Regreso al Norte (24 page)

Read Regreso al Norte Online

Authors: Jan Guillou

BOOK: Regreso al Norte
3.85Mb size Format: txt, pdf, ePub

Arn aprovechó la ocasión para explicar que en todas las fortalezas de los templarios habían tenido sarracenos doctos en medicina, puesto que eran los mejores y que, por consiguiente, lo que fuese bueno para el sagrado ejército del Temple del Señor seguramente sería suficiente para Götaland Occidental arriba en el Norte.

El buen humor que ese reconocimiento conllevaba hizo que el padre insistiera en ir acompañado a los muros para contemplar la nueva construcción.

Arn temía que fuese demasiado pronto para que su padre saliese, incluso apoyándose en su hijo, pero igualmente temía que su progenitor encontrase innecesaria la nueva construcción y la prohibiese, ahora que había recobrado el sentido común.

Sin embargo, también eso sucedió de la mejor de las maneras. Cuando el señor Magnus vio cómo un muro alto totalmente liso se estaba formando alrededor de las partes exteriores de la fortaleza que daban hacia el lago Vänern y cuando comprendió que la intención era que esos muros rodeasen todo Arnäs, enmudeció de alegría y orgullo. Era una construcción que él había comenzado a mejorar en sus años mozos y a menudo se había arrepentido de no haberla completado. Arn explicó detalladamente cómo sería cuando todo estuviese acabado y que ningún enemigo entonces podría amenazar al linaje de los Folkung. En todo recibió el apoyo entusiasta de su padre.

La única cosa negativa durante su breve estancia en Arnäs fue el carácter de Erika. Puesto que Arn había sido informado de la muerte de su hermano desconocido y también hijo de Erika, le había hablado de esa pena tal como debía. Ella, sin embargo, lo hirió en el alma hablando más de su legítima venganza que de su pena. Peor aún fue cuando explicó que le había agradecido a la Virgen el regreso de Arn, el guerrero del Señor, para que los días del infame Ebbe Sunesson estuviesen contados. La ley era muy clara: si Arn lo desafiaba por el honor del linaje, ese infame no podría negarse. Erika se exaltó tanto que lloraba y reía a la vez cuando describía cómo se sentiría Ebbe Sunesson al ser obligado a desenvainar la espada contra el hermano mayor del asesinado y viese la muerte cara a cara.

No había podido mitigar el deseo de venganza de Erika Joarsdotter, en seguida lo comprendió al intentarlo. En cambio, intentó rezar con ella por el alma del hermano Knut. Aunque no pudo rechazar esa petición, parecía más sedienta de venganza que de paz por el alma del difunto.

Era penoso encontrar este pecado terrible en Erika. Durante toda la noche al lado del río rezó antes que nada por el perdón de los pecados y la penitencia de Erika.

Era como si se dirigiesen hacia el corazón de las tinieblas. Cuanto más lejos los llevaba el río, más fuerte era el sentimiento de los hermanos Wachtian de haber dejado todas las moradas humanas tras ellos y estar acercándose a lo inhumano e innombrable. Las pocas viviendas que pasaban tenían un aspecto cada vez más miserable, en las orillas el ganado corría junto a los niños salvajes y era difícil distinguir los animales de los hombres.

El lugar donde descansarían durante la noche era abominable y estaba abarrotado de hombres sucios y salvajes que bramaban en su idioma cantarín e incomprensible y bebían como bestias hasta que acababan peleándose entre sí o caían rendidos. Todos los hombres de Outremer, tanto cristianos como musulmanes, habían preferido acampar juntos, un poco apartados de las casas. Con horror y asco habían rechazado la comida que unos siervos les habían llevado y al caer la noche suplicaron todos por misericordia, los musulmanes por un lado y los cristianos por otro.

Por la mañana tardaron una eternidad en ponerse en marcha, puesto que los encargados tuvieron que buscar a sus remeros, que se habían quedado dormidos en los lugares más inesperados. Irritados y con los ojos rojizos, apestando a vómitos y orín, finalmente estos hombres fueron colocados juntos como animales uncidos a sus remos. Para entonces el sol ya estaba alto y se comentaba que el señor Arn y su grupo de jinetes ya debían de llevar muchas horas de ventaja.

Muy avanzada aquella tarde, su barco se deslizó hasta los muelles en Forsvik. La descarga empezó inmediatamente y Marcus y Jacob Wachtian olvidaron por un momento su desgracia por el apremio de vigilar que nada de su equipaje fuese dañado por esos tipos ignorantes y descuidados.

Cuando el señor Arn los reunió a todos en el patio entre las casas grises, bajas y con hierba en los tejados, estuvieron de acuerdo en que podría haber sido mucho peor, al menos todos los nórdicos a su alrededor estaban sobrios y bastante limpios y no apestaban como los remeros.

—En el nombre del misericordioso, Él, que es Dios de todos nosotros, aunque lo adoremos de diferente manera, os doy la bienvenida a esta mi casa —empezó diciendo Arn como de costumbre en árabe—. Éste es el final del viaje —continuó—. Por consiguiente, antes de hacer o decir nada más, demos las gracias al Señor por haber llegado sanos y salvos.

Y Arn bajó la cabeza para rezar y todos los hombres a su alrededor hicieron lo mismo. Esperó hasta que todos enderezaron sus cabezas en señal de haber acabado la oración.

—Lo que veis aquí en Forsvik os impresionará poco, lo sé —prosiguió—. Pero tenemos cuatro años de trabajo en equipo por delante antes de que el tiempo que acordamos se acabe, y probablemente nadie reconocerá este lugar de aquí a cuatro años, os lo aseguro. No vamos a construir una fortaleza, sino un mercado. No vamos a construir murallas aquí como en Arnäs, sino herrerías, hornos para ladrillos y cristal y talleres para fabricar guarniciones, fieltro, cerámica y tejidos. Pero no se puede hacer todo a la vez. En primer lugar, una vivienda que nos cubra, y la limpieza debe ser como en Outremer. Luego arreglaremos todo lo demás en el orden que mejor nos convenga. Lo principal, sin embargo, es la casa, porque los inviernos aquí en el Norte son diferentes de los que ninguno de vosotros hayáis vivido jamás. Estoy seguro de que, cuando caiga la primera nieve y comience el frío, nadie me maldecirá por obligaros a trabajar como simples siervos constructores, aunque vuestros conocimientos específicos podrían usarse para trabajos más complicados que el de arrastrar troncos. La gente del Profeta, la paz lo acompañe, no verá comida impura ante sí. Ahora os espera un trabajo duro, pero también la recompensa por ello dentro de apenas medio año, cuando caiga la primera nieve.

Sir Arn repitió sus palabras, como de costumbre, en franco y luego se acercó a los dos maestros ceramistas Aibar y Bulent y se los llevó a una casa pequeña que estaba al lado de una corriente.

—Algunos tienen suerte y escapan de la esclavitud de la construcción ya desde el principio —murmuró Jacob Wachtian—, ¿Qué artimañas podríamos hacer nosotros para salvarnos?

—Ya se nos ocurrirá algo, no te preocupes —respondió Marcus, despreocupado, y cogió a su hermano por el brazo para ir a ver un poco más de cerca la finca que obviamente sería su lugar de trabajo durante los próximos años.

Dieron una vuelta por Forsvik y, puesto que a los dos les encantaba aprender cosas nuevas acerca de todo lo que unas manos podían construir, pronto tuvieron mucho de que hablar. Por lo que se podría intuir al ver toda esa cantidad de madera que estaba apilada en todas partes y que seguían trayendo con carros arrastrados por bueyes desde el bosque cercano, se construirían varias casas más. Pero la conclusión estimable era que esas casas se harían de manera diferente de las que ya estaban hechas, a juzgar por los montones de piedra y los barriles de cal y arena. Probablemente sería como la gran casa de madera de Arnäs, donde una de las paredes laterales era toda de piedra y tenía un enorme hogar al fondo. Si con la ayuda del fuego se calentaba tanta piedra, tal vez se podría luchar contra aquel frío invernal tan temible, argüía Marcus. Por lo menos había cantidades ilimitadas de combustible, cosa que no había en Outremer.

Sus reflexiones fueron interrumpidas por sir Arn, que se les acercó a grandes zancadas ansiosas, colocó los brazos alrededor de sus hombros y les dijo que pronto trabajarían en lo que más sabían, pensar en la fabricación y en herramientas. Pero en primer lugar les enseñaría lo que había proyectado. Parecía alegre y seguro de sí mismo, como si ese lugar, dejado de la mano de Dios en el fin del mundo, ya fuese un gran mercado floreciente.

Primero los llevó a las dos corrientes y describió cómo se podría sacar la fuerza que uno quisiese de aquella agua y que el agua era mucho mejor que el viento, ya que no cesaba de correr.

En el torrente pequeño había dos ruedas de agua. Arn los hizo entrar en el molino y demostró cómo se transportaba la fuerza rotativa hasta las piedras del molino.

—Esto sólo es el principio —dijo—. Podemos construir diez ruedas como éstas, si queremos, y podemos hacerlas mucho más grandes. Entonces tendríamos una fuerza lenta pero muy dura, si se quiere moler piedra calcárea para producir cal para argamasa. O tener una fuerza más débil pero más rápida con ruedas más pequeñas. ¡En eso quiero que ocupéis vuestra inteligencia!

Los hizo salir del molino, todavía excitado y alegre, y les enseñó dónde pensaba construir las despensas en ladrillo, al lado del torrente grande para llevar un chorro de agua refrigerante a lo largo del suelo y de nuevo de vuelta a la corriente.

A lo largo del torrente grande construirían un canal de piedra para domar la fuerza que ahora simplemente se perdía. Allí los talleres estarían adyacentes, puesto que la fuerza hidráulica podría mover tanto los fuelles como los martillos. Para no tener que arrastrar todo el carbón y el combustible de acá para allá, pensaba que sería mejor construir el taller de los hermanos al lado de las forjas y las fábricas de vidrio. Marcus murmuró algo sobre estar pensando en piñones y muelles y a la vez tener que escuchar el trueno de las forjas y los trabajos del vidrio y sir Arn admitió, riendo, que ciertamente no había pensado en esa desventaja, pero que durante el invierno sería ventajoso trabajar precisamente al lado de las forjas y las vidrieras por el calor.

Sin embargo, ambos debían empezar por el extremo contrario, al igual que Ibrahim, el docto en medicina. De cara al invierno, durante el otoño embarrado y, más aún, durante el mismo invierno era difícil mantenerse limpio uno mismo y también la vivienda si no se empezaba a tiempo con la fabricación del jabón. Sir Arn pidió disculpas al ver las caras ofendidas de los dos hermanos armenios. Reconoció que un trabajo así era más adecuado para hombres menos instruidos, pero aquí en el Norte no existía la palabra jabón. Por consiguiente, había una elección: quien quisiese mantenerse limpio en invierno tendría que empezar a quemar cenizas y recoger grasa de huesos para fabricar su propio producto de limpieza. Además podrían cocer el aceite de los pinos nórdicos de la misma manera que se hacía con los cedros y pinos mediterráneos en el Líbano. Sir Arn ya había hecho abrir brechas en gran cantidad de árboles de los alrededores, que ya estaban sangrando abundante resina.

Interrumpió su alegre explicación al ver la aversión en las caras de los dos hermanos y les aseguró que podría poner a su propia gente para hacer el trabajo sucio de recoger la resina, pero que una vez estuviese en la olla, los señores armenios tendrían que conformarse y continuar el trabajo sencillo.

Otro trabajo sencillo que Marcus y Jacob sabrían hacer mejor que otros ahora al principio sería caminar a lo largo de las orillas y recoger las plantas acuáticas para quemarlas y obtener la ceniza adecuada para producir la masa de vidrio. Sería de gran utilidad cuando llegase el invierno.

Los hermanos Wachtian habían enmudecido al oír que su amo esperaba de ellos unos trabajos tan sencillos y propios de esclavos. Por sus caras fue fácil entender sus sentimientos y se metió en una larga explicación a modo de disculpa.

Primero habló de una cosa tan sencilla como el fieltro. Ese producto ni siquiera existía en el Norte. Por eso, Aibar y Bulent, los dos turcos maestros del fieltro, ya habían comenzado su trabajo. Aunque la mayor parte del fieltro con el tiempo se usaría para la guerra, el excedente del producto sería bien recibido durante el invierno.

Lo que había que comprender era que todo lo que era obvio en Outremer aquí no lo era en absoluto. Como lo del jabón y del agua, que tanto la gente del Profeta, la paz lo acompañe, como los cristianos de Outremer sabían apreciar.

Por tanto había un comienzo en el que se tendrían que hacer muchas tareas que parecían demasiado sencillas. Sólo después podría empezarse el verdadero trabajo, construir ballestas, cortar flechas para los arcos largos, forjar espadas y yelmos, estirar alambres y cocer barro y vidrio.

Además, añadió con una sonrisa, el que no encontrase trabajo con esas cosas tan sencillas ya desde el principio tendría que ayudar en la construcción de las casas. Esta breve insinuación convenció rápidamente a los hermanos Wachtian de la importancia de comenzar con la fabricación del jabón, al igual que la recolección de las plantas acuáticas adecuadas para producir la ceniza necesaria para cocer el vidrio.

Sin embargo, cuando tuviesen tiempo y ganas, les pidió meditar sobre la fuerza hidráulica y el uso que podrían sacar de ella.

Eso último era lo más reconfortante. Cuando sir Arn los dejó para ir a ver a otros con ideas similares, los hermanos Wachtian bajaron de nuevo a las ruedas de agua. En el interior de uno de los molinos estuvieron contemplando las piedras rotativas y sus ejes mientras pensaban en voz alta.

«Sierras», pensaron pronto. Aquí en el Norte se cortaba la madera y se alisaba como se podía con las hachas. Pero ¿y si se pudiese serrar lisa ya desde el principio?

Había fuerza en cantidades suficientes, tal y como había mencionado sir Arn. ¿Cómo se podría traspasar esa fuerza a las sierras?

No era del todo fácil de averiguar, pero era un problema que animó a los dos hermanos. En seguida se fueron a buscar tinta y pergaminos; ambos pensaban mejor cuando plasmaban sus ideas en dibujos.

V

A
l regresar a su casa en Husaby, Cecilia pronto descubrió que era una invitada no deseada y que, si había alguien que había querido verla en un convento más que Birger Brosa, ésos eran sus parientes.

Ella no había renunciado a la herencia de su padre Algot. Suyas eran al menos la mitad de las diez fincas que rodeaban Husaby. Y sus parientes se andaban con pies de plomo en lo que se refería a la herencia de su hermana Katarina. La cuestión era si Katarina había renunciado a su herencia al entrar en el convento y si, en ese caso, ésta recaía en el convento, en Cecilia o en sus parientes varones.

Other books

East of the City by Grant Sutherland
Chronospace by Allen Steele
The Sinatra Files by Tom Kuntz
Hand-Me-Down Princess by Carol Moncado
Isle of Hope by Julie Lessman
Her Saving Grace by Winchester, Catherine
Roar by Aria Cage
Hot Finish by Erin McCarthy
Sophia by Michael Bible