Rama II (50 page)

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Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Rama II
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Los cosmonautas estaban sentados juntos en la plataforma, contemplando ávidamente el pequeño monitor del ordenador. Richard ordenó a Falstaff que tomara una foto del príncipe Hal de pie junto al diminuto metro.

—El vagón en sí —dijo Richard a Nicole tras estudiar la imagen— tiene menos de dos centímetros de altura. ¿Quién puede viajar en él? ¿Hormigas?

Nicole agitó la cabeza y no dijo nada. Se sentía desconcertada de nuevo. En aquel momento estaba pensando también en su reacción inicial a Rama, después del viaje en el trasbordador desde la escotilla hermética hasta la estación de comunicaciones en la parte superior de la escalera Alfa.
Nunca en mi más loca imaginación,
pensó, recordando su maravilla ante la primera visión panorámica,
hubiera imaginado que habría tantos nuevos misterios. Los primeros exploradores apenas rascaron la superficie...

—Richard —dijo Nicole, interrumpiendo sus propios pensamientos. Él ordenó a los robots que retrocedieran por el pasillo y luego alzó la vista por un momento en el monitor.

—¿Sí? —dijo.

—¿Cuál es el espesor del casco extremo de Rama?

—Unos cuatrocientos metros, creo —dijo, con una expresión ligeramente desconcertada—. Pero eso es en uno de los extremos. No tenemos ninguna forma precisa de saber cuál es el espesor del casco en ninguna otra parte. Norton y su equipo informaron que la profundidad del Mar Cilíndrico era muy variable... desde tan poco como cuarenta metros en algunos lugares hasta tanto como ciento cincuenta en otros. Eso sugiere un espesor del casco de varios cientos de metros como mínimo.

Richard comprobó rápidamente el monitor. El príncipe Hal y Falstaff estaban casi de vuelta en la estación donde habían bajado del metro. Les trasmitió una orden de alto y se volvió hacia Nicole.

—¿Por qué lo pregunta? No es propio de usted formular preguntas ociosas.

—Evidentemente, hay todo un mundo inexplorado aquí abajo —respondió Nicole—. Tomaría toda una vida...

—No tenemos tanto tiempo —interrumpió Richard con una carcajada—. Al menos, no una vida normal... Pero volviendo a su pregunta del espesor, recuerde que todo el Hemicilindro Sur tiene un nivel de suelo cuatrocientos cincuenta metros por encima del norte. Así que, a menos que haya algunas irregularidades estructurales importantes, y puedo asegurar que no hemos visto ninguna desde fuera, el espesor debe ser sustancialmente más grande en el sur.

Richard aguardó a que Nicole dijera algo más. Cuando ella permaneció en silencio durante varios segundos, se volvió hacia el monitor y siguió su exploración subrogada con los robots.

Había una buena razón para la pregunta de Nicole acerca del espesor del casco. Tenía una imagen en su mente que no podía apartar de sí.

Nicole se imaginaba llegando al extremo de uno de aquellos largos túneles subterráneos, abriendo una puerta y quedando cegada repentinamente por la luz del Sol.
¿No sería increíble, pensaba, ser una criatura inteligente habitante de este laberinto de túneles y tenues luces y luego de pronto, por casualidad, tropezar con algo que cambiaría irrevocablemente todo tu concepto del universo? ¿Cómo podrías volver...?

—Y ahora, ¿qué demonios es eso? —estaba diciendo Richard. Nicole detuvo sus erráticos pensamientos y se enfocó en el monitor. El príncipe Hal y Falstaff habían entrado en una amplia sala en el extremo opuesto de la estación del metro y estaban de pie frente a un conglomerado como una red apelotonada de aspecto esponjoso. La imagen infrarroja de la escena mostraba una esfera alojada en el interior de la red, que irradiaba calor, A sugerencia de Nicole, Richard ordenó a los robots que dieran la vuelta al objeto y examinaran el resto de su nuevo dominio.

La sala era inmensa. Se extendía hasta una distancia mucho más allá del límite de resolución de los dispositivos vídeo que llevaban los robots. El techo estaba a casi veinte metros de altura, y las paredes de los dos lados estaban separadas por más de cincuenta metros. Podían verse varios otros objetos esféricos similares encajados en masas esponjosas dispersos en la distancia por la habitación. Un retículo, que se extendía casi a todo lo ancho de la estancia pero se detenía a cinco metros por encima del suelo, colgaba del alto techo en primer término. Otro retículo apenas era visible a un centenar de metros o así detrás del primero.

Richard y Nicole discutieron lo que tenían que hacer los robots a continuación. No había otras salidas ni de la estación de metro ni de la gran estancia. Una imagen panorámica en torno de esa última no reveló nada de interés excepto las esferas encajadas en sus nidos. Nicole deseaba traer a los robots de vuelta y abandonar de inmediato aquel lugar. La curiosidad de Richard exigía al menos una investigación somera de uno de los objetos esféricos.

Los dos robots consiguieron, no sin cierta dificultad, penetrar en el entramado material hasta alcanzar la esfera del centro. Una de las finalidades del material externo era claramente absorber el calor. Cuando los robots llegaron a la esfera alojada en su interior, sus monitores internos destellaron una advertencia de que la temperatura exterior excedía los límites de seguridad de su operativa.

Richard actuó rápidamente. Dirigiendo a los robots sobre una base de movimiento constante, determinó que la esfera era virtualmente impenetrable, y que probablemente estaba hecha de una densa aleación metálica con una superficie muy dura. Falstaff golpeó varias veces la esfera con su brazo; el sonido resultante fue sordo, indicando que la esfera estaba llena, probablemente de un líquido. Los dos robots estaban abriéndose camino fuera de la red esponjosa cuando sus sistemas de audio captaron el sonido de recios cepillos frotando contra metal.

Richard intentó acelerar su escape. Hal consiguió incrementar su ritmo, pero Falstaff, cuyos subsistemas habían sufrido una elevación excesiva de temperatura durante su proximidad a la esfera, se vio impedido por su propio procesador lógico interno de acelerar sus acciones. El sonido de cepillo fue haciéndose más intenso.

El monitor del ordenador en la plataforma entre los dos cosmonautas fue cambiado a una pantalla subdividida. El príncipe Hal alcanzó el borde externo de la esponja, golpeó el suelo y se encaminó hacia el metro sin aguardar a su compañero. Falstaff continuó abriéndose trabajosamente camino.

—Es demasiado trabajo para un borrachín —murmuró, mientras se arrastraba por encima de otra barrera.

El sonido metálico raspante cesó de pronto, y la cámara de Falstaff registró la imagen de un objeto largo y delgado a franjas negras y doradas. Unos momentos más tarde el encuadre de la cámara se volvió negro, y la alarma de "Inminente falla terminal" del pequeño robot empezó a sonar. Richard y Nicole tuvieron de nuevo un parpadeante atisbo de una imagen procedente de Falstaff; mostraba lo que podía ser un gigantesco ojo desde muy cerca, una negra mezcla gelatinosa teñida de azul. Luego todas las trasmisiones del robot, incluida la telemetría de emergencia, cesaron bruscamente.

Mientras tanto, Hal había entrado en el vagón de metro que aguardaba. Durante los segundos antes de que el metro abandonara la estación, el ominoso sonido raspante volvió a oírse de nuevo. Pero el metro partió de todos modos, con el robot en su interior, e inició su camino a través del túnel hacia los dos cosmonautas. Richard y Nicole dejaron escapar un suspiro de alivio.

No más de un segundo más tarde, un fuerte sonido como de cristal rompiéndose fue recogido por el sistema de audio del príncipe Hal. Richard ordenó al robot que se volviera hacia la dirección de donde procedía el sonido, y la cámara de Hal grabó un solitario tentáculo negro y dorado agitándose en medio del aire. El tentáculo había roto la ventanilla y avanzaba inexorablemente hacia el robot. Tanto Richard como Nicole se dieron cuenta en el mismo momento de lo que estaba ocurriendo. ¡La cosa estaba posada encima del vagón! ¡Y avanzaba hacia ellos!

Nicole estaba trepando ya por los salientes al momento siguiente. Richard perdió varios valiosos segundos recogiendo el monitor de su ordenador y guardando todo su equipo en la mochila. Oyó la alarma de "Inminente falla terminal" del príncipe Hal cuando se hallaba a medio camino salientes arriba. Richard se volvió para mirar justo en el momento en que el metro salía del túnel debajo de él.

Lo que vio hizo que se le helara la sangre. Encima del vagón había una enorme y oscura criatura cuyo cuerpo central, si eso era realmente, estaba aplastado contra el techo. Una serie de tentáculos a franjas se extendían en todas direcciones. Cuatro de ellos habían perforado las ventanillas del vagón y aferrado al robot. La cosa saltó rápidamente del metro y enrolló uno de sus ocho tentáculos en los salientes inferiores.

Richard no aguardó más. Trepó por el resto del cilindro y echó a correr por el túnel de arriba, siguiendo los pasos de Nicole, ya muy distanciada de él.

Mientras corría, Richard observó que el túnel se curvaba ligeramente hacia la derecha. Se recordó a sí mismo que, aunque no era el mismo túnel que habían utilizado antes, también debía de conducir a las rampas. Tras varios centenares de metros, Richard se detuvo para escuchar los sonidos de su perseguidor. No oyó nada. Apenas había inspirado profundamente dos veces antes de empezar a correr de nuevo cuando sus oídos fueron asaltados por un terrible grito frente a el. Era Nicole. Oh, mierda, pensó, mientras echaba a correr de nuevo hacia ella.

47 - Matrices progresivas

—Nunca, nunca en toda mi vida —le dijo Nicole a Richard— había visto nada que me aterrara tanto.

Los dos cosmonautas estaban sentados con la espalda contra la pared de uno de los rascacielos que rodeaban la plaza occidental. Ambos respiraban aún pesadamente, agotados por su frenética escapatoria. Nicole bebió un largo sorbo de agua.

—Apenas había empezado a relajarme —prosiguió—. No oía nada más excepto sus pasos detrás de mí. Decidí detenerme en el museo y aguardar a que me alcanzara. Todavía no se me había ocurrido que habíamos tomado el "otro" túnel.

"Debió resultar evidente, por supuesto, ya que la abertura estaba en el otro lado. Pero en aquellos momentos yo no pensaba lógicamente. Sea como fuere, entré en la habitación, las luces se encendieron... y allí estaba, a no más de tres metros frente a mí. Pensé que se me paraba el corazón.., Richard recordó a Nicole corriendo a refugiarse en sus brazos en el túnel y sollozando inconteniblemente durante varios segundos: —Es Takagishi... disecado como un ciervo o un tigre... en la abertura de la derecha — le dijo, entre temblores y estremecimientos. Después de recobrar el control, los dos juntos siguieron por el túnel. Dentro de la sala, de pie, erguido justo al otro lado de la entrada, Richard vio con un impresionado estremecimiento al cosmonauta del Proyecto Newton Shigeru Takagishi. Iba vestido con su overol de vuelo y tenía exactamente el mismo aspecto que cuando lo habían visto por última vez en el campamento Beta. Su rostro estaba congelado en una agradable sonrisa y sus brazos colgaban a los lados.

—¿Qué demonios? —exclamó Richard, parpadeando dos veces, con su curiosidad sólo un poco más intensa que su terror. Nicole había apartado los ojos. Aunque lo había visto antes, el Takagishi disecado parecía demasiado vivo y real para ella.

Sólo habían permanecido durante un minuto en la amplia sala. La taxidermia alienígena había hecho maravillas también en un ave con un ala rota que colgaba del techo al lado de Takagishi. Contra la pared, detrás del científico japonés, estaba la cabaña de Richard y Nicole que había desaparecido el día antes. El tablero electrónico hexagonal de la estación científica portátil estaba en el suelo junto a los pies de Takagishi, no lejos de un modelo a escala de un bulldozer biot. Otras réplicas biot estaban esparcidas por toda la habitación.

Richard empezaba a estudiar la variada colección de biots de la sala cuando oyeron débilmente el familiar sonido arrastrante desde el túnel por el que habían venido. No perdieron más tiempo. Su huida por el túnel y subiendo las rampas se vio interrumpida tan sólo por una breve parada en la cisterna para volver a llenar su cantimploras con agua fresca.

—El doctor Takagishi era un hombre gentil y sensible —le dijo Nicole a Richard—, con un apasionado interés hacia su trabajo. Justo antes del despegue lo visité en Japón, y me dijo que la ambición de su vida había sido siempre explorar una segunda nave espacial Rama.

—Es una vergüenza que haya tenido que sufrir una muerte tan desagradable — respondió hoscamente Richard—. Supongo que la octoaraña, o una de sus amigas, debió de arrastrarlo hasta aquí abajo casi inmediatamente para una visita al taxidermista. Seguro que no perdieron ningún tiempo exhibiéndolo.

—¿Sabe una cosa?, no creo que lo mataran —declaró Nicole—. Quizá sea irremediablemente ingenua, pero no veo ninguna prueba de juego sucio en su... su estatua.

—¿Cree que simplemente lo mataron de un susto? —gruñó Richard sarcásticamente.

—Sí, Al menos, es posible. —Pasó los siguientes cinco minutos explicándole el problema cardíaco de Takagishi.

—Me sorprende usted, Nicole —murmuró Richard tras escuchar atentamente sus palabras—. Siempre la juzgué mal. Pensé que era la señorita Estricta y Decorosa, siempre actuando según las reglas. Nunca le concedí el crédito de poseer una mente propia. Sin mencionar un fuerte rasgo de compasión.

—En este caso, no estoy segura de que sea algo bueno. Si me hubiera atenido estrictamente a las reglas, ahora Takagishi estaría vivo con su familia en Kyoto.

—Y se habría perdido la experiencia más singular de su vida... lo cual me lleva a una interesante cuestión, mi querida doctora. Seguro que es usted consciente, mientras permanecemos sentados aquí, de que las posibilidades no nos favorecen. Es muy probable que ambos muramos sin volver a ver otro rostro humano. ¿Cómo se siente al respecto? ¿Dónde encaja su muerte, o cualquier muerte, si lo prefiere, en su esquema general de las cosas?

Nicole miró a Richard. Se sintió sorprendida por el tenor de su pregunta. Intentó sin éxito leer la expresión en su rostro.

—No tengo miedo, si es eso lo que quiere decir —respondió cuidadosamente—. Como médica, he pensado a menudo en la muerte. Y, por supuesto, puesto que mi madre murió cuando yo era muy pequeña, incluso de niña me vi obligada a enfrentarme a algunas perspectivas sobre el tema.

Hizo una breve pausa.

—Por lo que a mí respecta, sé que me gustaría seguir con vida hasta que Genevieve fuera mayor... a fin de poder ser la abuela de sus hijos. Pero simplemente seguir con vida no es lo más importante. La vida debe tener la cualidad de ser valiosa para algo. Y tener la cualidad de sentirnos dispuestos a correr algunos riesgos... No me estoy centrando mucho en el tema, ¿verdad?

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