Portadora de tormentas (16 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: Portadora de tormentas
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A punto estuvieron de ensartar a la nave del Teócrata con el espolón, pero fueron desviados de su curso y tuvieron que volver a maniobrar. De las cubiertas enemigas partieron innumerables flechas que cayeron sobre ellos. Contestaron a la descarga enemiga surcando la cresta de una ola enorme, acabaron al costado de la nave insignia enemiga y lograron lanzarle los ganchos de abordaje. Unos cuantos lograron llegar a destino, acercando hacia la suya la nave del Teócrata, al tiempo que los hombres de Pan Tang intentaban cortar los cabos de los ganchos. Siguieron más cuerdas y luego la plataforma de abordaje cayó de su asidero y fue a parar sobre la cubierta de Jagreen Lern. Otra más la siguió. Elric corrió hasta la plataforma más cercana, seguido de Kargan, y ambos condujeron a un nutrido grupo de guerreros, en busca de Jagreen Lern. Tormentosa se cobró una decena de vidas y sus correspondientes almas antes de que Elric hubiera llegado a la cubierta principal. Allí se encontraron con un comandante resplandeciente, rodeado de un grupo de oficiales. Pero no era Jagreen Lern. Elric avanzó por el pasillo, partiendo a la altura de la cintura a un guerrero que quiso impedirle el paso. Dirigiéndose al grupo gritó:

— ¿Dónde está vuestro condenado jefe? ¿Dónde está Jagreen Lern?

La cara del comandante palideció porque ya había visto lo que Elric y su espada infernal eran capaces de hacer.

— ¡No está aquí, Elric, te lo juro!

— ¿Cómo? ¿He de ver otra vez frustrados mis planes? ¡Sé que mientes! —Elric avanzó hacia el grupo y éste retrocedió, con las espadas dispuestas.

— ¡Nuestro Teócrata no necesita protegerse con mentiras, engendro de la muerte! —respondió con desprecio un joven oficial, más valiente que los otros.

—Tal vez no —repuso Elric con tono amenazante al tiempo que avanzaba hacia el joven y hacía describir un arco en el aire a Tormentosa—, pero te quitaré la vida antes de que logre comprobar si tus palabras son ciertas.

El hombre levantó la espada para frenar a Tormentosa. La espada rúnica cortó el metal con un grito triunfante, volvió hacia atrás para coger impulso y clavarse en el costado del oficial, que quedó boquiabierto, con los puños crispados.

Elric lanzó una carcajada y dijo:

—Mi espada y yo necesitamos revitalizarnos... y tu alma constituye un buen preámbulo para recibir a la de Jagreen Lern.

— ¡No! —exclamó el joven con un hilo de voz—. ¡Mi alma no! Abrió los ojos desmesuradamente, durante un instante se llenaron de lágrimas y asomó a ellos el desvarío antes de que Tormentosa se saciara y Elric la sacara del cuerpo inerme una vez llena. No sentía ninguna compasión por aquel hombre.

—De todos modos, tu alma habría ido a parar a las profundidades del infierno —dijo, a la ligera—. Pero al menos ahora será con una cierta utilidad.

Otros dos oficiales saltaron por encima de la barandilla tratando de evitar el fin de su compañero.

Elric le seccionó la mano a uno. El hombre cayó a cubierta dando alaridos mientras su mano siguió aferrada de la barandilla. Al otro le clavó la espada en el vientre, y mientras Tormentosa le bebía el alma, el hombre se quedó allí suplicando de forma inconexa en un vano intento por impedir lo inevitable.

Fue tal la vitalidad que recorrió a Elric que al abalanzarse sobre el resto del grupo que rodeaba al comandante, parecía volar por la cubierta; al llegar a ellos, la emprendió a mandobles, cortó piernas y brazos como tallos de flores, hasta que se encontró delante del comandante, que le suplicó con voz débil:

—Me rindo. No te lleves mi alma.

— ¿Dónde está Jagreen Lern?

El comandante señaló a lo lejos, donde se podía ver a la flota del Caos sembrando la devastación entre los barcos orientales.

— ¡Allí! Navega con Pyaray del Caos, y ésa es su flota. Ningún hombre que no esté protegido o muerto puede

llegar hasta ellos, porque en cuanto se acercara, su cuerpo se desharía.

—Ese maldito engendro del infierno sigue engañándome —dijo Elric con el rostro crispado—. Aquí tienes la recompensa por tu información...

Sin piedad alguna por uno de los hombres que había desolado y esclavizado a dos continentes, Elric atravesó con su espada la ornamentada armadura y, con delicadeza, y toda la maldad de sus antepasados hechiceros, le hizo cosquillas en el corazón antes de acabar con él.

Miró a su alrededor en busca de Kargan, pero no lo vio. Seguramente habría muerto ya. Después notó que la flota del Caos había regresado. Al principio creyó que era porque por fin Straasha había conseguido ayuda, pero después vio que los restos de su propia flota se batían en retirada. Jagreen Lern había vencido. Ni sus planes, ni sus formaciones, ni su valentía habían bastado para soportar las terribles urdimbres del Caos. La espantosa flota avanzaba hacia las dos naves insignia, unidas por los ganchos de abordaje. No había posibilidades de liberarse antes de que la flota les diera alcance. Elric gritó a Dyvim Slorm cuando lo vio correr hacia él desde el extremo opuesto de la cubierta, mientras cargaba con Moonglum.

— ¡Por la borda! ¡Salta por la borda, y aléjate de aquí a nado a toda prisa, que en ello os va la vida!

Por la borda se estaban lanzando ya otros al mar ensangrentado. Elric envainó la espada y se zambulló. El agua estaba fría a pesar de toda la sangre caliente que había en ella; nadó en dirección de la roja cabellera de Moonglum, que flotaba más adelante, y cerca de ella iba la rubia de Dyvim Slorm. Se volvió y vio que las maderas de los dos barcos comenzaban a derretirse y a enroscarse adoptando extrañas formas a medida que las Naves del Infierno se acercaban. Se sintió aliviado de no haber estado a bordo. Llegó junto a sus compañeros.

Hemos escapado por los pelos —dijo Dyvim Slorm escupiendo agua—. ¿Y ahora qué hacemos, Elric?

Elric se acercó más y ayudó a su primo a aguantar a Moonglum. El hombrecito comenzaba a volver en sí y a mirar a su alrededor con aire perdido.

Por todas partes, los barcos del Caos destrozaban la naturaleza. Su influencia no tardaría en envolverlos a ellos también.

Dyvim Slorm miraba hacia arriba.

El sol se ponía y unos negros nubarrones colgaban en el cielo azul metálico, hasta tocar el horizonte. Pero no era eso lo que había llamado la atención de Dyvim Slorm. Entre las nubes surgió un globo dorado que avanzaba veloz hacia ellos. Flotó sobre sus cabezas y después bajó en picado. Eric lanzó un grito y levantó las manos para escudarse cuando aquel objeto brillante descendió. Sintió un frío intensísimo y después calor.

Acto seguido, tanto él como sus acompañantes se encontraron en una sala circular, y de píe, ante ellos, con expresión grave en el negro rostro aguileño, estaba Sepiriz, el vidente.

—Vuestro destino no es morir aquí ni en la forma que temíais — les dijo tranquilamente.

Notaron entonces que la esfera se movía.

—Dispongo de unos cuantos carruajes de este tipo y sólo puedo usarlos en casos de extrema urgencia —les explicó Sepiriz a los tres hombres asombrados—. Nos dirigimos hacia la Isla de las Ciudades Purpúreas... a la Fortaleza del Atardecer, donde os transmitiré las noticias que traigo.

—Pero la flota ha sido derrotada —dijo Elric, desesperado—. El este no dispone de más fuerzas. Jagreen Lern ha vencido. Hemos perdido.

—Espero que no, Elric —repuso Sepiriz encogiéndose de hombros — . Si bien es cierto que la fuerza de Jagreen Lern ha aumentado más de lo que yo esperaba, también es cierto que los esfuerzos de mis hermanos para ponerse en contacto con los Señores Blancos están dando cierto resultado.

— ¿Acaso los Señores Blancos están dispuestos a ayudarnos?

— Siempre han estado dispuestos a hacerlo... pero todavía no han logrado romper las defensas que el Caos ha colocado alrededor de este planeta. Y aquí disponemos de tan pocas armas contra el Caos que nos resultará difícil debilitar su poder.

—Al menos yo dispongo de un arma contra el Caos... mi espada... o eso me has dicho tú.

—Esa comealmas... no basta. Todavía no tienes protección contra los Señores Oscuros. De eso quería hablarte... de un armamento personal que te ayude en tu lucha, aunque habrás de arrebatárselo a su actual dueño.

— ¿Quién es su dueño?

—Un gigante que medita sumido en una tristeza eterna en un enorme castillo que hay en el confín del mundo, más allá del Desierto de los Suspiros. Se llama Mordaga, era un dios que fue convertido en mortal por los pecados que cometió hace siglos contra los demás dioses.

— ¿Cómo es posible que sea mortal si ha vivido tantos años?

— Pues es mortal... aunque puede vivir considerablemente más que un hombre normal. Le obsesiona la idea de que un día ha de morir. Eso es lo que le entristece.

— ¿Y el arma?

—No es un arma, es un escudo. Un escudo con una finalidad. Lo construyó Mordaga cuando organizó una rebelión en el dominio de los dioses para tratar de convertirse en el más poderoso y arrebatarle el Eterno Equilibrio a quien lo posee. Por esto lo condenaron al destierro aquí en nuestro mundo, y le informaron que un día moriría... que lo mataría la espada de un mortal. El escudo, tal como habrás adivinado ya, es a prueba de las obras del Caos.

—¿Cómo es posible?

— Si las fuerzas caóticas son lo suficientemente poderosas pueden destruir cualquier defensa hecha con materiales legítimos; es bien sabido que nada de lo construido según los principios del orden puede soportar durante mucho tiempo la acción del caos. — Sepiriz se inclinó un poco hacia adelante y añadió —: Tormentosa te ha demostrado que la única arma efectiva contra el Caos es la que ha sido fabricada por el Caos mismo. Lo mismo puede decirse del Escudo del Caos. Su naturaleza es caótica y por lo tanto no hay en él nada organizado sobre lo cual puedan actuar las fuerzas fortuitas para destruirlo. Se enfrenta al Caos con el Caos mismo, de modo cjue las fuerzas hostiles quedan derrocadas.

— Ojalá hubiera tenido este escudo... las cosas habrían sido muy distintas para todos nosotros.

—No podía hablarte de él. No soy más que un siervo del Destino y no puedo actuar a menos que esté autorizado por mi amo. Tal vez, como presiento, está dispuesto a ver como el Caos arrasa con el mundo antes de ser derrotado, si es que llega a ser derrotado, para que pueda cambiar por completo la naturaleza de nuestro planeta antes de que comience un nuevo ciclo. Y cambiará, no cabe duda, pero si en el futuro será dominado por la Ley o el Caos, es algo que está en tus manos, Elric.

—¿Cómo voy a reconocer ese escudo?

—Por el símbolo del Caos, el que lleva ocho flechas que irradian de su centro. Es un escudo redondo y pesado que sirve al gigante de rodela. Pero con la vitalidad que recibes de tu espada rúnica, tendrás fuerza para cargar con él, no temas. Pero antes, deberás tener el valor de quitárselo a su actual dueño. Mordaga conoce la profecía, que le fue referida por los demás dioses antes de enviarlo al exilio.

— ¿Y tú también la conoces?

El globo parecía ir más lento. Le echó una mirada a Dyvim Slorm, que estaba sentado con las rodillas pegadas a la barbilla, con una expresión seria en el rostro. Moonglum se agitó y lanzó un quejido.

— Sí. En nuestra lengua, forma unos sencillos versos:

El orgullo de Mordaga; el fin de Mordaga, Mordaga está predestinado

a morir como los hombres, asesinado por hombres, cuatro hombres del destino.

— ¿Cuatro hombres? ¿Quiénes son los otros tres?

—Dos de ellos te acompañan. Al tercero lo encontrarás en la Fortaleza del Atardecer. Se trata de un antiguo amigo.

Notaron un ligero sacudón y las paredes del globo se esfumaron. Se encontraron tendidos en el patio de un inmenso castillo, rodeados por sus gruesos muros de granito rojo. Sepiriz había desaparecido, pero unos sirvientes se acercaron a ellos a la carrera.

Desde un lugar indefinido, a Elric le llegó la voz del vidente: «Ahora descansa. Volveré a visitarte para referirte el resto de tu destino». 

LIBRO SEGUNDO. El escudo del gigante triste

Sobre el mundo se había cernido la sombra de la anarquía. Ni los dioses, ni los hombres, ni siquiera aquel que gobernaba a ambos lograban ver claramente el futuro y el destino de la Tierra, pues las Fuerzas del Caos iban aumentando su poder tanto por sí mismas como a través de sus esbirros humanos. Sobre la faz de la Tierra todo era destrucción y angustia, a excepción del poco poblado continente Oriental y de la Isla de las Ciudades Purpúreas. La potente marea del Caos no tardaría en bañar el mundo entero a menos que se convocara a una fuerza superior para que le pusiera freno.

Más allá del plano terrestre, en sus reinos fronterizos, los Señores de los Mundos Superiores contemplaban la lucha, y ni siquiera ellos alcanzaban a ver el destino de Elric.

Grandes movimientos en la Tierra y más allá de ella; tomaban forma grandes destinos, se planeaban grandes acontecimientos, y sin embargo, ¿era acaso posible que a pesar de los Señores de los Mundos Superiores, a pesar de la Mano Cósmica, a pesar de la miríada de ciudadanos sobrenaturales que pululaban en el universo, sólo ese Hombre pudiera decidir la cuestión?

¿Un solo hombre?

¿Un solo hombre, una sola espada, un solo destino?

Crónica de la Espada Negra

Trece veces trece, los pasos que conducen

ala morada del gigante;

y allí está el Escudodel Caos.

Siete veces siete son los saúcos,

doce veces doce los guerreros que ve,

peroel Escudo del Caos está allí.

Y el héroeretará al Gigante Triste,

y la Espada Negragolpeará su escudo

el fúnebre día de lavictoria.

1

Dos días más tarde vieron como los maltrechos supervivientes de la flota llegaban a puerto. Moonglum, completamente recuperado gracias a las hierbas curativas de Elric, los contaba, desesperado.

—Demasiado pocos —dijo—. Es éste un día aciago. Tras ellos sonó una trompeta.

—Alguien llega desde el continente —anunció Dyvim Slorm.

A grandes zancadas regresaron al Fuerte del Atardecer y llegaron a tiempo para ver a un arquero vestido de rojo que desmontaba de su caballo. Su rostro casi descarnado parecía esculpido en el hueso. Iba encorvado por el cansancio.

— ¡Rackhir! —exclamó Elric, sorprendido—. Tú dominas la costa ilmiorana. ¿Por qué estás aquí?

—Nos obligaron a retroceder. El Teócrata nos envió dos flotas. La otra venía desde el Mar Pálido y nos cogió de sorpresa. Nuestras defensas fueron aplastadas, el Caos entró a saco y nos vimos obligados a huir. El enemigo se ha establecido a menos de doscientos kilómetros de Bakshaan y desde allí marcha sobre el país... aunque más bien debería decir fluye sobre el país. Probablemente espera encontrarse con el ejército que el Teócrata planea desembarcar allí.

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