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Authors: Neal Stephenson

Tags: #Ciencia-Ficción

Reamde (70 page)

BOOK: Reamde
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Marcó rellamada.

—¿Estás bien? ¿Dónde está Zula?

—¿Estás bien? ¿Dónde está Zula?

—¿Estás bien? ¿Dónde está Zula?

Incluso con los ojos cerrados y vuelta de espaldas, el destello de la granada había dejado enormes parches púrpura flotando en el centro de la visión de Yuxia, oscureciendo la cara de Csongor. Pero sabía quién era.

—Se la llevaron —respondió.

La estaba sujetando por los brazos. Entonces la soltó. Ella se dio cuenta de que solo estaba de pie porque Csongor la había levantado. Así que hubo unos instantes, ahora, en que estuvo a punto de caerse y tuvo que controlarse y empezar a mover las piernas y recuperar el equilibrio. Acabó medio apoyada contra el poste de un camastro de acero soldado. El camarote estaba lleno de humo, y más humo surgía de un millar de diminutas ascuas que había visto extenderse por las colchas y ardían o se apagaban en las sábanas. Tosió y se llevó la mano libre a la boca. Csongor, mientras tanto, se puso en marcha y entró y salió del camarote. Lo vio recoger a un hombre caído en el suelo. Se lo cargó al hombro como si fuera un saco de arroz y salió. Hubo una salpicadura. Luego volvió a entrar en el camarote y repitió el procedimiento.

Desde fuera, ella oyó a Marlon poniendo una leve objeción.

—¡Esos hombres están aturdidos!

—Esto los despertará —dijo Csongor.

Por lo que a Yuxia concernía, lo único malo que Csongor estaba haciendo era que tal vez no causara la muerte de aquellos hombres. Quería arrojarlos al agua ella misma.

No podía oír los motores del barco y supuso que era porque la explosión de la granada la había dejado sorda. Pero tampoco podía sentir la vibración. Entre Marlon y Csongor tenía lugar una conversación apresurada y ansiosa. Yuxia salió a tomar aire. Vio al cocinero (el hombre que le había ofrecido té antes) acorralado contra la barandilla. Había estado viendo a Csongor arrojar a los demás tripulantes por la borda y daba por hecho que era el siguiente.

—Ese tipo fue amable con amigo —anunció Yuxia en inglés, y le dijo al hombre en mandarín que no iba a pasar nada. Pero no estaba segura de que entendiera el mandarín.

Ni Csongor ni Marlon la oyeron, ya que estaban subiendo con mucho estrépito una escalera de acero que conducía al puente, un nivel más arriba. Se produjo una especie de festival de fritos.

—Vamos a ver qué pasa —le sugirió Yuxia al hombre del té, e hizo un gesto de «tú primero» en dirección a las escaleras. Con gran nerviosismo, el hombre subió al puente del barco por delante de ella.

Csongor estaba de pie en un rincón, apuntando con una pistola a un tripulante que, al parecer, había permanecido a los controles mientras sucedía todo lo demás. Marlon le hablaba en mandarín.

—No tienes ninguna posibilidad —dijo, como si repitiera algo que había dicho antes y que el piloto fuera incapaz de comprender por pura estupidez—. Tienes que sacarnos de aquí. Llévanos a Taiwán o las Filipinas o donde sea. ¡No tenemos tiempo que perder!

El piloto pareció incapaz de tomar un decisión hasta que por fin el cocinero habló en fujianés y le informó de que habían arrojado por la borda a todos los demás miembros de la tripulación. Esto pareció causar una considerable impresión en el piloto. Por fin se volvió hacia la consola de control y empujó una manivela que hizo que los motores arrancaran. Yuxia sintió el barco acelerar bajo sus pies, lo cual era una buena sensación.

—¡Aléjanos de la costa! —ordenó Marlon, como temiendo que el piloto pudiera hacer un intento deliberado por varar el barco en la playa. El piloto hizo un intento de cambio de rumbo que hizo que la proa se apartara de la Isla Sin Corazón. No fue suficiente para Marlon, que dio un paso adelante y giró el timón en la misma dirección. Esto provocó un grito de pánico por parte del piloto. Yuxia lo tradujo al inglés.

—Dice que acabas de enfilar el barco directamente hacia Kinmen. Si seguimos este rumbo, nos volarán.

Marlon se apartó del timón y dejó que el piloto volviera a cambiar el rumbo, esta vez más al sur, pero estaba claramente receloso y nervioso y lo demostró paseando por el camarote y asomándose a todas las ventanas para comprobar que no iban hacia tierra.

—GPS —dijo Csongor, y señaló una vez con la cabeza hacia el puñado de pantallitas y aparatos electrónicos montados en la consola.

Instantes después se congregaron en torno al aparato que Csongor había advertido. Identificarlo como una unidad GPS había necesitado una observación cuidadosa. Era rudo y de aspecto industrial comparado con las unidades con brillantes pantallas en color que alguna gente tenía en el coche. La pantalla de este era diminuta y gris y mostraba solo los detalles que interesaban a los marineros: costas, bajíos y boyas. Pero la latitud y la longitud quedaban claramente mostradas como largas cadenas de dígitos en la parte inferior, y los burdos contornos y símbolos de la pantalla ascendían a medida que el barco se dirigía al sur.

—No me lo puedo creer —dijo Csongor—. Hace cuatro días estaba en Budapest bebiendo cerveza. Ahora he secuestrado un barco en China y me he enamorado y he matado a gente.

Nadie tuvo mucho que decir al respecto. Marlon se volvió hacia Yuxia y dijo en mandarín:

—¿Hay alguien más?

—No lo creo —respondió ella—, pero deberíamos echar un vistazo.

Acordaron que Csongor se quedara en el puente con la pistola mientras Marlon y Yuxia se familiarizaban con su nuevo barco.

El cocinero los siguió a la cubierta principal, y entonces le dijo a Yuxia:

—Hay una pistola en el puente, oculta bajo el panel de control.

Así que regresaron al puente e hicieron que el piloto se apartara mientras Marlon se ponía a cuatro patas y tanteaba en busca del arma: un antiguo revólver, oxidado en los bordes, pero cargado y listo para ser usado. Lo arrojó al océano. Luego, solo para asegurarse, hicieron que el piloto y el cocinero se desnudaran hasta quedar en ropa interior y rebuscaron entre sus ropas y encontraron un teléfono y dos cuchillos. Marlon le quitó la batería al teléfono del piloto, y luego hizo lo mismo con el suyo y con el de Yuxia.

Siguiendo instrucciones de Khalid, el piloto Pavel se sentó en el asiento trasero del taxi robado, donde Jones había estado esperanto tras el cristal tintado todo el tiempo. Zula se sentó con ellos. Khalid ocupó el asiento de pasajeros. Una disposición similar se hizo en el segundo taxi tras ellos, que simplemente llamaron de la fila del hotel. Sergei acabó en ese taxi junto con el otro terrorista del chaleco bomba.

Cuando se pusieron en marcha y pudieron ver el segundo taxi por el retrovisor (pues al parecer al conductor le habían dicho simplemente que los siguiera), Jones le dijo a Pavel:

—En circunstancias normales planearía esto con mucho cuidado. Tal vez construiríamos un señuelo de avión en mitad de Yemen y nos entrenaríamos en él. Pero tal como están hoy las cosas, vamos a tirar adelante y confiar en Alá. Llámelo fatalismo si quiere: yo creo que es la actitud tradicional de los occidentales.

Pavel dio toda la impresión de no haber entendido ni una sola palabra.

—Así que —continuó Jones—, dígame cómo es la terminal de jets privados de Xiamen. Nunca he disfrutado del lujo de viajar en jet privado. ¿Habrá alguien para sellar mi pasaporte?

Pavel siguió sin decir nada.

—Hablo en serio —dijo Jones—. Necesito saber si tenemos que pasar por un control de emigración. Para mostrar documentos. Porque —y aquí sonrió de un modo que a Zula le habría parecido encantador si no hubiera sabido nada más de él—, verá, me temo que he perdido mi pasaporte británico. Y ella el suyo americano —señaló a Zula.

—Si quiere parecer normal —dijo Pavel—, entonces, normalmente, yo cursaría un plan de vuelo a la ciudad de destino. También un manifiesto de pasajeros. Si el destino está en el mismo país, entonces obviamente no hace falta tratar con inmigración. Si el destino es otro país, entonces hay que sellar el pasaporte al salir.

—Pero el tipo de gente que viaja en un avión privado siempre está demasiado ocupada para guardar cola para que le sellen el pasaporte, ¿no? —dijo Jones.

—Frecuentemente, sí. Depende del país. Depende también del tipo de pasaporte.

—Continúe.

—En algunos sitios no hay FBO...

—¿Cómo?

—Operador de base fija. Una terminal especial para los jets privados.

—Ah, gracias por la aclaración.

—Si no hay FBO, hay que guardar cola con todos los demás en emigración.

—¿Y si hay FBO?

—Entonces muchas veces se hace en el avión. Vas directo al FBO. Subes al avión. Esperas a que llegue un funcionario. El funcionario sube al avión. Cuenta los pasajeros. Comprueba con los papeles. Sella los pasaportes. Se marcha. Y el avión despega.

—¿Hay FBO aquí?

—Naturalmente, nuestro avión lleva tres días aparcado en el FBO.

—¿Cómo entraron en el país? ¿Todos tenían visado?

—No —dijo Pavel.

Zula proporcionó una breve explicación de cómo lo habían hecho.

Jones reflexionó.

—¿Y si cursara un plan de vuelo para una ciudad china y luego volara a Islamabad?

—En algunos sitios se darían cuenta. En otros... —Pavel se encogió de hombros.

—Muy bien. ¿Qué hay en la dirección general de Islamabad?

—¿Dushanbe?

—Estoy hablando de aeropuertos en China... para que no haga falta un plan internacional de vuelo.

—Comprendo.

—Corríjame si me equivoco. Pero creo que acaba de decirme que, si cursa un plan de vuelo para otra ciudad de China, los agentes de inmigración no tienen que venir a bordo para sellar los pasaportes.

—Generalmente correcto.

—¿Dónde sería eso?

—¿Urumqi? —supuso Pavel.

—¿Qué tal Kashgar?

—Sí, por supuesto, Kashgar.

—Nunca he estado allí —admitió Jones—, pero he estado cerca, por la parte de Tajikistán.

Pavel esperó.

Jones sonrió.

—Me atrevo a decir que si cursamos un plan de vuelo a Kashgar, y luego nos lo saltamos y nos dirigimos a Islamabad, nadie se dará cuenta. O, si lo hacen, será demasiado tarde para que emprendan ningún tipo de acción.

—Solo hay unos pocos cientos de kilómetros hasta la frontera occidental de China —concedió Pavel.

—Entonces le sugiero que coja su portátil, o lo que sea que use, y lo haga posible —dijo Jones.

—¿Partimos cuándo?

Jones miró a Pavel como si fuera un idiota babeante.

—Partimos ahora. Vamos directamente al aeropuerto.

—No es posible.

—¿Qué quiere decir con que no es posible?

—Las normas en China dicen que el plan de vuelo debe cursarse con seis horas de antelación.

—Hmm.

—Antes eran seis días, ahora es mucho más fácil.

Permanecieron en silencio unos minutos mientras Jones lo consideraba. Entonces, justo cuando Zula empezaba a preguntarse si se había quedado dormido, volvió a hablar.

—Estaba usted sentado en su hotel esperando a Ivanov.

—Sí —dijo Pavel.

—Si Ivanov hubiera vuelto al hotel hoy, según lo planeado, y le hubiera recogido, habrían ido al FBO, subido al avión, ¿y luego qué?

—Habríamos volado a Calgary.

—¿Qué hay en Calgary?

—Combustible.

—Entonces me está diciendo que Calgary sería una mera parada para repostar.

—Sí.

—¿Cuál sería el destino final?

—Toronto. Donde empezamos.

—¿Por qué no volar directamente a Toronto, entonces?

—Grandes círculos.

—¿Cómo dice?

Pavel suspiró, luego extendió las manos ante él como si sujetara un globo del tamaño de una calabaza.

—Verá...

Jones lo interrumpió.

—Sé lo que es una maldita ruta en círculo.

—Muy bien, vale. Entonces será mucho más fácil de explicar.

—Pues explíquelo.

—Si trazamos un gran círculo de aquí a Calgary, pasa por la costa de China. Corea del Sur. La isla de Sakhalin. Kamchatka. Luego sigue por la costa de Alaska y Columbia Británica a cierta distancia. Luego atraviesa las montañas y llega a Calgary. Todo esto es un pasillo aéreo bastante utilizado, ¿entiende? Todos los aviones entre Asia y América del Norte siguen esa ruta. No pasa por ninguna zona sensible. Bien. Si trazamos un gran círculo desde aquí a Toronto, es totalmente diferente. Sube por China. Luego Corea del Norte... muy malo. Luego una gran parte de Siberia que no es definitivamente un pasillo aéreo normal. Conseguir la aprobación de ese plan de vuelo es imposible. Así que debemos seguir el pasillo normal hasta que estemos en la zona oeste de Canadá. A partir de ahí las cosas son más fáciles. Pero entonces estamos tan lejos de seguir una gran ruta en círculo que es necesario repostar. El lugar mejor es Calgary. Ahí es donde cursamos el plan de vuelo.

—¿Me está diciendo que ya está cursado?

—Naturalmente.

—Lo dice por ese retraso de seis horas que ha mencionado —musitó Jones, reflexionando—. Ivanov era un hombre con prisa. Quería estar preparado para salir de aquí al instante. Cosa que es difícil reconciliar con el retraso de seis horas ordenado por el gobierno chino. Así que tenían un plan de vuelo establecido y preparado por anticipado.

—Es lo que hago cuando estoy en el hotel —dijo Pavel—. Mi trabajo.

—De modo que sería posible ir directamente al aeropuerto y subir a ese avión y empezar volar en la dirección general de Calgary inmediatamente.

—En la dirección general no. En la dirección exacta. Pero sí. No hay problema para que nos den permiso para hacerlo.

—Pero obviamente se trata de un vuelo internacional.

—Sí.

—Y los agentes de inmigración querrán subir a bordo y sellar los pasaportes.

—Sí.

—¿Dijo algo de un manifiesto de pasajeros antes?

—Sí. Les suministramos esos documentos a los agentes.

Jones dio un respingo.

—Apuesto a que tiene los nombres de un montón de rusos. Eso sería una desgracia, ya que todos esos rusos menos uno están muertos.

—No es problema —dijo Pavel—. El manifiesto de pasajeros es un documento diferente del plan de vuelo. Va a funcionarios distintos. No tiene que ser suministrado por adelantado. Verá, los manifiestos cambian todo el tiempo. Alguien cambia de planes en el último minuto, decide no volar, o se añade alguien más. Cursamos el manifiesto inmediatamente antes de partir.

—Muy bien —dijo Jones—, entonces lo peor que puede pasar es que jugueteando con el manifiesto podríamos despegar y dirigirnos a Canadá.

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