— Porque quiero que veas con tus propios ojos la derrota del sur. Los Príncipes Mercaderes navegan hacia aquí para hacernos frente... Vamos a aplastarlos sin ninguna dificultad. Quiero que sepas que lo que pretendiste impedir se producirá de todos modos. Cuando hayamos sometido al sur y nos hayamos apoderado de sus tesoros, venceremos a la Isla de las Ciudades Purpúreas, continuaremos nuestro avance y saquearemos Vilmir e Ilmiora. Será sencillo, ¿no crees? Contamos con otros aliados, aparte de los que tú derrotaste.
Al ver que Elric no le contestaba, Jagreen Lern se impacientó e hizo una señal a sus hombres.
—Atadlo al mástil para que vea bien la batalla. Protegeré su cuerpo con un hechizo, porque no quiero que una flecha perdida lo mate y me impida gozar de mi venganza.
Elric fue conducido hasta el mástil y atado a él, pero apenas se dio cuenta de lo que hacían pues tenía la cabeza inclinada sobre el hombro derecho y estaba semiinconsciente.
La flota siguió avanzando, segura de la victoria.
Hacia media tarde, el grito del timonel sacó a Elric de su estupor.
—Hacia el sudoeste. ¡La flota lormyriana se acerca!
Con rabia e impotencia, Elric vio como las cincuenta y dos naves con sus brillantes velas desplegadas que contrastaban con las de color rojo sombrío de las embarcaciones de Jagreen Lern, se alineaban a las demás.
Aunque Lormyr era una potencia inferior a Argimiliar, poseía una armada mayor. Elric calculó que la traición
del rey Montan le había costado al sur más de un cuarto de sus fuerzas.
Supo entonces que no quedaba absolutamente ninguna esperanza para el sur y que la seguridad de Jagreen Lern en obtener la victoria no era infundada.
Cayó la noche y la flota esperó anclada. Un guardia se acercó a alimentar a Elric con una papilla que contenía otra dosis de la poción. Al recuperar las fuerzas, su rabia aumentó, y en dos ocasiones Jagreen Lern se detuvo junto al mástil para provocarlo de un modo despiadado.
—En cuanto amanezca nos encontraremos con la flota del sur —le informó con una sonrisa—, y al mediodía, lo que quede de ella flotará como una masa ensangrentada tras nuestra estela, mientras nosotros seguiremos avanzando para establecer nuestro dominio sobre las naciones que tan estúpidamente han confiado sus destinos a su armada.
Elric recordó que había advertido a los reyes de las tierras del sur que aquello podía ocurrir si se enfrentaban solos al Teócrata. Pero deseó haberse equivocado. Con el sur derrotado, la conquista del este parecía al alcance de la mano, y cuando Jagreen Lern gobernara el mundo, imperaría el Caos y la tierra regresaría a la sustancia de la que había surgido millones de años antes.
Durante toda aquella noche sin luna, meditó. Organizó sus pensamientos y reunió sus fuerzas para idear un plan que era sólo una sombra sepultada en el fondo de su mente.
Lo despertó el traqueteo de las anclas.
Parpadeando ante la luz tenue del sol, en el horizonte vio la flota del sur que avanzaba majestuosamente y envuelta en una pompa inútil hacia los barcos de Jagreen Lern. Pensó entonces que los reyes del sur o eran muy valientes o no habían calibrado bien la fuerza del enemigo.
Debajo de donde él se encontraba, en la cubierta principal de Jagreen Lern, descansaba una enorme catapulta y unos esclavos habían comenzado a cargarla con una enorme bola de brea encendida. Elric sabía que, normalmente, las catapultas como aquella eran un estorbo, puesto que cuando alcanzaban aquel tamaño resultaban muy difíciles de manejar, evidenciando las ventajas de las máquinas de guerra más ligeras, cuya manipulación era bastante más fácil. Sin embargo, era evidente que los ingenieros de Jagreen Lern no eran tontos. Elric observó que el enorme artefacto contaba con unos mecanismos adicionales que facilitaban su rápido manejo.
El viento había amainado y quinientos pares de brazos se esforzaron por hacer avanzar la galera de Jagreen Lern. En cubierta, ordenados disciplinadamente, los guerreros ocuparon sus puestos junto a las plataformas de abordaje que harían descender sobre los barcos enemigos, a los que se engancharían permitiéndoles formar un puente entre las naves.
Elric se vio obligado a reconocer que Jagreen Lern había sido previsor. No se había fiado por completo de la ayuda sobrenatural. Aquellos eran los barcos mejor equipados que había visto en su vida. La flota del sur estaba condenada. Luchar contra Jagreen Lern era una locura.
Pero el Teócrata había cometido un solo error. En su ardiente deseo de venganza, le había devuelto a Elric por unas horas parte de su vitalidad, y esta vitalidad se había extendido tanto a su mente como a su cuerpo.
Tormentosa había desaparecido. Con la ayuda de su espada era invencible. Sin ella, se sentía impotente. Aquellos eran dos hechos irrefutables. Por lo tanto, debía recuperar su acero a toda costa. ¿Pero cómo? Había regresado al plano del Caos junto con sus hermanos, presumiblemente arrastrada por la fuerza descomunal de las demás espadas.
Debía ponerse en contacto con ella.
No se atrevía a invocar a toda la horda de espadas con su hechizo, pues aquello sería tentar demasiado a la providencia.
Oyó un súbito chasquido y el rugido de la gigantesca catapulta al efectuar su primera descarga. La bola envuelta en llamas describió un arco sobre el océano y cayó al mar haciendo hervir las aguas antes de hundirse. El artefacto fue recogido de inmediato, y Elric se maravilló de la rapidez con que partió otra bola de brea ardiente. Jagreen Lern lo miró y lanzó una carcajada.
—Mi placer será muy fugaz. Son muy pocos y no ofrecerán demasiada resistencia. ¡Obsérvalos morir, Elric!
Elric no dijo palabra y se fingió temeroso y asombrado.
La siguiente bola de fuego fue a caer sobre una de las naves insignia y Elric vio como unas pequeñas siluetas salían corriendo y luchaban desesperadamente por apagar el fuego, pero al cabo de nada, toda la nave se convirtió en una pira inmensa, y las pequeñas siluetas saltaron por la borda, incapaces de salvar su embarcación.
A su alrededor, el aire se llenó con el sonido silbante de las bolas ígneas y la flota del sur, que ya se había puesto a tiro, respondía con máquinas más ligeras hasta que llegó un momento en que el cielo se llenó de miles de cometas y el calor llegó a ser tan insoportable como el que Elric había experimentado en la sala de torturas. Densas columnas de humo negro comenzaron a elevarse cuando las puntas de bronce de los espolones horadaron la madera espetando a los barcos como si fueran pescados. Al producirse los primeros combates cuerpo a cuerpo comenzaron a oírse los roncos gritos de los que luchaban y el entrechocar de las espadas.
Pero a Elric apenas le llegaban los sonidos, porque estaba sumido en una profunda reflexión.
Cuando por fin su mente estuvo dispuesta, con una voz desesperada y agónica que los oídos humanos no alcanzaron a percibir por encima del ruido de la guerra gritó:
— /Tormentosa!
Su mente se esforzó para acompañar aquel grito y fue como si su mirada se perdiera más allá de la turbulenta batalla, más allá del océano, más allá de la tierra misma, para posarse en un lugar de .sombras y terror. Allí había algo que se movía. Allí había muchas cosas que se agitaban.
—/Tormentosa!
Desde abajo le llegó una maldición y vio que Jagreen Lern señalaba en su dirección.
—Amordazad al hechicero albino —ordenó Jagreen Lern. Sus ojos se encontraron con los de Elric, y el Teócrata inspiró y esperó un instante antes de añadir—: ¡Y si a pesar de eso no callara... matadlo!
El lugarteniente comenzó a subir al mástil en dirección a Elric.
— ¿Tormentosa! ¡Tu amo se está muriendo! Luchó por desatarse, pero apenas logró moverse.
—¡Tormentosa!
Durante toda su vida había odiado a la espada de la que tanto dependía, y de la que pudo prescindir cada vez menos a medida que el tiempo iba pasando, pero en aquel momento la llamó como un hombre llama a su amada.
El guerrero lo aferró por el pie y lo sacudió.
— ¡Cállate! ¡Ya has oído a mi amo!
Con una mirada enloquecida, Elric pateó al guerrero, éste se estremeció y desenvainó la espada, sujetándose del mástil con una sola mano, dispuesto a asestarle a Elric un mandoble en sus órganos vitales.
—¡Tormentosa! —sollozó Elric. Debía seguir con vida. Sin él, el Caos acabaría dominando el mundo.
El hombre intentó asestarle un mandoble al cuerpo de Elric pero su espada no alcanzó al albino. Entonces, Elric recordó, súbitamente divertido, que Jagreen Lern le había protegido con un hechizo. ¡La magia del Teócrata había salvado a su enemigo!
—¡Tormentosa!
El guerrero se quedó sin aliento al comprobar que la espada se le caía de la mano. Intentó luchar contra algo invisible que lo tenía sujeto del cuello; Elric vio en ese instante que al hombre le rebanaban los dedos y que la sangre brotaba a chorros de los muñones. Después, lentamente, una forma se materializó y con alivio, el albino comprobó que era una espada... su propia espada rúnica la que atravesaba al guerrero y le bebía el alma.
El guerrero cayó, pero Tormentosa quedó colgada en el aire y volvió a caer para cortar las cuerdas que ataban las manos de Elric; después, se frotó casi con afecto contra la mano de su amo.
De inmediato, la vida que acababa de beber del cuerpo del guerrero comenzó a fluir a través de Elric y el dolor de su cuerpo desapareció. Se aferró con fuerza a uno de los cabos de la vela y cortó el resto de sus ataduras hasta quedar colgado en el aire.
—Y ahora Jagreen Lern verá quién va a ser el que logre vengarse.
Impulsándose con fuerza, se balanceó sobre la cubierta y cayó suavemente sobre ella; la impía vitalidad que le había proporcionado su espada lo llenó de un gozo casi divino. Nunca lo había experimentado con tanta fuerza.
Notó entonces que las plataformas de abordaje estaban en posición y que en la nave insignia sólo quedaba una tripulación mínima. Jagreen Lern debía de haber conducido al grueso de sus fuerzas hacia la embarcación sujeta por los ganchos.
Cerca de él vio un barril de brea de la utilizada para las bolas de fuego. Y a su lado había una antorcha para encenderlas. Elric cogió la antorcha y la lanzó al barril.
—Aunque Jagreen Lern gane esta batalla, su nave insignia acabará en el fondo del océano, junto a la flota del sur —dijo con tono sombrío, y corrió hacia la bodega donde había estado encerrado, para rescatar a Moonglum que continuaba allí, indefenso.
Levantó la escotilla, miró hacia abajo y vio el estado lamentable en que se encontraba su amigo. Evidentemente, lo habían dejado sin comida, para que muriera de hambre. Una rata se escabulló al ver entrar la luz en la bodega.
Elric entró de un salto y comprobó horrorizado que a Moonglum le habían comido parte del brazo derecho. Cargó el cuerpo sobre sus hombros, notó que el corazón aún le latía débilmente y subió a cubierta. Sería un problema poner a salvo a su amigo y al mismo tiempo vengarse de Jagreen Lern. Pero Elric avanzó por la plataforma de abordaje que supuestamente había utilizado el Teócrata. Al hacerlo, tres guerreros le salieron al paso. Uno de ellos gritó:
— ¡El albino! ¡El saqueador escapa!
Con un leve movimiento de la muñeca, Elric lo derribó de un golpe. La espada negra hizo el resto. Los demás retrocedieron al recordar cómo Elric había entrado en Hwamgaarl.
Nuevas energías fluyeron en sus venas. Porque cuantos más hombres mataba, su fuerza iba aumentando; una fuerza robada, pero necesaria si quería sobrevivir y ganar la partida para la Ley.
Corrió como si no llevara carga alguna, recorrió la plataforma de abordaje y saltó a la cubierta de la nave del sur. Mas adelante vio el estandarte de Argimiliar y un pequeño grupo de hombres a su alrededor, capitaneados por el mismo rey Hozel, que lo contemplaba con rostro tenso, porque sabía que su fin estaba próximo. Una muerte merecida, por su orgullosa negativa a aceptar la ayuda de Kargan, pensó Elric sombríamente, pero no obstante, la muerte de Hozel sería otro triunfo para el Caos.
Oyó entonces un grito de una naturaleza distinta y pensó por un momento que lo habían descubierto, pero vio que uno de los hombres de Hozel señalaba hacia el norte e intentaba decir algo.
Elric miró en esa dirección y descubrió las valientes naves cíe las Ciudades Purpúreas. Eran naves de guerra, mejor equipadas para la batalla que las de los Príncipes Mercaderes. Sus brillantes velas atraían la luz. El único ornamento suntuoso que los austeros Señores del Mar se permitían aparecía expuesto en .sus velas. Kargan, viejo amigo de Elric, debía de ir al frente de ellas. Quizá existía aún la posibilidad de que se volvieran las tornas y de que pudieran derrotar a Jagreen Lern, cuya flota comenzaba a actuar de forma desorganizada.
Elric calculó que con él al frente podrían vencer. Con ese pensamiento, lanzó por la borda el cuerpo inconsciente de Moonglum y se zambulló tras él en el mar.
La espada le daba una fuerza sobrehumana; nadó hacia la nave insignia, que era la de Kargan, arrastrando el cuerpo de Moonglum. Confiando en los amplios conocimientos de náutica del señor del mar, nadó directamente hacia el galeón, gritando el nombre de Kargan.
La nave viró ligeramente y vio asomarse por la borda una fila de caras barbudas; cayeron unos cabos en su dirección, aferró uno y dejó que lo subieran a bordo con su carga.
Cuando los marineros los izaron sobre cubierta, Elric vio que Kargan lo observaba con ojos llenos de asombro. El señor del mar vestía la tosca armadura cíe cuero de su pueblo. Llevaba un yelmo de hierro y tenía una encrespada barba negra.
—¡Elric! ¡Creíamos que habías muerto... que te habías perdido en tu viaje hacia el sur! Dyvim Slorm está abajo... fue él quien me convenció para que acudiera en auxilio de los inútiles príncipes del continente, pero me temo que he llegado demasiado tarde.
Elric escupió agua salada y repuso:
—Es posible... pero si no atacamos ahora mismo, Jagreen Lern tendrá tiempo de reorganizarse. Hemos de hacer lo que podamos.
Kargan asintió con aire sombrío e instruyó a sus marineros:
—Llevaos abajo al pequeño, que lo vea el médico, y decidle al señor Dyvim Slorm que hemos pescado a un pariente suyo.
Los hombres obedecieron a Kargan y al mirar atrás, Elric comprobó que casi todos los barcos de la flota del sur habían sido hundidos. A más de un kilómetro a la redonda el mar estaba cubierto de embarcaciones en llamas, y el crepitar del fuego se entremezclaba con los gritos de los heridos.