Rebelde (51 page)

Read Rebelde Online

Authors: Mike Shepherd

BOOK: Rebelde
9.03Mb size Format: txt, pdf, ePub

—No se preocupe. ¿Qué nave se dedica a rondar en torno a un punto de salto? Esos arcaicos aparatos terrestres estarán demasiado lejos como para toparse con las naves del sector exterior. Espero que alguien previsor haya traído un par de barcazas llenas de cerveza, porque los marines de ambas flotas van a beber tranquilamente mientras sus almirantes dialogan.

—Eso espero, señora.

—Pensé que le gustaría la idea de presenciar un tiroteo en directo.

—Me gustaría que mi entrenamiento sirviese de algo, pero señora, una guerra entre nosotros y la Tierra... ¡que Dios nos ayude!

—Duerma un poco, mayor. Mañana tendremos que estar como nuevos. —Kris se dio la vuelta e intentó conciliar el sueño. Pero la situación táctica del día siguiente aún le rondaba la cabeza. ¿Y si algún artillero impaciente de la flota terrestre disparaba al escuadrón de ataque 6? Bueno, para eso estaba el metal inteligente, para protegerlos. El comodoro Sampson se ocuparía de ello. Una alférez no tenía que preocuparse de nada.

20

—Veinte segundos para saltar —anunció Addison.

—Longknife, quiero que muestre todos los objetivos y el alcance al que se encuentran quince segundos después de efectuado este salto —ordenó Thorpe.

—Sí, señor —dijo Kris antes de comprobar su panel. Todos los medidores de distancia estaban conectados: láser, óptico, gravitacional y por radar.

Mostraban al resto del escuadrón de ataque 6 alineado ante la Tifón. El buque insignia, la Huracán, dirigía a las naves Ciclón, Tornado, Shamal, Monzón, Siroco y Chinook. Al capitán Thorpe le preocupaba ocupar la última posición en la fila. Si el punto de salto se movía súbitamente, la Tifón podría perderlo y tendría que virar y perseguirlo mientras el resto del escuadrón se encontraba ya al otro lado.

—¿Estamos bien posicionados? —le preguntó el capitán a Addison una vez más.

—A un kilómetro, señor —informó.

—Manténganos así. —Kris prestó atención a la cuenta atrás hasta el salto... tres, dos, uno. Sintió la característica desorientación en su oído interno. Su panel se tornó rojo cuando los receptores no recibieron respuesta alguna a las numerosas señales buscadoras que habían lanzado microsegundos atrás. Kris pestañeó y el panel pasó de negro a verde e informó de más objetivos reales de los que había visto jamás en las simulaciones.

El escuadrón de ataque 6 adoptó rápidamente una formación de ataque en cuña. La Huracán, como buque insignia, se situó en el medio, con las cuatro corbetas de la segunda división protegiendo el flanco derecho, el más próximo a la flota terrestre, mientras otras tres, entre las que se contaba la Tifón, se ubicaron a la izquierda. Kris observó la maniobra por el rabillo del ojo.

Enormes naves de batalla, con armaduras frías como el hielo de tres metros de grosor para protegerlas de los láseres, dispuestas en ocho filas de dieciséis, brillando bajo la luz de cinco soles lejanos. Sin pensar siquiera, las manos de Kris ejecutaron la maniobra, fijando el alcance y la situación del objetivo, correlacionando los datos con el movimiento de la nave, en busca de opciones de disparo. Las naves terrestres aceleraron a un cuarto de g; no maniobraron, no se alejaron de la línea que se extendía ante ellas. En diez segundos, Kris estableció su posición.

Cuando recibió las órdenes de la Huracán, que asignó cuatro objetivos específicos a la Tifón, Kris tardó menos de diez segundos en identificarlos, establecer la distancia y asignar uno a cada uno de los cuatro láseres de pulsos de la nave.

Los reactores de las pequeñas corbetas de ataque rápido no tenían la capacidad de recargar los láseres al mismo ritmo que los grandes cruceros y las naves de batalla; sin embargo, la tecnología había mejorado de forma considerable en cuanto a capacidad de almacenaje tras la guerra contra los iteeche. La Tifón almacenaba suficiente energía como para lanzar andanadas de un nanosegundo de sus cuatro enormes láseres de pulsos de veinticuatro pulgadas. Dado el pequeño tamaño de las corbetas, sus láseres eran más cortos. Aquello impedía que pudiesen igualar la concentración casi perfecta de los láseres de dieciséis pulgadas de las naves de batalla, pero dados los cuarenta mil kilómetros de distancia necesarios para que el haz de energía se desviase, el láser de pulsos de una corbeta era tan válido como la batería principal de cualquiera de las viejas naves de la Tierra. Mucho mejores, en opinión del capitán Thorpe.

Tras Kris, la escotilla que daba acceso al puente se abrió y a través de ella apareció un pelotón de marines, que ocuparon sus puestos contra la estructura trasera. Equipados con la armadura de batalla y sus correspondientes utensilios, parecían tan fuera de lugar como Kris en las torres Longknife, vestida con pantalón corto y sudadera. El capitán Thorpe hizo un gesto con la cabeza hacia el sargento y encendió su comunicador.

—A toda la tripulación, aquí el capitán. Hoy demostraremos a la Tierra la valía de la humanidad del sector exterior. Nos han dominado durante siglos. Aquí, ahora, acabaremos con sus imposiciones. He sido informado de que ha estallado la guerra entre los mundos del sector exterior y la Tierra, así como todo planeta lo bastante decadente como para defender tal tiranía. Ya tienen sus órdenes. La Tifón es la mejor nave de la flota. Vamos a enseñarles de qué somos capaces. Capitán, corto.

Thorpe se volvió hacia Addison con una sonrisa prieta y orgullosa en su rostro.

—Fijen sus objetivos asignados. —Aquel era el momento en el que Kris podría llamar la atención de su capitán—. Longknife, puedes disparar cuando el enemigo se encuentre a veinticinco mil kilómetros.

—Sí, señor —respondieron automáticamente Kris y el hombre que manejaba el timón.

Sin pensárselo dos veces, las manos de Kris asieron los controles, fijaron los objetivos, verificaron el ratio y el ángulo de aproximación. Las naves terrestres no alteraron su velocidad o su rumbo ante el avance del escuadrón 6. Se lo estaban poniendo fácil.

¿Fácil? ¡Demasiado fácil!

Los dedos de Kris se movieron sobre el panel a la misma velocidad que sus pensamientos. ¡Guerra! ¡Iban a la guerra! ¿Qué había cambiado en la mente del primer ministro? ¿Qué podía haber hecho que los bisabuelos Ray y Peligro tirasen la toalla a la hora de buscar una solución pacífica a aquel desastre? ¿Dónde estaban las noticias cuando más las necesitaba?

—Nelly, consígueme noticias —dijo en voz baja. Joder, con todas las naves que había en las proximidades, debían estar recibiendo una docena de paquetes de noticias en tiempo real.

—Todos los canales están bloqueados —informó Nelly.

—¿Bloqueados? ¿Quién los está bloqueando?

—El buque insignia está bloqueando todo el tráfico procedente y destinado al escuadrón.

—¿Incluso las frecuencias de mando de Bastión? ¡No es el procedimiento estándar!

—Todas —informó Nelly. Kris se mordió el labio inferior. Estaba a punto de ir a la guerra. ¡A punto de atacar la flota terrestre! Y, por primera vez en su vida, no tenía ni la más remota idea de lo que estaba ocurriendo. No, conocía la información más importante. Conocía a su padre y a sus bisabuelos. ¿Serían capaces de hacer algo así?

—Nelly, conéctate al tráfico de mensajería de la nave, tiene que haber una explicación a estas órdenes. —Kris nunca había sido una persona obediente, no hasta que se le explicaba por qué debía obedecer. ¡Por encima de todo, necesitaba explicaciones!

—Lo intento.

—Señor. —La aguda voz del oficial de comunicaciones llamó rápidamente la atención del capitán—. Alguien está intentando acceder sin autorización a los registros de comunicación.

—¿Desde dónde?

—Desde el interior de la nave, señor.

—Rastree la señal —ordenó Thorpe—. Quiero saber quién. Sargento.

—Nelly, para —susurró Kris rápidamente.

—Sí, señor —dijo el sargento, esperando órdenes.

—Prepare a su equipo para buscar al saboteador. Pueden disparar a discreción y tirar a matar —gruñó el capitán.

—Sí, señor. Cabo Li. Usted y otros dos. —Li hizo un gesto hacia dos reclutas, que se dirigieron con él hacia la escotilla, listos para obedecer.

—Oficial de comunicaciones —llamó el capitán.

—Hemos repelido el acceso, señor. Sea quien sea, ha desistido al instante.

—Avísenme si lo intenta una segunda vez.

—Nelly, ¿qué ha pasado? Pensé que Tru te había dado todo lo necesario para piratear cualquier sistema de Bastión.

—Lo hizo, señora. —Nelly sonaba dolida por su afirmación—. Pero la red de la Tifón está custodiada por un
software
acorazado. Creo que es el sistema del que te hablé ayer por la noche.

—Nunca he oído hablar de él.

—Pertenece a una pequeña compañía de Vergel que nunca ha intentado expandir su mercado más allá de su zona.

Vergel. ¡El hogar de los Peterwald! ¿Qué hacía un
software
no estándar de Smythe-Peterwald en una nave de Bastión? ¡Una nave de Bastión a punto de ir a la guerra, además!

—¿Distancia hasta los objetivos? —preguntó el capitán.

—Cuarenta y cinco mil kilómetros —informó Kris, pensando como la responsable armamentística de la Tifón. Las otras naves del escuadrón se esparcieron en torno a la Huracán.

Kris comprobó los blancos asignados. Apuntaba a una columna... encabezada por el buque insignia; tras él, las naves quinta, novena y trigésima. Aquellas serían las naves de la división. Sus disparos decapitarían escuadrones enteros. Comprobó las otras corbetas; todas tenían objetivos similares. Con cuatro disparos de ocho naves, el escuadrón de ataque rápido 6 inutilizaría ciento veintiocho naves de batalla, abatiéndolas o dejándolas sin liderazgo.

—Armas. Informe de estado —exigió el capitán.

—Cuatro láseres de pulsos listos y a plena potencia —informó Kris de forma automática, con la boca casi demasiado seca como para hablar—. Condensador de capacidad a carga completa. Podemos recargar un láser inmediatamente. Tres más en siete minutos y medio, señor.

—Recargue el primer láser ahora mismo. Apunte a la última nave de la columna que le ha sido asignada. Les enseñaremos que la Tifón puede ocuparse de cinco de esos trastos de batalla con cuatro láseres de pulsos.

—Sí, señor —dijo Kris, obedeciendo las órdenes.

¡Algo aquí va mal!,
gritó una voz en el interior de su cabeza.
¡Esas naves no esperan un ataque! ¿Es que mi padre ha ordenado una emboscada? ¿Haría el bisabuelo Peligro algo así?
Kris no podía responder a aquellas preguntas. ¿Le habría dado el abuelo Ray alguna oportunidad al presidente Urm? No. Pero aquellas naves estaban llenas de soldados como ella, ¡aunque fuesen reclutas de la Tierra!

—Nelly, ¿puedes recoger alguna comunicación?

—Nada.

¿Serían capaces Peligro, que subió a la montaña Negra, y Ray, que luchó contra la Tierra, después contra Urm y por último contra los iteeche, de combatir de ese modo? ¿Incluso su propio padre? Eran Longknife. ¡No serían capaces de dar una orden así!
¿Qué vas a hacer entonces, querida?

Tommy decía que siempre había una opción. Miró por encima del hombro; él la observaba con los ojos abiertos de par en par.
Coronel Hancock, se me acaban las opciones.
Comprobó la distancia, que se había reducido hasta los cuarenta mil kilómetros. No tenía mucho tiempo para pensar en una alternativa.
Bueno, Kristine Anne Longknife, ¿qué vas a hacer? Tenemos que impedir que una flota arrase Bastión. Esta flota es una amenaza. Una amenaza... ¡aquí! ¡En torno a este punto de salto!

—Señor —dijo en voz baja—, algo va mal.

—¿Qué? —reaccionó el capitán Thorpe.

Kris se puso en pie, con los dedos aún apoyados sensiblemente sobre el panel de batalla.

—Esta situación, señor.

—¿Qué situación? —La sorpresa melló la confianza del capitán.

—Esto es una emboscada, señor.

—Pues claro que lo es. ¿Quiere que toda esa potencia de fuego llegue a Bastión? Siéntese, Alférez, tiene sus órdenes.

—Sí, señor. Pero ¿de dónde provienen las órdenes? Al primer ministro no se le pasa nada por alto. Lo sé. Es mi padre. Y si pelea, pelea dando la cara. Y estas naves, señor, no están amenazando a nuestra flota. Ni a nuestro planeta.

—Objetivo a cuarenta mil kilómetros —se escuchó desde el timón. A cada instante se acercaba más, aproximándose a la masacre.

—¿Qué pasa, Longknife, no tiene valor para pelear? Debería haberlo sabido. Sargento, retire a esta cobarde de mi puente.

Acaba de cometer un error, capitán. Ahora es personal.
Kris se volvió hacia los marines; ninguno de ellos se había movido de sus puestos.

—¿Soy una cobarde? Salté con vosotros. Sin mí, la mitad de vosotros hubiese ardido durante la reentrada. Sin mí, todos vosotros hubieseis muerto en aquel campo de minas. Fui la primera en llegar a la puerta y a la niña. ¿Es así como se comporta una cobarde? ¿Lo que estoy haciendo ahora es propio de una cobarde? Capitán, estas órdenes no provienen del primer ministro de Bastión. ¿De dónde vienen?

—De la única gente que tiene derecho a darlas, niña mimada —gruñó el capitán... dejando que su temperamento le proporcionase la única oportunidad que tenía de ganar legitimidad.

»Estas órdenes provienen de las únicas personas que tienen el coraje para tomar aquello que vosotros, miserables ladrones, habéis acaparado. No sabéis lo que es el deber ni el honor. No sabéis hacer uso del poder, lo desperdiciáis. Bueno, pues algunos de nosotros sí sabemos cómo utilizarlo. Ahí está el poder de la Tierra, apoltronado e inútil. En un minuto vamos a reducirlo a pedazos. ¿Es así como ha de usarse el poder, o no? —Thorpe alzó el puño—. Si la Tierra contraataca, volveremos a destrozarlos. Ya estamos hartos de ser vuestros perros y de lameros las botas, Longknife. Ahora haremos lo que es correcto. Sargento, dispare a esta perra.

El sargento seguía en su puesto. Había asistido a la reacción de su comandante con los ojos abiertos de par en par. Lentamente, apuntó con su M-6. Kris volvía a enfrentarse a un arma cargada... una vez más.
Bueno, Emma, mi amiga norteña, supongo que esto es lo que la tradición le depara a una Longknife.

—¿Es eso lo que quiere ser, sargento? —dijo ella, sacando fuerzas de sus entrañas con cada palabra. ¿Fue aquella fuerza la que hizo que el bisabuelo Ray formase parte de la guardia presidencial? ¿La que hizo que Peligro y las Damas del Infierno saliesen de la montaña Negra? Señaló al capitán—. Ese hombre dice que han sido los perros y los subordinados de los ricos y los perezosos. ¿Está listo para ser el perro subordinado de un poder que ha perdido la cabeza? Porque eso es lo que va a hacer.

Other books

On the Fifth Day by A. J. Hartley
Long Time Running by Foster, Hannah
Blame It on the Bachelor by Karen Kendall
How to Ruin My Teenage Life by Simone Elkeles
The Fifth Elephant by Terry Pratchett
Hiroshima by John Hersey
Reign of Beasts by Tansy Rayner Roberts
Backstairs Billy by Quinn, Tom
Trust Me by Abbott, Jeff