Pórtico (7 page)

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Authors: Frederik Pohl

BOOK: Pórtico
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El instructor se levantó y nos estudió un rato con atención.

—Veamos —dijo, y miró de nuevo sus papeles. Meneó la cabeza—. No pasaré lista. Yo enseño el manejo de las naves Heechee. —Advertí que llevaba un montón de brazaletes; no podía contarlos, pero al menos había media docena. Me pregunté por qué estas personas que habían salido afuera tantas veces aún no eran ricas—. Es sólo una de las tres asignaturas que se les enseñarán. Después de esto les entrenarán para sobrevivir en ambientes extraños y para reconocer lo que tiene algún valor. Pero ahora se trata del manejo de las naves, y el modo de aprenderlo es hacer Prácticas. Vengan todos conmigo.

FUNCIONAMIENTO DE LA DUCHA

Esta ducha emitirá automáticamente dos chorros de 45 segundos. Enjabónese entre los chorros.

Tiene usted derecho a usar la ducha 1 vez cada 3 días.

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45 segundos = $5

Nos levantamos y salimos de la habitación tras él; bajamos por un túnel, descendimos por el cable de bajada de un pozo y pasamos por delante de los guardas, quizá los mismos que me habían echado la noche anterior. Esta vez se limitaron a saludar al instructor y mirarnos pasar. Llegamos a un pasaje largo, ancho y de techo bajo de cuyo pavimento sobresalían unos cilindros de metal. Parecían árboles cortados, pero enseguida comprendí qué eran.

Tragué saliva.

—Son naves —susurré a Sheri en voz más alta de lo que me proponía.

Dos personas me miraron con curiosidad. Advertí que una de ellas era la chica con quien había bailado la víspera, la de las cejas negras y pobladas. Me hizo una seña y me sonrió; vi los brazaletes que llevaba en el brazo y me pregunté qué estaría haciendo aquí... y cómo le habría ido en las mesas de juego.

El instructor nos congregó y explicó:

—Como alguien acaba de decir, esto son naves Heechee. El módulo. Con estos módulos se aterriza en los planetas, si es que se tiene la suerte de encontrar un planeta. No parecen muy grandes, pero pueden alojar hasta cinco personas. No con comodidad, claro, pero caben. En general, como siempre se deja a una persona en la nave principal, en el módulo suelen viajar cuatro.

Nos guió hasta el más próximo y todos obedecimos el impulso de tocar, rascar o acariciar. Entonces empezó a instruirnos:

—Había novecientas veinticuatro de estas naves cuando Pórtico fue explorado por primera vez. Hasta ahora se ha comprobado que doscientas no funcionan. Ignoramos la razón; simplemente, no se ponen en marcha. Trescientas cuatro ya han salido fuera, al menos una vez, y de ellas se encuentran aquí treinta y tres, disponibles para viajes de prospección. Las restantes aún no se han probado. —Se encaramó al romo cilindro y continuó—: Una de las cosas que han de decidir ustedes es si toman una de las treinta y tres naves ya probadas o una de las que no han volado nunca. Con seres humanos, quiero decir. Se trata de un juego de azar en ambos casos. Una elevada proporción de las que no han regresado eran primeros vuelos, por lo que es evidente que entrañan algún riesgo. Resulta bastante obvio, ¿no creen? Después de todo, sólo Dios sabe cuánto tiempo hace que los Heechee las pusieron aquí, y desde entonces nadie se ha ocupado de su mantenimiento.

»Por otro lado, también hay riesgo en las que han salido y regresado sanas y salvas. El movimiento perpetuo no existe. Creemos que algunos no pudieron volver por falta de combustible, y lo malo es que no sabemos de qué combustible se trata, ni cuánto hay, ni cuándo una nave está a punto de quedarse sin él. —Dio unos golpecitos al tronco—. Ésta y las otras que ven aquí fueron diseñadas para llevar una tripulación de cinco Heechees. Que nosotros sepamos. Pero nunca las enviamos con más de tres personas. Al parecer los Heechees toleraban mejor que nosotros la compañía de sus congéneres en un espacio reducido. Hay naves de mayor y menor tamaño, pero la proporción de las que no vuelven ha sido muy mala en el último par de órbitas. Probablemente no es más que una racha de mala suerte, pero... De todos modos, yo personalmente eligiría una Tres. Ustedes pueden hacer lo que quieran.

»Así es como llegan a su segunda elección, que es la compañía. Mantengan los ojos bien abiertos. Busquen a sus camaradas... ¿Diga?

Sheri había agitado la mano hasta que logró atraer su atención.

—Ha dicho «muy mala» —observó—. ¿Qué significa esto, concretamente?

El instructor repuso con paciencia:

—Durante la última órbita fiscal regresaron tres Cincos de las diez que salieron. Estas naves son las de mayor tamaño. Y las tripulaciones de las tres habían muerto cuando logramos entrar.

—Es cierto —dijo Sheri—, la proporción es muy mala.

—No, no es nada mala si la comparamos con la de las naves de una plaza. Hace dos órbitas que durante toda una órbita sólo volvieron dos. Esta sí que es mala proporción.

—¿Cuál es la razón? —inquirió el padre de la familia de ratas de túnel.

Su nombre era Forehand. El instructor le miró unos momentos.

—Si alguna vez lo averigua —dijo—, no olvide decírselo a alguien. Continuemos. Cuando se trate de elegir a la tripulación, lo mejor es conseguir a alguien que ya haya estado fuera. Quizá lo consigan, quizá no. Los prospectores que logran enriquecerse se marchan casi siempre; los que aún pasan hambre suelen preferir a su propio equipo. Por lo tanto, muchos de vosotros, novatos, tendréis que salir con otros bisoños. Hum. —Miró a su alrededor, pensativo—. Bueno, pongamos manos a la obra. Formen grupos de tres... no se preocupen por los que están en su grupo; ahora no se trata de elegir compañeros... y entren en uno de esos módulos abiertos. No toquen nada. Se supone que están desactivados, pero he de decirles que no siempre lo están. Limítense a entrar, bajar a la cabina de control y esperar a que llegue el instructor.

Yo no sabía que había otros instructores. Miré a mi alrededor, tratando de adivinar quiénes eran instructores y quiénes novatos, mientras él añadía:

—¿Alguna pregunta?

Otra vez Sheri.

—Sí. ¿Cómo se llama usted?

—¿He vuelto a olvidarlo? Soy Jimmy Chou. Encantado de conoceros a todos. Ya podemos empezar.

Ahora sé mucho más que aquel instructor, incluido lo que le ocurrió media órbita después; pobre Jimmy Chou, salió antes que yo y volvió, bien muerto, cuando yo me encontraba en mi segundo viaje. Dicen que las quemaduras de las bengalas le reventaron los ojos. Pero en aquella época era él quien lo sabía todo, y todo era extraño y maravilloso para mí.

De modo que nos arrastramos por la graciosa escotilla elíptica que te conducía hasta el espacio entre los cohetes y al interior del módulo, y de allí al vehículo principal por una escalerilla perforada.

Miramos a nuestro alrededor, tres Alí Babás contemplando la cueva del tesoro. Oímos un ruido y se asomó una cabeza. Tenía cejas hirsutas y bonitos ojos y pertenecía a la chica con quien yo bailara la noche anterior.

—¿Os divertís? —preguntó. Nosotros estábamos muy juntos, lo más lejos posible de todo cuanto pareciera movible, y dudo de que diésemos la impresión de divertirnos—. Bueno, limitaos a mirarlo todo. Familiarizaos con las cosas. Las veréis a menudo. Esa línea vertical de ruedas provista de pequeños radios sobresalientes en el selector de objetivos, es lo primero que no debéis tocar de momento... o nunca, tal vez. ¿Qué es esa espiral dorada que está cerca de la chica rubia? ¿Alguien quiere adivinar para qué sirve?

La chica rubia, que era una de las hijas Forehand, se apartó de la espiral y meneó la cabeza. Yo meneé la mía, pero Sheri aventuró:

—¿Podría ser una percha de sombreros?

La profesora miró la espiral de reojo, pensativamente.

—No lo creo, pero no pierdo la esperanza de que un día alguno de vosotros conozca la respuesta. Nadie de los que estamos aquí la conoce. Durante el vuelo su temperatura aumenta; nadie sabe por qué. El lavabo está allí. Os divertiréis mucho en él. Pero lo cierto es que funciona, una vez se ha aprendido a usarlo. Se puede colgar la hamaca y dormir ahí, o en cualquier parte, en realidad. Ese rincón y ese nicho son más o menos espacio muerto. Si los tripulantes necesitan soledad, pueden esconderse, al menos un poco.

—¿Es que a ninguno de vosotros le gusta mencionar su nombre? —inquirió Sheri.

La profesora sonrió.

—Soy Gelle-Klara Moynlin. ¿Queréis saber el resto acerca de mí? He estado fuera dos veces sin encontrar nada y ahora mato el tiempo hasta que se presente un buen viaje. Por eso trabajo como instructora adjunta.

—¿Cómo sabes cuándo es un buen viaje? —preguntó la chica Forehand.

—Eres lista, ¿sabes? Es una buena pregunta, una de las que me gusta oíros hacer, porque demuestra que pensáis. Pero si existe la respuesta, yo no la sé. Veamos, ya sabéis que esta nave es una Tres. Ha hecho tres viajes de ida y vuelta, pero es razonable pensar que aún tiene combustible para dos más. Yo la preferiría a una de una sola plaza, que es para jugadores temerarios.

—El señor Chou hoy también ha dicho esto —intervino la chica Forehand—, pero mi padre, que ha examinado todos los archivos desde la primera órbita, opina que las de una plaza no son tan malas.

¿QUÉ HACE LA CORPORACIÓN?

El propósito de la Corporación es explotar las naves espaciales abandonadas por los Heechees, y comerciar, desarrollar o utilizar como convenga los artefactos, mercancías, materias primas u otras cosas de valor descubiertas por medio de estas naves.

La Corporación favorece el desarrollo comercial de la tecnología Heechee, y para este fin concede arriendos sobre una base de royalties.

Los beneficios se emplean para pagar las acciones correspondientes a socios limitados, como usted mismo, que hayan contribuido a descubrir nuevas cosas de valor; para pagar los gastos del mantenimiento de Pórtico, no cubiertos por el impuesto per cápita; para pagar a cada uno de los socios generales una suma anual suficiente para cubrir el coste de mantener la vigilancia por medio de los cruceros espaciales que usted habrá observado en órbita a nuestro alrededor; para crear y mantener una adecuada reserva para contingencias; y para emplear el resto de los ingresos en la investigación y el desarrollo de los propios objetos de valor.

En el año fiscal que terminó el 30 de febrero pasado, los beneficios totales de la Corporación excedieron los 3,7 x 10
12
dólares americanos.

—Tu padre puede quedarse con ellas —replicó Gelle-Klara Moynlin—. No se trata sólo de estadísticas. Las de una plaza son solitarias. Y en cualquier caso, una sola persona no puede ocuparse de todo cuando se tiene suerte; necesita tripulantes, uno de ellos en órbita; la mayoría de nosotros dejamos a un hombre en la nave, parece que uno se siente más seguro así; por lo menos alguien podría ayudar si las cosas fueran mal. Los otros dos aterrizan en el módulo para echar una ojeada. Claro que, si hay suerte, hay que repartirlo entre tres. Pero si el hallazgo es importante, hay mucho para repartir. Y si no se encuentra nada, la tercera parte es igual que todo.

—Entonces, ¿no sería aún mejor una Cinco? —pregunté yo.

Klara me miró y casi guiñó un ojo; me sorprendió que recordase que habíamos bailado juntos la noche anterior.

—Tal vez sí, tal vez no. Lo que pasa con las Cinco es que tienen una aceptación de destino casi ilimitada.

—Habla claro, por favor —rogó Sheri.

—Las Cinco aceptan muchos más destinos que las de una y tres plazas. Yo creo que es porque algunos de esos destinos son peligrosos. La peor nave que he visto volver fue una Cinco; agrietada, calcinada, retorcida; nadie sabe cómo pudo regresar. Tampoco se sabe dónde estuvo, pero he oído decir a alguien que pudo llegar hasta la fotosfera de una estrella. La tripulación no pudo decírnoslo; todos habían muerto.

»Claro que una Tres acorazada —prosiguió, pensativa— acepta casi tantos destinos como una Cinco, pero el riesgo es más o menos igual. Bueno, ¿qué os parece si empezamos? Tú... —señaló a Sheri—, siéntate allí.

La chica Forehand y yo nos arrastramos por entre la mezcla de mobiliario humano y Heechee para hacerle sitio. No había mucho. Si sacabas todo lo que contenía una Tres, te encontrabas en un espacio de cuatro metros por tres; pero, claro, si lo sacabas todo, no podía funcionar.

Sheri se sentó frente a la columna de ruedas, removiendo el trasero para acomodarse.

—¿Qué clase de culos tenían los Heechees? —se quejó.

La profesora repuso:

—Otra buena pregunta que tampoco tiene contestación. Cuando lo averigües, dínoslo. La Corporación pone esa malla en los asientos; no es equipamiento original. Está bien. Veamos. Eso que estás mirando es el seleccionador de destino. Pon la mano en una de las ruedas. En cualquiera, pero no toques ninguna más. Ahora muévela.

Vigiló ansiosamente mientras Sheri tocaba la rueda de abajo, hacía fuerza con los dedos, luego colocaba sobre ella la palma de la mano, se enderezaba contra los brazos en forma de V del asiento y apretaba.

—Cielos —exclamó Sheri—. ¡Tenían que ser muy fuertes!

Nos turnamos frente a la rueda —Klara no nos dejó tocar otra aquel día—, y cuando llegó mi turno me sorprendió tener que emplear toda la fuerza de mis músculos para moverla. No es que diese la impresión de estar atascada; más bien de que su dureza obedecía a algún propósito. Y, pensando en lo mal que lo puedes pasar si por accidente cambias de rumbo a medio vuelo, lo más probable es que fuera esto último.

Como es natural, ahora también sé más de esto que mi profesora de entonces. No es que sea muy listo, pero un montón de gente ha tardado muchísimo tiempo en comprender qué ocurre en el momento en que se elige un rumbo.

El seleccionador de destino es una hilera vertical de generadores. Las luces que se encienden revelan números, lo cual no es fácil de ver porque no parecen números. No son de posición ni decimales. (Por lo visto los Heechees expresaban los números como sumas de primos y exponentes, pero todo esto es demasiado complicado para mí.) En realidad, los únicos que han de saber leer los números son los pilotos de control y los programadores de rumbo que trabajan para la Corporación, y no lo hacen directamente sino con un traductor computador. Los cinco primeros dígitos aparecen para expresar la posición del destino en el espacio y se leen de abajo arriba. (Dane Metchnikov dice que el verdadero orden no es de abajo arriba sino de delante a atrás, lo cual revela algo acerca de los Heechees. Se orientaban en tres-D, como el hombre primitivo, y no en dos-D, como nosotros). Uno diría que tres números son suficientes para describir cualquier punto del universo, ¿verdad? Quiero decir que si se hace una representación tridimensional de la Galaxia, se puede expresar cualquier punto de ella por medio de un número para cada una de las tres dimensiones. Pero los Heechees necesitaban cinco. ¿Significa esto que los Heechees podían percibir cinco dimensiones? Metchnikov dice que no...

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