Pórtico (25 page)

Read Pórtico Online

Authors: Frederik Pohl

BOOK: Pórtico
4.18Mb size Format: txt, pdf, ePub

No les envidiaba el viaje. Lo único que les envidiaba era la recompensa.

Me levanté y me serví otra taza de café en el economato. Cuando volví a salir al pasillo, donde había unos bancos debajo de la hiedra, me di cuenta de que algo no encajaba. Algo sobre el viaje. Sobre el hecho de que había sido un verdadero éxito, uno de los mayores en toda la historia de Pórtico...

Tiré el café, taza incluida, por el triturador de basura que había fuera del economato y me dirigí hacia el aula de clase. Estaba a pocos minutos de allí y no había nadie. Me alegré de que así fuera; aún no tenía ganas de hablar con nadie sobre lo que se me había ocurrido. Regulé el teléfono P para tener acceso a la información que deseaba y obtuve la combinación del viaje de Sheri; naturalmente ya era materia de interés público. Después bajé a la cápsula de prácticas, donde afortunadamente tampoco había nadie, y realicé la combinación en el selector del rumbo. Como es lógico, obtuve el color exacto inmediatamente; y cuando apreté el sintonizador, todo el tablero adquirió un tono rosado, a excepción del arco iris de colores a lo largo de un lado.

Sólo había una línea oscura en la parte azul del espectro.

Bueno, pensé, esto anulaba la teoría de Metchnikov sobre las indicaciones de peligro. Habían perdido el cuarenta por ciento de la tripulación en aquella misión, y eso me pareció bastante peligroso; pero según lo que él me había dicho, las verdaderamente arriesgadas tenían seis o siete de aquellas franjas.

UNA NOTA SOBRE LOS MOLINETES

DE ORACIONES

Pregunta:
No nos ha explicado nada sobre los molinetes de oraciones Heechees, y es lo que más vemos.

Profesor Hegramet:
¿Qué quiere que les explique, Susie?

Pregunta:
Bueno, ya sé cómo son. Algo parecido a un cono de helado enrollado hecho de cristal. Cristal de todos los colores existentes. Si lo sostienes verticalmente y lo presionas con el pulgar, se despliega como un abanico.

Profesor Hegramet:
Es lo mismo que yo sé. Han sido analizados, igual que las perlas de fuego y los diamantes de sangre. Pero no me pregunten para qué sirven. No creo que los Heechees se abanicaran con ellos, y tampoco creo que los usaran para rezar; es el nombre con que los comerciantes de novedades los han bautizado. Los Heechees los dejaron por todas partes, a pesar de que recogieran todo lo demás. Supongo que tendrían alguna razón. No tengo ni idea acerca de cuál puede ser esa razón, pero les prometo que se lo diré si alguna vez lo averiguo.

—¿Y en el amarillo?

Según Metchnikov, cuantas más franjas brillantes hubiese en el amarillo, mayor era la recompensa financiera de un viaje.

Sin embargo, en este caso no había absolutamente ninguna franja brillante en el amarillo. Había dos gruesas líneas negras de «absorción». Eso es todo.

Desconecté el selector y me acomodé en el asiento. Así pues, los grandes cerebros habían vuelto a elaborar y difundir una teoría equivocada: lo que habían interpretado como una indicación de seguridad no significaba realmente que estuvieras a salvo. Y lo que habían interpretado como una promesa de buenos resultados no parecía tener aplicación en la primera misión que regresaba verdaderamente triunfante en más de un año.

Vuelta a confiar en la suerte, y vuelta a tener miedo.

Durante los dos días siguientes, me mantuve bastante apartado de todo el mundo.

Se dice que hay ochocientos kilómetros de túneles dentro de pórtico. Parece imposible que haya tantos en un trozo de roca que sólo mide diez kilómetros de diámetro. A pesar de ello, sólo un dos por ciento de Pórtico es espacio aéreo; el resto es sólida roca. Vi gran parte de esos ochocientos kilómetros.

No es que me aislara totalmente de la compañía humana, es que no la busqué. Vi a Klara varias veces. Paseé sin rumbo fijo con Shicky durante su tiempo libre, a pesar de que fuese muy cansado para él. A veces paseaba solo, a veces con amigos encontrados por casualidad, a veces en seguimiento de un grupo de turistas. Los guías me conocían y no les importaba que les acompañase (¡había estado fuera!, aunque no llevara ni un solo brazalete), hasta que se les ocurrió la idea de que pensaba convertirme también en guía. Entonces fueron menos amables.

Tenían razón. Pensaba en ello. Debería hacer algo, antes o después. Debería salir fuera, o volver a casa; y si quería posponer la decisión entre cualquiera de esas dos posibilidades igualmente aterradoras, por lo menos tendría que decidirme a ganar el dinero suficiente para quedarme.

Cuando Sheri salió del hospital, le dimos una gran fiesta, una combinación de bienvenida a casa, felicidades, y adiós, Sheri, porque se iba a la Tierra al día siguiente. Estaba débil pero alegre y, aunque no tenía fuerzas para bailar, se sentó junto a mí en el pasillo y me tuvo fuertemente abrazado durante media hora, prometiendo besarme. Yo me emborraché. Era una buena ocasión para hacerlo; el alcohol era gratis. Sheri y su amigo cubano saldarían la cuenta. De hecho, me emborraché tanto que no pude despedirme de Sheri, pues tuve que ir rápidamente al lavabo y vomitar. Borracho como estaba, esto me pareció una verdadera lástima; era un genuino escocés de Escocia, nada comparable a esas blancas bebidas locales extraídas de Dios sabe qué.

Vomitar me despejó la cabeza. Salí y me apoyé en una pared, con la cara sepultada en la hiedra, respirando profundamente, por lo que a la larga se renovó el oxigeno de mi sangre y pude reconocer a Francy Hereira junto a mí. Incluso le dije:

—Hola, Francy.

Él sonrió a modo de disculpa.

—El olor. Era un poco fuerte.

—Lo siento —repuse irasciblemente, y me pareció sorprendido.

—No, ¿a qué te refieres? Quiero decir que ya es bastante malo en el crucero, pero cada vez que vengo a Pórtico me pregunto cómo podéis resistirlo. Y en estas habitaciones... ¡uf!

—No me ofendo —dije magnánimamente, dándole unos golpecitos en la espalda—. Tengo que despedirme de Sheri.

—Ya se ha ido, Rob. Estaba muy cansada. Se la han llevado otra vez al hospital.

—En ese caso —dije—, sólo me despediré de ti.

Hice una reverencia y me alejé dando traspiés por el túnel. Es difícil estar borracho con una gravedad próxima a cero. Encuentras a faltar la seguridad de un sólido peso de cien kilos que te afiance sobre el suelo. Tengo entendido, por lo que me contaron después, que arranqué una sólida repisa de hiedra de la pared, y sé, por cómo me sentí a la mañana siguiente, que me di un golpe en la cabeza contra algo lo suficientemente duro para dejarme un morado del tamaño de una oreja. Me di cuenta de que Francy me había seguido y me ayudaba a navegar y, cuando ya estábamos a mitad de camino de mi habitación, me di cuenta de que alguien me sostenía el otro brazo. Miré, y era Klara. Recuerdo confusamente que me acostaron, y cuando me desperté a la mañana siguiente, con una resaca espantosa, vi que Klara estaba en mi cama.

Me levanté tan silenciosamente como pude y fui al baño, pues necesitaba vomitar un poco más. Tardé bastante rato, y acabé de despejarme con otra ducha, la segunda en cuatro días y una verdadera extravagancia, considerando mi estado financiero. Pero me sentí algo mejor, y cuando volví a la habitación Klara se había levantado, preparado el té, seguramente de Shicky, y estaba esperándome.

—Gracias —le dije, con toda sinceridad. Me sentía infinitamente deshidratado.

—Tómalo a pequeños sorbos, viejo amigo —recomendó ansiosamente, pero yo ya tenía la experiencia suficiente como para no llenarme demasiado el estómago. Logré beber dos sorbos y volví a tenderme en la hamaca, aunque ya estaba seguro de que viviría.

—No esperaba verte aquí —dije a Klara.

—Insististe mucho —me explicó—. No conseguiste gran cosa, pero lo intentaste con todas tus fuerzas.

—Lo siento.

Ella alargó un brazo y me acarició los pies.

—No hay por qué preocuparse. ¿Qué tal ha ido todo?

—Oh, muy bien. Fue una fiesta muy bonita. No recuerdo haberte visto allí.

Se encogió de hombros.

INFORME DE LA CORPORACIÓN:

ÓRBITA 37

De todos los lanzamientos efectuados durante este período han regresado 74 naves, con un número de 216 tripulantes en total. Las 20 naves restantes han sido dadas por desaparecidas, con un número de 54 tripulantes en total. Además, 19 tripulantes han encontrado la muerte a pesar de que sus naves hayan regresado. Tres de dichas naves están dañadas hasta el punto de no poder repararse.

Informes de aterrizaje: 19. Cinco de los planetas estudiados tenían vida a nivel microscópico o más elevado; uno de ellos poseía una estructurada vida vegetal o animal, no inteligente.

Artefactos: Nuevas muestras de los habituales objetos Heechee. Ningún artefacto de otras fuentes. Ningún artefacto Heechee previamente desconocido.

Muestras: Químicas o minerales, 145. Ninguna tiene valor suficiente para justificar su exploración. Orgánicas vivas, 31. Tres de ellas fueron consideradas peligrosas y lanzadas al espacio. Ninguna tiene valor explotable.

Recompensas científicas en el período: 8.754.500 dólares.

Otras recompensas en efectivo, incluidas las regalías: $ 357.856.000. Recompensas y regalías por nuevos descubrimientos en este período (aparte de las recompensas científicas): 0.

Personal que ha abandonado Pórtico en este período: 151. Desaparecidos en acción: 75 (incluidos dos fallecidos en ejercicios prácticos). Incapacitados médicamente al final del año: 84. Pérdidas totales: 310.

Personal nuevo llegado en este período: 415. Reintegrado al servicio: 66. Incremento total durante el período: 481. Ganancia neta en el personal: 171.

—Llegué tarde. La verdad es que nadie me había invitado.

No contesté; ya había observado que Klara y Sheri no eran muy amigas, y supuse que yo tenía la culpa. Klara, leyendo mis pensamientos, dijo:

—Nunca me han gustado los escorpiones, y menos los que tienen una mandíbula tan enorme. Jamás les he oído decir algo inteligente o espiritual. —Después, con gran sentido de la justicia, añadió—: Pero tiene valor, debemos reconocerlo.

—No creo que esté en condiciones de discutir —dije.

—No es una discusión, Rob.

Se acercó y me acarició la cabeza. Olía muy bien y su aroma era muy femenino; bastante agradable, en algunas circunstancias, pero no exactamente lo que yo quería en aquel momento.

—Oye —dije—. ¿Qué ha sido del aceite de almizcle?

—¿Qué?

—Me refiero —aclaré, dándome cuenta de algo que había sido cierto durante algún tiempo— al perfume que llevabas siempre. Recuerdo que eso fue lo primero que observé en ti.

Pensé en el comentario de Francy Hereira sobre el olor de Pórtico y me di cuenta de que había pasado mucho tiempo desde que notara que Klara olía particularmente bien.

—Querido Rob, ¿es que pretendes iniciar una discusión conmigo?

—Desde luego que no, pero tengo curiosidad. ¿Cuándo dejaste de usarlo?

Se encogió de hombros y no contestó, a menos que parecer molesta sea una respuesta. Era respuesta suficiente para mí, porque le había dicho a menudo que me gustaba su perfume.

—¿Cómo te va con el psiquiatra? —pregunté, para cambiar de tema.

No debía irle muy bien. Klara contestó sin entusiasmo:

—Debes de tener mucho dolor de cabeza. Lo mejor será que me vaya a casa.

—No, me interesa —persistí—. Me gustaría conocer tus progresos.

Ella no me había dicho una sola palabra, pero ya había iniciado el tratamiento; al parecer, estaba dos o tres horas diarias con él. O ella. Había decidido probar el servicio mecánico de la computadora de la Corporación.

—Bastante bien —dijo concisamente.

—¿Aún no habéis llegado a la obsesión del padre? —inquirí.

Klara repuso:

—Rob, ¿has pensado alguna vez que también a ti podría convenirte un poco de ayuda?

—Es curioso que lo digas. Louise Forehand me dijo lo mismo el otro día.

—No es curioso. Piénsalo. Hasta luego.

Eché la cabeza hacia atrás en cuanto se hubo ido y cerré los ojos. ¡Ir a un psiquiatra! ¿Para qué lo necesitaba? Lo único que yo necesitaba era un hallazgo tan afortunado como el de Sheri...

Y lo único que necesitaba para lograrlo era... era...

Era el valor para apuntarme a otro viaje.

Pero esa clase de valor, según yo, parecía escasear bastante.

El tiempo pasaba, aunque demasiado lentamente para mi gusto, y un día decidí ir al museo para distraerme un rato. Ya habían instalado una serie completa de holografías sobre el descubrimiento de Sheri. Puse el disco dos o tres veces, sólo para ver qué aspecto tenían diecisiete millones quinientos cincuenta mil dólares. La mayor parte de los objetos parecía chatarra inservible. Esto era al salir cada uno por separado. Había unos diez molinetes de oraciones, demostrando, me imagino, que a los Heechees les gustaba incluir unos cuantos objetos de arte incluso con un equipo de reparaciones. O lo que fuese el resto: cosas como destornilladores con hojas triangulares y mango flexible; cosas como llaves de casquillo, pero hechas con un material blando; cosas como probetas eléctricas, y cosas que no podías comparar con nada conocido. Vistos por separado, estos objetos no parecían tener ninguna relación entre sí, pero la forma en que encajaban uno con otro, y en las cajas de diferentes tamaños que componían el juego, era una maravilla en cuanto a economizar espacio se refiere. Diecisiete millones quinientos cincuenta mil dólares, que yo habría podido compartir si hubiese permanecido con Sheri.

Claro que también habría podido ser uno de los cadáveres.

Pasé por las habitaciones de Klara y la esperé un rato, pero no volvió. No era la hora en que solía ir al psiquiatra. Sin embargo, yo ya no sabía qué acostumbraba a hacer ni a qué hora. Había encontrado otra niña a quien cuidar mientras sus padres estaban ocupados: una negrita, de unos cuatro años, que había llegado con una madre astrofísica y un padre astrobiólogo. Quizás hubiese encontrado alguna otra cosa para mantenerse ocupada, pero eso yo no lo sabía.

Regresé sin prisas a mi habitación, y Louise Forehand me vio desde la suya y me siguió.

Other books

Shelley: The Pursuit by Richard Holmes
Nevernight by Jay Kristoff
Catch the Saint by Leslie Charteris
Delta-Victor by Clare Revell
Transformation by Luke Ahearn
El Reino del Caos by Nick Drake
Let the Sky Fall by Shannon Messenger
A Crowded Coffin by Nicola Slade