Pórtico (10 page)

Read Pórtico Online

Authors: Frederik Pohl

BOOK: Pórtico
3.71Mb size Format: txt, pdf, ePub

Pareció sorprendido al oír mi ofrecimiento.

—Gracias —dijo, y después reflexionó—. Te diré lo que vamos a hacer. Ayúdame a trasladar unas cosas y yo te invitaré a un trago.

De modo que bajé a su alojamiento, enclavado en un nivel inferior al Babe; su habitación no era mucho mejor que la mía, y estaba vacía, a no ser por un par de maletas llenas. Me miró de forma casi amistosa.

—Bueno, ahora ya eres prospector —gruñó.

—Todavía no. Aún me quedan otros dos cursos.

—De todos modos, hoy será el último día que nos veamos. Mañana embarco con Terry Yakamora.

No pude reprimir mi sorpresa.

—¿No acabas de regresar hace unos diez días?

—Es imposible hacerte rico si te quedas aquí. Lo único que esperaba era la tripulación adecuada. ¿Quieres venir a mi fiesta de despedida? En la habitación de Terry. A las doscientas.

—Me parece estupendo —repuse—. ¿Puedo llevar a Sheri?

—Oh, claro; de todos modos, creo que ya estaba invitada. Si no te importa, tomaremos allí la copa prometida. Échame una mano y sacaremos todo esto de aquí.

Había acumulado una sorprendente cantidad de cosas. Me pregunté cómo habría logrado almacenarlas todas en una habitación tan pequeña como la mía: tres maletas de lona verdaderamente repletas, holodiscos y un visor, libros en cintas magnetofónicas y unos cuantos libros propiamente dichos. Yo cogí las maletas. En la Tierra seguramente habrían pesado demasiado para mis fuerzas, unos cincuenta o sesenta kilos, pero en Pórtico eso no era problema; lo más difícil consistió en arrastrarlas por los pasillos y bajarlas por los pozos. Yo tenía el volumen, pero Metchnikov tenía los problemas, pues él era quien llevaba las cosas sueltas y más frágiles. Finalmente llegamos a una parte del asteroide que yo no había visto nunca, donde una anciana mujer paquistaní contó los bultos, dio un recibo a Metchnikov y empezó a arrastrarlos por un pasillo totalmente cubierto de enredaderas.

—¡Vaya! —gruñó él—. Bueno, gracias.

—De nada.

Volvimos sobre nuestros pasos en dirección a un pozo de bajada y, a fin de darme conversación, supongo que porque creyó que me debía un favor social y que estaba obligado a ello, dijo:

—Bueno, ¿qué tal ha estado el curso?

—¿Aparte de que acabe de terminarlo y siga sin tener ni idea de cómo se tripulan esas malditas naves?

—Bueno, claro que no tienes ni idea —contestó con irritación—. El curso no lo enseña; sólo te da unas orientaciones generales. Es suficiente. Lo peor es el aterrizaje, naturalmente. De todos modos, te han dado las grabaciones, ¿verdad?

—Oh, sí.

Había seis casetes. Nos dieron un juego a cada uno en cuanto terminamos la primera semana de clases. Contenían todo lo que se había dicho en ellas, aparte de muchas otras informaciones sobre los distintos mandos que la Corporación podía, o no podía, incorporar a un tablero Heechee y cosas por el estilo.

—Escúchalas —aconsejó—. Si tienes algo de sentido común te las llevarás cuando salgas de viaje. Entonces hay tiempo de sobras para escucharlas. Casi todas las naves funcionan automáticamente.

—Es una suerte —repuse con incredulidad—. Hasta luego.

Agitó una mano en señal de despedida y se descolgó por un cable de bajada sin mirar hacia atrás. Aparentemente yo había aceptado tomar la copa que me debía durante la fiesta. Allí no le costaría ni un céntimo.

Pensé ir a buscar otra vez a Sheri, pero decidí no hacerlo. Me encontraba en una parte de Pórtico que no conocía, y naturalmente había dejado el mapa en mi habitación. Eché a andar sin rumbo fijo, más o menos al azar, dejando atrás algunas encrucijadas donde varios túneles olían a humedad y polvo y estaban muy poco concurridos, hasta llegar a una sección habitada que parecía pertenecer a los europeos orientales. No reconocí ningún idioma, pero había pequeñas notas y letreros murales colgando de la abundante hiedra que parecían escritos en alfabeto cirílico o algo por el estilo. Llegué a un pozo, reflexioné un momento, y después agarré el cable de subida. Lo mejor que puedes hacer para no perderte en Pórtico es subir hasta que llegas al huso, donde termina la «ascensión».

Pero esta vez pasé frente a Central Park e, impulsivamente, solté el cable de subida con la intención de sentarme un rato bajo un árbol.

Central Park no es realmente un parque. Es un gran túnel, no lejos del centro de rotación del asteroide, que ha sido consagrado a la vegetación. Vi algunos naranjos (lo cual me explicó el jugo de naranja), y vides; helechos y musgo, pero nada de hierba. No sé exactamente por qué. Lo más probable es que tenga algo que ver con la necesidad de plantar variedades que sean sensibles a la luz existente, compuesta principalmente por el fulgor azulado que despide el metal Heechee que nos rodea, y quizá no encontrasen el tipo de hierba capaz de utilizarla para su fotoquímica. Originariamente, la razón principal por la que se creó Central Park fue absorber CO, y renovar el oxígeno; eso fue antes de que pusieran vegetación en los túneles. Pero también eliminaba los malos olores, o eso se suponía; y proporcionaba cierta cantidad de alimentos. El parque debía de medir unos ochenta metros de longitud y tenía el doble de altura que yo. Era lo bastante ancho como para dar cabida a algunos senderos. El suelo estaba cubierto por algo muy parecido a la tierra. En realidad se trataba de un mantillo hecho con las aguas fecales de las dos mil personas que habían utilizado los retretes de Pórtico, pero esto no se veía a simple vista y el olor tampoco revelaba nada.

El primer árbol lo bastante grande para sentarse bajo sus ramas no servía para este propósito; era una morera, y estaba rodeado por una fina red destinada a recoger los frutos que cayeran. Seguí adelante y, al fondo, vi a una mujer y una niña.

¡Una niña! Yo no sabía que hubiera niños en Pórtico. Era muy pequeña, no tendría más de un año y medio, y jugaba con una pelota tan grande y tan etérea en la escasa gravedad que parecía un globo.

—Hola, Rob.

Ésta fue la otra sorpresa; la mujer que me saludaba era Gelle-Klara Moynlin. Sin pensarlo, dije:

—No sabía que tuvieras una hija.

—No la tengo. Ésta es Kathy Francis, y su madre accede a prestármela de vez en cuando. Kathy, éste es Rob Broadhead.

—Hola Rob —exclamó la criatura, observándome desde unos tres metros de distancia—. ¿Eres amigo de Klara?

—Así lo espero. Es mi profesora. ¿Quieres jugar a la pelota conmigo?

Kathy terminó de observarme y dijo claramente, cada palabra separada de la anterior y con tanta precisión como un adulto:

—No sé cómo se juega a la pelota, pero iré a cogerte seis moras. Es lo máximo que puedes coger.

—Gracias. —Me dejé caer junto a Klara, que estaba abrazada a sus rodillas y contemplaba a la niña—. Es un encanto.

—Sí, por supuesto que sí. Es difícil juzgar cuando no hay otros niños para comparar.

—No será prospectora, ¿verdad?

Yo no estaba bromeando, pero Klara se echó a reír alegremente.

—Sus padres forman parte del destacamento permanente; bueno, casi permanente. Ahora mismo su madre está en viaje de exploración; muchos de ellos lo hacen constantemente. Es imposible pasar demasiado tiempo tratando de deducir lo que hacían los Heechees sin que quieras aplicar tus propias soluciones a los rompecabezas.

—Suena peligroso.

Me hizo callar. Kathy volvía, con tres de mis moras en la palma de cada mano abierta, a fin de no aplastarlas. Tenía una curiosa forma de andar, que no parecía utilizar demasiado los músculos de la pantorrilla y el muslo; era como si se elevara sobre las puntas de los pies y flotara hasta el siguiente paso. En cuanto me hube dado cuenta traté de imitarla, y resultó ser una manera de andar bastante eficiente en una gravedad cercana a cero, pero mis reflejos lo echaron todo a perder. Supongo que tienes que haber nacido en Pórtico para hacerlo de un modo natural.

ESTE PARQUE ESTÁ VIGILADO POR

CIRCUITO CERRADO DE PV

Le invitamos a disfrutarlo. No coja flores ni frutas. No arranque ninguna planta. Mientras dure su visita, puede comer todas las frutas que hayan caído, hasta los siguientes límites:

Cerezas, uvas - 8 por persona

Otras frutas pequeñas o moras - 6 por persona

Naranjas, limas, peras - 1 por persona

Está prohibido quitar la grava de los senderos. Deposite cualquier clase de basura en los receptáculos.

División de mantenimiento

Corporación de Pórtico

La Klara del parque era una persona mucho más relajada y femenina que la Klara profesora. Las cejas, que parecían masculinas y airadas, se convertían en algo atractivo y afable. Seguía oliendo muy bien.

Era muy agradable charlar con ella, mientras Kathy andaba delicadamente a nuestro alrededor y jugaba con la pelota. Comparamos los lugares que habíamos visitado y no hallamos ninguno en común. Lo único que descubrimos tener en común fue que yo había nacido casi el mismo día que su hermano, dos años menor que ella.

—¿Te llevabas bien con tu hermano? —pregunté, con segunda intención.

—Sí, claro. Él era el pequeño. Pero también era un Aries, nacido bajo Mercurio y la Luna. Naturalmente, esto le hacía inestable y taciturno. Creo que habría tenido una vida complicada.

Me interesaba menos preguntarle qué había sido de él que averiguar si realmente creía en toda aquella basura, pero no me pareció delicado y, de todos modos, ella siguió hablando.

—Yo soy Sagitario. Y tú... oh, claro. Tú debes ser igual que Davie.

—Supongo que sí —repuse cortésmente—. Yo, verás no me gusta demasiado la astrología.

—No es astrología, sino genetlíaca. Lo primero es superstición, lo segundo es una ciencia.

—Hum.

Se echó a reír.

—Ya veo que no te lo tomas en serio. No importa. Si crees, perfecto; si no crees... bueno, no tienes que creer en la ley de la gravedad para estrellarte contra el suelo al caer de un edificio de doscientos pisos.

Kathy, que se había sentado junto a nosotros, preguntó dulcemente:

—¿Estáis discutiendo?

—No exactamente, cariño. —Klara le acarició la cabeza.

—Me alegro, Klara, porque tengo que ir al baño y creo que aquí no se puede.

—De todos modos, ya es hora de que nos vayamos. He tenido mucho gusto en verte, Rob. No te dejes arrastrar por la melancolía, ¿eh? —Y se alejaron cogidas de la mano, Klara intentando imitar el extraño paso de la niña. Realmente muy atractiva.

Aquella noche llevé a Sheri a la fiesta de despedida de Dane Metchnikov. Klara estaba allí, vestida con un conjunto de pantalones que dejaba al descubierto parte de su estómago y la hacía parecer aún más atractiva.

—No sabía que conocieras a Dane Metchnikov —le dije.

—¿Cuál es? Quiero decir que Terry es el que me ha invitado. ¿Entramos?

Los asistentes a la fiesta ya llenaban parte del túnel. Metí la cabeza por la puerta y me sorprendí al ver la cantidad de espacio que había dentro; Terry Yakamora tenía dos habitaciones completas, ambas el doble de grandes que la mía. El cuarto de baño era privado y realmente contenía una bañera, o por lo menos una ducha. «Bonito lugar», comenté admirativamente, y por las palabras de otro invitado, descubrí que Klara vivía al otro lado del túnel. Esto cambió mi opinión sobre Klara: si podía permitirse el lujo de pagar un alquiler tan alto como el de aquella zona, ¿por qué seguía en Pórtico? ¿Por qué no había vuelto a casa para gastarse el dinero y divertirse? O de lo contrario, si todavía seguía en Pórtico, ¿por qué se conformaba con su trabajo de instructor adjunto, que apenas le reportaba lo suficiente para pagar los impuestos, y no emprendía ningún otro viaje? Pero no tuve la oportunidad de preguntárselo. Se pasó casi toda la noche bailando con Terry Yakamora y los demás componentes de la tripulación que iban a marcharse.

Perdí de vista a Sheri hasta que vino a mi encuentro, después de un lentísimo fox trot, en compañía de su pareja. Éste era muy joven, un muchacho, en realidad; aparentaba unos diecinueve años. Su rostro me pareció familiar: piel morena, cabello casi blanco, una barbita que le cubría toda la mandíbula de una patilla a otra pasando por la barbilla. No había venido desde la Tierra conmigo. No estaba en nuestra clase. Sin embargo, yo lo había visto en alguna parte.

Sheri nos presentó.

—Rob, ¿conocías a Francy Hereira?

—Creo que no.

—Es del crucero brasileño.

Entonces me acordé. Era uno de los inspectores que habían entrado unos días antes en la nave siniestrada para retirar los calcinados trozos de carne. Era torpedista, a juzgar por los galones de su bocamanga. Es frecuente que den trabajo temporal como guardias de Pórtico a la tripulación de los cruceros, y a veces también les dan la libertad. Él había llegado en la rotación constante casi al mismo tiempo que nosotros. En aquel momento pusieron una cinta de una hora de duración, y cuando hubimos acabado de bailar, casi sin aliento, Hereira y yo nos encontramos apoyados contra la pared uno junto al otro, en un intento por mantenernos alejados del bullicio reinante. Le dije que recordaba haberle visto en la nave siniestrada.

—Ah, sí, señor Broadhead. Ya me acuerdo.

—Un trabajo duro —comenté, para decir algo—. ¿No es así?

Me imagino que había bebido lo bastante como para contestarme.

—Bueno, señor Broadhead —dijo analíticamente—, la descripción técnica de ese aspecto de mi trabajo es «búsqueda y registro». No siempre es tan duro. Por ejemplo, no hay duda de que usted iniciará sus viajes de prospección dentro de poco tiempo, y cuando regrese, yo, u otra persona que haga mi trabajo, le revisaré de arriba abajo, señor Broadhead. Le vaciaré los bolsillos, y pesaré, mediré y fotografiaré todo lo que haya en su nave. Se trata de comprobar que no saque de contrabando ningún objeto de valor, ni de su nave ni de Pórtico, sin pagar su cuota a la Corporación. Después registro lo que he encontrado; si no es nada, escribo «nada» en el formulario, y otro tripulante de otro crucero elegido al azar hace exactamente lo mismo. Así pues, tendrá que soportar que dos de nosotros le revisemos a fondo.

No me pareció muy divertido para mí, pero tampoco tan malo como había creído al principio. Así se lo dije.

Enseñó sus dientes, pequeños y muy blancos, en una fugaz sonrisa.

—Cuando el prospector que debemos registrar es Sheri o Gelle-Klara, no, no es nada desagradable. Incluso puede resultar fascinante. Pero no me gusta demasiado registrar a los hombres, señor Broadhead; y mucho menos si están muertos. ¿Ha estado alguna vez en presencia de cuatro cadáveres humanos que llevan muertos más de tres meses y no han sido embalsamados? Así ocurrió en la primera nave que inspeccioné. No creo que vuelva a sucederme algo tan horrible en toda mi vida.

Other books

Ariel by Steven R. Boyett
Lush Curves 5: Undertow by Delilah Fawkes
Pursuit by Robert L. Fish
A Woman Unknown by Frances Brody
Utopía y desencanto by Claudio Magris
Shadow Woman: A Novel by Howard, Linda
Spirit Level by Sarah N. Harvey
Fool's Gold by Ted Wood