Portadora de tormentas (24 page)

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Authors: Michael Moorcock

Tags: #Fantástico

BOOK: Portadora de tormentas
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Se sentó en la alta silla, aferró el pincho que llevaba su estandarte azul, verde y plateado, se colocó el guante y esperó hasta que sus compañeros llegaron con las cuerdas y lo ataron firmemente a la bestia. Lanzó una leve sonrisa y tiró del cabestro del dragón.

—Adelante, Colmillo de Fuego, guía a tus hermanos.

Con las alas plegadas y la cabeza gacha, el dragón comenzó a deslizarse hacia la salida. Tras él, montados en dos dragones casi tan grandes, iban Dyvim Slorm y Moonglum, con expresiones preocupadas y pendientes de la seguridad de Elric. Mientras Colmillo de Fuego avanzaba a paso ondulante por la serie de cuevas, las demás bestias fueron colocándose tras él hasta que todas llegaron a la boca de la última cueva que daba al mar. El sol se encontraba en la misma posición en lo alto del cielo; aparecía rojo e hinchado, como si fuera creciendo al ritmo de la marea. Lanzando un grito que era mitad siseo y mitad chillido, Elric golpeó el cuello de Colmillo de Fuego con su pincho.

—¡Arriba, Colmillo de Fuego! ¡Elévate por la venganza de Melniboné!

Como si presintiera la extrañeza del mundo, Colmillo de Fuego hizo una pausa al borde del saliente, sacudió la cabeza y bufó. Cuando se lanzó al aire, comenzó a batir las alas; su fantástica envergadura ondeó con majestuosa gracia haciendo avanzar a la bestia a increíble velocidad.

Se elevó más y más por debajo del sol hinchado adentrándose en el aire turbulento, con dirección al este donde los esperaban los campamentos del infierno. Detrás de Colmillo de Fuego iban sus dos hermanos dragones, llevando a Moonglum y a Dyvim Slorm, que tenía un cuerno propio, el utilizado para dirigir a los dragones. Noventa y cinco dragones más, hembras y machos, oscurecieron el cielo azul intenso, sus escamas verdes, rojizas y doradas relucían en el aire mientras batían las alas y en conjunto, sonaban como el golpear de un millón de tambores mientras sobrevolaban las aguas impuras con las fauces abiertas y los ojos fríos.

Aunque allá abajo Elric alcanzaba a distinguir muchos colores de inmensa riqueza, éstos eran oscuros y cambiaban constantemente, pasando de un extremo al otro de un espectro oscuro. Allá abajo no había ya agua, sino un fluido compuesto de materiales naturales y sobrenaturales, reales y abstractos. El dolor, el anhelo, la tristeza y la risa se apreciaban como fragmentos tangibles de la marea; en ella bullían también las pasiones y las frustraciones, así como una materia hecha de carne viva que burbujeaba a veces en la superficie.

Elric estaba tan débil que al ver aquel fluido le entraron náuseas y volvió sus ojos carmesíes hacia arriba y hacia el este mientras los dragones continuaban su vuelo.

No tardaron en encontrarse sobre lo que había sido el Continente Oriental, la principal península vilmiriana. Aquella tierra aparecía desprovista de sus anteriores cualidades, de ella se elevaban inmensas columnas de bruma oscura que tuvieron que atravesar con sus reptiles. El suelo aparecía cubierto de lava hirviente y unas formas repulsivas se movían en la tierra y en el aire: bestias monstruosas y grupos ocasionales de extraños jinetes montados en caballos esqueléticos que al oír el batir de las alas de los dragones miraron hacia arriba y salieron a galope tendido en dirección a sus campamentos.

El mundo parecía un cadáver al que los gusanos que se alimentaban de él daban vida.

De la humanidad nada quedaba, salvo los tres hombres montados en los dragones.

Elric sabía que Jagreen Lern y sus aliados humanos habían abandonado tiempo atrás su humanidad y ya no podían hacerse pasar por miembros de la especie que sus hordas habían arrasado de la faz del mundo. Únicamente los jefes conservaban su forma humana, puesto que los Señores Oscuros la utilizaban, pero sus almas eran tan retorcidas como los cuerpos de sus seguidores, deformados hasta adquirir aspectos infernales, debido a la influencia transmutadora del Caos. Las oscuras fuerzas del Caos se habían cernido sobre el mundo, sin embargo, los dragones se fueron adentrando más y más en su centro, mientras Elric se balanceaba en su silla y no caía de ella gracias a las cuerdas que lo sujetaban. Desde las tierras de abajo pareció surgir un grito doloroso cuando la naturaleza torturada fue desafiada y sus componentes obligados a adoptar formas extrañas.

Continuaron avanzando velozmente hacia lo que había sido Karlaak, junto al Erial de los Sollozos, convertido en el Campamento del Caos. Desde lo alto les llegó un graznido y entonces vieron que unas formas negras se abalanzaban sobre ellos. Elric ni siquiera tenía fuerzas para gritar, pero golpeó débilmente el cuello de Colmillo de Fuego y lo hizo esquivar el peligro. Moonglum y Dyvim Slorm siguieron su ejemplo; Dyvim Slorm tocó su cuerno para ordenar a los dragones que no lucharan contra sus atacantes; pero algunos de los dragones de la retaguardia se rezagaron y se vieron obligados a presentar batalla a los fantasmas negros.

Elric se volvió para mirar y durante unos segundos los vio perfilados contra el cielo, enfrentados a unas cosas que tenían fauces de ballena a las que los dragones lanzaban su veneno llameante y atacaban con garras y dientes, mientras agitaban las alas para mantenerse en el aire, pero otra nube de bruma verde se alzó impidiéndole ver qué fin tuvo la docena de dragones.

Elric le indicó a Colmillo de Fuego que volara bajo sobre el pequeño ejército de jinetes que huían por la tierra atormentada, mientras el estandarte del Caos ondeaba en la lanza del jefe. Bajaron, soltaron su veneno y tuvieron la satisfacción de oír gritar a las bestias y a sus jinetes mientras morían abrasados y sus cenizas eran tragadas por el suelo cambiante.

Aquí y allá vieron algún que otro castillo gigantesco, erigidos por la magia, tal vez para recompensar a algún rey traidor que había ayudado a Jagreen Lern, tal vez como morada de los Capitanes del Caos que, bajo el dominio del Caos, se habían establecido en la tierra. Cayeron sobre ellos, soltaron su veneno y los dejaron ardiendo con fuego sobrenatural, mientras el humo se mezclaba con la bruma. Finalmente, Elric divisó el Campamento del Caos, una ciudad de reciente fundación, construida igual que los castillos, en la cual ondeaba la enseña del Caos contra el cielo oscuro. Sin embargo, no sintió alegría alguna, sólo desesperación por estar tan débil y no poder enfrentarse en combate a su enemigo Jagreen Lern. ¿Qué hacer? ¿Cómo encontrar esa fuerza? Porque aunque no participara en la lucha, debía contar con vitalidad suficiente como para soplar el cuerno una segunda vez e invocar a los Señores Blancos para que acudieran a la tierra.

La ciudad parecía extrañamente callada, como si esperase algo o se preparara para algo. Tenía un aspecto ominoso y antes de que Colmillo de Fuego cruzara el perímetro, Elric obligó a su dragón a dar la vuelta y volar en círculos.

Dyvim Slorm, Moonglum y el resto de los dragones lo imitaron y Dyvim Slorm le gritó:

— ¿Qué hacemos ahora, Elric? ¡No esperaba encontrarme tan pronto con una ciudad!

—Yo tampoco. Pero mira —dijo señalando con mano temblorosa—, ahí tienes el estandarte de Jagreen Lern con el Tritón. Y allá —añadió señalando hacia la izquierda y a la derecha—, ¡los estandartes de muchos de los Duques del Infierno! Pero no veo otros estandartes humanos.

—Esos castillos fueron destruidos —gritó Moonglum — . Sospecho que Jagreen Lern dividió estas tierras y las repartió entre sus secuaces. ¿Cómo sabremos cuánto tiempo ha transcurrido en realidad para que todo esto ocurriera?

—Es verdad —asintió Elric mirando hacia el sol, estático en el cielo.

Cayó hacia adelante balanceándose y luego se incorporó otra vez respirando pesadamente. El Escudo del Caos era una tremenda carga, pero con esfuerzo, logró colocarlo delante de él.

Siguiendo un presentimiento, azuzó a Colmillo de Fuego y el dragón se abalanzó a toda velocidad sobre la ciudad lanzándose en picado hacia el castillo de Jagreen Lern.

Nadie le salió al paso y la bestia aterrizó entre los torreones del castillo. Reinaba el silencio. Intrigado, miró a su alrededor; sólo vio las enormes construcciones de piedra negra que parecían heñir bajo los pies de Colmillo de Fuego.

Las cuerdas le impidieron desmontar, pero vio lo suficiente como para comprobar que la ciudad estaba desierta. ¿Dónde estaba la horda del infierno? ¿Dónde estaba Jagreen Lern?

Dyvim Slorm y Moonglum se reunieron con él, mientras el resto de los dragones sobrevolaban en círculos. Arañando la roca con las garras, agitando el aire con sus alas, se posaron en el suelo y volvieron sus poderosas cabezas hacia un lado y hacia otro, sacudiendo las escamas, inquietos, porque una vez despiertos, los dragones preferían el aire a la tierra. Dyvim Slorm se quedó lo suficiente como para mascullar:

— Iré a explorar la ciudad.

Volvió a elevarse en vuelo rasante sobre los castillos hasta que lo oyeron gritar y lo vieron perderse de vista. Oyeron un grito pero no lograron ver qué lo había causado; siguió una pausa y luego el dragón de Dyvim Slorm volvió a elevarse y comprobaron que llevaba un prisionero cruzado sobre la silla. Aterrizó. La cosa que había capturado conservaba cierta apariencia humana, pero estaba deformada y tenía el labio inferior muy prominente, la frente baja y carecía de mentón; unos dientes cuadrados y desparejos le brillaban en la boca y tenía los brazos desnudos cubiertos de pelos ondeantes.

—¿Dónde están tus amos? —inquirió Dyvim Slorm. La cosa no parecía temer a nada y con una risita ahogada contestó:

—Predijeron que vendríais y como en la ciudad la capacidad de maniobra se ve limitada, reunieron sus ejércitos en una meseta que han formado a cinco leguas hacia el noreste. —Volvió sus ojos desorbitados hacia Elric y añadió—: Jagreen Lern te manda saludos y me dijo que no veía la hora de presenciar tu caída.

Elric se encogió de hombros.

Dyvim Slorm desenvainó su espada rúnica y derribó a la criatura. Ésta murió lanzando un graznido, pues había perdido la cordura, además del temor. Dyvim Slorm se estremeció cuando el alma de aquella cosa se fundió con la suya dándole más energía. Lanzó una maldición y miró a Elric con ojos llenos de dolor.

—Me he precipitado... debí dejar que lo mataras tú. Elric no replicó a este comentario, y con voz débil se limitó a susurrar:

—Vayamos a su campo de batalla. ¡Deprisa!

Volvieron a elevarse y emprendieron vuelo hacia el noreste en medio del aire poblado.

Asombrados, divisaron la horda de Jagreen Lern, sin comprender cómo había logrado reagruparse con tanta rapidez. Todos los guerreros y desalmados del mundo parecían haber acudido a ese campo para pelear bajo el estandarte del Teócrata, que surgía como una vil peste en la meseta ondulante. A su alrededor, las nubes se hacían más negras, y los relámpagos de origen sobrenatural surcaban la meseta.

Los dragones se abalanzaron sobre aquella ruidosa agitación y reconocieron las fuerzas comandadas por Jagreen Lern, porque su estandarte ondeaba en lo alto. Al frente de las demás divisiones iban los Duques del Infierno, Malohin, Zhortra, Xiombarg y otros. Elric descubrió la presencia de los tres Señores del Caos más poderosos, puesto que empequeñecían a los demás. Chardros, el Segador, con su enorme cabeza y su guadaña curvada; Mabelode, el Sin Rostro, el cual, miraras por donde miraras, tenía siempre la cara sumida en sombras; y Slortar, el Viejo, delgado y hermoso, considerado como el más viejo de los dioses. Aquélla era una fuerza a la que hasta a mil hechiceros poderosos les resultaría difícil vencer, y la idea de atacarlos parecía una locura.

Elric no se molestó en reflexionar al respecto porque ya se había embarcado en aquel plan y se había obligado a llevarlo a cabo aunque, en su condición, acabaría destruyéndose si seguía adelante.

Tenían la ventaja de atacar por el aire, pero sólo les sería útil mientras durara el veneno de los dragones. Cuando éste se acabara, deberían acercarse más. En ese momento, Elric necesitaría muchísima energía... y no tenía ninguna.

Los dragones bajaron en picado soltando su veneno incendiario sobre las filas del Caos.

Normalmente, no existía ejército capaz de soportar semejante ataque, pero gracias a la protección de la brujería, el Caos logró contrarrestar gran parte del ígneo veneno. Éste pareció extenderse sobre un escudo invisible y disiparse. No obstante, una parte alcanzó su blanco y cientos de guerreros se vieron envueltos en llamas y murieron abrasados.

Los dragones se elevaron una y otra vez para volver a lanzarse en picado sobre sus enemigos; medio inconsciente, Elric se balanceaba sobre la silla y su percepción de la realidad fue disminuyendo a medida que continuaban los ataques.

La escasa visión que poseía se veía dificultada por el humo apestoso que había comenzado a elevarse del campo de batalla. Desde la horda se elevaron con aparente lentitud las largas lanzas del Caos que, cual relámpagos ambarinos, se abatieron sobre los dragones para golpearlos con fuerza y derribarlos. El dragón de Elric lo fue acercando más y más hasta sobrevolar la división comandada por Jagreen Lern. Vio borrosamente al Teócrata a lomos de un repulsivo caballo sin pelos, mientras revoleaba su espada, presa de una alegría burlona. Oyó apenas la voz de su enemigo elevarse hacia él:

— ¡Adiós, Elric! ¡Éste es nuestro último encuentro, porque hoy irás a parar al limbo!

Elric hizo girar a Colmillo de Fuego y le susurró en la oreja:

—¡A ése, hermano... a ése!

Lanzando un rugido, Colmillo de Fuego soltó su veneno sobre el carcajeante Teócrata. Elric creyó que Jagreen Lern ardería hasta quedarse convertido en cenizas, pero cuando el veneno parecía haberlo alcanzado, salió rebotado y unas cuantas gotas fueron a tocar a algunos de los seguidores del Teócrata e hicieron arder sus ropas y sus carnes.

Jagreen Lern siguió riendo y soltó una lanza ambarina que había surgido de su mano. La lanza partió hacia Elric y el albino levantó su Escudo del Caos con dificultad para desviarla.

La fuerza de la descarga fue tan grande que cayó hacia atrás y una de las cuerdas que lo sujetaban se rompió, con lo cual quedó colgando de lado y se salvó gracias a que la otra cuerda había aguantado. Se acurrucó tras la protección del escudo cuando una andanada de armas sobrenaturales se abatieron sobre él. Colmillo de Fuego también quedaba bajo la esfera de protección del escudo, pero ¿cuánto tiempo resistiría semejante ataque?

Tuvo la impresión de que había transcurrido una eternidad tras la protección del escudo cuando por fin Colmillo de Fuego agitó las alas y se elevó por encima de la horda.

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