—Espere a que le muestre lo que tengo —dijo mientras ella descargaba las mochilas. Richard tendió la mano que mantenía a su espalda y la abrió. Contenía una solitaria esfera negra de unos diez centímetros de diámetro.
—No consigo imaginar ni de lejos toda la lógica, o cuánta información puedo conseguir en cada petición —dijo Richard—, pero he establecido un principio fundamental. Podemos solicitar y recibir "cosas" usando el ordenador
—¿Qué quiere decir? —preguntó Nicole, aún no segura de por qué estaba tan excitado respecto de la pequeña esfera negra.
—Hicieron esto para mí —dijo él, tendiendo de nuevo la esfera—, ¿No lo entiende? En alguna parte de por aquí tienen alguna especie de fábrica y pueden hacer cosas para nosotros.
—Entonces quizás "ellos", sean quienes fueren, pueden empezar fabricándonos algo de comida —dijo Nicole. Estaba un poco irritada porque Richard ni la hubiera felicitado ni le hubiera dado las gracias por los melones. —Es muy improbable que las aves nos faciliten más.
—Eso no será ningún problema —dijo él—, finalmente, cuando hayamos aprendido toda la amplitud del proceso de peticiones, puede que podamos pedir simplemente un bife con papas, o pescado, cualquier cosa, siempre que podamos describir lo que deseemos en términos científicos no ambiguos.
Nicole miró a su amigo. Con su pelo revuelto, su rostro sin afeitar, las bolsas bajo los ojos y su sonrisa salvaje, parecía en aquellos momentos un fugitivo de un manicomio.
—Richard —pidió—, ¿quiere frenar un poco? Si ha encontrado el Santo Grial, ¿puede al menos perder unos segundos explicándomelo?
—Mire la pantalla —dijo él. Utilizó el teclado para trazar un círculo, luego lo borró e hizo un cuadrado. En menos de un minuto dibujó exactamente un cubo en tres dimensiones. Cuando terminó con los gráficos, puso las ocho teclas de función en una configuración predeterminada y luego pulsó la tecla que mostraba un pequeño rectángulo. Un conjunto de extraños símbolos apareció en el monitor. —No se preocupe —dijo rápidamente—, no necesitamos comprender los detalles. Simplemente nos están pidiendo las especificaciones dimensionales del cubo.
Richard tecleó a continuación una serie de entradas en las teclas normales alfanuméricas.
—Ahora —dijo, volviéndose hacia Nicole—, si lo he hecho todo correctamente, tendremos un cubo, hecho del mismo material que la esfera, dentro de unos diez minutos.
Comieron un poco del nuevo melón mientras aguardaban.—Tenía, el mismo sabor que los otros.
Un bife con papas sería algo inconcebiblemente bueno,
pensó Nicole; entonces, de pronto, la pared del fondo se alzó medio metro por encima del suelo y un cubo negro apareció en el hueco.
—Espere un minuto, no lo toque todavía —dijo Richard cuando Nicole se acercó a investigar—. ¡Mire ahí! —Apuntó su linterna hacia la oscuridad detrás del cubo. —Hay enormes túneles más allá de estas paredes —dijo—, y deben conducir a fábricas tan avanzadas que ni siquiera sabríamos reconocerlas. ¡Imagine! Puede incluso hacer objetos a la medida.
Nicole empezaba a darse cuenta de por qué Richard se mostraba tan extasiado.
—Ahora tenemos la capacidad de controlar nuestro destino al menos de cierta manera —prosiguió él—. Si podemos hallar el código lo bastante aprisa, deberíamos ser capaces de pedir comida, quizás incluso todo lo necesario para construir un bote.
—Sin pesados motores, espero —advirtió Nicole.
—Sin motores —aceptó Richard. Terminó su melón y se volvió de nuevo hacia el teclado.
Nicole empezaba a sentirse preocupada. Richard había conseguido solamente un nuevo avance en todo un día ramano. Lo único que podía mostrar después de treinta y ocho horas de trabajo (sólo había dormido ocho horas durante todo el período) era un nuevo material. Podía conseguir objetos negros como la primera esfera pero "ligeros", cuya gravedad específica estaba cerca a la de la madera de balsa, o podía conseguir objetos negros "pesados", de densidad similar a la del roble o el pino. Estaba llevando a cabo personalmente todo el peso de su trabajo. Y no podía, o no quería, compartir nada de la carga con ella.
¿Y si su primer descubrimiento no fue más que pura suerte?,
se dijo Nicole mientras subía la escalera hacia su paseo del amanecer.
¿O si el sistema no puede construir nada excepto dos tipos de objetos negros? No podía dejar de preocuparse por el tiempo perdido. Faltaban sólo dieciséis días hasta que Rama se encontrara con la Tierra. No había el menor signo de un equipo de rescate. En lo más profundo de su mente estaba el pensamiento de que quizás ella y Richard habían sido completamente abandonados.
Había intentado hablar con Richard acerca de sus planes de la tarde anterior, pero él estaba agotado. No respondió de ninguna forma cuando Nicole le mencionó que estaba realmente preocupada. Más tarde, después que ella delineó cuidadosamente todas sus opciones y cuando le pidió su opinión acerca de lo que debían hacer, se dio cuenta de que se había quedado dormido. Cuando Nicole despertó tras dormir un poco ella también, Richard estaba trabajando ya de nuevo en el teclado y se negó a dejarse distraer ni por el desayuno ni por la conversación. Nicole tropezó con el creciente montón de objetos negros esparcidos por el suelo cuando salió de la Sala Blanca para sus ejercicios de primera hora de la mañana.
Se sentía muy solitaria. Las últimas cincuenta horas, que había pasado casi exclusivamente consigo misma, habían transcurrido muy lentamente. Su única escapatoria había sido el placer de leer. Tenía el texto de cinco libros almacenados en su ordenador. Uno era su enciclopedia médica, pero los otros cuatro eran para diversión.
Apostaría a que la memoria discrecional de Richard está llena con Shakespeare,
pensó mientras se sentaba en el muro que rodeaba Nueva York. Miró al Mar Cilíndrico. En la lejana distancia, apenas visible a través de sus binoculares por entre la bruma y las nubes, podía ver el cuenco norte desde donde habían entrado en Rama la primera vez.
Tenía dos de las novelas de su padre almacenadas en el ordenador. La preferida de Nicole era
Reina para todas las épocas,
la historia de los años jóvenes de Eleanor de Aquitania, empezando con su adolescencia en la corte ducal de Poitiers. La línea de la historia seguía a Eleanor a través de su matrimonio con Luis Capelo de Francia, su cruzada a Tierra Santa, y su extraordinaria apelación personal para una anulación del papa Eugenio, La novela culminaba con el divorcio de Eleanor y su compromiso con el joven y excitante Henry Plantagenet.
La otra novela de Pierre des Jardins en la memoria de su ordenador era su universalmente aclamada obra maestra,
Yo, Ricardo Corazón de León,
una mezcla de diario personal en primera persona y monólogo interior, escrito durante dos semanas de invierno a finales del siglo XII. En la novela, Ricardo y sus soldados, embarcados en otra cruzada, estaban acuartelados cerca de Messina bajo la protección del rey normando de Sicilia. Mientras estaban allí, el famoso rey guerrero y homosexual hijo de Eleanor de Aquitania y Henry Plantagenet, en un estallido de autoanálisis, revivía los acontecimientos personales e históricos más importantes de su vida.
Nicole recordaba una larga discusión con Geneviéve después que su hija hubiera leído Yo, Ricardo el verano anterior. La joven se había sentido fascinada por la historia, y sorprendió a su madre haciéndole una serie de preguntas extremadamente inteligentes. Pensar en Geneviéve hizo que Nicole se preguntara qué estaña haciendo su hija en Beauvois en aquellos momentos.
Te deben de haber dicho que he desaparecido,
supuso.
¿Cómo lo llaman los militares? ¿Desaparecida en acción?
Mentalmente pudo ver a su hija pedaleando cada día en su bicicleta de la escuela hasta casa. "¿Alguna noticia?", preguntaría probablemente a su abuelo al cruzar el umbral de la villa. Y Pierre se limitaría a agitar tristemente la cabeza.
Han transcurrido ya dos semanas desde la última vez que alguien me vio oficialmente.¿Todavía tienes esperanzas, mi querida hija?
La inquieta Nicole se sintió abrumada por un intenso deseo de hablar con Genevieve. Por un momento, suspendiendo la realidad, Nicole no pudo aceptar el hecho de que estaba separada de su hija por millones de kilómetros y que no tenía ninguna forma de comunicarse con ella. Se levantó para regresar a la Sala Blanca, pensando en su confusión temporal que podría llamar por teléfono a Genevieve desde allí.
Cuando su cordura volvió a ella unos segundos más tarde, se sorprendió ante la facilidad con que su mente la había engañado. Sacudió la cabeza y se sentó de nuevo en el muro que dominaba el Mar Cilíndrico. Permaneció en el muro durante casi dos horas, con sus pensamientos vagando libremente sobre una gran cantidad de temas. Cuando se le acabó el tiempo y se preparaba para regresar a la Sala Blanca, su mente se enfocó en Richard Wakefield.
Lo he intentado, mi querido amigo británico,
se dijo.
He sido más abierta contigo de lo que nunca lo he sido con nadie desde Henry. Pero mi suerte ha sido hallarme aquí con alguien que todavía confía menos en mí que yo.
Sintió una indefinida tristeza mientras bajaba la escalera hasta el segundo nivel y doblaba a la derecha hacia el túnel horizontal. Su tristeza se convirtió en sorpresa cuando entró en la Sala Blanca. Richard saltó de su pequeña silla negra y la saludó con un fuerte abrazo. Se había afeitado y peinado. Incluso se había limpiado las uñas. Apoyado sobre la negra mesa en medio de la habitación había un melón maná limpiamente partido. Cada uno de los trozos estaba puesto en un plato negro frente a una silla también negra.
Richard retiró ligeramente una de las sillas de la mesa e indicó a Nicole que se sentara. Rodeó la mesa y se sentó en su propia silla. Adelantó los brazos por encima de la mesa y sujetó las manos de Nicole.
—Quiero disculparme —dijo con gran intensidad— por haber sido tan grosero. Me he comportado muy mal estos últimos días.
"He pensado en miles de cosas que decirle durante estas horas que he estado aguardando —siguió vacilante, con una tensa sonrisa flotando en sus labios—, pero no puedo recordar la mayor parte de ellas... Sé que deseaba explicarle lo muy importantes que eran el príncipe Hal y Falstaff para mí. Eran mis más íntimos amigos... No me ha resultado fácil aceptar su muerte. Mi dolor es aún muy intenso...
Richard tomó un sorbo de agua.
—Pero, sobre todo —dijo—, lamento no haberle dicho nunca la persona tan espectacular que es usted. Es inteligente, atractiva, voluntariosa, sensible... todo lo que siempre he soñado encontrar en una mujer. Pese a nuestra situación, siempre he tenido miedo de decirle lo que sentía. Supongo que mi miedo al rechazo corre aún muy profundo.
Las lágrimas se acumularon en las comisuras de los ojos de Richard y resbalaron por sus mejillas. Temblaba ligeramente. Nicole pudo darse cuenta del increíble esfuerzo que aquello representaba para él. Se llevó las manos de él a las mejillas.
—Creo que tú también eres muy especial —dijo.
Richard siguió trabajando con el ordenador de Rama, pero se limitó a cortas sesiones e incluyó a Nicole siempre que le fue posible. Se dedicaron a pasear juntos y a charlar como viejos amigos. La distraía representando escenas enteras de Shakespeare. El hombre poseía una memoria prodigiosa, e intentaba representar ambos papeles en las escenas de amor de
Romeo y Julieta,
pero cada vez que arrancaba con el falsete Nicole no podía evitar el estallar en risas.
Una noche hablaron durante más de una hora de Omeh, de la tribu senoufo y de las visiones de Nicole.
—Comprenderás que me resulta difícil aceptar la realidad física de algunas de esas historias —dijo Richard, intentando justificar su curiosidad—. Sin embargo, admito que las encuentro absolutamente fascinantes. —Más tarde mostró un agudo interés en analizar todo el simbolismo de sus visiones. Resultaba evidente que reconocía los atributos místicos de Nicole tan sólo como otro componente de su intensa personalidad.
Durmieron abrazados antes de hacer el amor. Cuando finalmente copularon, fue algo gentil y sin prisas, sorprendiéndolos a ambos con su facilidad y satisfacción. Unas noches más tarde, Nicole estaba tendida con la cabeza apoyada en el pecho de Richard, vagando agradablemente dentro y fuera del sueño. Él estaba profundamente sumido en sus pensamientos.
—Hace varios días —dijo de pronto, despertándola—, antes que llegáramos a intimar tanto, te dije que en una ocasión había pensado en el suicidio. Entonces temí contarte la historia. ¿Te gustaría oírla ahora?
Nicole abrió los ojos. Giró y apoyó la barbilla en el estómago de él.
—Aja —dijo. Se empujó hacia arriba y lo besó en los ojos antes de que él empezara su relato.
—Supongo que sabrás que estuve casado con Sarah Tydings cuando los dos éramos muy jóvenes —empezó—. También fue antes que ella se hiciera famosa. Estaba en su primer año en la Royal Shakespeare Company y estaban representando
Romeo y Julieta, Como gustéis y Cimbelino
de repertorio en Stratford. Sarah era Rosalinda y Julieta, y estaba fantástica en ambas.
"Por aquel entonces tenía dieciocho años y acababa de terminar la escuela. Me enamoré de ella la primera noche que la vi como Julieta. Le envié rosas al camerino cada noche y me gasté la mayor parte de mis ahorros para ver todas sus actuaciones. Cenamos juntos dos veces y luego me declaré. Me aceptó más por sorpresa que por amor.
"Cuando terminó el verano entré a formar parte del equipo investigador de Cambridge. Vivíamos en un modesto piso y ella se dirigía cada día a Londres. Yo la acompañaba siempre que podía, pero después de varios meses mis estudios me exigieron casi todo mi tiempo.
Richard detuvo su narración y miró a Nicole. No se había movido. Estaba tendida parcialmente encima de él, con una sonrisa de amor en su rostro.
—Sigue —dijo en voz baja.
—Sarah era pura adrenalina. Irradiaba excitación y variedad. Lo mundano y tedioso la irritaban. Comprar comida, por ejemplo, era un hastío colosal. Era demasiado problema para ella conectar el aparato y decidir qué pedir. También hallaba cualquier tipo de planificación increíblemente constrictiva.
"El amor tenía que hacerse cada vez en diferente posición o acompañado por una música distinta; de otro modo era aburrido. Durante un tiempo me mostré lo bastante creativo como para satisfacerla. También me ocupaba de todas las tareas de rutina para liberarla del aburrimiento del trabajo de la casa. Pero las horas del día eran limitadas. Al cabo de un tiempo, pese a mis considerables habilidades, mis estudios empezaron a resentirse porque gastaba todas mis energías haciendo que la vida fuera interesante para ella.