Authors: Mike Shepherd
»Si elige este uniforme, acepte esa fe por la que tantos otros han vivido y muerto. Si pierde esa fe, podrá seguir respirando, pero no habrá vida en su interior.
Cuando Emma terminó, se incorporó en su silla como si un espíritu estuviera saliendo de su cuerpo. Kris permaneció en silencio; había sido el momento más sagrado de su vida. El coronel llamó a los gaiteros, pero su música no logró perturbar el silencio que albergaba el corazón de Kris. Cuando se graduó en la universidad, aún resonaban en su cabeza las palabras de sus padres en contra de su decisión de unirse a la Marina. Durante su etapa de formación en la academia militar, jamás tuvieron tiempo de ir a visitarla. En ambos casos, no había podido concentrarse en pensar dónde estaba, sino de dónde venía. En esos momentos se había sentido atrapada por ser una de esos Longknife.
Pero en aquel instante, unos desconocidos que habían mantenido vivas sus tradiciones le hicieron sentirse más cercana que nunca a lo que significaba ser una Longknife. En vez de hacerse más pequeña, se había convertido en alguien mucho más grande. Sentía algo dentro que no podía explicar. Con el tiempo, lo entendería todo. Y tenía tiempo de sobra.
Kris ya no tenía hambre, y se sentó con las manos en el regazo. A su alrededor, los oficiales prosiguieron con la celebración. En ese instante, Tommy se animó a bailar con las espadas y, aunque no lo hizo con demasiada gracilidad, al menos no dejó en mal lugar a la Marina. Los compañeros de mesa de Kris la dejaron tranquila en su burbuja, como un niño que bucea en el vientre de su madre. Al igual que ese bebé, los sonidos y sensaciones que la rodeaban le llegaban no tanto por la vista o el oído, sino a través de una especie de agujero muy estrecho.
Cuando terminó la cena y las gaitas sonaron para que se levantaran de la mesa y fueran a tomar el brandy y fumar un puro, Kris se acercó a Emma.
—Gracias por compartir conmigo lo que guardabas en tu corazón.
—Lo guardo ahí hasta que llegue el momento de transmitírselo a mis hijos.
—Espero que no les importe que me lo hayas contado a mí también.
—Estos secretos tienen magia. Cuando los compartes, se mantienen igual de vivos.
El coronel Hancock llevó a Kris y a Tom personalmente al puerto espacial a la mañana siguiente.
—No tuve esta suerte cuando llegué —dijo Kris cuando el coronel se lo ofreció.
Se muere de ganas de que nos marchemos,
pensó.
—Este lugar tampoco es ahora ni un atisbo de lo que le mostré entonces —respondió el coronel—. ¿Ustedes, los Longknife, son siempre así? Sus superiores siempre los acusan de amotinamiento o les conceden una medalla, no hay más opción.
—Eso lo sabrá usted mejor que yo. Tengo poca experiencia en esto de ser una Longknife —dijo Kris, dándose cuenta de que tenía razón. Tenía veintidós años y era entonces cuando empezaba a descubrir quién era.
La nave no pudo evitar tener que sortear los baches para lograr aterrizar. Cuando los pilotos y unos cuantos oficiales salieron de la lanzadera y se dirigieron a los autobuses que Kris había alquilado, el coronel Hancock le dijo:
—Dé recuerdos al capitán Thorpe de mi parte. Si sigue siendo igual que cuando lo conocí en la academia, se alegrará de llevar a una tigresa como usted a bordo.
—No lo he visto muy emocionado —bromeó Kris. Si el coronel se alegraba de tenerla allí con todo lo que le había hecho pasar, entonces era un tipo muy raro.
—Recuerde que la gente como su capitán se hace militar para ser héroe de guerra. No hay muchas oportunidades de serlo en el espacio. Intenté convencerlo para que se uniera al cuerpo, pero quería dirigir su propia nave. No sé si ahora se arrepentirá o no.
—No se lo pienso preguntar —dijo Kris.
—No, es mejor que no lo haga. Echaría por tierra el informe de aptitud que le voy a mandar. Me temo que cambiaría su opinión de usted, ahora que la considera una tigresa y no un gatito novato.
Eso esperaba Kris.
El viaje de regreso a Bastión le vino bien para recuperar horas de sueño y ponerse al día con las noticias. Justo lo que Kris había estado aplazando tanto tiempo. Tommy y ella repasaron los titulares con cara seria. En la prensa no había ni rastro de todo lo que habían estado haciendo en Olimpia.
—Y encima podíamos haber muerto —se quejó Tommy.
—Eso no ayuda mucho —respondió Kris, consciente de que había gente que sí había muerto. ¿Cómo iba a explicarle a la familia de Willie Hunter que había muerto por algo importante que los medios de comunicación habían ignorado por completo? Kris le pidió a Nelly que buscase todas las cartas de despedida de la literatura y, llena de culpabilidad, redactó una a partir de los mejores fragmentos. La envió inmediatamente, convencida de que los padres merecían recibirla cuanto antes.
Sin embargo, las noticias no prepararon a Kris para lo que sucedió cuando llegó a la abarrotada terminal de llegadas, al pie del elevador espacial. Una joven se acercó a Kris y a Tommy, los miró de arriba abajo y les escupió.
—Habéis venido a secuestrar a alguna niña, escoria terrícola —gritó mientras se sumergía en la multitud antes de que Kris pudiera agarrarla del brazo y decirle que la Marina había rescatado a la última niña secuestrada, maldita sea.
¡La rescaté yo!
Kris permaneció temblando con rabia contenida, cuando de pronto apareció Harvey.
—Perdonad, me di cuenta después de colgarte. Debía haberos aconsejado que os vistieseis de civil. Hay mucho rencor en la sangre de esta gente.
—Si llego a pillar a esa chavala, le iba a salir esa mala sangre por la nariz —gruñó Tommy.
Kris miró sorprendida a Tommy.
—Lo digo completamente en serio. No me merezco que me traten así después de perder tu señal en aquel descenso y arrastrarme por todo el barro de Olimpia.
De pronto, Kris volvió a ver a Willie tumbado en el barro junto al creciente charco de sangre. Después, vio a la mujer. Mientras tosía, intentó buscar las palabras más apropiadas. Quizá un poeta sería capaz, pero ella no.
—¿Cómo es de grave el asunto? —le preguntó a Harvey, y lo dejó hablar para que la distrajera de lo que se le estaba pasando por la mente en ese instante.
—El primer ministro está luchando con uñas y dientes para que Bastión permanezca en la Sociedad. Va a ser muy duro para él tener que ceder. La oposición ha exigido elecciones anticipadas, pero ha logrado atrasarlas por el momento. Tu padre quiere que la Tierra renuncie primero, así Bastión tendrá cierta influencia para crear algún tipo de organización similar en el sector exterior. Unos cincuenta o sesenta planetas se unirían a Bastión para crear una especie de confederación. Quizá alguno más. Pero, por el momento, todo el mundo está abandonando la Sociedad.
—Cincuenta o sesenta planetas... —repitió Kris mientras hacía cálculos mentales. En la sociedad había más de seiscientos planetas. En verdad, las colonias más nuevas solo eran socios sin derecho a voto, pero había más de quinientos miembros que sí lo tenían—. ¿Y el resto qué opina?
El viejo chófer se encogió de hombros.
—Voluntad se alegra de haberse librado de la sociedad. Vergel parece muy interesado en formar una especie de federación de cuarenta o cincuenta planetas, los que han colonizado o donde tienen hipotecas. Bastión tiene su grupo de simpatizantes propio: casi todos los planetas han sido colonias nuestras o los hemos ayudado alguna vez. Sabana es un misterio. Esperanza está haciendo algo de ruido y quizá se termine uniendo a nosotros. La Tierra está en estado de
shock
; pensaron que podrían volver a la configuración original de la Sociedad con cincuenta planetas y dejarnos fuera a los demás, pero no les va a resultar fácil porque algunos planetas que lucharon contra la Unidad prefieren las formas del sector exterior antes que las de la Tierra.
—Menudo jaleo —intervino Tommy.
—¿Has intentado alguna vez hacer malabares con quinientos o seiscientos huevos?
—Con huevos no —dijo Kris mientras recordaba que Peterwald gobernaba Vergel—. Piensa más bien en seiscientas granadas. ¿Por qué me parece que a unas cuantas les han quitado la anilla?
—¿Empiezas a hablar como yo? —sonrió Tommy.
—Solo cuando tengo un mal día. Necesito que hagas un par de recados, Harvey. ¿Estás muy ocupado?
—¿De qué se trata?
—Necesito que vayas a ver a Tru.
—Eso podría causar problemas. Por cierto, hablando de huevos... —El coche estaba esperando justo donde Kris había pensado. Había un nuevo agente secreto de copiloto. A Kris le sonaba de seguir a su hermano Honovi en la recepción. El agente estaba fuera, quitando una pegatina de una de las ventanillas. Mientras, el parabrisas limpiaba los huevos que habían lanzado contra la luna.
—Ha venido un grupo de chavales —explicó el agente mientras quitaba una pegatina que decía: «Terrícolas, llevaos a los agentes encapuchados a vuestra casa».
Kris lo ayudó a quitar otra pegatina: «Impuestos iguales para todos».
Tommy empezó a rascar otra con el mensaje: «Humanidad: ningún límite».
Harvey se acercó al lado del conductor, gruñó y quitó una que decía: «No olvidéis a la pequeña Edith».
—¿Qué os parece este retintín patriótico? —preguntó Tommy.
Para Kris no era ninguna broma.
—Al parecer, la oposición se ha trabajado unos cuantos lemas. El doctor Meade decía que un buen lema puede ser más peligroso que un asesino cuando estalla una guerra.
—Quizá —dijo Harvey mientras conducía hacia el tráfico. Los parabrisas seguían quitando los restos de huevo de la luna.
Parecía que ahora había inconvenientes por usar la matrícula PM-4. Cuando el coche se incorporó al tráfico, ella se acercó a Harvey.
—Sé que el problema de ver a Tru no es solo que a mi padre no le haga gracia.
—Cierto. El ambiente está caldeado, hay protestas a diario por esto y lo otro. Luego están las ratas de los medios, que buscan cualquier estupidez para sacarlo en antena. Deben de cobrar por segundo de emisión. En fin, nuestra casa está rodeada y también la de Tru. Cuando he salido a recogeros, me estaba siguiendo alguien.
—Todavía sigue ahí —dijo el agente mirando hacia atrás—. Por cierto, señorita. Soy Jack, la acompañaré cada vez que salga.
—De eso nada, Jack —respondió con sequedad Kris mientras se recostaba en el asiento.
—Le será útil tenerme cerca, créame.
—Han intentado matarme tres veces este mes. Por ahora, voy ganando tres a cero. No necesito ayuda de nadie.
—Sus enemigos solo necesitan un golpe de suerte para ganar el partido, señorita —observó Jack.
—¿Eres un espía del primer ministro?
—Sé que su padre no quiere que vea a Tru. Usted quiere hacerlo sea como sea; le parece más importante ese encuentro que seguir con vida.
—Me parece que ver a Tru me protegerá mucho más que tenerlo a usted por aquí diciéndome lo que el primer ministro quiere que haga.
—Ya soy mayor, así que lárguese y déjeme en paz, ¿no es así? —resumió el agente las palabras de Kris.
—Madre mía, por fin han contratado a alguien que habla en cristiano —dijo Kris con sarcasmo.
—Mire, en mi informe solo debe figurar que usted ha salido, ha vuelto y que yo la he acompañado. Lleva puesto un uniforme de la Marina; da órdenes y espera que la obedezcan sus subordinados. ¿Quiere causarme problemas con mi superior?
Tommy resopló.
—Buen intento, Jack, pero no lleva usted mucho con los Longknife, ¿verdad? No les importa un bledo lo que les pueda pasar a los humanos de menor rango que ellos.
Kris fulminó a Tommy con la mirada, pero luego pensó que no se lo merecía. Dejó salir un suspiro y cedió.
—Procuraré tener contento a su jefe. Tommy, ¿crees que así compensaré cómo traté al coronel Hancock?
—Más bien cómo me trataste a mí. En cualquier caso, me lo creeré cuando lo vea —dijo mientras se clavaba en el asiento y cruzaba los brazos.
Diez minutos después, Kris rezongó para sí cuando el coche entró en casa Nuu:
—A lo mejor necesito un poco de ayuda para escapar de este sitio.
Había marines en la puerta para comprobar las identificaciones. Otros recorrían el muro que rodeaba el lugar. Tenían que hacerlo. Había cinco camiones al otro lado de la calle. Todos tenían antenas parabólicas que enviaban cualquier novedad que sucediera alrededor de la casa. Kris pudo ver al menos a seis periodistas siguiendo el recorrido del coche.
—También tienen cámaras aéreas —dijo Jack antes de que Kris preguntase—. Pero si quiere salir sin que la vean, puedo echarle una mano. Deme un silbidito, ya sabe.
—Prefiero llamarlo por teléfono. ¿Tiene ropa de deporte?
—Claro, si no le importa ponerse la sudadera de la universidad de Bastión... —dijo Jack con una mirada cómplice hacia Harvey.
—Tío Harvey, ¿has ido hablando de mí por ahí?
—Si te proporciona una sudadera que sirva para detener un dardo de tres milímetros lanzado a seis metros, desde luego que pienso ir contando lo que sea.
—¿No tendrá usted una de sobra para mí? —dijo Tommy tragando saliva.
—Una de la honorable universidad de Santa María —sonrió Jack.
Una hora después, Kris llevaba unos pantalones cortos y una sudadera con protección antibalas. Tommy, Jack y ella estaban dando la segunda vuelta al muro cubierto de hiedra e iban a llegar al tramo favorito de Kris cuando Jack murmuró:
—Muy bien, chicos, cerradlas. —Y llevó a Kris hacia su propio punto de fuga.
—¿Desde cuándo conocíais este sitio? —preguntó un minuto después de salir con toda seguridad del perímetro de piedra.
—Probablemente desde mucho antes de que su bisabuela lo construyera cuando era una niña.
—Pero los Nuu no eran políticos en aquella época —dijo Kris.
—Tenían dinero, y eso te hace entrar en política inevitablemente —le recordó Jack, aunque sonó más bien como su profesor de ciencias políticas de primero. Kris sabía cuándo se metía en alguna discusión en la que no tenía nada que hacer.
—Nelly, llama a un taxi.
Dos minutos después, se dirigían hacia el Scriptorum, el único lugar que Kris supo decirle a Tru sin nombrarlo explícitamente. Tru tenía las mismas dudas que Kris sobre las redes de comunicaciones públicas. Jack quiso que se sentaran en una esquina sutilmente iluminada, normalmente reservada para las parejitas jóvenes, pero era primera hora del día y no había nadie. Kris y Jack se sentaron de espaldas a la pared. Tommy puso mala cara y se sentó en una silla que había entre Kris y la puerta principal.