inclinado sobre el visor de su terminal, atento. Se enderezó con gran lentitud.

—Estoy… inseguro, doctor —replicó.

—¿Cómo de inseguro?

Spock descendió hasta detenerse junto al asiento de mando.

—Doctor —comenzó el vulcaniano—, usted ha dicho que la física de alta energía estaba un poco «fuera de su alcance». ¿A cuánta distancia?

McCoy se encogió de hombros.

—Entiendo las bases; es indispensable para comprender la mayoría de los sistemas de diagnóstico por imágenes que utilizamos en la enfermería. Puedo reparar nuestro pequeño ciclotrón cuando se avería, pero eso es más o menos todo lo que sé.

Spock asintió con la cabeza, con aire pensativo.

—He hecho algunos sondeos de lapso temporal en la superficie del planeta —le explicó—, concentrados en el área en la que desapareció el capitán. Aún localizo la decadencia de partículas-Z de una determinada clase, del tipo asociado con la entrada de partículas tachyon
[5]
en la atmósfera.

Aquello sorprendió un poco a McCoy. Los tachyon eran los heraldos de partículas que habían viajado a una velocidad superior a la de la luz y habían aminorado la marcha de forma que se hacían perceptibles dentro de los límites del tiempo «real»; el cambio de color que se operaba en ellos, al rojo intenso, siempre los delataba.

—Eso sí que es curioso —comentó el médico—. ¿Qué conclusión saca?

—Todavía no tengo ninguna teoría —replicó Spock—, pero ya nos hemos encontrado antes con ese tipo de decadencia en particular.

—¿Dónde?

—En el planeta del Guardián de la Eternidad.

McCoy alzó las cejas.

—Los típicos patrones de decadencia están todos presentes aquí —continuó el vulcaniano—. Los encontramos de forma característica cuando el Guardián realizó recientemente un camino temporal.

—¿Cree que hay otro guardián ahí abajo? —Tragó con dificultad. No cabía duda de que semejante hecho despertaría el interés de los klingon—. ¿Está enterrado en alguna parte? ¿A ello se debe que nuestros amigos de ahí fuera salieran con artilugios de excavación? Quizá nos equivocamos al pensar que buscaban recursos minerales.

—Los datos que tengo son insuficientes —replicó Spock—. Lo único que he podido determinar es que la decadencia de radiación es idéntica. Pero dudo que los klingon hayan tenido tiempo para llegar a las mismas conclusiones que yo.

Esto le llegó a McCoy como un pequeño consuelo momentáneo.

—¿Hay algo que ha cogido a Kirk y le ha arrojado a alguna otra línea temporal? —inquirió el médico—. ¿Explica eso que los ornae no dejen de insistir en que está allí… pero no pueden mostrárnoslo?

—No puedo decírselo. Pero continuaré con las investigaciones.

McCoy meditó durante un momento.

—¿Les han preguntado los nuestros a los ornae si saben dónde están los klingon? —preguntó luego.

—Sí, pero las respuestas no han sido concluyentes. Todavía intentan obtener respuestas que tengan sentido.

Spock se volvió para marcharse.

—¿Todavía no hay rastro de los ;at? —preguntó McCoy.

—No, doctor —replicó Spock, y regresó a su puesto.

McCoy se recostó en el respaldo y miró la pantalla, que mostraba el claro principal de la superficie del planeta. En el fondo de la imagen, la teniente Kerasus, sentada en el suelo con un ornaet medio subido a su regazo, hablaba a toda velocidad en el sensor y utilizaba los mismos raspantes sonidos que los ornae empleaban para comunicarse. Lia estaba a un lado del campo visual y miraba entre las ramas de una arboleda de lahit con un oftalmoscopio para examinar las bayas oculares. Las bayas seguían todos sus movimientos por entre los troncos, parecían mirarla como ojos fuera de las órbitas. McCoy sonrió levemente a pesar de su fastidio y su preocupación.

«De alguna forma, los ;at son el corazón de todo esto —se dijo—. Si Kirk no me hubiera llamado a bordo en aquel preciso momento, habría descubierto algo de lo que pasa aquí… Sé que lo habría hecho. Quizás habría sido yo el desaparecido, pero ¿a quién le importa eso? Yo lo habría descubierto.»

«Eso espero.»

Uhura se volvió a mirarlo.

—Doctor —anunció—, nos llega una transmisión. Me temo que es de la Flota Estelar.

McCoy gimió.

—Supongo que no servirá de nada esquivarla. Sáquela a pantalla en vivo.

Uhura sonrió con solemnidad.

—Sí, señor —replicó, y pulsó un botón.

La agradable escena de la pantalla desapareció y fue reemplazada por, oh, Dios, Delacroix. Parecía furioso. Estaba sentado exactamente en la misma postura que en el mensaje anterior. «Me pregunto si ese hombre no se levantará nunca de ese asiento.» Pero esta vez su rostro tenía la expresión de quien ha chupado limones. McCoy procuró disimular que se aferraba a los brazos del asiento.

—Comandante Delacroix, de la Flota Estelar —dijo—. A Leonard McCoy, al mando de la
Enterprise
. Comandante, confirmamos recibo de su último paquete de extractos del diario y datos del planeta. En la presente fecha estelar, se le re…

La imagen desapareció con un aullido electrónico y un chisporroteo de electricidad estática. Muy lentamente, McCoy se volvió para sonreírle a Uhura.

—Bonito trabajo —la elogió—. Ah, Uhura, eso ha sido muy amable.

—Yo no lo he hecho, doctor —le respondió la mujer—. Por mucho que nos disguste a todos el contenido del mensaje, yo no puedo interferir en su recepción. Es cuestión de ética.

McCoy suspiró.

—Sí, bien, pues… ¿qué lo ha causado? Una horrible sospecha le asaltó.

—¿O quién?

—Voy a comprobarlo —respondió Uhura.

Centró su atención sobre el tablero que tenía delante y tocó un par de controles.

—Ya me lo imaginaba —dijo pasado un momento—. Es una señal de bloqueo, doctor.

—¿Los klingon? —inquirió él.

Ella asintió con la cabeza.

—Nunca pensé que fuera a agradecerles algo, pero por todos los cielos, si alguna vez me encuentro con Kaiev voy a invitarle a un pastel de jalea —declaró McCoy.

Spock se volvió a mirar a McCoy con expresión perpleja.

—No comprendo por qué lo celebra, doctor —comentó el vulcaniano—. Por la construcción sintáctica que he alcanzado a oír, es altamente probable que el almirante estuviera a punto de relevarle del mando.

McCoy se detuvo en seco. Estaba tan encantado de no tener que recibir el rapapolvo de Delacroix que aquello no se le había ocurrido. La mandíbula inferior le cayó lentamente.

—Maldición —exclamó—. Maldición, maldición, ¡maldición!

Luego se interrumpió.

—Espere un segundo —le dijo a Spock, y avanzó hacia él con regocijo—. Si está usted tan seguro de que fue eso lo que dijo, ¡entonces debe relevarme!

—Doctor, sólo he dicho que las probabilidades eran elevadas. Un oficial no puede relevar a otro basándose en una probabilidad. La orden debe ser oída. Nosotros no le oímos acabar la frase.

La expresión ceñuda de McCoy volvió a apoderarse de su rostro.

—Le mataré —declaró, mientras se volvía a mirar a Uhura—. Uhura, haga sonar los cuernos para llamar a Kaiev. ¡Voy a provocarle una jaqueca tal a esa cabeza llena de agujeros que tiene…!

—Deduzco entonces que se quedará sin pastel de jalea —comentó Uhura dulcemente, y tendió la mano hacia la consola. Antes de que llegara a tocarla, ésta silbó.

—Sáquelo a pantalla —le ordenó McCoy irritado, y se volvió para encararse con ella, que se encendió con el rostro de Kaiev unos segundos después.

—Comandante —le dijo McCoy al klingon—, ¿no sabe usted que es descortés interferir en las comunicaciones de la gente con su hogar?

Kaiev parecía a la vez irritado y trastornado; McCoy se preguntó por un instante si no estaría a punto de tener otra recaída hepática; estaba pálido.

—Comandante —respondió Kaiev—, acabo de recibir algunas órdenes de mi alto mando…

«Oh, Dios —se dijo mentalmente McCoy—. No se me ocurrió en ningún momento que él tendría sus propios burócratas echándole el aliento en el cuello. Debería haberlo pensado hace mucho rato. Realmente no estoy hecho para este trabajo…»

—Hemos decidido que ustedes y los indígenas de este planeta han conspirado para secuestrar a mis tripulantes. También creemos que su historia sobre la desaparición de sus propios tripulantes no es más que una tapadera destinada a permitirles permanecer en la zona por razones personales, probablemente traicioneras. Por lo tanto, si no recuperamos a nuestros tripulantes dentro de uno de sus días estándar —prosiguió Kaiev—, se me ha ordenado que destruya su nave. Vienen refuerzos a este área. Si intenta usted marcharse sin devolvernos a los nuestros, le perseguiremos dondequiera que vaya y le borraremos del espacio. Hemos bloqueado sus comunicaciones para evitar que pidan ayuda. Dado que somos una especie amante de la paz y queremos darle una oportunidad para reconsiderar las consecuencias de la agresión sometida contra nosotros, de momento no emprenderemos acción ninguna contra los grupos de descenso de la Federación que se hallan en el planeta, y les permitiremos que los suban de vuelta a bordo. Pero cualquier miembro de la Federación que encontremos en el planeta después del día estándar que hemos establecido como límite, será considerado un objetivo de las acciones de seguridad que emprenderemos para recuperar a los nuestros. También puede que les interese advertir a los habitantes del planeta que si renuncian a la conspiración con ustedes y ayudan en la devolución de nuestros tripulantes, les perdonaremos la vida. De lo contrario, mataremos a un millar de ellos por cada uno de nuestros tripulantes desaparecidos y repetiremos la acción cada hora estándar, hasta que se nos devuelva a los nuestros. Larga vida al imperio.

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