Proyecto Amanda: invisible (25 page)

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Authors: Melissa Kantor

BOOK: Proyecto Amanda: invisible
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La sustituta se puso a hablar con Lexa y Heidi aprovechó para sacar un brillo de labios de su bolso y me lo mostró. Formó con los labios las palabras «Mira, es nuevo».

Sentí que me hervía la sangre.

Cuando llegué a la cafetería, Heidi, Traci y Kelli estaban sentadas en la mesa de siempre, acompañadas de Jake y Lee. Empecé a caminar hacia ellos como de costumbre, pero a medida que me acercaba, mi paso se fue haciendo más lento hasta que me quedé quieta, como si estuviera perdida.

Pero no era así. Sabía exactamente dónde estaba, y también lo que ocurriría si seguía yendo hacia su mesa. Comentaríamos la misteriosa cirugía de Bea y Heidi hablaría de ello como si fuera algo tan lejano como Bosnia. También hablaríamos de las compras que habían hecho Heidi, Kelli y Traci, y haríamos planes para el fin de semana: puede que para hacer más compras o para ir a ver una peli. Yo sonreiría, diría a todo que sí, haría alguna gracia y coquetearía con Lee. Sería lo mismo de siempre, porque eso es lo que significaba ser una Chica I.

La diferencia es que durante todo ese tiempo tendría que hacer grandes esfuerzos para no ponerme a gritar.

Por el rabillo del ojo vi a Hal y a Nia, que estaban sentados en la misma mesa en la que habían estado la semana anterior, cuando Thornhill nos había llamado a su despacho. Nia estaba asintiendo mientras Hal hablaba, gesticulando todo el rato. Volví a mirar en la otra dirección. Heidi se estaba recogiendo el pelo para ponerlo a la altura de su mandíbula y giraba la cabeza de un lado a otro, como si quisiera que Kelli y Traci le dieran su opinión sobre qué tal le quedaría el pelo más corto. Traci y Kelli asintieron; después, Kelli se puso el pelo de la misma manera y, casi instantáneamente, Traci hizo lo mismo.

Entonces lo supe. Supe por qué Amanda había querido que hablara con Hal y Nia del accidente. Sí, quería que hiciera lo correcto, que consiguiera un poco de justicia para Bea. Pero más que eso, quería que fuese libre. Que me alzara y nos protegiera, a mí y a los que me rodeaban. Puede que incluso a la propia Amanda.

Es posible que no fuera la única guía escogida por Amanda. Pero me había escogido, a pesar de todo. Me necesitaba. Y necesitaba que fuera fuerte y valiente. Porque, seamos sinceros, ¿de qué te sirve una guía que se deja llevar por la corriente?

Me quedé quieta un rato más, recordando lo último que me había enseñado Amanda sobre los osos: que hibernan. Lo que significa que duermen durante mucho, mucho tiempo.

Pero no para siempre.

Y este oso estaba listo para despertarse.

Como si no acabara de hacer una elección, sino más bien aceptado una que había hecho mucho tiempo atrás, me encaminé hacia el otro lado de la cafetería y me coloqué junto a la mesa de Hal y Nia. Hal dejó de hablar y los dos se quedaron mirándome. Hal parecía contento de verme, y Nia me miró con cierta suspicacia.

—Hola —dijo Hal.

—Hola —dije.

—¿Te has equivocado de camino? Creo que tu mesa está por allí —dijo Nia, que señaló en dirección a las chicas I.

—No irás a meterte conmigo porque me siente aquí, ¿verdad, Nia? —le pregunté incómoda, como si hubiera esperado una respuesta desagradable y no supiera qué hacer al ver que mi reacción no había sido la que esperaba.

—Yo… Es decir, ¿lo dices en serio o es que simplemente has venido de turismo? Porque a veces da la impresión de que no sabes por cuál opción decidirte.

Entendí lo que quería decir y, para demostrarle que aquello no era ninguna broma, hice lo único que podía hacer: cogí una silla y me senté.

—Lo digo en serio.

Nia se quedó mirándome y después asintió lentamente.

—Está bien.

—Está bien —repetí. Seguimos mirándonos fijamente.

—Está bien —dijo Hal, que imitó tan bien nuestro tono serio que las dos nos echamos a reír.

Todavía nos estábamos riendo cuando Heidi, Traci y Kelli se plantaron en nuestra mesa con cara de pocos amigos.

—¿Te has perdido, o es que hoy es el día al revés? —quiso saber Heidi, que me miraba con el rostro contraído de indignación—. ¿O es que estos pringados te han lavado el cerebro?

A pesar de mi determinación por mantenerme firme, resultaba desconcertante tener a Heidi mirándome con esa cara de asco. Abrí la boca para responder, pero Nia se me adelantó.

—¿Qué sabrá una descerebrada como tú sobre lavados de cerebro?

—Ja, ja —se burló Heidi— Si eres tan lista, podrías pensar en algo para no ser tan pringada.

—Claro, Heidi —replicó Nia—. Ojalá fuera tan guay como para elegir a mis amigos por la última letra de sus nombres.

—Como si tuvieras alguno —dijo Heidi.

—Bueno, parece que tengo alguno de los tuyos —le respondió Nia.

—Chicas, dejadlo ya —levanté la mano para que parasen y, sin moverme de mi asiento, me giré hacia las Chicas I—. Mira, Heidi, yo… Hoy me apetece comer con Hal y Nia. Sé que no te caen bien, pero son mis amigos.

—¿Tus amigos? —Traci se había quedado a cuadros—. ¿Desde cuándo?

Me sentí un poco mal, porque Kelli y ella nunca me habían hecho nada.

—La gente puede tener un montón de amigos diferentes, Traci.

Traci soltó una risa desagradable.

—No lo creo, Callie. Nosotras pasamos de la gente que se junta con raritos y pringados.

De pronto, mi malestar por ella desapareció.

—Bueno —inspiré profundamente—, entonces supongo que ya no somos amigas.

—¿Pero estás diciendo en serio que prefieres a estos dos frikoides de feria antes que a nosotras? —preguntó Heidi.

Miré a Hal y a Nia. Hal estaba sonriendo para darme aliento, pero Nia estaba inmutable, como si le diera exactamente igual lo que pudiera decir a continuación, como si no le importara que me levantara y me largase con las Chicas I.

Pero ya conocía a Nia. Y sabía que la única razón por la que me miraba como si le diera igual, era porque en realidad le importaba.

—Sí, Heidi —dije—. Te digo en serio que prefiero a Hal y Nia antes que a ti.

—La has liado —dijo Kelli—. La has liado pero bien.

—Espero que sepas que Lee va a pasar de ti a partir de ahora —dijo Heidi—. Para nosotras estás muerta, así que ¿qué iba a hacer él con una novia a la que nunca invitan a ninguna fiesta?

Por primera vez, sentí el peso de mi decisión de abandonar a las Chicas I. No había contado con que tendría que dejar a Lee junto con todo lo demás. Pero al mirar la cara enfurruñada de Heidi, me di cuenta de que lo único que sería más triste que romper con Lee, sería no romper con Heidi, Traci y Kelli.

—Adiós, Heidi —dije.

Se produjo un momento de silencio y las tres se quedaron mirándome fijamente. Después, Heidi se dio la vuelta y, levantando una mano, dijo:

—Te arrepentirás —dicho esto, se marchó.

Un segundo después, Kelli y Traci salieron detrás de ella. Me dio la impresión de que parecían un poco tristes, pero puede que solo me estuviera haciendo ilusiones.

Nia, Hal y yo nos quedamos callados un rato, hasta que finalmente Hal rompió el silencio:

—Tus amigas son bastante… cerradas de mente.

—Sí —dije—. Aunque te habrás dado cuenta de que tienden a compartir la misma opinión.

—Sí, como si compartieran un mismo cerebro —dijo Nia, que metió la mano en el bolso y sacó un sándwich gigantesco—. ¿Os apetece la mitad de este rosbif? Mi madre siempre me prepara comida como para un regimiento.

Sus palabras rompieron la tensión. Casi pude ver la imagen de su madre entregándole la comida aquella mañana.

—Yo ya voy servido —dijo Hal, que sacó un sándwich de su mochila.

—¿Callie?

En el bolsillo tenía veinte dólares que me había dado mi padre aquella mañana, murmurando algo sobre que una chica necesita tener dinero para sus gastos. Pero el sándwich de la madre de Nia tenía mejor pinta que cualquier cosa que pudiera encontrar en la cafetería. Además, por la forma en que me lo tendía, me di cuenta de que Nia me estaba ofreciendo algo más que un sándwich.

—Me encantaría —dije, y como esperaba, el sándwich de su madre estaba delicioso.

—Vale —dijo Nia, se arremangó su jersey gris claro y puso los codos encima de la mesa—. Antes de que llegaras, Hal y yo estábamos hablando de coger el sobre que los dos visteis en el coche de Thornhill.

Estuve a punto de atragantarme con el sándwich.

—¿Estáis hablando de colarnos en el coche de Thornhill?

—Tenemos que ver esa nota —el tono de Nia era uniforme, pero se percibía una cierta amenaza de fondo.

—La nota podría estar en cualquier parte —apunté—. Puede que incluso se la haya llevado a casa —la posibilidad de tener que registrar la casa de Thornhill no entraba precisamente en mis planes.

Como si me hubiera leído la mente, Hal dijo:

—Vamos a intentar no meternos en líos. La navaja de Ockham dice que si estaba en el coche, entonces tiene que seguir allí. Empezaremos registrando el vehículo.

—Espera, ¿qué es eso de la navaja de Ockham? —pregunté.

—La navaja de Ockham es… —empezó a decir Hal.

—¿Sabéis en qué he estado pensando últimamente? —Interrumpió Nia—. En los otros amigos de Amanda. ¿Habrán conseguido encontrarla?

Estaba con la mirada perdida, así que me di cuenta de que no había oído lo último que Hal y yo habíamos dicho.

—¿Otros amigos? ¿De qué estás hablando? Amanda no tenía más amigos —dije.

Nia me sonrió y me dio unas palmaditas en la mano.

—Ya. Hal, tú y yo tampoco creíamos que tuviera más, pero…

—Entiendo —asentí con la cabeza.

Mientras pensaba en cómo íbamos a encontrar a los demás amigos de Amanda y, más difícil aún, conseguir que colaborasen con nosotros para encontrarla, apareció la hermana pequeña de Hal, Cornelia. Aunque hacía años que no la veía, la reconocí de inmediato. Había crecido mucho desde aquel verano en que Hal y yo nos hicimos amigos, pero seguía teniendo la misma melena pelirroja y lisa recogida en una coleta, y la misma expresión seria que recordaba de las pocas veces que había venido con nosotros al bosque.

—Hola, Cornelia —dijo Hal—. ¿Cómo vas?

—A pie —respondió ella.

Era raro ver a una niña pequeña por allí. La escuela de Primaria tenía su propia cafetería, y los chicos más jóvenes nunca venían a la nuestra.

—Mamá metió mi comida en tu mochila —dijo Cornelia con seriedad.

—¿En serio? —dijo Hal mientras rebuscaba en ella—. ¿Y por qué no la he visto?

—No lo sé —respondió Cornelia—. Dímelo tú.

Con la cabeza metida en la mochila, Hal dijo:

—Callie, ya conoces a mi hermana Cornelia. Nia, esta es Cornelia. Cornelia, Nia.

—Hola —dijo Cornelia, que no parecía intimidada en absoluto por estar en la cafetería de los mayores ni por qué la presentaran a dos chicas de Secundaria.

—Hola, Cornelia —dije.

—Hola —dijo Nia. Después se dirigió a mí—. ¿Y si repartimos panfletos?

—¿Quieres que empapelemos el instituto con panfletos? ¿Y qué pondríamos exactamente? —dije.

—No la veo —dijo Hal sacando la cabeza de su mochila.

—Pues… No sé, algo como: «Si sabes algo del paradero de Amanda Valentino, por favor, contacta con…». Después podríamos poner nuestros nombres y teléfonos al final.

—Te la estás comiendo —Cornelia señaló los restos de su comida.

—Este sándwich es mío —protestó Hal mirando el sándwich a medio comer que tenía delante.

—¿Y cuánto crees que tardaría Thornhill en romper los panfletos y en obligarnos a contarle lo que sabemos sobre la vida y las mentiras de Amanda? —dije.

—Ese sándwich no es tuyo —dijo Cornelia—. Es de mantequilla de almendra con mermelada. Es el mío. Mamá te dio dinero para que te compraras algo, no te preparó ningún sándwich.

—No, ella… —Hal se quedó pensativo unos instantes—. Ups.

—Vale, vale, nada de panfletos —dijo Nia.

—¿Y si abrimos una página en Facebook? —dije de repente—. Podríamos abrir una a nombre de Amanda y ver si la gente la visita. Podría tener amigos repartidos por todo el país.

De hecho, me sorprendió mucho descubrir que Amanda no tenía una página en Facebook, teniendo en cuenta que se había mudado en varias ocasiones y que habría gente con la que querría mantenerse en contacto. Aunque, a esas alturas, la respuesta que me dio cuando se lo pregunté («Quiero que mi realidad sea real, no virtual») me parecía mucho menos creíble que entonces.

—Puede que tenga amigos por todo el mundo —murmuró Nia.

—Cierto —dije—. Y no creo que podamos repartir panfletos por Hong Kong.

—¿Qué te parece si te doy el dinero que me dio mamá y me termino yo el sándwich? —dijo Hal.

—Está bien —dijo Cornelia encogiéndose de hombros—, me vale.

—¿Y si hacemos una página web? —dije.

—¡Qué buena idea! —respondió Nia con fingido entusiasmo. Después añadió con su tono normal—: Lo malo es que no tenemos ni idea de cómo se programa una página web.

Pensé que ahora que había dejado de ser una Chica I, ya no podría ni meter canciones en mi iPod.

—Pero ¿no eras tú la genio de los ordenadores? ¿No te metiste en la grabación de vigilancia del instituto y la grabaste en un DVD?

—Dos pavos —dijo Cornelia.

—¿Dos pavos? —dijo Hal.

—Meterse en el sistema operativo del instituto y hacer una página web son dos cosas muy diferentes. Tienes que conocer el lenguaje de programación necesario para hacer una. Ese que se llama…

—HTML —dijo Cornelia. Tenía la mano extendida delante de Hal, pero no nos estaba mirando.

—¿Perdón? —dijo Nia.

—HTML —repitió Cornelia, con la mano aún extendida—. Son las siglas de Hyper Text Markup Language o, lo que es lo mismo, Lenguaje de Marcas de Hipertexto. Pero solo es uno de los muchos lenguajes de programación que se pueden utilizar para hacer una web.

—Solo tengo un dólar con setenta y cinco centavos —replicó Hal.

Me metí la mano en el bolsillo.

—Toma —dije—, yo tengo lo que falta.

Cornelia cogió el dinero de Hal y después añadió mi moneda a las que ya tenía en la mano.

—¿Cómo sabes eso?

—Cornelia es un genio de los ordenadores —dijo Hal—. Estos enanos de hoy…

—¿De verdad podrías hacer una página web? —pregunté.

Cornelia se encogió de hombros y dijo:

—No es tan difícil.

—No sé —dijo Nia—. ¿Cuáles son las probabilidades de que Amanda no vuelva antes de que podamos incluso empezar a hacer una web?

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