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Authors: David Morrell

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Rambo. Acorralado (17 page)

BOOK: Rambo. Acorralado
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Un brillante relámpago tuvo como corolario un trueno que hizo estremecer la tierra. Tenía que estar atento; había tenido demasiada suerte. Primero el revólver, luego las balas, la cantimplora y ahora el cuchillo y las salchichas. Habían sido tan fáciles de conseguir que más valía que se cuidara. Sabía muy bien como se compensaban esas cosas. Durante un momento se disfrutaba de una racha de suerte y al siguiente bueno, se cuidaría muy bien para no perder esa racha.

XII

Teasle se acariciaba la mano, la abría y la cerraba. Los nudillos que se le habían partido con los dientes de Mitch comenzaban a hincharse, pero los labios de Mitch estaban mucho más hinchados. Mitch trató de levantarse en medio de los truenos, se le aflojó una rodilla y cayó llorando contra un árbol.

—No debió pegarle tan fuerte —dijo Shingleton.

—Como si no lo supiera —afirmó Teasle.

—Usted es boxeador. No necesitaba pegarle tan fuerte.

—Dije que lo sabía. No debí pegarle ni fuerte ni despacio. Dejémoslo así.

—Pero mírelo. Ni siquiera puede levantarse. ¿Cómo va a caminar?

—No te preocupes por eso —interpuso Ward—. Tenemos peores problemas. Los rifles y la radio han sido arrastrados por el agua hacia el precipicio.

—Todavía nos quedan nuestros revólveres.

—Pero no tienen ningún alcance —dijo Teasle—. Al menos contra un rifle. En cuanto aclare nuevamente, el muchacho podrá matarnos uno a uno desde una milla de distancia.

—A menos que aproveche la tormenta para escapar —dijo Ward.

—No. Tenemos que pensar que va a venir a buscarnos. Hemos sido demasiado descuidados hasta ahora y tenemos que empezar a actuar como si fuera a suceder lo peor. Estamos igual de mal venga o no venga. No tenemos comida ni equipo. Ninguna organización. Muertos de cansancio. Nos daremos por muy bien servidos si podemos arrastrarnos cuando lleguemos otra vez a la ciudad.

Miró a Mitch que estaba sentado en el barro, empapado por la lluvia, agarrándose la boca y gimiendo.

—Échenme una mano con él —dijo levantando a Mitch.

Mitch lo alejó de un empujón.

—Estoy bien —murmuró entre los agujeros de los dientes que le faltaban—. Ya ha hecho bastante. No se me acerque otra vez.

—Deja que pruebe yo —dijo Ward.

Pero Mitch también lo hizo a un lado.

—Te digo que estoy bien.

Tenía los labios hinchados y de color violeta. Agachó la cabeza y se tapó la cara con las manos.

—Estoy bien, maldita sea.

—Por supuesto que sí —dijo Ward al cogerlo cuando caía de rodillas.

—Yo Dios mío mis dientes.

—Ya lo sé —dijo Teasle y junto con Ward ayudaron a Mitch a ponerse de pie.

Shingleton miró a Teasle y meneó la cabeza.

—Qué lío. Miren que turbia tiene la mirada. Y luego usted. ¿Cómo va a pasar la noche sin tener siquiera una camisa? Se va a congelar.

—No te preocupes por eso. Sigue buscando a Léster y a los demás.

—Hace rato que ya se fueron.

—Con esta tormenta me parece difícil. No podrán seguir una línea recta, ni siquiera se puede ver con esta lluvia. Estarán dando vueltas alrededor de este peñasco, y mucho cuidado, si llegamos a tropezar con ellos. Léster y el joven agente están tan aterrados con la idea de encontrarse con el muchacho, que son capaces de confundirnos con él y comenzar a disparar. He visto ocurrir esto otras veces.

No tenía tiempo de explicarles que estaba recordando las tormentas de nieve de Corea, cuando un centinela le disparaba a uno de sus propios compañeros por equivocación. Una noche de lluvia en Louisville cuando dos policías se confundieron y se mataron mutuamente. Su padre. Algo similar le ocurrió a su padre también, pero no quería pensar en ello, ni siquiera recordarlo.

—Vamos de una vez —dijo bruscamente—. Tenemos que andar una buena distancia y no estamos muy fuertes que digamos.

La lluvia castigaba sus espaldas mientras conducían a Mitch entre los árboles. Al principio arrastraba las piernas en el barro, y luego consiguió caminar con mucho trabajo y torpemente.

Un héroe de la guerra, pensó Teasle; su espalda se le había quedado insensible por la lluvia helada que chorreaba por ella. El muchacho le dijo que había estado en la guerra, ¿pero quién hubiera podido creerle? ¿Por qué no le había dado más explicaciones?

¿Hubiera importado? ¿Le habrías tratado de forma distinta a los demás?

No. No podía.

Bien, pues entonces empieza a pensar en lo que te hará cuando te encuentre.

Sí me encuentra. Tal vez te equivoques. Tal vez no me busque.

Volvió a la ciudad todas esas veces, ¿verdad? Y puedes estar seguro que volverá esta vez también. Oh, pierde cuidado que volverá esta vez también.

—Eh, está temblando. —dijo Shingleton.

—Ocúpate de buscar a Léster y a los demás.

No podía dejar de pensar en eso. Tenía las piernas endurecidas y las movía dificultosamente; mientras sujetaba a Mitch y avanzaba penosamente entre los árboles en medio de la lluvia junto con los otros, no podía dejar de pensar en lo que le había pasado a su padre el sábado que fue a cazar ciervos junto con otros amigos. Su padre había querido llevarlo, pero los otros tres dijeron que era muy pequeño, a su padre no le gustó mucho la forma en que lo dijeron pero cedió; ese sábado se abría la temporada de caza y no quería estropearlo con una discusión.

Y así fue como le contaron lo ocurrido. Cómo se situaron a lo largo del cauce seco de un arroyo en el que se veían rastros frescos y bosta de ciervos. Cómo su padre había subido al monte y había hecho mucho ruido para asustar al ciervo y hacerlo bajar por el cauce seco hasta donde estaban los otros hombres que dispararían al verlo pasar. Habían establecido una regla: todos debían quedarse en sus lugares para que no pudieran confundirse con la situación de los demás. Pero uno de ellos, que era la primera vez que tomaba parte en ese tipo de cacería, se cansó de esperar durante todo el día hasta que pasara un ciervo y salió a dar una vuelta por su cuenta para ver si encontraba algo; al oír un ruido y ver moverse unos arbustos disparó, y faltó poco para que partiera por la mitad la cabeza del padre de Teasle. El cuerpo casi no fue expuesto: la cabeza había resultado más dañada de lo que había parecido en un primer momento. Pero el embalsamador decidió usar una peluca y todos dijeron que quedaba muy natural.

Orval había tomado parte en esa cacería y ahora Orval estaba muerto también, y mientras guiaba a Mitch por ese peñasco en medio de la tormenta, Teasle tenía cada vez más miedo de morir él también. Se esforzó por ver si Léster y los demás, estaban refugiados en los oscuros árboles que se erguían delante suyo.

Si habían perdido el rumbo y disparaban presas del miedo, sabía que no podría culpar a nadie más que a sí mismo. ¿AI fin y al cabo, qué eran sus hombres? Agentes de tráfico que ganaban cinco mil setecientos dólares anuales, agentes de pequeñas ciudades adiestrados para vérselas con los crímenes típicos de las pequeñas ciudades, abrigando siempre la esperanza de que nunca sucediera algo serio, contando siempre con ayuda si era necesario; y ahora estaban en las montañas más desamparadas de todo Kentucky, sin ninguna clase de ayuda a la redonda, enfrentándose a un asesino experto, y sólo Dios sabía cómo habían podido mantenerse vivos hasta ese momento. Se dio cuenta de que jamás debió haberlos traído a ese lugar. Debió haber esperado hasta que interviniera la policía del estado. Durante cinco años había estado tratando de convencerse de que su cuerpo era tan fuerte y disciplinado como el de Louisville, dándose cuenta ahora que sus hombres se habían ido acostumbrando poco a poco a la rutina y perdiendo agudeza. Igual que él. Pensar en el tiempo que había perdido discutiendo con Orval en vez de concentrarse en el muchacho, cómo les había tendido esa emboscada y cómo habían desaparecido todos los pertrechos y se había dispersado el grupo y había muerto Orval, y entonces empezó a darse cuenta —la idea surgía y él la desechaba, pero volvía a surgir nuevamente con más fuerza— de lo débil y descuidado que se había vuelto.

Como al golpear a Mitch, por ejemplo.

Y al no advertir a Orval que se agachara.

El primer sonido se confundió con un trueno y no pudo tener la certeza de haberlo oído realmente. Se detuvo y miró a los demás.

—¿Oyeron?

—No estoy muy seguro —dijo Shingleton—. Hacia adelante, me parece. Un poco a la derecha.

Sonaron entonces otros tres que eran indiscutiblemente disparos de un rifle.

—Es Léster —dijo Ward—. Pero no dispara en esta dirección.

—Dudo que haya podido salvar su rifle ya que nosotros tampoco pudimos —dijo Teasle—. El que está tirando es el muchacho.

Se oyó un disparo más, proveniente de un rifle también, y se quedó esperando oír otro sin éxito.

—Dio la vuelta y los pescó en la grieta del peñasco —dijo Teasle—. Cuatro disparos. Cuatro hombres. El quinto era para rematar a alguien. Ahora se dedicará a nosotros. —Se apresuró para guiar a Mitch en la dirección opuesta a los disparos.

Ward se interpuso.

—Esperen. ¿No vamos a tratar de ayudarlos? No podemos dejarlos allí.

—No te quepa la menor duda. Están muertos.

—Y ahora vendrá a matarnos a nosotros —dijo Shingleton.

—Sin ninguna duda —dijo Teasle.

Ward dirigió una mirada afligida en dirección hacia donde se habían oído los disparos. Cerró los ojos con una expresión de angustia. —Pobres diablos—. Muy a pesar suyo ayudó a mover a Mitch y se dirigieron hacia la izquierda acelerando el paso. La lluvia disminuyó durante un rato y luego arreció con renovada fuerza.

—El muchacho debe estar esperándonos en el acantilado por si no oímos los disparos —dijo Teasle—. Eso nos dará cierta ventaja. En cuanto se dé cuenta de que no venimos por ese lado, atravesará el risco para buscar nuestro rastro, pero esta lluvia se encargará de borrarlo y no descubrirá nada.

—Estamos a salvo entonces —dijo Ward.

—A salvo —repitió Mitch estúpidamente.

—No. Al no encontrar rastro alguno, correrá hacia el extremo más alejado del peñasco y tratará de adelantarse a nosotros. Buscará el lugar más indicado según él para que nosotros bajemos y se quedará esperándonos allí.

—Pues entonces —dijo Ward— tendremos que llegar allí antes que él, ¿no es así?

—Antes, ¿no es así? —repitió Mitch tartamudeando; Ward hacía que pareciese tan fácil y el eco de Mitch sonaba tan ridículo, que Teasle rió nerviosamente.

—Por supuesto que sí, tenemos que llegar allí antes que él —dijo, y al mirar a Shingleton y a Ward se quedó impresionado por el control de los dos y súbitamente pensó que tal vez el asunto se arreglara.

XIII

A las seis de la tarde, la lluvia se convirtió en una fuerte granizada y grandes trozos de hielo golpearon a Shingleton en la cara, obligándolos a refugiarse debajo de un árbol. El árbol había perdido prácticamente todas sus hojas, pero tenía numerosas ramas que amortiguaban en parte los golpes del granizo y el resto, caía castigando con fuerza la espalda y el pecho desnudos de Teasle, y los brazos que había alzado para protegerse la cabeza. Estaba ansioso por ponerse nuevamente en marcha, pero sabía que sería una locura: unos cuantos golpes de un granizo de semejantes dimensiones podían dejar tendido en el suelo a un hombre. Pero cuanto más tiempo pasaran acurrucados contra ese árbol, más tiempo tendría el muchacho para alcanzarlos y su única esperanza residía en que el granizo lo hubiera obligado a detenerse y refugiarse igual que ellos.

Esperó, mirando a su alrededor, preparado para un ataque, hasta que el granizo cesó finalmente, como también la lluvia, y cuando aclaró nuevamente y se calmó el viento, atravesaron rápidamente el peñasco. Sin embargo, los ruidos que hacían al caminar entre la maleza se oían con más fuerza al cesar la lluvia y el viento y constituían una señal audible para el muchacho. Trataron de andar más despacio pero los ruidos se oían casi tan fuerte como antes, de modo que se apresuraron nuevamente, avanzando estrepitosamente.

—¿No terminará nunca este peñasco? —dijo Shingleton—. Hemos caminado ya varias millas.

—Varias millas —repitió Mitch como un eco—. Cuatro millas. Cinco. Seis.

Arrastraba otra vez los pies. Se tambaleó de repente y Ward lo levantó; y entonces Ward cayó hacia atrás a su vez. El eco del disparo resonó entre los árboles, Ward yacía de espaldas con los brazos y las piernas rígidas como un muerto; Teasle pudo ver desde donde estaba tirado en el suelo, que Ward había recibido un balazo directamente en el pecho. Se sorprendió al verse en el suelo. No recordaba haberse arrojado a tierra. Y se asombró asimismo al ver que había desenfundado su pistola.

Dios, Ward había muerto también. Quería arrastrarse hasta él, ¿pero de qué le serviría? ¿Y Mitch? No, él no. Estaba tirado en el barro quieto como si hubiera recibido un tiro también. No. Estaba bien, abría y cerraba sus ojos, fijos en un árbol.

—¿Pudiste ver al muchacho? —le preguntó rápidamente Teasle a Shingleton—. ¿Pudiste ver desde dónde disparó?

Ninguna respuesta. Shingleton estaba tirado cuerpo a tierra, con la mirada ausente clavada en algún punto frente a él; sus pómulos prominentes resaltaban en su cara tensa.

Teasle le sacudió.

—Te pregunté si lo viste. ¡Reacciona de una vez!

La sacudida fue como si hubiera puesto en funcionamiento una válvula a presión. Shingleton reaccionó alzando su puño cerrado junto a la cara de Teasle.

—Quíteme de encima sus malditas manos.

—Te pregunté si lo habías visto.

—¡Le dije que no!

—¡No dijiste nada!

Las miradas de los otros dos se dirigieron hacia él.

—Ayúdame, de prisa —dijo Teasle, y lo arrastraron hasta un pequeño hoyo rodeado por arbustos, sobre cuyo borde había caído un árbol podrido. El hoyo estaba lleno de agua de lluvia y Teasle se metió dentro lentamente sintiendo el frío contra su pecho y estómago desnudos.

Sus manos temblaban mientras comprobaba que el agua no había estropeado el disparador. Sabía lo que debía hacer ahora y eso le hizo sentir miedo, pero no veía ninguna otra salida, y si pensaba mucho en ello tal vez no consiguiera juntar fuerzas para llevarlo a cabo.

—Quédate aquí con Mitch —le dijo a Shingleton sintiendo la boca seca. Hacía horas ya que no sentía la lengua húmeda—. Si llega a aparecer alguien entre esos arbustos sin decir primero que soy yo, dispara.

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