Resurrección (13 page)

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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

BOOK: Resurrección
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La llegada del camarero a la mesa interrumpió sus pensamientos. Aquel hombre había atendido a Fabel varias veces antes y conversó con él sin prisas antes de tomar nota de su pedido. Era un pequeño rito que señalaba a Fabel como cliente habitual, pero que también le daba una sensación de lugar, de pertenecer a algún sitio. Fabel sabía que era una criatura de costumbres, un hombre previsible a quien le gustaban las ruinas con las que medir y mantener el orden de su universo. Allí, sentado en la cafetería que elegía invariablemente para cenar, se dio cuenta de que estaba irritado consigo mismo, con e' hecho de que las apuestas intuitivas que estaba dispuesto a hacer en su trabajo no parecían extenderse a la manera en que organizaba su vida privada. Pero así era, justamente, como estaba su vida privada: organizada. Por un momento pensó en dar una excusa y marcharse, caminar unos pasos por la Milchstrasse y cenar en un sitio diferente. Pero no lo hizo; en cambio, pidió una cerveza Jever y una ensalada de arenque. Lo de siempre.

El camarero acababa de traerle la cerveza cuando Fabel se dio cuenta de que había alguien de pie a su lado. Levantó la mi rada y vio a una mujer alta de unos veinticinco años, de pelo largo marrón oscuro y grandes ojos color avellana. Llevaba una elegante falda y una blusa, prendas sencillas y de buen gusto, que no ocultaban las mortales curvas de su silueta. Ella sonrió y sus dientes brillaron dentro de una boca carnosa y de labios pintados.

—Hola, Herr Fabel… Espero no molestarle.

Fabel se levantó a medias. Por un segundo, reconoció la cara, pero no pudo asignarle un nombre. Luego lo recordó.

—Sonja… Sonja Brun… ¿Cómo está? Por favor… —Señaló el asiento opuesto—. Por favor, siéntese…

—No… no, gracias. —Ella señaló con un vago gesto a un grupo de mujeres sentadas a otra mesa que estaba más cerca de la ventana—. He venido con unas amigas del trabajo. Pero al verlo aquí sentado he querido acercarme a saludarlo.

—Por favor, siéntese un momento. No la he visto desde hace un año. ¿Cómo se encuentra?

—Estoy bien. Más que bien. En el trabajo me va de maravilla. Me han ascendido. Ésa era la otra cosa que quería decirle… —Sonja hizo una pausa—. Realmente quería volver a agradecerle todo lo que hizo por mí.

Fabel sonrió.

—No es necesario. Ya lo ha hecho, muchas veces. Me alegro de que las cosas le estén saliendo bien.

Sonja adoptó una expresión seria.

—No es sólo que las cosas me estén saliendo bien, Herr Fabel. Es mucho más. Ahora tengo una vida nueva. Una buena vida. Nadie sabe nada de… bueno, del pasado. Y eso se lo debo a usted.

—No, Sonja. Se lo debe a usted misma. Se ha esforzado mucho para conseguirlo.

Se produjo una pausa incómoda y luego conversaron brevemente sobre el trabajo de Sonja.

—Debo volver a la mesa con mis amigas. Es el cumpleaños de Birgit y estamos celebrándolo. Ha sido muy agradable volver a verlo.

Sonja sonrió y extendió la mano.

—Yo también me alegro de verla otra vez, Sonja. Y real mente me pone muy contento que las cosas le salgan bien. —Se estrecharon la mano, pero Sonja permaneció sin moverse un momento más. Mantuvo la sonrisa, pero dio la impresión de que no estaba segura de qué hacer a continuación. Luego sacó una pequeña libreta de su bolso y escribió algo en ella antes de arrancar la hoja y entregársela a Fabel.

—Este es mi número. Por si alguna vez anda por este barrio…

Fabel miró el papel.

—Sonja… Yo…

—No hay problema… —Ella sonrió—. Lo entiendo. Pero consérvelo… por si acaso.

Se despidieron y Fabel la observó mientras ella regresaba hacia la mesa de sus amigas. Movía sus piernas largas y bien torneadas con la elegancia gatuna que él recordaba. Sonja se reunió con sus amigas, alguien dijo una broma y todas rieron, pero en ese momento ella giró la cabeza y volvió a mirar a Fabel, sosteniéndole la mirada durante un momento, antes de sumergirse en la previsible alegría de una velada con sus compañeras de oficina.

Él volvió a mirar la tira de papel y el número de teléfono escrito en cifras grandes.

Sonja Brun.

Fabel la había conocido en el transcurso de un caso en que un policía muy valiente que operaba de incógnito, Hans Klugrnann, había perdido la vida. Como parte de su tapadera, Klugmann se había convertido en el novio de Sonja Brun, una Joven llena de vitalidad que de alguna manera se había visto arrastrada al negocio de las fotos pornográficas y a ejercer la prostitución. Había quedado claro que Klugmann sentía algo genuino por Sonja y había tenido la intención de liberarla de una existencia degradante y autodestructiva. Después de que Klugmann muriera, Fabel le había hecho en silencio una promesa a su colega muerto: terminar el trabajo y ayudar a Sonja a escapar del submundo de vicio y corrupción de Hamburgo.

De modo que había utilizado sus contactos para encontrarle a Sonja un pequeño apartamento de alquiler al otro extremo de la ciudad, junto con un trabajo en una tienda de ropa. Había conseguido datos de cursos que ella podía realizar y Sonja no tardó en obtener un nuevo puesto en una mensajería.

Unos pasos sencillos, pero que le habían cambiado la vida en una época en que podría haberse hundido mucho más si hubiera cedido a la pena de haber perdido a su amante y a la furia de descubrir que había estado viviendo en una mentira. Fabel se sintió bien por haberla visto tan bien instalada, y por el hecho de que ella hubiera logrado alejarse tanto de su vida anterior.

En el momento en que ella le entregó su número de teléfono, Fabel pensó que lo rompería en pedazos y lo tiraría en el cenicero apenas ella se marchara. Pero se dio cuenta de que no hacía más que contemplar el pedazo de papel y tratar de pensar en qué debería hacer con él. Por fin, lo dobló por la mitad y se lo guardó en la cartera.

Fabel acababa de terminar su café cuando sonó su teléfono móvil. Le irritó haberse olvidado de apagarlo. Con frecuencia se sentía fuera de ritmo, fuera de tiempo, en el mundo moderno: los teléfonos móviles en bares y restaurantes eran una de las numerosas intrusiones de la vida del siglo XXI que a él le resultaban intolerables. Durante toda la cena, que había tomado a solas, había tenido una sensación hueca en su interior. Sabía que estaba relacionada con haberse topado con Sonja y su nueva vida. Pensó en Kristina Dreyer. Tal vez era cierto que había limpiado la escena del crimen simplemente para mantener intacto el universo de orden y puntualidad que se había construido a su alrededor.

Fabel atendió su teléfono móvil.

—Hola, Jan, soy yo. —Era la voz de Werner—. Deberías haber aceptado mi consejo y haber extendido tus vacaciones hasta el próximo fin de semana…

22.00 H, SPEICHERSTADT, HAMBURGO

La mayoría de las luces ya estaban apagadas, pero un reflector central iluminaba, como una luna llena, la maqueta arquitectónica que se extendía sobre la superficie de la mesa. Paul Scheibe la contempló. Todavía sentía el aleteo del orgullo en su pecho cada vez que veía aquella representación tridimensional de su visión. Sus pensamientos, su imaginación, convertidos en una forma sólida, aunque aquella forma fuera en miniatura. Pero pronto, muy pronto, sus conceptos quedarían escritos en grandes letras en la cara de la ciudad. Su propuesta para el
KulturZentrumEins
—Centro Cultural Uno—, con vistas al Magdeburger Hafen, sería el atractivo principal del Überseequartier de HafenCity. Su propio monumento, en el corazón mismo de la nueva HafenCity. Superaría el impacto visual de la flamante sala de conciertos y ópera del
Kaispeicher A
y rivalizaría con la elegancia de la
Strandkai Marina
.

La construcción comenzaría en el año 2007, si su proyecto obtenía la aprobación del Senado y el jurado de diseñadores lo seleccionaba. Había, desde luego, otros proyectos que compe tían con el suyo, pero Scheibe sabía con una seguridad absoluta que ninguno de los otros tenía la más mínima posibilidad contra la audacia y la innovación de su visión. En las conferencias de prensa había adoptado la actitud de describir ingeniosamente los proyectos de la competencia como áreas para peatones. La frase, desde luego, no se refería a la función de esas áreas, sino a la pedestre capacidad de sus competidores.

La fiesta previa al lanzamiento no podría haber salido mejor. La prensa había acudido en masa y la presencia del Erster Bürgermeister de Hamburgo, Hans Schreiber, así como la del Umweltsenator, Müller-Voigt, y otros miembros importantes del Senado, había subrayado la importancia del proyecto. Y fal taban dos días más para el lanzamiento público.

Scheibe se quedó solo, una vez que todos los invitados se marcharon, y contempló su visión, extendiéndose delante de él, muy cerca. La secuencia de acontecimientos que ya se había puesto en marcha haría que sus ideas se convirtieran en una realidad concreta. En pocos años más, se pasearía junto al río contemplando galerías de arte, un teatro, salas de actuaciones y una sala de conciertos. Y todos los que lo vieran quedarían asombrados por su audacia, su visión, su belleza. No sería un solo edificio, pero tampoco estructuras separadas. Cada espacio, cada forma, se conectaría orgánicamente, tanto en lo relativo a su arquitectura como a su función. Como órganos individuales pero igualmente vitales, cada elemento se combinaría con los otros para dar vida y energía al conjunto. Y todo estaba diseñado de manera que su impacto ambiental fuera prácticamente nulo.

Sería un triunfo de la arquitectura y la ingeniería ecológica. Pero, más que nada, sería un testamento al radicalismo de Scheibe. Dio un largo y profundo trago a su Barolo.

—Ya me parecía que todavía estarías aquí… —Era la voz de un hombre. Hablaba desde las sombras que estaban en el umbral.

Scheibe no se volvió, pero suspiró.

—Y yo pensaba que te habrías marchado. ¿Qué ocurre? ¿No puedes esperar hasta mañana?

Se oyó un sonido de papel y una copia doblada del
Hamburger Morgenpost
voló en el charco de luz y cayó sobre el paisaje en miniatura. Scheibe agarró el periódico, se inclinó hacia delante y revisó la maqueta para ver si se había dañado.

—Por el amor de Dios, ten cuidado…

—Mira la primera página… —La voz habló con un tono firme y constante. Su dueño no salió de las sombras.

Scheibe desplegó el periódico. En la fotografía de la portada se veía el gigantesco Airbus 800 realizando su primer vuelo, justo cuando pasaba sobre
der Michel
, el capitel de la iglesia de San Miguel. Un titular proclamaba que 150.000 orgullosos ciudadanos de Hamburgo habían acudido a ver pasar el avión. Scheibe se volvió hacia las sombras y se encogió de hombros.

—No… un artículo más pequeño, cerca del final de la página…

Scheibe lo encontró. La muerte de Hans-Joachim Hauser sólo había conseguido un titular en letra más pequeña: «Radical y ecoguerrero de la década de 1970 es hallado asesinado en un apartamento de Schanzeviertel». El artículo incluía los escasos detalles que conocía la prensa sobre la muerte y luego pasaba a resumir la carrera de Hauser. Al
Morgenpost
le había parecido necesario mencionar las relaciones de Hauser con otras figuras más memorables de la izquierda extremista como manera de identificarlo. Era como si él sólo hubiera existido como reflejo de ellos. Había muy pocos datos de después de mediados de los años ochenta.

—¿Hans está muerto? —preguntó Scheibe.

—Más que eso… Hans ha sido asesinado. Lo encontraron hace unas horas.

Scheibe se volvió.

—¿Crees que es significativo?

—Por supuesto que es significativo, idiota. —Había poca furia en la voz del hombre de las sombras; más bien irritación, como si sus bajas expectativas sobre su interlocutor se hubieran confirmado—. El hecho de que uno de nosotros sufriera una muerte violenta podría ser una coincidencia, pero debemos asegurarnos de que no esté relacionado con… bueno, con nuestras vidas anteriores, tal vez ésa sea la mejor manera de expresarlo.

—¿Saben quién lo hizo? Aquí dicen que tienen a alguien en custodia.

—Mis contactos oficiales en el Präsidium no me han dado detalles, salvo para decirme que aún se encuentran al principio de la investigación.

—¿Estás preocupado? —Scheibe reconsideró la pregunta—. ¿Debería preocuparme?

—Tal vez no sea nada. Hans era un gay muy promiscuo, como sabes. Puede ser un mundo bastante oscuro el de nuestros amigos mariquitas.

—No pensaba que fueses un homófobo reaccionario… Mantienes ese aspecto de tu personalidad muy bien escondido de la prensa.

—Ahórrame la corrección política. Sólo esperemos que esto esté relacionado con su estilo de vida… que haya sido algo al azar. —El hombre de las sombras hizo una pausa. Por primera vez, sonó menos seguro de sí mismo—. Me he puesto en contacto con los otros.

—¿Has hablado con los otros? —El tono de Scheibe era una mezcla de asombro y furia—. Pero si todos habíamos acordado… Tú y yo… nuestros senderos tuvieron que cruzarse… Pero no he visto a ninguno de los otros en más de veinte años. Todos acordamos que jamás deberíamos tratar de ponernos en contacto. —Los ojos de Scheibe se desplazaron enloquecidos por la topografía delicada y frágil de la maqueta del
KulturZentrumEins
, como si quisiera asegurarse de que no estaba disolviéndose, de que no se evaporaba en el aire durante esa conversación—. No quiero tener nada que ver con ellos. Ni contigo. Nada de nada. En especial ahora…

—Escúchame, maldito cabrón engreído… Tus preciosos proyectos no valen nada. No tienen ningún sentido… no son más que una torpe expresión de tu mediocre egoísmo y tu presunción burguesa. ¿Crees que alguien se interesará por esta basura si lo tuyo llega a saberse? ¿Lo nuestro? Y recuerda tus prioridades. Tú sigues implicado. Todavía tienes que obedecerme.

Scheibe arrojó el periódico al suelo y dio un sorbo prolongado y demasiado profundo a su copa de Barolo. Resopló con desprecio.

—¿Estás diciéndome que todavía crees en toda aquella mierda?

—Esto ya no tiene nada que ver con lo que uno cree, Paul. Es sobre la supervivencia. Nuestra supervivencia. No hicimos mucho por la «revolución», ¿verdad? Pero hicimos bastante… bastante como para que destruya todas nuestras carreras si ahora sale a la luz.

Scheibe contempló su copa, la giró y examinó el escaso vino que le quedaba con una expresión reflexiva.

—La «revolución»… Dios mío, ¿realmente creíamos que ésa era la manera de avanzar? Quiero decir, tú viste cómo era el Este cuando cayó el Muro… ¿Realmente era eso por lo que luchábamos?

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