Se estaba muriendo.
La vitalidad lo abandonaba rápidamente como si fuera un anciano preparado para morir.
—No puedo morirme —masculló—. No debo morirme. ¿Acaso no existe solución a este dilema?
Colmillo de Fuego pareció oírlo. El dragón volvió a bajar al suelo hasta casi rozar con su vientre escamoso las lanzas de la horda. Luego aterrizó sobre el suelo inestable y esperó con las alas plegadas a que un grupo de guerreros azuzaran a sus bestias en dirección a él.
—¿Qué has hecho, Colmillo de Fuego? —inquirió Elric, estupefacto—. ¿Acaso no puedo fiarme ni de ti? Acabas de ponerme en manos de mi enemigo.
Con gran esfuerzo desenvainó la espada cuando la primera lanza golpeó su escudo y el jinete avanzó sonriente al notar la debilidad de Elric. Otros se le acercaron por ambos flancos. Débilmente, asestó un mandoble a uno de ellos y Tormentosa tomó de pronto el control para asegurar su puntería. La espada partió el brazo del jinete y se quedó pegada a él mientras se alimentaba vorazmente con su vida. De inmediato, Elric notó que recobraba parte de sus fuerzas y entonces comprendió que el dragón y la espada se habían aliado para ayudarle a recobrar la energía que necesitaba. Pero el acero infernal se quedaba con gran parte de esta energía. Había un motivo que Elric no tardó en descubrir, porque la espada continuaba dirigiendo su brazo. Varios jinetes más fueron despachados de este modo y Elric sonrió al notar que la vitalidad le volvía a fluir por el cuerpo. Se le aclaró la vista, sus reacciones se volvieron normales y recobró los ánimos. Siguió atacando al resto de la división, mientras Colmillo de Fuego se movía por el suelo con una velocidad que parecía imposible en una bestia de su volumen. Los guerreros se desperdigaron y huyeron para reunirse con el grueso de la fuerza, pero a Elric ya no le importaba,- se había cobrado ya una decena de almas y le bastaba.
— ¡Arriba, Colmillo de Fuego! ¡Elévate y busquemos a enemigos más poderosos!
Obediente, el dragón desplegó las alas. De inmediato comenzó a agitarlas y a elevarse del suelo hasta sobrevolar sobre la horda.
Elric volvió a descender en medio de la división de lord Xiombarg; desmontó de Colmillo de Fuego y, poseído de una energía sobrenatural, se abalanzó sobre las filas de endemoniados guerreros, repartiendo mandobles a diestro y siniestro, invulnerable a todo, menos al ataque del Caos. Su vitalidad fue en aumento y una especie de locura guerrera se apoderó de él. Se abrió paso entre las filas matando a cuanta cosa se le ponía por delante, hasta que se encontró ante el mismísimo lord Xiombarg ' con su apariencia terrenal de mujer morena. Elric sabía que el hecho de encontrarse ante una mujer no le ciaba ninguna indicación de la fuerza de Xiombarg pero, sin miedo, saltó hacia el Duque del Infierno y se plantó ante él, mirando hacia arriba, pues iba montado en una bestia con cabeza de león y cuerpo de toro.
La dulce voz femenina de Xiombarg llegó hasta los oídos de Elric.
—Mortal, has desafiado a muchos Duques del Infierno y desterrado a otros para siempre a los Mundos Superiores. Ahora te llaman asesino de dioses. ¿Podrás matarme a mí?
— Sabes que ningún mortal puede matar a uno de los Señores de los Mundos Superiores, ya sea de la Ley o del Caos, Xiombarg... pero si está dotado de suficiente poder, puede destruir su aspecto terrenal y enviarlo de vuelta a su propio plano para que no vuelva jamás.
— ¿Podrás hacerme eso a mí?
— ¡Comprobémoslo! —gritó Elric abalanzándose hacia el Señor Oscuro.
Xiombarg iba armado con un hacha de batalla de largo mango que despedía una luz azulada. Cuando su caballo retrocedió, lanzó el hacha hacia la cabeza desprotegida cíe Elric. El albino levantó el escudo y el hacha lo golpeó. De las armas brotó una especie de grito metálico y se alzó una nube de chispas. Elric se acercó más y asestó un estoque a una de las piernas femeninas de Xiombarg. De las caderas partió una luz que protegió su pierna de modo que Tormentosa se paró en seco sacudiendo el brazo de Elric. El hacha volvió a golpear el escudo con el mismo efecto que antes. Elric volvió a tratar de derribar la impía defensa de Xiombarg. Y mientras todo esto duraba, oía la risa del Señor Oscuro, dulcemente modulada y sin embargo tan horrenda como la de una bruja.
— ¡Vuestra imitación de la forma y la belleza humanas comienza a fallar, mi señor! —gritó Elric retrocediendo para coger impulso.
El rostro de la muchacha comenzaba a crisparse y a cambiar; desconcertado por la fuerza de Elric, el Duque del Infierno espoleó a su bestia para lanzarse sobre el albino.
Elric se hizo a un lado y volvió a atacar. Esta vez, Tormentosa latió en su mano al romper la defensa de Xiombarg; el Señor Oscuro gimió, y respondió con otro golpe de hacha que Elric apenas logró bloquear. Hizo girar a su bestia revoleando el hacha por el aire para lanzársela a Elric con la intención de darle en la cabeza.
Elric se agachó y levantó el escudo; el hacha golpeó contra él y cayó al suelo cambiante. Corrió tras Xiombarg que volvía a hacer girar a su bestia. Había sacado otra arma de la nada; se trataba de un enorme sable de doble empuñadura, cuyo ancho triplicaba el de Tormentosa. Resultaba incongruente que unas manos delicadas y pequeñas como las de aquella muchacha pudieran empuñar un arma de esas características. Elric supuso que su tamaño correría parejo con su fuerza. Retrocedió como pudo, y notó que al Señor Oscuro le faltaba una pierna y ésta había sido reemplazada por una mandíbula de insecto. Si lograba destruir el resto del disfraz de Xiombarg podría enviarlo al otro plano.
La risa de Xiombarg ya no era dulce sino que sonaba desafinada y discordante. La cabeza de león rugió al unísono con la voz de su amo cuando ambos se abalanzaron sobre Elric. La monstruosa espada se elevó en el aire y cayó sobre el Escudo del Caos. Elric cayó de espaldas y notó que el suelo se movía y le provocaba picores, pero el escudo seguía entero. Vio que los cascos del toro iban a caer sobre él, se metió debajo del escudo y dejó fuera sólo el brazo con que empuñaba su acero. Mientras la bestia rugía tratando de aplastarlo bajo sus cascos, él le asestó una estocada en el vientre. La espada se detuvo y después pareció perforar lo que le impedía avanzar y se bebió la energía del animal. La vitalidad de la impía bestia pasó de la espada al hombre y Elric se sorprendió ante su extraña e insensata calidad, porque el alma de un animal era distinta de la de un ser inteligente. Salió rodando de debajo de la bestia y se incorporó de un salto justo en el momento en que el león-toro caía lanzando al suelo la forma todavía terrenal de Xiombarg.
El Señor Oscuro se incorporó de inmediato, aunque su equilibrio resultaba un tanto peculiar debido a que se sostenía sobre una pierna humana y una pata de insecto. Cojeó velozmente hacia Elric, y con un movimiento lateral de su sable descargó sobre éste un mandoble que lo habría partido en dos. Pero Elric, renovado por las energías cobradas a la cabalgadura de Xiombarg, retrocedió de un salto y esquivó el golpe con otro de Tormentosa. Los dos aceros se encontraron pero ninguno de los dos cedió. Tormentosa lanzó un grito iracundo porque no estaba acostumbrada a encontrar resistencia. Elric colocó el borde de su escudo debajo de la espada y empujó hacia arriba. Durante un instante, Xiombarg bajó la guardia, y Elric lo aprovechó para hundir con todas sus fuerzas a Tormentosa en el pecho del Señor Oscuro.
Xiombarg gimió y su forma terrenal comenzó a disolverse cuando la espada de Elric le fue chupando la energía. Elric sabía que esa energía no era más que un atisbo de la que Xiombarg poseía en el plano terrenal, y que gran parte del alma del Señor Oscuro seguía en los Mundos Superiores, porque ni siquiera la más poderosa de esas deidades era capaz de reunir la fuerza suficiente como para transportarse entera a la tierra. Si Elric hubiera bebido hasta la última gota del alma de Xiombarg, su cuerpo no habría sido capaz de contenerla y habría estallado. Sin embargo, la energía que entró en su cuerpo fue mayor que la que habría logrado de cualquier alma humana y una vez más, volvió a sentirse invadido de un poder sin límites.
Xiombarg cambió. Se convirtió en una luz fluctuante de colores que comenzó a alejarse hasta desaparecer cuando el iracundo Xiombarg fue devuelto a su propio plano.
Elric miró al cielo. Le horrorizó comprobar que sólo unos cuantos dragones habían logrado sobrevivir. Uno de ellos se precipitó entonces hacia el suelo con su jinete. Desde donde se hallaba no logró saber cuál de sus amigos era.
Echó a correr hacia el lugar donde había caído.
Oyó el estrépito que hizo al tocar el suelo y le llegó un extraño lamento, un grito gorgoteante y después nada más. Se abrió paso entre los guerreros del Caos que fueron cayendo como moscas hasta que por fin se acercó al dragón abatido. Junto a la bestia yacía un cuerpo roto, pero de la espada rúnica no había señales. Había desaparecido.
Era el cuerpo de Dyvim Slorm, el último de sus parientes.
No había tiempo para duelos. Elric, Moonglum y los pocos dragones que quedaban no lograrían vencer a las fuerzas de Jagreen Lern, que apenas se habían visto afectadas por el ataque. De pie ante el cadáver de su primo, se llevó el Cuerno del Destino a los labios, inspiró profundamente y sopló. La nota clara y melancólica del cuerno resonó sobre el campo de batalla y pareció volar en todas las direcciones para recorrer las dimensiones del cosmos, traspasar miríadas de planos y existencias, por toda la eternidad hasta los confines del universo y los extremos del Tiempo mismo.
La nota tardó largos instantes en apagarse y cuando por fin dejó de oírse, sobre el mundo cayó el silencio más absoluto, todos los seres que pululaban en él se detuvieron y hubo en todo un aire de expectación.
Entonces llegaron los Señores Blancos.
Fue como si un sol enorme, miles de veces más grande que el de la tierra, hubiera enviado sus rayos luminosos a través del cosmos, desafiando las débiles barreras del Tiempo y el Espacio, para caer sobre aquel inmenso y negro campo de batalla. Y sobre él, apareciendo en el sendero que el extraño poder del cuerno había creado para ellos, avanzaron los majestuosos Señores de la Ley.
Su aspecto terrenal era tan hermoso que puso en peligro la cordura de Elric, porque su mente apenas lograba asimilar aquella visión. Al igual que los Señores del Caos, desdeñaban cabalgar en bestias raras, y preferían desplazarse sin corceles, con sus armaduras limpias como un cristal y sus sobrevestes relucientes en las que lucía la Flecha de la Ley.
Al frente iba Donblas, el Justiciero, con una sonrisa en sus labios perfectos. Llevaba una espada delgada en la diestra, una espada que era recta, afilada y como un haz luminoso.
Elric corrió hacia donde lo esperaba Colmillo de Fuego y azuzó al enorme reptil para que alzara el vuelo.
Colmillo de Fuego se movió con menos agilidad que antes, pero Elric ignoraba si era porque la bestia estaba cansada o porque la influencia de la Ley ejercía sus efectos en el dragón que, al fin y al cabo, era una creación del Caos.
Pero finalmente logró volar junto a Moonglum y mirando a su alrededor, vio que los demás dragones habían dado la vuelta y volaban de regreso al Oeste. Sólo quedaban los que ellos dos montaban. Quizá los últimos dragones al presentir que ya habían cumplido con su papel regresaban a las Cuevas de los Dragones para dormir otra vez.
Elric y Moonglum intercambiaron una mirada pero nada dijeron, porque lo que veían allá abajo era demasiado aterrador como para hablar de ello.
Una luz blanca y cegadora partió del centro de los Señores de la Ley, el haz luminoso sobre el que habían llegado desapareció y comenzaron a avanzar hacia donde se encontraban reunidos Chardros, el Segador, Mabelode, el Sin Rostro, Slortar, el Viejo, y los otros Señores del Caos, dispuestos para la gran lucha.
Cuando los Señores Blancos pasaron a través de los demás ciudadanos del infierno, y de los hombres corrompidos que eran sus camaradas, estas criaturas retrocedían gritando, y caían fulminadas cuando la luminosidad las tocaba. La escoria era eliminada sin esfuerzo, pero la verdadera fuerza, representada por los Duques del Infierno y Jagreen Lern, todavía no les había hecho frente.
A pesar de que los Señores de la Ley eran apenas más altos que los seres humanos, a su lado, éstos empequeñecían, e incluso Elric, desde el cielo, se sentía diminuto, apenas mayor que una mosca. No era tanto su tamaño como la idea de vastedad que parecía surgir de ellos.
Las alas de Colmillo de Fuego se agitaron débilmente mientras volaba en círculos sobre la escena. A su alrededor, los colores oscuros se fueron llenando de nubes de tonos más claros.
Los Señores de la Ley llegaron al lugar donde sus antiguos enemigos se habían reunido y a Elric le llegó la voz de lord Donblas.
—Vosotros, los del Caos, habéis desafiado el edicto del Equilibrio Cósmico y habéis intentado dominar por completo este planeta. El destino os niega semejante pretensión, porque la vida de la tierra ha tocado a su fin y debe resucitar en una forma nueva en la que vuestra influencia será débil.
Una voz dulce y burlona surgió de entre las filas del Caos. Era la voz de Slortar, el Viejo.
— Presumes demasiado, hermano. El destino de la tierra no ha sido decidido aún. Esa decisión surgirá de nuestro encuentro. Si ganamos nosotros, dominará el Caos. Si lográis desterrarnos de aquí, entonces la Ley mezquina, desprovista de toda posibilidad, adquirirá mayor fuerza. ¡Pero ganaremos nosotros, mal que le pese al Destino!
—Decidamos de una vez, pues —repuso lord Donblas, y Elric vio a los brillantes Señores de la Ley avanzar hacia sus oscuros contrincantes.
El cielo se estremeció cuando se encontraron. El aire gimió y la tierra misma pareció ladearse. Los seres inferiores que aún conservaban la vida se desperdigaron alejándose del conflicto, y un sonido de riquísimos tonos, equivalente a un millón de cuerdas de arpa, comenzó a surgir de los dioses en guerra.
Elric vio que Jagreen Lern, ataviado con su armadura escarlata, abandonaba las filas de los Duques del Infierno para alejarse del fragor de la batalla. Tal vez ya se había dado cuenta de que su impertinencia sería velozmente recompensada con la muerte.
Elric hizo bajar a Colmillo de Fuego y desenvainó a Tormentosa, al tiempo que profería el nombre del Teócrata
e incontables amenazas.
Jagreen Lern miró hacia arriba, pero esta vez no rió. Aumentó la velocidad hasta que, tal como notó Elric, se dio cuenta de hacia dónde cabalgaba. A lo lejos, la tierra se había transformado en un gas negro y purpúreo que bailaba frenéticamente como tratando de desprenderse del resto de la atmósfera. Jagreen Lern sofrenó a su caballo sin pelo y sacó su hacha de guerra del cinturón. Levantó su rodela rojo fuego que, como la de Elric, le servía para defenderse de las armas mágicas.