Authors: Mike Shepherd
—Esa información no está en la red militar. —Hubo una breve pausa—. Puedo acceder a ella a través del sistema del almacén.
—¿El almacén tiene su propio sistema?
—Sí, señora.
—Apágalo a las dos y media —ordenó Kris, colándose bajo la manta y tirando de ella hacia arriba. Tenía los pies fríos, pero eso no duraría mucho—. Nelly, ¿a qué hora es el toque de diana?
—La división administrativa va a daros la bienvenida en la base de apoyo Olimpia a las seis de la mañana.
No
en la base de marines de Puerto Atenas.
Kris se fijó en la discrepancia entre el recibimiento de Hancock y el de la división administrativa. Otra cosa de la que preocuparse al día siguiente.
—Nelly, despiértame a las cinco y media.
Kris se despertó con un pertinaz dolor de cabeza y la boca seca.
—Nelly, enciende la luz. ¿A qué humedad estamos?
—Un momento, mientras me conecto a la red del hotel. —No era lo que Kris quería oír, pero así supo que ninguna otra red se había mezclado con el sistema general. No era ningún genio de la informática como la tía Tru, pero la gestión era, en general, mala—. La humedad en esta habitación es del ocho por ciento y tu unidad se está aproximando al modo de fallo.
—Enciéndela —ordenó Kris mientras echaba un vistazo en derredor, a aquel caos de ropa colgada y calcetines, y reparaba en el hedor que desprendían sus, por fin, secas botas. Se dirigió a la ducha para remojarse un poco la cabeza, regresó al dormitorio cuando terminó, hizo la cama y puso todo lo que ya se había secado en el baño sobre ella. Solo entonces se tomó una aspirina y fue a darse una ducha. Sintiéndose casi humana, se puso las botas y el poncho y se encontró con Tommy a las seis en el pasillo, de camino al comedor.
Se detuvieron en seco, bajo la intensa lluvia, a medio camino hacia el otro hotel. El comedor estaba a oscuras. Pero claro, tampoco había luces en las ventanas del hotel que se extendía sobre ellos.
—¿Y ahora qué hacemos? —dijo Tommy mientras tragaba saliva.
—Quiero visitar un sitio antes de hacer algo de lo que me voy a arrepentir —dijo Kris, encogiéndose de hombros, antes de dirigirse al cuartel general. Tal y como esperaba, las luces brillaban a media intensidad; los guardias dormían sobre los recibidores. La luz aún brillaba en la oficina del coronel. Su ocupante estaba dormido, con la cabeza caída hacia atrás, roncando. Tom frunció el ceño, como si lanzase una pregunta. Kris le indicó con un gesto que la esperase en el recibidor.
—Bueno —dijo Tom—, así están las cosas. No podemos hacer nada.
—Pues yo tengo hambre y voy a comer —dijo Kris mientras marchaba a paso ligero bajo la lluvia hacia el comedor—. Nelly, enciende los despertadores de las habitaciones de todo el personal. Que se enciendan todas las luces. Localiza a los cocineros. Diles que los quiero aquí mismo, ahora.
—Sí, Kris.
—¿Puede hacer eso tu ordenador?
—La tía Tru ha instalado un par de rutinas nuevas en Nelly. Fuiste tú quien dijo que necesitaría un dragón si iba a combatir contra demonios.
—Sí, pero no estoy seguro de que me guste la idea de un ordenador ajeno despertándome por la mañana. —Tom frunció aún más el ceño—. Ah, Kris, ¿somos los alféreces los únicos oficiales de por aquí?
—¡Oh, no! —dijo Kris, ahogando un grito—. Nelly, ¿hay algún oficial superior por aquí?
—Afirmativo. Además de vosotros, los alféreces, está el teniente comandante Owing, el teniente comandante Thu, que también es médico, y la teniente Pearson.
—¿Los hemos despertado? —preguntó Kris con la boca pequeña.
—No oigo ningún ruido en las habitaciones de Owing y Thu, salvo sus ronquidos.
—Apaga las luces —gritaron al unísono Kris y Tom.
—Hecho.
—¿Qué hay de la habitación de la teniente Pearson? —preguntó Kris.
—Se está duchando.
—Dos de tres, no está mal —suspiró Kris.
—Alférez superior, ¿hemos hecho lo correcto? —preguntó Tom, con todo respeto, como un subalterno.
—Me parece que no —reconoció Kris mientras Nelly abría la puerta del comedor sin molestarse en preguntar. Kris repasó la situación durante un largo minuto. Que la hermana pequeña de un político tratase con mano dura a los trabajadores que participaban en su campaña podía resultar incluso tierno, pero ¿cómo reaccionarían los oficiales ante ello? Alguien podría opinar que estaba mostrando demasiada iniciativa. Otros tacharían su conducta de insubordinación o motín. Después de reflexionar sobre ello, Kris optó por una nueva perspectiva—. Nelly, localiza a quienes llegaron ayer. Infórmales de que se requiere su presencia en el comedor en quince minutos. Muéstrame una lista de quienes estén asignados al comedor.
En medio minuto, Kris supo que la mayoría de los marines que había traído consigo se encontrarían en su departamento. Bien. Si iba a jugar con el poder, sería mejor empezar con una base bajo su supervisión. Kris echó un vistazo al comedor y la primera impresión le hizo poner mala cara, que se acentuó a medida que observaba. Los suelos de aquel restaurante se encontraban cubiertos de barro y las mesas estaban sucias. Se dirigió a la cocina; definitivamente, necesitaba una limpieza.
—Muéstrame las fichas del personal de cocina. —Nelly lo hizo y a Kris no le impresionaron los resultados. Dos oficiales de tercera clase que parecían alternar el mando... en intervalos irregulares. Umm. De acuerdo, tenían la costumbre de desviar patatas para sí, llevándolas a algún lugar sin identificar. ¿Es que aquella operación estaba compuesta por lo peor de lo peor?
Bueno, es donde tú estás, ¿verdad?
—. Nelly, ¿tiene el resto del personal algo de experiencia en cocina?
—El oficial de segunda clase Blidon se graduó en la escuela de artes culinarias de Nuevo Towson. Su padre es un chef de cinco estrellas. El oficial de segunda clase Blidon se ha formado en la academia de mantenimiento de armas. —Kris y Tom intercambiaron miradas divertidas.
—Otro chaval que intenta librarse de la maldición familiar —observó Kris.
—Es un oficial de segunda clase. Por lo menos ha llegado más alto que los de tercera —dijo Tommy entre risas.
—Nelly, dile al señor Blidon que se solicita su presencia en el comedor inmediatamente, o antes. ¿Y dónde están nuestros cocineros?
—Siguen durmiendo.
—Nelly, ¿puedes encontrar algún toque de corneta entre tus ficheros?
—Sí.
—Ponlo a todo volumen en las habitaciones de los cocineros. —Kris llegó a escuchar aquel sonido desde la planta baja del hotel. Dos minutos después, el oficial de segunda clase Blidon apareció. Para sorpresa de Kris, Blidon resultó ser una mujer menuda con sobrepeso, lo que quizá explicaba que hubiese sido asignada a aquel lugar.
—¿Querían verme? —dijo sin resuello.
—¿Comiste aquí ayer?
—Sí, lo hice, y no, no me gustó, pero no, no estoy interesada en limpiar este desorden. —Después de una larga pausa, añadió—: Señora.
—¿Cuál es tu precio? —preguntó Kris.
—¿Mi precio?
—Sí, todo el mundo tiene uno. Ahora mismo, te necesitamos. Por si no te has dado cuenta, no nos vamos a ir a ninguna parte, aquí es donde vamos a vivir. La comida puede suponer una diferencia importante para un soldado espacial. Necesitamos cambiar las cosas por aquí, y tú pareces la persona ideal para ello.
Blidon recibió el halago con el ceño fruncido.
—¿Eres una Longknife?
—Sí, aunque no me gusta mucho que me restrieguen lo que hace mi padre, como supongo que también te ocurrirá a ti.
—¿Cuántos cocineros hay aquí? —dijo Blidon, echando un vistazo alrededor.
—Dos que parecen tragarse los sacos de patatas y tres renegados del campamento de instrucción. —Blidon arrugó la nariz al escuchar aquello. Lentamente, se dirigió a la cocina. Reaccionó con un gruñido de repugnancia.
—No me extraña que la comida sea tan mala. —Se volvió hacia Kris y le extendió la mano—. Mis amigos me llaman Courtney. Ya te diré mi precio más adelante, y no será barato. Pero de momento, me atrae el reto. Y tengo hambre. Quiero a seis voluntarios para empezar a limpiar esta cocina ahora mismo.
Kris seleccionó a los seis primeros soldados asignados al almacén en cuanto cruzaron la puerta.
Cuando llegaron los cocineros, Courtney les echó un vistazo y declaró que no estaban ni lo bastante limpios ni preparados para trabajar en una cocina. Kris reunió otro grupo de seis de su tripulación, con un oficial de tercera al mando y órdenes de conducir a los cocineros a las duchas para que se adecentasen, aunque tuviesen que utilizar cepillos de alambre. Después de la cena de la noche anterior, Kris tuvo que rechazar voluntarios para aquella tarea.
La teniente Pearson apareció mientras los cocineros eran conducidos a las duchas.
—¿Aquí cuándo se desayuna? —preguntó. Su tono de voz era agudo, estrechaba la mano sin fuerza y las raíces oscuras que asomaban en su cabello rubio hicieron que Kris se preguntase si había algo auténtico en aquella mujer.
—Deme media hora —gritó Courtney desde la cocina.
Pearson no disimuló su decepción. Mientras la teniente echaba un vistazo al comedor, Kris pudo oír cómo le rechinaban los dientes.
—Esperaré en mi despacho. Todavía estoy intentando definir la política correcta que debemos seguir a la hora de ayudar. Muchos pasan necesidad, pero la mayoría van armados. Lo que este lugar necesita es una buena ley de control de armas. En serio. Alférez, que alguien me lleve una tostada cuando esté lista, y algo de fruta, a poder ser melón, si queda algo de ayer. Voy a empezar el día delante del escritorio. —Su salida, no obstante, fue lenta, como si esperase que Kris la detuviese para preguntarle, como se esperaba de todo oficial menor hacia su sabio superior, qué debía hacer exactamente.
Pero Kris no tenía tiempo para ello; se dirigió a la cocina, hacia el equipo de limpieza. Eso hizo que Pearson se moviese en la dirección opuesta.
—Nelly, ¿cuál es la asignación de Pearson?
—Dirige la división administrativa.
—Los que se quedaron a trabajar hasta tarde —observó Tommy.
—Eso parece. ¿Te la imaginas a ella y a Hancock reunidos?
—¿Por qué sospecho que no vamos a tener muchas reuniones? —Tommy sonrió ante aquella idea—. Pero ¿he oído bien? ¿Está trazando nuestra política?
—Y puede que lo haga durante los próximos diez años. —Kris conocía a las personas como Pearson, ya fuese como voluntarios o en campaña. Solían estar demasiado preocupados por minucias como para interponerse en el camino de Kris—. Daremos de comer a todo el mundo, entre o no dentro de nuestra política.
Courtney apareció en el umbral de la cocina, con los brazos en jarras.
—Lo que menos tiempo me llevará preparar esta mañana será huevos revueltos con beicon. ¿Alguno de vosotros, niños bonitos, habéis preparado hamburguesas o cocinado para un regimiento? —Kris se estremeció al escuchar las palabras de Courtney; esta sonrió sin pudor. Se escogieron nuevos voluntarios de entre las tropas allí reunidas. La nueva cocinera les indicó con gestos que pasasen a la cocina mientras sonreía de oreja a oreja y les decía—: Lavaos las manos y luego poneos un delantal y guantes.
Mientras el olor de la comida se extendía por el lugar, Kris deambuló de un lado a otro. Nelly le contó quién llevaba a cabo las distintas asignaciones y cuánto tiempo había permanecido en Olimpia. Con la ayuda de Nelly, Kris hizo una pregunta aquí, una observación neutral allá y consiguió que la mayoría hablase sobre su respectivo trabajo.
Entonces Kris escuchó. Había mucho resentimiento, en parte hacia los habitantes de Olimpia, en parte hacia los oficiales, pero casi todo era fruto de la frustración, pura y simple. Aquel era un destino desagradable, y allí estaban ellos, cruzados de brazos mientras la situación empeoraba.
—¿Quién está a cargo del almacén? —preguntó a la primera persona que admitió trabajar allí.
—No lo sé, señora. Creo que pertenecemos al departamento de administración, como la mayoría de quienes estamos aquí. Hay un oficial de tercera que se pasa por allí de vez en cuando, pero la mayoría nos limitamos a esperar y almacenar los suministros cuando llega un envío.
—¿Quién construyó la valla?
—Un contratista local. ¿Por qué, señora?
—Porque tiene un agujero que hay que arreglar.
—No estaba ayer cuando nos marchamos, señora —le aseguró el marine.
—No, un camión la atravesó la otra noche mientras le disparaba.
—¡Fue allí por la noche!
—¡Y les disparó! —añadió la mujer que estaba sentada a su lado.
—Era lo apropiado. Me estaban disparando. ¿Qué saben de los envíos nocturnos que parten del almacén? —Se miraron, visiblemente incómodos.
La mujer respondió:
—Sabemos que hay cosas que echamos en falta por la mañana. Nadie nos dijo nada sobre ello.
—Creo que vamos a hacer algo al respecto —dijo Kris.
Mientras se alejaban de aquellos dos, Tom negó con la cabeza.
—Empiezo a pensar que lo más inteligente que he hecho en mi vida fue aquella vez en la que me detuve para atarme la bota durante aquella pista de obstáculos. No sabes cuánto me alegro de que te graduases en una posición superior a la mía en la escuela.
—Y yo que pensaba que pinchaste en el examen final de etiqueta militar —dijo Kris, lanzándole un amistoso codazo.
Los cocineros regresaron de las duchas, fueron recibidos por una lluvia de aplausos y pasaron a ser supervisados por la atenta Courtney. Dos de los voluntarios pidieron quedarse. Kris empezó a hacer una lista de cosas por las que iba a tener que pedir perdón. Pero, desde luego, no iba a pedir permiso de antemano. Padre siempre decía que era mucho más fácil que el Parlamento perdonase cualquier acción que convencer a aquellas divas para aprobar una decisión impopular. Todo cuanto había visto durante los últimos cuatro meses la había convencido, por lo menos en ese aspecto, de que padre y la Marina funcionaban de la misma manera.
Una vez preparado el desayuno, Kris regresó a la fila y cogió una bandeja y una taza, que llevó en dirección al cuartel general. Pearson estaba sentada ante su terminal, moviendo un párrafo de una parte del documento a otra. Hancock seguía dormido en su silla. Kris dejó la bandeja y la taza en su escritorio y dio media vuelta para marcharse.
Escuchó un gruñido a sus espaldas cuando cesaron los ronquidos y, después, el ruido de un par de botas apoyándose en el suelo. Se volvió. El coronel dirigió sus ojos enrojecidos hacia ella durante un buen rato, para después extender el brazo hacia la taza. Cuando hubo terminado de dar aquel largo trago, la dejó donde estaba.