Relatos africanos (46 page)

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Authors: Doris Lessing

BOOK: Relatos africanos
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Supe de los últimos años de Johnny por un amigo africano que conocía la aldea donde murió aquel. Johnny llegó a la aldea, pidió ver al Jefe y cuando éste se reunió con el consejo de ancianos, solicitó permiso formal para vivir en la aldea, no como hombre blanco, sino como africano. Todo eso era correcto y educado, pero a los ancianos no les gustó. La aldea quedaba muy lejos de los centros del poder blanco, hacia Zambesia. La vida tradicional, en términos comparativos, había cambiado muy poco, no como en las tribus cercanas a las ciudades de los blancos, cuyas estructuras se habían desplomado para siempre. La gente de aquella tribu valoraba mucho su distancia de los blancos y temía su influencia. Por lo menos los ancianos. Aunque no tenían nada en contra de aquel blanco como persona –al contrario, les parecía más humano que la mayoría–, no querían un blanco en su vida. Pero, ¿qué podían hacer? Tenían una fuerte tradición de hospitalidad: debían ofrecer refugio y alimento a los extraños, a los visitantes. Y eran democráticos: el comportamiento de un hombre determinaba su valor, y echar a un individuo por los defectos del grupo al que pertenecía iba en contra de sus creencias. También puede ser que tuvieran algo de curiosidad. Aquella gente no había visto más blancos que los recaudadores de impuestos, policías, comisarios de los nativos, todos ellos fríamente oficiales o arbitrarios. Aquel blanco se comportaba como un suplicante, se quedaba sentado en silencio en las afueras de la aldea, más allá de las chozas, bajo un árbol, esperando que el consejo se decidiera. Al fin le permitieron quedarse con la condición de que compartiera la vida de la aldea en todos los aspectos. Probablemente creyeron que con dicha condición se librarían de él. Sin embargo, siguió viviendo allí hasta que le llegó la muerte, seis años, con pequeños viajes, acaso para acordarse de la vida estridente que había abandonado. Y en uno de esos viajes apareció en nuestra casa y se quedó a pasar una noche.

Los africanos lo llamaban Cara Enfadada. El nombre implicaba que sólo su cara mostraba enfado. Era por aquella costumbre de apretar y luego soltar los músculos faciales. También lo llamaban Hombre sin Hogar y Hombre que no tiene Mujer.

Las mujeres lo encontraban intrigante, a pesar de sus sesenta años. Pasaban junto a su choza, murmuraban sobre él, le llevaban regalos. Algunas se le ofrecían, incluso algunas jóvenes.

El Jefe y su consejo de ancianos deliberaron de nuevo, bajo el árbol grande del centro del poblado y luego lo llamaron para que escuchara el veredicto.

–Necesitas una mujer –le dijeron.

Pese a todas sus protestas, lo convirtieron en condición para su permanencia entre ellos por el bien de la armonía de la tribu.

Escogieron para él una mujer de mediana edad cuyo marido había muerto de unas fiebres contagiosas y que no tenía hijos. Dijeron que no podían esperar que un hombre de su edad prestara a ningún niño la atención y la paciencia necesaria. Según mi amigo, que era un chiquillo y había oído hablar mucho de aquel blanco que prefería vivir como ellos, Johnny y su nueva esposa «convivían con amabilidad.

Mientras escribía esta historia, he recordado otra cosa. Cuando iba al colegio en Salisbury, había una chica que se llamaba Alicia Blakeworthy. Tenía quince años y a mí me parecía mayor. Vivía con su madre en las afueras de la ciudad. Su padrastro las había abandonado. Se había largado.

Su madre tenía una casa pequeña, con un jardín grande, y aceptaba inquilinos de pago. Johnny había sido uno de ellos. Había trabajado como guardia de caza forestal en la zona del río Zambesi y había contraído una grave malaria. Ella fue su enfermera. Se casó con ella y aceptó un trabajo de dependiente en la tienda local. «Fue un mal marido para mamá –decía Alicia–. Terrible. Sí, aportaba dinero, no se trataba de eso. Pero era un hombre frío y duro de corazón. No les hacía compañía. Se sentaba a leer, o a oír la radio, o paseaba toda la noche a solas. Y nunca apreciaba lo que se hiciera por él.

Ah, cómo odiábamos todas las colegialas a aquel monstruo. Menuda bestia despiadada.

Sin embargo, desde el punto de vista de Johnny, había pasado cuatro años en una casita de pueblo sofocante, rodeado por un jardín doméstico. Había trabajado de ocho a cuatro vendiendo ultramarinos a mujeres perezosas. Al llegar a casa, su dinero, el oro que había ganado trabajando como un esclavo, se gastaba en chocolatinas, revistas, vestidos, cintas para el pelo para su hijastra urbanita. Tres veces al día lo invitaban a sentarse a la mesa delante de un roast beef, pollo, pudines, pasteles y galletas.

Intentaba compartir su filosofía de la vida:

–¡Antes me sobraban diez chelines por semana para comer!

–¿Por qué? ¿Para qué? ¿De qué sirve?

–Porque así era más libre, para eso sirve. Si no gastas un montón de dinero no necesitas ganarlo y entonces eres libre. ¿Por qué tienes que gastar dinero en toda esa basura? Puedes comprar un pedazo de carne de pecho de ternera por tres chelines, luego lo hierves con una cebolla y te da para vivir cuatro días. Se puede vivir muy bien a base de maíz. Yo, en el monte, solía hacerlo.

–¿Maíz? ¡No pienso comer cosas de nativos!

–¿Por qué no? ¿Qué tiene de malo?

–Si no lo puedes entender por ti mismo, no te puedo ayudar.

Es posible que fuera entonces, con la madre de Alicia, cuando se le ocurrió por primera vez la idea de «volverse nativo.

–Puestos a gritar, ¿por qué tiene que haber siempre pastel? ¿Por qué tantos vestidos nuevos? ¿Para qué necesitas cortinas nuevas, o mejor dicho, para qué cualquier clase de cortinas? ¿Te molesta la luz del sol? ¿Por qué quieres taparla? ¿Por qué?

Aquel «matrimonio duró cuatro años, pelea tras pelea.

Luego se fue al norte, lejos de las ciudades de los blancos, y se metió en los terrenos que aún no estaban «habilitados para asentamientos de blancos, donde vivían todavía los africanos según sus costumbres tradicionales, aunque no por mucho tiempo. Y allí por fin encontró una vida que le sentaba bien y una mujer con la que pudo convivir amablemente.

La autora

Doris Lessing
, de soltera Doris May Tayler (nacida en Kermanshah, Persia, actualmente Irán, el 22 de octubre de 1919), es una escritora británica, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2007.

La obra de Doris Lessing tiene mucho de autobiografía, inspirándose en su experiencia africana, en su infancia, en sus desengaños sociales y políticos. Los temas plasmados en sus novelas se centran en los conflictos culturales, las flagrantes injusticias de la desigualdad racial, la contradicción entre la conciencia individual y el bien común.

En 1956, conocidas sus críticas constantes e implacables, se le prohibió la estancia en toda África del Sur y especialmente en Rhodesia.

En 1962 publicó su novela más conocida, "El cuaderno dorado", que la catapultó a la fama, convirtiéndola en el icono de las reivindicaciones feministas.

En 1995, con 76 años, regresó a Sudáfrica para visitar a su hija y a sus nietos, y dar a conocer su autobiografía. Ironías de la historia, fue acogida con los brazos abiertos, cuando los temas que ella había tratado en sus obras habían sido la causa de su expulsión del país cuarenta años atrás.

Autora de más de cuarenta obras, y célebre desde la aparición, en 1950, de su primer libro "Canta la hierba", es considerada una escritora comprometida con las ideas liberales, en el sentido anglosajón de esta palabra, pese a que ella nunca quiso dar ningún mensaje político en su obra.

Doris Lessing fue el icono de las causas marxistas, anticolonialistas, antisegregacionistas y feministas.

En 2007 recibió el Premio Nobel de Literatura por su «capacidad para transmitir la épica de la experiencia femenina y narrar la división de la civilización con escepticismo, pasión y fuerza visionaria»".

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