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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

Post Mortem (16 page)

BOOK: Post Mortem
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—En la forma en que la prensa se refería a ellos —contesté con firmeza—, rotundamente no.

Tanner comentó en tono burlón:

—Todos sabemos lo que hace la prensa. Son capaces de convertir una semilla de mostaza en una montaña.

—Miren —dije, mirándoles a los tres—, si están insinuando que uno de mis forenses se dedica a filtrar detalles sobre los casos, les puedo asegurar que están absolutamente equivocados. No se trata de eso. Conozco a los dos forenses que atendieron los dos primeros casos. Llevan años conmigo en Richmond y su comportamiento ha sido siempre irreprochable. El tercero y el cuarto casos los atendí yo personalmente. La información no procede de mi oficina. Los detalles pudo divulgarlos cualquiera de las personas que estaban presentes. Los miembros de los equipos de rescate que participaron en las tareas, por ejemplo.

El cuero volvió a crujir mientras Amburgey se removía en su asiento.

—Ya lo he verificado. Los equipos fueron tres. En ninguno de los cuatro escenarios de los delitos estuvo presente ningún auxiliar sanitario.

—Las fuentes anónimas son a menudo una mezcla de numerosas fuentes. Una fuente médica podría ser una combinación de lo que dijo un miembro de un equipo de rescate, lo que dijo un oficial de la policía y lo que oyó y vio un reportero mientras esperaba alrededor de la casa donde se encontró el cuerpo.

—Cierto —Amburgey asintió con la cabeza—. No creo que ninguno de nosotros piense realmente que las filtraciones proceden de la oficina del jefe de Medicina Legal... por lo menos, no intencionadamente...

—¿Intencionadamente? —pregunté, interrumpiéndole—. ¿Está usted insinuando que las filtraciones podrían proceder inadvertidamente de mi oficina?

Cuando estaba a punto de decir que todo aquello era un disparate, me quedé repentinamente muda.

Un rubor empezó a subirme por el cuello cuando de pronto lo recordé. La base de datos de mi oficina. Alguien de fuera había penetrado en ella.

¿A eso se refería tal vez Amburgey? ¿Cómo podía haberse enterado?

Amburgey añadió como si no me hubiera oído:

—La gente habla, los empleados hablan. Todo el mundo habla con la familia y los amigos sin pretender causar daño en la mayoría de los casos. Pero nunca se sabe adónde va a parar la noticia... puede ir a parar al escritorio de un reportero. Son cosas que ocurren. Estamos examinando objetivamente este asunto y removiendo todas las piedras. Tenemos que hacerlo. Como usted comprenderá, parte de lo que se ha filtrado podría entorpecer gravemente las tareas de investigación.

Tanner añadió lacónicamente:

—El alcalde y las autoridades municipales no aprecian demasiado este tipo de revelaciones. El índice de homicidios ya le ha dado mala fama a Richmond. Unas noticias sensacionalistas a nivel nacional sobre un asesino en serie son lo que menos puede beneficiar a la ciudad. Todos estos grandes hoteles que se están construyendo dependen de las convenciones que se organicen y de los visitantes que vengan. La gente no quiere visitar una ciudad en la que pueda temer por su vida.

—No, desde luego —convine fríamente—. Pero a la gente tampoco le gustaría pensar que la principal preocupación del alcalde por estos asesinatos se debe a que son un obstáculo Y una molestia capaz de dañar el negocio turístico.

—Kay —terció Boltz serenamente—, nadie quiere dar a entender nada de todo eso.

—Por supuesto que no —se apresuró a añadir Amburgey—. Pero tenemos que enfrentarnos con ciertas realidades que no están a la vista. Si no manejamos este asunto con extremo cuidado, temo que se produzca una tremenda erupción.

—¿Una erupción? ¿Por qué? —pregunté cautelosamente, mirando automáticamente a Boltz.

El rostro de Boltz estaba muy tenso, y sus ojos a duras penas podían disimular sus sentimientos.

—Este último asesinato es un barril de pólvora —me explicó a regañadientes—. Hay en el caso de Lori Petersen ciertas cosas de las que nadie habla. Cosas que, gracias a Dios, los reporteros todavía ignoran. Pero es sólo cuestión de tiempo. Alguien lo averiguará y, si antes no hemos resuelto el problema de una manera discreta y entre bastidores, podría producirse una tremenda explosión.

Tanner decidió intervenir a su vez. Su alargado rostro en forma de linterna estaba muy serio.

—Las autoridades locales podrían correr el riesgo de ser objeto de una denuncia —miró a Amburgey, el cual inclinó la cabeza indicándole que podía seguir—. Ocurrió algo muy lamentable, ¿comprende? Al parecer, Lori Petersen llamó a la policía poco después de regresar a casa del hospital en las primeras horas de la madrugada del sábado. Lo hemos sabido a través de uno de los oficiales de comunicaciones que se encontraba de guardia a aquella hora. A la una menos once minutos, un operador del 911 recibió una llamada. La residencia de los Petersen apareció en la pantalla del ordenador, pero la línea quedó inmediatamente desconectada.

—Tal como quizá usted recuerde —me dijo Boltz—, había un teléfono al lado de la cama, pero el hilo había sido arrancado de la pared. Suponemos que la doctora Petersen se despertó cuando el asesino entró en la casa; entonces tomó el teléfono y tuvo tiempo de marcar el 911 antes de que él le impidiera seguir. La dirección apareció en la pantalla del ordenador. Eso fue lo que pasó. Pero nadie dijo nada. Las llamadas de este tipo al 911 suelen ser transferidas a los coches patrulla. Nueve de cada diez corresponden a chiflados o a niños que están jugando con el teléfono. Pero no podemos estar seguros. Nunca podemos estar seguros de que una persona no ha sufrido un ataque al corazón y corre un peligro mortal. Por eso el operador tiene que dar máxima prioridad a la llamada. Envía de inmediato el aviso a los coches patrulla y solicita que un oficialpase al menos pordelante de la casa en su automóvil y pruebe que no ocurre nada. Pero eso no se hizo. Cierto operador del 911 que, en estos momentos, está suspendido de empleo y sueldo, dio a la llamada una prioridad de cuarto nivel.

—Aquella noche había mucho jaleo en la calle —terció Tanner—. Mucho tráfico radiofónico. Cuando hay muchas llamadas, es más probable que se atribuya menos importancia a algo que, en otro momento, despertaría más interés. Y lo malo es que, una vez se ha asignado un número a algo, ya no se puede volver atrás. El hombre ve todos aquellos números en la pantalla. No conoce la naturaleza de las llamadas hasta que las atiende. No va a atender primero un cuatro que todos los unos, doses y treses que tiene acumulados y que están esperando ser transmitidos a los agentes de la calle.

—No cabe duda de que el operador cometió un error —dijo Amburgey en tono pausado—. Pero creo que hay que comprenderlo.

Yo estaba sentada tan rígida que apenas respiraba.

Boltz añadió en voz baja:

—Transcurrieron cuarenta y cinco minutos antes de que un coche patrulla pasara finalmente por delante de la casa de los Petersen. El oficial dice que iluminó con la linterna la fachada de la casa. Las luces estaban apagadas y todo parecía «seguro» según sus propias palabras. Recibe una llamada sobre una pelea doméstica y se aleja a toda prisa. Poco después, el señor Petersen regresa a casa y encuentra el cuerpo de su esposa.

Los hombres seguían hablando y dando explicaciones. Se refirieron a Howard Beach, a una pelea en Brooklyn en la cual, por culpa de la negligencia de la policía, habían muerto unas personas.

—Los tribunales del distrito de Columbia y de Nueva York han dictado sentencias según las cuales la Administración no puede ser considerada responsable por el hecho de no proteger debidamente a los ciudadanos contra los delitos.

—No importa lo que haga o deje de hacer la policía.

—Da igual. Nosotros siempre ganamos los pleitos, cuando hay alguno, pero salimos perdiendo por la mala imagen que eso nos crea.

Yo apenas les escuchaba. Unas horribles escenas pasaban vertiginosamente por mi cabeza. La llamada al 911, el hecho de que no hubiera sido atendida, me lo hacía comprender mejor.

Sabía lo que había ocurrido.

Lori Petersen estaba agotada tras su turno en la sala de urgencias y su marido le había dicho que aquella noche regresaría un poco más tarde que de costumbre. Se fue a la cama, con la intención tal vez de dormir un poco hasta que él regresara a casa... tal como lo solía hacer cuando trabajaba como residente y esperaba que Tony regresara a casa desde la biblioteca jurídica de Georgetown. Se despertó al oír que había alguien en la casa, tal vez oyó las pisadas de aquella persona avanzando por el pasillo para dirigirse al dormitorio. Confusa, llamó a su marido.

Nadie le contestó.

En aquel instante de oscuro silencio que a ella se le debió de antojar una eternidad, comprendió que había alguien en el interior de la casa y que ese alguien no era Matt.

Aterrorizada, encendió la lámpara de la mesita de noche para poder ver el disco del teléfono.

Cuando ya había marcado el 911, el asesino entró en la habitación y arrancó el hilo de la pared antes de que ella pudiera pedir socorro.

A lo mejor, le arrancó el aparato de la mano. A lo mejor, le habló a gritos o ella empezó a suplicarle y trató de convencerle. Habían interrumpido su labor y eso le había desconcertado momentáneamente.

Estaba furioso. Puede que la golpeara. Quizá le fracturó las costillas y ella se aterrorizó en medio de su dolor y entonces él miró a su alrededor. La luz estaba encendida. Podía ver todo lo que había en la estancia. Vio el cuchillo de supervivencia encima del escritorio.

El asesinato se hubiera podido prevenir. ¡Se hubiera podido evitar!

Si la llamada hubiera recibido la prioridad uno, si hubiera sido transmitida inmediatamente, un oficial la hubiera atendido en cuestión de minutos. El policía hubiera visto que la luz del dormitorio estaba encendida... el asesino no hubiera podido cortar los cordones y atar a la víctima en la oscuridad. El policía hubiera descendido de su vehículo y hubiera oído algo. Sí se hubiera tomado la molestia de iluminar con su linterna la parte posterior de la casa, hubiera visto la persiana cortada, el banco de jardín adosado a la pared y la ventana abierta. El ritual del asesino debió de ser un poco largo. ¡La policía hubiera podido entrar antes de que la matara!

Tenía la boca tan seca que tuve que tomar varios sorbos de café antes de poder preguntar:

—¿Cuántas personas lo saben?

—Nadie habla de ello, Kay —contestó Boltz—. No lo sabe ni siquiera el sargento Marino. O, por lo menos, cabe dudar de que lo sepa. No estaba de servicio cuando se transmitió la llamada. Le llamaron a su casa cuando un oficial uniformado ya había llegado al lugar de los hechos. Ha corrido la voz por el departamento. Los policías que lo sepan no deben comentar el asunto con nadie.

Comprendí lo que eso significaba. Como alguien se fuera de la lengua, el tipo sería devuelto a las labores de vigilancia del tráfico o sería destinado a la sala de uniformes donde se moriría de asco sentado detrás de un escritorio.

—El único motivo de que la hayamos informado de esta desdichada situación... —Amburgey eligió las palabras con sumo cuidado— se debe a que usted necesita conocer los antecedentes para poder comprender las medidas que nos veremos obligados a tomar.

Contraje los músculos y le miré con dureza. Estaban a punto de ir al grano y de entrar en el meollo de la cuestión.

—Anoche tuve una conversación con el doctor Spiro Fortosis, el psiquiatra forense que ha tenido la amabilidad de exponernos sus puntos de vista con respecto a este asunto. He discutido los casos con el FBI. Los expertos en el diseño de perfiles de este tipo de asesinos opinan que la publicidad exacerba el problema. Este tipo de asesino se crece con ella. Se excita cuando lee noticias sobre lo que ha hecho y eso lo impulsa a seguir actuando.

—No podemos poner cortapisas a la libertad de prensa —le dije bruscamente—. No podemos controlar lo que escriben los periodistas.

—Sí podemos —Amburgey miró hacia la ventana—. No podrán escribir gran cosa si nosotros no les decimos gran cosa. Por desgracia, les hemos dicho demasiado —una pausa—. O, por lo menos, alguien les ha dicho demasiado.

No estaba muy segura de adonde quería ir a parar Amburgey, pero las señales apuntaban indiscutiblemente hacia mí.

Amburgey añadió:

—Ya hemos llegado a la conclusión de que los detalles sensacionalistas han dado lugar a reportajes espeluznantes y a escalofriantes titulares. Según la autorizada opinión del doctor Fortosis, es posible que todo eso haya inducido al asesino a volver a atacar antes de lo previsto. La notoriedad lo excita y le provoca una increíble tensión. El impulso se hace irresistible y entonces tiene que buscar alivio y elegir a otra víctima en la que descargar su tensión. Tal como usted sabe, sólo transcurrió una semana entre las muertes de Cecile Tyler y la de Lori Petersen...

—¿Ha hablado usted de todo eso con Benton Wesley? —pregunté, interrumpiéndole.

—No fue necesario. Hablé con Susling, uno de sus compañeros en la Unidad de Ciencias Conductistas de Quantico. Es una autoridad en este campo, sobre el que tiene varias publicaciones.

Menos mal. No hubiera podido soportar saber que Wesley había estado sentado conmigo en mi sala de reuniones varias horas antes y no me hubiera comentado lo que ahora me estaban diciendo a mí. Se hubiera puesto tan furioso como yo, pensé. El comisionado estaba tratando de intervenir directamente en la investigación. Estaba dando rodeos a mi alrededor y también alrededor de Wesley y de Marino en un intento de asumir el mando de la situación.

—La probabilidad de que se produzca una publicidad de tipo sensacionalista —prosiguió diciendo Amburgey— y la posibilidad de que las autoridades ciudadanas sean consideradas responsables del error del 911 significan que deberemos tomar medidas muy serias, doctora Scarpetta. De ahora en adelante, cualquier información que facilite la policía a los ciudadanos deberá canalizarse a través de Norm o Bill. Y de su oficina no saldrá nada a no ser que lo divulgue yo. ¿Está claro?

Jamás había habido ningún problema con mi oficina y él lo sabía. Jamás nos había interesado la notoriedad y yo siempre había sido muy circunspecta cuando facilitaba información a la prensa.

¿Qué pensarían los periodistas, qué pensaría todo el mundo, cuando les dijeran que tendrían que acudir al comisionado para obtener una información que tradicionalmente se había facilitado desde mi oficina? En los cuarenta y dos años de existencia del sistema forense de Virginia, jamás había ocurrido semejante cosa. Si me ponían una mordaza daría la impresión de que me habían privado de mi autoridad porque yo no era digna de confianza.

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